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asomar el día. Al divisar el primer albor que tanto suele alegrar á los hombres, los tímidos sintieron como anublarse su espíritu, y el toque de añafiles y trompetas estremeció á los más animosos. Almanzor hizo su oración del alba: ocuparon los caudillos sus puestos, y se reunieron las banderas. Moviéronse también los cristianos y salieron con sus haces bien ordenadas: el clamoreo de los musulmanes se confundió con el grito de guerra de los cristianos: las trompetas y atambores, el estruendo de las armas y el relincho de los caballos hacían retumbar los vecinos montes y parecía hundirse el cielo.

Empeñóse la lid con furor igual por ambas partes. Los cristianos con sus caballos cubiertos de hierro peleaban como hambrientos lobos (es la expresión del escritor arábigo), y sus caudillos alentaban á sus guerreros por todas partes. Almanzor revolvía acá y allá su fogoso corcel que semejaba á un sangriento leopardo: metíase con su caballería andaluza por entre los escuadrones de Castilla, é irritábale la resistencia que encontraba «y el bárbaro valor de los infieles.» Sus caudillos peleaban también con un arrojo que nosotros á nuestra vez podríamos llamar bárbaro. Con las nubes de polvo que se levantaban se oscureció el sol antes de su hora, y la noche extendió antes de tiempo su ennegrecido manto. Separáronse con esto los guerreadores sin que ninguno hubiese cejado un palmo de terreno: la tierra quedó empapada en sangre humana: la victoria no se sabía por quién.

Había Almanzor recibido muchas heridas. Retirado por la noche á su tienda, y observando cuán pocos caudillos se le presentaban, según costumbre después de un combate: «¿Cómo no vienen mis valientes? preguntó.-Señor, le respondieron, algunos se hallan muy mal heridos, los demás han muerto en el campo.» Entonces se penetró del estrago que había sufrido su ejército, y antes de romper el día ordenó la retirada y repasó el Duero marchando en orden de batalla por si le perseguían los cristianos. Sintióse en el camino Almanzor abatido y desalentado: recrudeciéronsele y se le enconaron con la agitación las heridas de tal modo, que no pudiendo sostenerse á caballo, se hizo conducir en una silla y en hombros de sus soldados por espacio de catorce leguas hasta cerca de Medina Selim. (Medinaceli). Allí le encontró su hijo Abdelmelik (á quien no sabemos cómo no llevó á la batalla), enviado por el califa para adquirir nuevas de su padre. A tiempo llegó solamente para recoger su postrer aliento, pues allí mismo y en sus brazos expiró el héroe musulmán á los tres días por andar de la luna de Ramazán, año 392 de la hégira (9 de agosto de 1002), y á la edad de 63 años (1).

Sus restos mortales fueron sepultados en Medinaceli, cubriéndolos con

(1) Muchos de nuestros historiadores, y entre ellos Mariana, anticipan con manifiesta equivocación tres años esta memorable batalla, y por consecuencia de este error hacen asistir á ella á Bermudo el Gotoso. Bien que no es posible formar idea por Mariana ni de los hechos de Almanzor ni de los sucesos de los reinos cristianos de aquel tiempo. Encontrámosle lleno de inexactitudes y de aventuras fabulosas y hasta absurdas. Sentimos tener que censurar á tan respetable escritor, pero no podemos prescindir de nuestro deber histórico.

aquel polvo que, como dijimos, se había ido depositando en una caja del que sus vestidos recogían en los combates. Cumplióse la ley del Corán que decía: «Enterrad á los mártires según les coge la muerte, con sus vestidos, sus heridas y su sangre. No los lavéis, porque sus heridas en el día del juicio despedirán el aroma del almizcle.» Su hijo Abdelmelik Almudhaffar, que tomó el mando del ejército, le hizo también los honores fúnebres, y sobre su sepulcro se inscribieron sentidos versos (1).

