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ES PROPIEDAD DE LOS EDITORES

PARTE SEGUNDA

EDAD MEDIA

LIBRO PRIMERO

CAPÍTULO XVIII

ALMANZOR EN CÓRDOBA.-DE RAMIRO III Á ALFONSO V EN LEÓN

De 976 á 1002

Situación de los tres reinos cristianos al advenimiento del califa Hixem II.-Menoría de Ramiro III de León.-Pónesele bajo la tutela de dos religiosas.-Imprudencias y desórdenes del monarca en su mayor edad.-Irrita á los nobles y proclaman á Bermudo II el Gotoso.-ALMANZOR primer ministro y regente del califato.Imbecilidad del tierno califa.-Obra Almanzor como soberano del imperio.-Su nacimiento; sus altas prendas: su conducta.-Jura eterna guerra á los cristianos.Sus dobles campañas anuales.-Sus triunfos.-Fuga de Bermudo II á Asturias.Toma Almanzor á León y la destruye.-Sus victorias en Africa.-Conquista á Barcelona.-Recóbrala el conde Borrell II.-Descripción de las fiestas nupciales del hijo de Almanzor.-Los Siete Infantes de Lara.-Vence Almanzor y hace prisionero al conde García Fernández de Castilla: su muerte. - Destruye el gran templo de Santiago de Galicia.-Triunfos de los musulmanes españoles en Africa.-Muerte de Bermudo II de León.-Alfonso V.-Calamitosa situación de la España cristiana.Alianza de los soberanos de León, Castilla y Navarra para resistir á Almanzor. Refuerzos que éste recibe de África.--Famosa batalla de Calatañazor.-Glorioso triunfo de los cristianos.-Almanzor es derrotado después de veinticinco años de victorias, y de cincuenta batallas felices.-Muere en Medinaceli.—Epitafios de su sepulcro.

Podemos anunciar que llegamos á uno de los períodos más importantes de la dominación sarracena en España. El nombre del personaje que va á la cabeza de este capítulo lo dice también bastante al que no sea del todo peregrino en nuestra historia de la edad media. En el hecho mismo de ponerle al frente, no siendo Almanzor califa, damos ya á entender suficientemente que no va á ser el califa, sino su primer ministro, el alma y el sostén del imperio musulmán y el gran competidor de los cristianos en la época que nos toca describir.

Por una rara y singular coincidencia, de los cinco Estados independientes que se han formado en nuestra Península, á saber, el imperio árabe, los reinos de León y de Navarra, y los condados de Barcelona y de Castilla, en los tres primeros y mayores reinan simultáneamente tres niños, Ramiro III en León, Sancho Garcés el Mayor en Navarra, Hixem II, que ha sucedido á su padre Alhakem II, en Córdoba: acontecimiento nuevo para los tres reinos, de donde hasta ahora hemos visto excluídos los príncipes de menor edad. ¿Cuál de los tres tiernos soberanos prevalecerá sobre los otros? Naturalmente habrá de preponderar aquel que tenga la fortuna

de ver depositadas las riendas del Estado que él no pueda manejar en manos más robustas y vigorosas, el que vea encomendada la dirección del reino á persona de más talento y capacidad, la de la guerra á genio más activo y emprendedor.

Habíase confiado la tutela y educación del tierno monarca leonés y la regencia del reino á dos mujeres, á dos religiosas, que lo era ya su tía Elvira cuando subió Ramiro III al trono, y entró también después en el claustro su madre Teresa, la viuda de Sancho I. Por fortuna á la natural flaqueza del sexo suplía la piedad y discreción de estas dos mujeres, en términos que no sólo marchaba en prosperidad el Estado bajo su gobierno, sino que en una asamblea de obispos y magnates celebrada en León (974) se dieron gracias á Dios por los particulares beneficios que el reino disfrutaba bajo la acertada y prudente dirección de las dos piadosas princesas. y principalmente de Elvira, que era la que ejercía más manejo en los negocios públicos, hasta el punto de decir aquellos próceres, que si por el sexo era mujer, por sus distinguidos hechos merecía el nombre de varón (1). En principios de virtud y en máximas de sana moral educaban las dos religiosas princesas á su real pupilo: ejercitábanse en piadosas obras y fundaciones; remediaban y corregían abusos, contándose entre sus medidas la supresión que de acuerdo con los obispos hicieron de la silla episcopal creada en Simancas por Ordoño II contra los sagrados cánones que prohibían la existencia simultánea de dos cátedras episcopales en una misma diócesis. Prosperado hubiera el reino de León bajo el gobierno de tan virtuosas y discretas señoras, si por una parte el príncipe no hubiera, á medida que crecía en años, crecido también en aviesas inclinaciones, desviádose de los saludables consejos de su madre y tía, y dado rienda á sus pasiones juveniles y á los instintos de su natural soberbio y altivo; y si por otra parte el reino leonés hubiera podido conservar la paz que habían respetado Abderramán III y Alhakem II, y no se hubiera levantado en el imperio musulmán un genio inquietador y belicoso que había de poner en turbación y conflicto todos los Estados cristianos.

