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suyas, acudió en demanda de auxilio á su hermano don García el de Navarra. No tardó éste en presentarse con un ejército en Burgos. Reunidas las fuerzas de ambos reyes castellano y navarro, marcharon al encuentro del leonés. Halláronle con su gente en el valle de Tamarón, ribera del río Carrión, y empeñóse una sangrienta batalla, en que de un lado y otro se peleó con igual arrojo y esfuerzo. El rey don Bermudo se mostró uno de los más intrépidos y de los primeros en arrostrar los peligros: fiado en su juventud, en su valor y en la ligereza de su caballo, llamado Pelagiolus, se precipitó lanza en ristre en lo más cerrado y espeso de las filas enemigas buscando y desafiando á Fernando. Su ciega intrepidez le perdió. Fernando y García resistieron firmemente el choque de su rival; tropezóse Bermudo con las puntas de sus lanzas, y cayó mortalmente herido del caballo. Siete de sus compañeros de armas perecieron á su lado. El combate duró todavía algunos instantes, pero la noticia de la muerte de Bermudo se difundió entre los leoneses y se pronunciaron en dispersión y retirada hacia León (1037).

Así pereció el joven rey don Bermudo III (1), concluyendo en él la línea varonil de los reyes de León, pues un solo hijo que había tenido sobrevivió unos pocos días no más á su nacimiento. El monje de Silos, al dar cuenta de la muerte de aquel malogrado monarca, se muestra embargado y como agobiado de dolor. Todos los historiadores elogian las virtudes de este príncipe. Joven, sin los vicios de la juventud, se ocupó en reformar las costumbres, era el consuelo de los pobres, fué justo y benéfico, y con leyes y castigos oportunos llegó á corregir en gran parte el desenfreno y la licencia que se habían introducido y propagado en el

reino.

Después de la batalla de Tamarón, conociendo Fernando lo que le importaba la actividad para consumar su obra, prosiguió con su ejército victorioso hasta los muros de León. Cerráronle los leoneses las puertas; pero reflexionando luego sobre la dificultad de resistir al castellano, considerando por otra parte que no había más heredero del trono de León que doña Sancha su mujer, y que no les convenía atraerse la enemistad del que un día ú otro había de ser su soberano, acordaron abrirle las puertas, entró don Fernando en León con banderas desplegadas y entre las aclamaciones de su ejército y alguna parte, aunque pequeña, del pueblo. Hízose, pues, ungir y coronar rey de León en la iglesia catedral de Santa María por su obispo Servando á 22 de junio de 1037.

De este modo vinieron á reunirse las coronas de Castilla y de León, que ambas habían recaído en hembras, la primera en doña Mayor, hija del conde de Castilla y mujer de don Sancho de Navarra, y la segunda en doña Sancha, hermana del rey de León don Bermudo III y mujer de don Fernando: «Accidente y cosa (dice el P. Mariana hablando de haber recaído las dos coronas en hembras), que todos deben aborrecer asaz, pero diversas veces antes de este tiempo vista y usada en el reino de León: si dañosa, si saludable, no es de este lugar disputallo ni determinallo. A la

(1) Mon. Sil. n. 79.-Luc. Tud. ubi sup.-Sandoval, Historia del rey don Fernando el Magno.

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verdad muchas naciones del mundo fuera de España nunca la recibieron ni aprobaron de todo punto.»

De esta manera se extinguió la línea masculina de aquella ilustre estirpe de reyes de Asturias y León que se remontaba hasta Pelayo y se enlazaba con las dinastías de los antiguos monarcas godos. La reunión de las dos coronas de León y de Castilla, si bien costó sangre muy preciosa, encerraba en germen la futura unidad de las monarquías cristianas de España. Por desgracia esta obra de la perseverancia española tardará todavía en llevarse á feliz término: sufrirá todavía interrupciones sensibles y contrariedades penosas; pero los cimientos de tan apetecida unión quedaron echados.

