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ADORNOS, ARMAS, MUEBLES Y VASIJAS DE LOS FRANCOS DE LA ÉPOCA CARLOVINGIA 1. Corona de las princesas reales. - 2. Corona de Carlomagno. -3 y 4. Coronas de Carlos el Calvo. 5. Tocado femenino. - 6 á 11, 15, 151, 20 y 201. Armas y arreos militares. - 12 y 14. Instrumentos músicos. - 16 á 19, 21, 22, 23, 25, 26 y 28. Muebles y objetos domésticos. - 13, 24 y 27. Obras de pintura y escultura.

CAPÍTULO IV

DOÑA URRACA EN CASTILLA.-DON ALFONSO I EN ARAGÓN

De 1019 á 1134

Dificultades de este reinado. Opuestos juicios de los historiadores.-Matrimonio de doña Urraca con don Alfonso I de Aragón.-Desavenencias conyugales.-Disturbios, guerras, calamidades que ocasionan en el reino.-La reina presa por su esposo. -Indole y carácter de los dos consortes-Alternativas de avenencias y discordias. -Guerras entre castellanos y aragoneses.-Batallas de Candespina y Villadangos. -Proclamación de Alfonso Raimúndez en Galicia.-Guerrean entre sí la reina y el rey, la madre y el hijo, Enrique de Portugal, el obispo Gelmírez, doña Urraca y su hermana doña Teresa.-Declárase la nulidad del matrimonio.-Retírase don Alfonso á Aragón.-Nuevas turbulencias en Castilla, Galicia y Portugal.—Gran motín en Santiago: los sublevados incendian la catedral, maltratan á la reina é intentan matar al obispo: paz momentánea.-Nuevos disturbios y guerras.-Amorosas relaciones de doña Urraca: su muerte: proclamación de Alfonso VII su hijo. -Entrada de los sarracenos en Castilla.-Sucesos de Aragón.-Triunfos y proezas de Alfonso I el Batallador.-Importante conquista de Zaragoza.-Atrevida expedición de Alfonso á Andalucía.-Nuevas invasiones en Castilla: su término.-Franquea el Batallador por segunda vez los Pirineos y toma á Bayona.-Sitio de Fraga: su muerte.-Célebre y singular testamento en que cede su reino á tres órdenes religiosas.

Turbulento, aciago, calamitoso, y tristemente célebre fué el reinado de doña Urraca: «episodio funesto, dijimos ya en nuestro discurso preliminar, que borraríamos de buen grado de las páginas históricas de nuestra patria.» Y no somos solos á decirlo: díjolo ya antes que nosotros el autor del prólogo á la historia de doña Urraca por el obispo Sandoval con estas palabras: «Deberíamos descartar tales reinados de la serie de los que constituyen nuestra historia nacional (1).» Y como si fuese poco embarazo para el historiador haber de dar algún orden y claridad al caos de turbulencias y agitaciones, de desconcierto y de anarquía que distinguió este desastroso período, viene á darle nuevo tormento la más lamentable discordancia entre los escritores que nos han trasmitido los sucesos y la divergencia más lastimosa en los juicios y calificaciones de los personajes que en ellos intervinieron.

(1) Mas no nos es posible á nosotros, historiadores españoles, seguir el partido que ha adoptado Romey, que ha sido pasar casi en blanco el reinado de doña Urraca, supliendo el vacío con una extensísima relación de los hechos de los árabes en aquel tiempo; como si aquel erudito historiador se hubiera arredrado ante las inmensas dificultades y complicaciones que este reinado ofrece; cosa que sin embargo extrañamos en tan laborioso y discreto investigador.

Conociendo estas mismas dificultades el ilustrado señor Herculano, moderno historiador de Portugal, dice hablando de este reinado: «En la falta absoluta de notas cronológicas que se encuentra en las crónicas contemporáneas, el historiador moderno que desea atinar con la verdad se ve muchas veces perplejo para señalar el orden y el enlace de los acontecimientos. Cuando la España tenga una historia escrita con sinceridad y conciencia, el período del gobierno de doňa Urraca será uno de los que pongan á más dura prueba el discernimiento del historiador.» Hist. de Portugal, t. 1, pág. 217.