Como si diera por perdido el tiempo que las directoras de su educación habían tenido enfrenadas sus malas tendencias y quisiera darse prisa á indemnizarse, así obró Ramiro III tan pronto como salió de su menor edad. Con pretexto de que no debía tolerar que el reino continuara gobernado por mujeres y de querer manejar los negocios por sí mismo, emancipóse de sus dos prudentes ayas, contrajo matrimonio con una señora llamada Urraca Sancha, de no conocida familia y no señalada por lo prudente; y lo que fué peor, juntando Ramiro á los caprichos y desarreglos de su corta edad los ímpetus de un natural presuntuoso, despreciador de los grandes, no cumplidor de las palabras, y desatento y acre en las respuestas, ni instruído, ni veraz, ni discreto (2), de tal manera disgustó

(1) Et quoniam scriptum est (dijeron aquellos ilustres varones) quia non est discretio apud Dominum diversorum sexuum virorum ac fœminarum, sed qui recte credit et recte agit sine dubio vir nuncupatur, etc. Risco, España Sagrada, t. XXXIV, pág. 283.

(2) Tal es el retrato que de este príncipe nos ha dejado el obispo Sampiro en el número 29 de su Crónica.

y

desabrió á los condes y próceres de Galicia, León y Castilla, ya de por sí poderosos y envalentonados, que los más se le hicieron enemigos, y los de Galicia abiertamente se le rebelaron proclamando á Bermudo, hijo de Ordoño III, y aun procediendo á consagrarle como rey en la iglesia de Santiago (980). Noticioso Ramiro de esta novedad salió con sus tropas en busca de su competidor: encontráronse ambas huestes en Portela de Arenas, donde se dió una batalla, en la que murieron muchos de ambas partes, mas sin que se decidiera en favor de ninguna la victoria. Retiróse Bermudo á Compostela, y Ramiro, que de suyo no era muy belicoso y esforzado, volvióse también á León. La muerte que á los dos años sorprendió á Ramiro dejó á su rival desembarazado el camino del trono. Fué sepultado en San Miguel de Destriana, donde yacía su abuelo. Ramiro II (1).

Resonaba ya por este tiempo en toda España el nombre de Almanzor. ¿Quién era este famoso personaje que desde el principio se anunció tan terrible para los cristianos? Dirémoslo.

Al morir el ilustre califa Alhakem II había dejado (cosa extraña en aquella prolífica familia) un solo hijo de un poco más de diez años, que á pesar de su corta edad fué sin oposición reconocido y jurado califa por los grandes del imperio bajo el nombre de Hixem II: primer ejemplo de una menoría en los anales del califato andaluz, como lo había sido en los del reino de León la de Ramiro III. Hallábase á la sazón de hagib ó primer ministro aquel Giafar que tanto se había distinguido en las guerras de África (976). Pero había entre los vazires de la corte un hombre, que por su talento, por su afabilidad y gentileza se había captado el favor y la confianza de la sultana Sobheya, la esposa favorita de Alhakem, la que habia intervenido en todos los negocios del imperio durante los últimos diez años, y la sola mujer que había hecho un papel político en la historia de los Ommiadas. El hombre que así había merecido la predilección de la sultana viuda, y á quien ésta había hecho sucesivamente su secretario íntimo y su mayordomo, se llamaba Mohammed ben Abdallah ben Abi Ahmer el Moaferi: había nacido en una aldea cerca de Algeciras;