Así acabó el famoso Mohammed ben Abdallah ben Abi Ahmer, conocido por Almanzor, después de veinticinco años de continuados triunfos, y que hasta su muerte se había creído invencible. Lloráronle los soldados con amargura: «¡ Perdimos, exclamaban, nuestro caudillo, nuestro defensor, nuestro padre!» Con luto y aflicción universal se recibió en Córdoba la nueva de su muerte, y en mucho tiempo ni la ciudad ni el imperio se consolaron; ó por mejor decir, no pudieron consolarse nunca, porque la muerte del grande hombre había de llevar tras sí la muerte del imperio. Dice nuestro cronista el Tudense, que luego que murió Almanzor se dejó ver á las márgenes del Guadalquivir un hombre en traje de pastor, que andaba gritando, unas veces en árabe y otras en castellano: En Calatañazor Almanzor perdió el tambor. Y que cuando se acercaban á preguntarle se ponía á llorar y desaparecía á repetir las mismas palabras en otra parte. «Creemos, añade el piadoso cronista, que aquel hombre era el diablo en persona, que gritaba y se desesperaba por la gran catástrofe que habían sufrido los moros.»

(1) Conde copia la traducción que de uno de sus epitafios hizo su amigo don Leandro Fernández de Moratín y es como sigue:

«No existe ya, pero quedó en el orbe
Tanta memoria de sus altos hechos,
Que podrás, admirado, conocerle
Cual si le vieras hoy presente y vivo:
Tal fué, que nunca en sucesión eterna
Darán los siglos adalid segundo,

Que así, venciendo en guerras, el imperio
Del pueblo de Ismael acrezca y guarde.»>

CAPÍTULO XIX

CAÍDA Y DISOLUCIÓN DEL CALIFATO

De 1002 á 1031

Justos temores y alarmas de los musulmanes.-Gobierno de Abdelmelik, hijo y sucesor de Almanzor, como primer ministro del califa Hixem.-Sus campañas contra los cristianos; su muerte. Gobierno de Abderramán, segundo hijo de Almanzor.—Infundado orgullo de este hagib; su desmedida ambición; hácese nombrar sucesor del califa.-Terrible castigo de su loca presunción.- Ministerio de Mohammed el Ommiada y del eslavo Wahda.-Encierran al califa Hixem en una prisión y publican que ha muerto.-Mohammed se proclama califa.--Le destrona Suleiman con auxilio del conde Sancho de Castilla. — Gran batalla y triunfo de los castellanos en Gebal Quintos.- Recobra Mohammed el trono con ayuda de los cristianos catalanes.- Saca Wahda al califa Hixem de la prisión, y le enseña al pueblo que le creía muerto. -Entusiasmo en Córdoba: alboroto: Mohammed muere decapitado, y su cabeza es paseada por las calles de la ciudad.—A podérase Suleiman otra vez del trono, y desaparece misteriosamente para siempre el califa Hixem.- Muere Suleiman asesinado por Alí el Edrisita, que á su vez se proclama califa.-Precipítase la disolución del imperio: partidos, guerras, destronamientos, usurpaciones, crímenes.-Ultimos califas: Alí, Abderramán IV, Alkasim, Yahia, Abderramán V, Mohammed III, Yahia, segunda vez, Hixem III.—Acaba definitivamente el imperio Ommiada.

Muy fundado era en verdad el desaliento y la aflicción y la pesadumbre que produjo en toda la España muslímica la nueva de la derrota de Calatañazor. Penetraba bien el instinto público que todo aquel esplendor y grandeza, toda aquella extensión, pujanza y unidad que había adquirido el califato bajo la enérgica y sabia dirección del ministro regente, había de desplomarse y venir á tierra con la muerte de aquel hombre privilegiado, que con tanta intrepidez como fortuna, con tanta maña como arrojo, y con tanta política como vigor, había elevado el imperio musulmán á la mayor altura de poder que alcanzó jamás, y reducido al pueblo cristiano casi á tanta estrechez como en los tiempos de Muza y de Tarik. Que si los defensores de la cruz no se vieron en tan escaso territorio encerrados como en los días de Pelayo, halláronse al cabo de tres siglos de esfuerzos casi en la situación que tuvieron en tiempo del primer Alfonso, y apenas fuera de la cadena del Pirineo podían contar con una fortaleza segura y con un palmo de terreno al abrigo de las incursiones del gran batallador. Temían los musulmanes, derribada la robusta columna de su imperio, por la suerte de la dinastía Ommiada. con un califa siempre en estado de pueril imbecilidad, y sin esperanza de sucesión. Temían también no menos justamente lo que á los príncipes y guerreros cristianos, antes tan abatidos, habría de alentar aquel solemne triunfo.