Los unos, como por ejemplo, Lucas de Tuy y el arzobispo de Toledo, á quienes siguen Mariana y otros, hacen recaer toda la culpabilidad de los desastres y de las discordias en la reina de Castilla, á la cual llaman «mujer recia de condición y brava;» hablan de sus «mal encubiertas deshonestidades;» dicen «que con mengua de su marido andaba más suelta de lo que sufría el estado de su persona;» y suponen que el haberse separado del rey «fué porque este prudentísimo varón procuraba refrenar y corregir sus liviandades.» Mientras otros, como Berganza y Pérez, y más especialmente los maestros Flórez y Risco, rechazan como calumniosas todas las flaquezas que le han sido atribuídas, y echan toda la odiosidad de las desavenencias y disturbios sobre el rey don Alfonso, suponiéndole las intenciones más aviesas y los hechos más sacrílegos, llamándole rudo maltratador de su esposa, tiránico perseguidor de sacerdotes y obispos, profanador y destructor de templos, robador de haciendas y de vasos sagrados, y atentador á la vida del tierno príncipe. No hay maldad que los unos no atribuyan al rey; no hay extravío que los otros no achaquen á la reina.

Juicios más encontrados y opuestos, si en lo posible cabe, hallamos acerca del prelado de Compostela Gelmírez, personaje importante de esta época. Al decir de la Historia Compostelana, el obispo Gelmírez fué un dechado de santidad y de virtud, como apóstol, como guerrero, como consejero del niño Alfonso, y como tal favorecido singularmente de Dios por una larga serie de extraordinarios favores. El autor de la España Sagrada le coloca en el número de los héroes evangélicos, y le encomia y le ensalza como varón doctísimo, como moralizador de la Iglesia, como generoso y fiel á su reina: mientras el crítico Masdeu hace de él el siguiente horrible retrato: «El arzobispo, dice, ciego por Francia, aborrece á España; se dedicó á la milicia más que á la Iglesia, fué codicioso y usurpador de lo ajeno; fué inquieto y litigioso; infiel á sus dos reyes Alfonsos y á su reina doña Urraca; traidor y vengativo; famoso por su excesiva ambición; insigne por sus sacrílegas simonías..... regalaba dinero por no obedecer al Papa; obligaba á sus penitentes á darle regalos en pena de sus culpas..... consiguió á peso de oro las dignidades de arzobispo y nuncio..... etc.» ¿Quién sería capaz de reconocer á un personaje por dos tan opuestos retratos?

Mas fácil es conocer las influencias y los fines que guiaron las plumas de escritores tan antagonistas, y lícito será sospechar que panegiristas y detractores escribieron con apasionamiento, y fueron extremados los unos en sus alabanzas, los otros en sus vituperios. Nosotros emitiremos con desapasionada imparcialidad lo que del cotejo de unos y otros autores creemos resulta más conforme á las leyes y reglas de la verdad histórica.

Poco antes de morir Alfonso VI de Castilla declaró heredera de sus reinos á su hija legítima doña Urraca, viuda de Ramón de Borgoña, conde de Galicia, que había fallecido en 1107 en Grajal de Campos, y del cual tenía dos tiernos niños, Alfonso y Sancha. Ya en vida de aquel monarca se había tratado de las segundas nupcias de la heredera de Castilla; mas aunque su padre se manifestó inclinado á que se enlazara con Alfonso de Aragón, acaso con el laudable designio de que llegaran á reunirse así las dos coronas de Aragón y de Castilla, no se realizó entonces el consorcio,

antes bien recomendó el anciano monarca á su hija que en este como en otros graves negocios en que se interesara el bien del reino siguiera los consejos de los grandes y nobles castellanos (1). Recayó, pues, el gobierno de Castilla en las débiles manos de una mujer, cuando tanta falta hacía un brazo vigoroso que le reparara de los desastres sufridos y enfrenara la osadía de los africanos vencedores en Zalaca y en Ucles. Contentó no obstante doña Urraca á leoneses y castellanos en los primeros meses de su reinado, confirmando (setiembre de 1109) los fueros de León y de Carrión, aquéllos en la forma que los había otorgado su ilustre bisabuelo Alfonso V, firmando con ella los obispos de León, Oviedo y Palencia, y el famoso conde don Pedro Ansúrez, su ayo y tutor y su principal consejero en el gobierno del reino.