(1) Suponen algunos haber vivido todavía Ramiro dos años, fundados en tres diplomas de este rey hallados en el monasterio de Sahagún que llevan la fecha de 984. Dada la autenticidad de estos documentos, resultaría haberse retirado á aquel monasterio después del reconocimiento de Bermudo como rey de León. Mas en cuanto á la duración de su reinado, parece no dejar lugar á duda los testimonios contestes de Sampiro, del Silense, de Lucas de Tuy y de Rodrigo de Toledo. Debemos, no obstante, advertir que así en este reinado como en el que le sigue se nota tal discordancia de fechas entre los autores, que no hay medio fácil ni acaso posible de conciliarlos. El haber terminado Sampiro su luminosa crónica que tanta luz nos ha dado hasta aquí, la falta de memorias de aquel tiempo, de que ya un respetable historiador se queja muy fundadamente, y los errores introducidos por el cronista Pelayo de Oviedo, han podido ocasionar confusión tan sensible. Felizmente, conviniendo casi todos en los hechos, han venido á aclarar mucho su cronología las historias arábigas últimamente publicadas, que no pudieron ser conocidas de aquellos respetables escritores, y de ellas y de su cotejo con nuestras crónicas resultan bastante ilustrados los sucesos del último tercio del décimo siglo.

su padre había sido muy particularmente honrado por Abderramán III, y su madre pertenecía á una de las más ilustres familias de España. Había venido al mundo en el mismo año de la famosa derrota de los musulmanes en Simancas, «como si Dios (añade un historiador crítico) hubiera querido señalar y como compensar aquel desastre de los muslimes con el nacimiento del que había de ser su vengador.>>

Este hombre, que además del favor de la sultana viuda, gozaba por su valor y prudencia de la consideración y el respeto de los vazires de palacio, de los jefes de la guardia y de los walíes de las provincias, fué nombrado por Sobheya primer ministro de su hijo, sin quitar el título á Giafar, pero encomendando á su favorito la tutela de Hixem, y la regencia y dirección del imperio: ofendióse de ello Giafar, pero disimuló su resentimiento. Vióse desde entonces el imperio árabe en una situación nueva. La política do Almanzor, y lo que es más extraño, la de la sultana madre, fué mantener al tierno califa en una ignorancia y como niñez perpetua, para que ni conociera nunca su posición, ni nunca pensara en emanciparse de la tutela en que se propusieron tenerle. Alejaron de su lado los maestros á quienes su padre tenía fiada su educación, y rodeáronle de jóvenes esclavos que le tuvieran entretenido con sus juegos en los jardines de Zahara. Ni Hixem pensaba en otra cosa que en divertirse, ni su madre y tutor le permitían hacer más que crecer entre juegos y deleites, siempre encerrado en su alcázar, sin comunicar con nadie sino con los muchachuelos de su edad, pues si en ciertos días se daba entrada en palacio á los vazires, hacíaseles retirar en cuanto le saludaban, como suponiéndole en cierto estado de imbecilidad intelectual. De modo que el niño Hixem era, más bien que califa, un preso incomunicado, y sólo por las monedas y oraciones se sabía que había un califa llamado Hixem; pero el verdadero califa de hecho era Almanzor, que obraba en todo como si fuese el legítimo soberano, los decretos se publicaban en su nombre, que se esculpía también en las monedas, y se oraba por él en las mezquitas al propio tiempo que por el califa.

Aunque su elevación había sido del gusto de la mayoría de los vazires y walíes del imperio, no faltaron algunos que se mostraran hostiles, y uno de los primeros cuidados del regente soberano fué irse deshaciendo de sus enemigos y rivales, castigando directamente á unos, é indisponiendo mañosamente á los otros entre sí haciendo que se destruyeran mutuamente. Al mismo tiempo ganaba á los poderosos con honores, á los soldados con larguezas, á los sabios colocándolos en altos puestos, siguiendo en esto el sistema y la política de Alhakem. Si alguna medida odiosa se veía precisado á tomar, como la disminución de la guardia eslava devota de los Ommiadas, tenía el ardid de hacer recaer su odiosidad sobre su compañero Giafar, desprestigiándole con los Meruanes mismos. Y mientras meditaba cómo acabar de perder sin estrépito á Giafar, tuvo la astucia de comprometer á su hijo en la guerra de África, negándole los auxilios que le pedía, y dando lugar á que cayera prisionero (1). Así llegó

(1) El erudito orientalista Dozy, en sus Investigaciones sobre la Historia política y literaria de España en la edad media, hace el siguiente retrato de Almanzor, de quien

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