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V

Tend MAYEUR

No pueden considerarse enemigos la Iglesia y el Estado, ni encontrados sus derechos é intereses puesto que ambas sociedades son ordenadas á la felicidad del hombre para cuya consecucion se prestan mútuo auxilio.

E la misma manera que no cabe suponer sean en el hombre encontrados y diversos los intereses del alma y los intereses del cuerpo, puesto que alma y cuerpo son creados para un mismo fin y

juntos deberán ser eternamente dichosos ó eternamente desgraciados, tampoco puede erigirse en sistema que sean antitéticos y deba haber lucha entre los derechos é intereses del poder espiritual y los del poder temporal, siendo, como hemos demostrado, la santificacion del hombre objeto final de ambos gobiernos. Los conflictos entre el Sacerdocio y el Imperio, las luchas entre las dos. sociedades, no han provenido, no,

de

que sean por naturaleza enemigos uno del otro los dos poderes; tales conflictos deben atribuirse á las imperfecciones de la humana naturaleza y considerarse como accidente y efecto de los actos de los hombres, principalmente de aquellos que prevalecidos de que la Igle

sia no cuenta con más apoyo que la fuerza moral para hacer valer sus sagrados derechos, se empeñan en escarnecerla y humillarla abusando del poder material que Dios les ha concedido. Si la índole de este trabajo permitiera la extension necesaria para tratar á fondo los hechos y las causas de las discordias que la historia consigna entre la Iglesia el Estado, lo probaríamos plena

y

mente.

Lejos de ser enemigos, es una verdad demostrada por la experiencia que la prosperidad y la libertad de la Iglesia fomenta los intereses del Imperio, al par que la grandeza y prosperidad de los Estados contribuye tambien á extender y facilitar la mision de la Iglesia, pues Dios

que

ha instituido al uno y á la otra, no los creó para destruirse, sino para edificarse mútuamente, dice san Bernardo.

En realidad de verdad, el poderío y civilizacion de los Estados auxilia en gran manera la mision de la Iglesia, facilitando la predicacion de su doctrina, dando seguridad para constituir de un modo estable su jerarquía, haciendo que los cristianos puedan practicar con regularidad sus preceptos y que todos los actos de la vida sean santificados por su influencia. Así es cosa sabida que san Agustín juzgó providencial la extension y poderío del Imperio romano, por cuanto su unidad política y su cultura fueron poderosos auxiliares para la propagacion de la

Iglesia, que se aprovechó de las comunicaciones, de la difusion de las lenguas griega y latina y de todos los elementos de civilizacion que Roma habia llevado á los pueblos que dominaba. Por el contrario, el principal obstáculo para propagarse el Cristianismo por el África, por la Oceanía y por todos los pueblos no civilizados, es la debilidad del poder político y la barbarie en que se hallan sumidos aquellos desgraciados habitantes, que hace necesario que los misioneros, antes de predicarles el Evangelio, tengan de acostumbrarlos á la vida social y enseñarles los elementos más rudimentarios de la humana cultura. Por esto la Iglesia bendice todos los adelantos de la civilizacion no tan sólo

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