CAPÍTULO XXI

FRACCIONAMIENTO DEL CALIFATO. GUERRAS ENTRE LOS MUSULMANES

De 1031 á 1080

Causas de la disolución del imperio Ommiada.--Reinos independientes que se formaron. -Córdoba, Toledo, Badajoz, Zaragoza, Almería, Valencia, Málaga, Granada, Sevilla, etc.-Familias y dinastías.—Alameríes, Tadjibitas, Beni-Huditas, Beni-Al Afthas, Edrisitas, Zeiritas, Abeditas, etc.—Sabio y benéfico gobierno de Gehwar en Córdoba.-República aristocrática.-Orden interior.-Armamento de vecinos honrados. -Seguridad pública. - Ambición del de Sevilla.-Sus guerras con los de Carmona, Málaga, Granada y Toledo.-El rey de Sevilla se apodera por traición de Córdoba.— Fin del reino cordobés.- Revolución en Zaragoza.-Extinguese allí la dinastía de los Tadjibi, y la reemplaza la de los Beni-IIud.-Independencia y sucesión de los reyes de Almería.-Justo y pacífico gobierno de Al-Motacim.-Prendas brillantes de este príncipe.-Reyes de Valencia. Alzase con este Estado el de Toledo.-Los Beni-Al Afthas de Badajoz.-Engrandecimiento de Al Motadhi el de Sevilla.-Su muerte. -Cualidades de su hijo y sucesor Al Motamid.-Su rivalidad con el de Almería.Necesidad de estas noticias para el conocimiento de la historia de la España cristiana.

Dos términos puede tener un imperio que se descompone y desquicia combatido por las ambiciones, destrozado por las discordias, devorado por la anarquía, y corroído y gangrenado por la desmoralización y por la relajación de todos los vínculos sociales. Este imperio, ó es absorbido por otro, que se aprovecha de su desorden, de su debilidad y flaqueza, ó se fracciona y divide en tantas porciones y Estados cuantos son los caudillos que se consideran bastante fuertes para hacerse señores independientes de un territorio y defenderle de los ataques de sus vecinos. No aconteció lo primero al imperio de los Ommiadas de España, merced á la falta de acuerdo entre los príncipes cristianos, los Alfonsos, los Sanchos, los Bermudos y los Borrells, á algunos de los cuales los mahometanos mismos habían enseñado por dos veces el camino de su capital. Malogróse aquella ocasión, y España tuvo que llorarlo por siglos enteros. Sucedió, pues, lo segundo, esto es, el fraccionamiento del imperio musulmán en multitud de pequeños reinos independientes, como pedazos arrancados de un manto imperial.

Acostumbrados los walíes de las provincias á ver sucederse rápida

mente dinastías y soberanos, fuertes por la flaqueza misma del gobierno central, halagados y solicitados por califas débiles que necesitaban de su apoyo para conservar un poder disputado, hechos á recibir por premio de un servicio prerrogativas que los hacían semi-soberanos en sus distritos respectivos, de que fué el primero á dar ejemplo el grande Almanzor con

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sus eslavos y alameríes (que no comprendemos cómo se escaparon sus funestas consecuencias al talento de aquel grande hombre). fuéronse emancipando de la autoridad suprema, de forma que á la caída del últi mo califa no tuvieron que hacer sino cambiar los nombres de alcaides y walíes en los de emires ó reyes. Eran entre éstos los más poderosos los de Toledo, Zaragoza, Sevilla, Málaga, Granada y Badajoz, y, por la parte de Oriente, los de Almería, Murcia. Valencia, Albarracín, Denia y las Ba

leares; aparte de otra multitud de pequeños soberanos, de los cuales habíalos que poseían sólo un reducido cantón, una sola ciudad ó fortaleza. Cada cual en su escala tenía su corte, sus vasallos y su ejército, levantaba y cobraba impuestos, muchos acuñaron moneda con su nombre, y alguno tomó el pomposo título de Emir Almumenín.

No es fácil determinar la época precisa en que cada uno de estos reinos comenzó á ser ó á llamarse independiente, pues si bien desde el año 1009 empezaron algunos walíes á negar con diferentes pretextos y excusas su obediencia á los califas ó á rebelarse de hecho contra ellos, ó bien reconocían después á otros que les sucediesen y fueran más de su partido, ó bien aquellas mismas excusas y pretextos demuestran que aun no se atrevían á emanciparse abiertamente del gobierno central. Otros á quienes los califas dejaban en una dependencia puramente feudal, iban arrogándose poco á poco los demás derechos y constituyéndose en scñores absolutos, relevándose del feudo siempre que la debilidad de los califas lo permitía. De modo que desde la muerte del segundo hijo de Almanzor hasta la extinción del califato en el tercer Hixem, puede decirse que fueron fermentando y desarrollándose estas pequeñas soberanías, hasta que al nombramiento de Gehwar en Córdoba en 1031 se vió que era excusado contar ya con los walíes, y que cada cual gobernaba su comarca con autoridad propia y se apellidaba rey.