Amenazaba ya en este tiempo los Estados de Castilla el rey Alfonso I de Aragón, príncipe belicoso y atrevido, que se hallaba en la flor de su edad y gozaba ya fama de gran guerrero. La nobleza castellana, temiendo

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URRACA

por una parte la audacia del aragonés, considerando por otra la necesidad de confiar la defensa del reino á un príncipe cuyo nombre y cuya espada pudiera tener á raya á los mahometanos, resolvió casar á la reina con el hijo de Sancho Ramírez, sin reparar entonces ni en las cualidades de los futuros consortes, ni en los inconvenientes del parentesco en tercer grado que los unía como descendientes ambos de Sancho el Mayor de Navarra. Condescendió la reina, aunque muy contra su gusto, con la voluntad de los grandes, así por cumplir lo que su padre le tenía recomendado, como por no exponer sus Estados á riesgo de ser poseídos por un príncipe extranjero, que como tal era considerado el aragonés entonces (2). Reunidos, pues, los condes y magnates en el castillo de Muñón en

(1) En esto convienen la Historia Compostelana, Lucas de Tuy, el Anónimo de Sahagún y los documentos y escrituras que citan Berganza, Antigüed., t. II, y Risco, Hist. de León, t. I. En consecuencia debe desecharse como falso lo que, siguiendo al arzobispo don Rodrigo, cuentan Sandoval, Mariana y otros, de haberse efectuado las bodas viviendo Alfonso VI; de hallarse la reina doña Urraca ausente de Castilla con su marido cuando falleció su padre; de haber venido entonces doña Urraca y despojado de sus Estados al conde Pedro Ansúrez, etc. La reina no se casó hasta algunos meses después del fallecimiento de su padre, y el conde Pedro Ansúrez aparece firmando con ella la confirmación de los Fueros de León y de Carrión.

(2) La repugnancia con que doña Urraca accedió á este matrimonio la manifestó ella misma bien explícitamente más adelante cuando decía al conde don Fernando: «En esta conformidad vino á suceder que habiendo muerto mi piadoso padre me ví forzada á seguir la disposición y arbitrio de los grandes, casándome con el cruento, fantástico y tirano rey de Aragón, juntándome con él para mi desgracia por medio de un matrimonio nefando y execrable.» Anón. de Sahagún.-Risco, Historia de León.

octubre de 1109, «allí casaron e ayuntaron, dice un escritor contemporá neo, á la dicha doña Urraca con el rey de Aragón (1).» Matrimonio fatal, que llevaba en sí el germen de las calamidades é infortunios que no habían de tardar en afligir y consternar el reino.

Todavía, sin embargo, al año siguiente (1110) acompañó la reina con el ejército castellano á su esposo por tierras de Nájera y Zaragoza, con el fin sin duda de ayudarle á conquistar por aquel lado algunas poblaciones de los moros, señalándose este viaje de doña Urraca por las donaciones y mercedes que iba haciendo á los pueblos, iglesias y monasterios. Pero la discordia entre los regios consortes no tardó en estallar. Unidos sin cariño; más dotado el aragonés de las rudas cualidades del soldado que de las prendas que hacen amable un esposo; no muy severa la reina en sus costumbres, ó por lo menos no muy cuidadosa de guardar recato en ciertos actos exteriores, llegó el rey no sólo á perder todo miramiento para con su esposa, sino á maltratarla, ya no de palabra, sino de obra, poniéndole las manos en el rostro y los pies en el cuerpo (2). Los prelados y el clero, que siempre habían desaprobado este matrimonio, por el pa

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ALFONSO I DE ARAGÓN

rentesco en grado prohibido que entre ellos mediaba, proponían á la reina el divorcio como el mejor medio de salir de la disgustosa situación en que se encontraba. Prestaba ella gustosamente oídos á esta especie, según unos porque además del mal trato que sufría, abrigaba escrúpulos sobre la legitimidad y validez de su matrimonio, según otros porque así la animaba la esperanza de poder unirse con el noble conde don Gómez de Candespina, que ya en vida de su padre dicen había aspirado á su mano, y con quien mantenía aún relaciones no muy desinteresadas. Tales discordias y hablillas fueron dando margen al descaro con que los partidarios del de Aragón desacreditaban á la reina y á sus parciales, llegando los burgeses de Sahagún á llamarla sin rebozo meretriz pública y engañadora, y á todos los suyos «hombres sin ley, mentirosos, engañadores y perjuros (3). >>

Alarmado don Alfonso con estas disposiciones y proyectos, y con pretexto de ocurrir á la defensa de Toledo amenazada por los africanos, puso en las principales ciudades y fortalezas de Castilla guarniciones de aragoneses, y lo que fué más significativo todavía, encerró á la reina en el fuerte de Castellar (1111).

(1) Anónimo de Sahagún.

(2) Faciem meam suis manibus sordidis multoties turbatam esse, pede suo me percusisse omni dolendum est nobilitati: Historia Compost., libro I, cap. LXIV.

(3) Anónimo de Sahagún, cap. XLVIII.

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