Brindaba ciertamente ocasión propicia á los cristianos el resultado glorioso de la batalla, y más que todo el desconcierto y descomposición á que por consecuencia de ella vino el imperio musulmán, no sólo para haberse recobrado de sus anteriores pérdidas, sino para haber reducido á la impotencia á los sarracenos, si los nuestros hubieran continuado unidos, y en lugar de aprovecharse de las disensiones de los infieles, no se hubieran

ellos consumido también en intestinas discordias y rivalidades. Achaque antiguo de los españoles era esta falta de unión y de concierto, y causa perenne de sus desdichas y de la prolongada dominación de los pueblos invasores.

El rey Alfonso V de León, niño de ocho años, continuaba bajo la tutela de su madre doña Elvira y de los condes de Galicia Menendo González y su esposa, que educaban al rey y gobernaban el reino con recomendable prudencia. El hijo de Almanzor, Abdelmelik Almudhaffar, que había ido á Córdoba con las destrozadas huestes del ejército sarraceno, fué nombrado por la sultana Sobheya (que sobrevivió un corto tiempo á Almanzor) hagib ó primer ministro del califa Hixem, el cual proseguía en su dorado alcázar, entregado á sus juegos infantiles, contento con llevar el nombre de califa y sin tomar parte alguna en los negocios del imperio. Heredero Abdelmelik de la autoridad y de algunas de las grandes cualidades de su padre, pero no de su fortuna, quiso proseguir también su sistema de guerra con los cristianos, y asegurado por la parte de África en cuyo emirato confirmó á Moez ben Zeiri, comenzó sus incursiones periódicas por el lado de Cataluña, y alcanzó una victoria cerca de Lérida (1003). En el otoño de aquel mismo año, después de un corto descanso en Córdoba, pasó con grande ejército á tierras de León, y al decir de los historiadores árabes, venció en un encuentro á los leoneses, se apoderó otra vez de la capital y destruyó lo que había quedado en pie en la ocupación de su padre: relación que está en manifiesta discordancia con la que de esta expedición nos cuenta el arzobispo don Rodrigo, el cual dice expresamente que Abdelmelik en esta tentativa fué puesto en vergonzosa fuga por los cristianos (1).

Continuó el hijo de Almanzor sus incursiones periódicas, ni notables por su brillo ni fecundas en resultados, hasta el 1005 en que otorgó á los cristianos una tregua, que equivalió para ellos á una paz. Debieron mover á los leoneses á solicitar esta transacción algunas desavenencias ocurridas con el conde de Castilla, y apoyó y esforzó su instancia el walí de Toledo Abdallah ben Abdelaziz, uno de los más antiguos y fieles caudillos de Almanzor. Motivaba este interés del walí toledano en favor del monarca leonés lo siguiente. Entre las cautivas cristianas que Abdallah tenía en su poder se hallaba una hermosa doncella, hacia la cual concibió el walí una pasión vehemente. Supo que aquella linda joven era hermana del rey de León y pidiósela en matrimonio. Accedió Alfonso á darle su hermana como medio y condición de alcanzar la paz de Abdelmelik. Celebráronse las paces, y también las bodas muy contra lo voluntad de Teresa, que así se llamaba la princesa cristiana. Cuenta la crónica que la noche de las bodas le dijo á su mal tolerado esposo: «Guárdate de

(1) «Venció, dicen los escritores árabes de Conde, á los cristianos cerca de León, y se apoderó de la ciudad, y arrasó sus muros hasta el suelo, que ya antes su padre los había destruído hasta la mitad.» Capítulo C.-«Habiendo congregado, dice el arzobispo don Rodrigo, un grande ejército sobre León, fué vergonzosamente ahuyentado, y se retiró ignominiosamente..... á cristianis turpiter effugatus, turpiter est reversus » Hist. Arab. c. XXXII.-Estas contradicciones son frecuentes, y no es ya fácil apurar de parte de quién está la verdad.

tocarme, porque eres un príncipe pagano: y si lo hicieres, el ángel del Señor te herirá de muerte.» Rióse de ello el musulmán, y desatendió su intimación. Mas no tardó en arrepentirse de ello, porque á poco tiempo se cumplió el fatal vaticinio, y como el walí sintiese acabársele la vida, llamó á sus consejeros y sirvientes, mandó que devolviesen á su hermano la joven desposada, tan bella cautiva como infausta esposa, y que fuese conducida á León, acompañando el mensaje con ricos dones de oro y plata, joyas y vestidos preciosos. Abdallah falleció al poco tiempo: Teresa profesó de religiosa en un convento, y en este estado murió en Oviedo en el año 1039 (1).

Muerto Abdallah, y expirado que hubo también el plazo de la tregua, invadió de nuevo Abdelmelik las tierras de Castilla (1007), desmanteló á Ávila, Gormaz, Osma y otras fortalezas que los cristianos habían ido reparando, avanzó por Salamanca á Galicia y Lusitania, y regresó á Córdoba, donde sólo se detuvo á preparar la campaña de la primavera siguiente. Emprendió ésta hacia el interior de Galicia (1008), «al frente. dicen las crónicas árabes, de cuatro mil jinetes escogidos, armados de corazas resplandecientes como estrellas, cubiertos sus caballos con caparazones de seda de dobles forros: seguía la caballería andaluza y africana, gente aguerrida que se había distinguido en las más peligrosas ocasiones... Acometie· ron á los cristianos, y aunque eran los héroes de su tiempo, que todos habían entrado en muchas batallas y eran gente avezada á los horrores de las peleas, los atropellaron y rompieron sus almafallas, y se volvieron sobre ellos como dragones, y les pusieron en desordenada fuga, dejando el campo regado de sangre. Siguió Abdelmelik el alcance con su caballería, y reparados los cristianos en unos recuestos y pasos difíciles, se renovó la cruel batalla. Los infieles (continúa su crónica) pelearon como rabiosos tigres, y allí los muslimes padecieron mucho. A favor de la oscuridad que sobrevino se retiraron los cristianos á sus ásperos montes, y los musulmanes viendo la horrible pérdida que habían sufrido se volvieron á las fronteras, y de allí por Toledo á Córdoba.» Esta fué la última campaña de Abdelmelik. A poco tiempo le acometió una grave enfermedad, de que sucumbió en Córdoba en el mes de Safar de 399 (octubre de 1008) con gran sentimiento de los buenos muslimes, y no sin sospechas de que hubiese sido envenenado.

Había muerto ya la sultana madre; su hijo el califa Hixem continuaba vegetando en su alcázar entre juegos y placeres, y restaba otro hijo de Almanzor, llamado Abderramán, tan parecido á su padre en el cuerpo y la fisonomía, como desemejante en las cualidades del corazón y del entendimiento. Sin aptitud para los negocios graves ni disposición para gobernar, dado al vino y á las mujeres, acostumbrado á pasar su vida entre juegos y festines, y aficionado á los ejercicios de caballería en que lucía su bella figura, fué no obstante nombrado hagib del califa como su padre y hermano, por los eslavos y eunucos del palacio, conocidos con el nombre de Alameríes, que eran los que disponían de la voluntad del imbécil Hixem y de las primeras dignidades del imperio. Tan lleno de ambición

(1) Pelag. Ovet. Chron. n. 3.

TOMO III

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