Compréndese bien que entre tantos régulos ó caudillos pertenecientes á distintas familias ó dinastías, todos más ó menos ambiciosos, obrando todos con independencia, dispuestos á sostener la posesión de su territorio, con opuestos intereses, sin respeto á un poder superior que los refrenara, la condición natural é inevitable de esta situación había de ser la guerra. La España mahometana había de ser teatro de complicadas luchas, de alianzas y rompimientos infinitos de los musulmanes entre sí y con los príncipes cristianos, de variados incidentes, en que se viera á soberanos y pueblos desplegar todo género de afectos y pasiones, nobles y generosas, miserables y flacas, á que ayudaban las costumbres á la vez bárbaras y caballerescas de las diferentes razas y familias que formaban aquellos reinos. Embarazo grande para el historiador, que por largo tiempo ha de tener que ligar los descosidos retazos de cerca de cuarenta Estados, entre cristianos y musulmanes, que á este tiempo se encuentran formados en el territorio de nuestra Península. Dejamos, no obstante, á los historiadores de la dominación sarracena en España el cargo de referir los sucesos especiales de algunas de estas pequeñas soberanías que pasaron sin ejercer grande influjo, tal vez 'sin que llegara á sentirse su influencia en la condición social de los dos grandes pueblos, y nos concretaremos á hablar de las principales dinastías, y de aquellos hechos que tuvieron alguna importancia en la historia general de la Península.

Hemos nombrado ya los más poderosos emiratos que se formaron en la España musulmana á la caída del imperio Ommiada. Casi toda la parte oriental y mucha de la meridional quedaba en poder de los Alameríes y de los Tadjibitas (llamados así estos últimos de la tribu de que eran originarios), familias unidas por la sangre y por las alianzas. En Zaragoza dominaba el bravo Almondhir el Tadjibi, á quien hemos visto figurar en

las guerras de los últimos califas de Córdoba, y que por su valor y sus hazañas era apellidado con el título de Almanzor. Almondhir se había apoderado de Huesca, cuyo gobierno tenía su primo Mohammed ben Ahmed, el cual tuvo que refugiarse al lado del rey de Valencia, Abdelaziz, nieto de Almanzor. Acogió Abdelaziz con tanta benevolencia á su ilustre y desgraciado huésped, que dió en matrimonio sus dos hermanas á los dos hijos. de Mohammed. Pereció éste en el mar queriendo pasar á Oriente. Sucedió á Almondhir en el reino de Zaragoza su hijo Yahia, que reinó diez y seis años, y acabó con él la dinastía de los Beni-Hixem, apoderándose de Zaragoza Suleiman ben Hud, aquel walí de Lérida que había dado generoso asilo al postrer califa Ommiada Hixem III. Con Suleiman reemplazó en Zaragoza á la familia de los Tadjibitas la de los Beni-Hud. Era Yahia rey de Zaragoza cuando el primer rey de Aragón don Ramiro invocó el auxilio de los musulmanes aragoneses para hacer la guerra á su hermano don García de Navarra (1).

En Almería sucedió á Hairan el Alamerí, muerto en 1028, su hermano Zohair, el cual guerreó con Badis el de Baeza, y murió en batalla en Alpuente en 1038 después de un reinado de diez años. Abdelaziz el de Valencia intentó apoderarse de Almería después de la muerte de Zohair, pero Mogueiz el de Denia atacó entretanto á Valencia, y queriendo Abdelaziz hacer la paz con él, salió de Almería dejando el gobierno de la ciudad á su hermano Abul Ahwaz Man, que después se declaró independiente, y le reconocieron entre otras ciudades, Lorca, Baeza y Jaén.

Murcia pertenecía á los Estados del dominio de Zohair, pero después de la muerte de este príncipe pasó con su territorio á Abdelaziz el de Valencia (2). En Castellón, Tortosa y fronteras de Cataluña, dominaban también los Tadjibitas y Alameries. Otro tanto acontecía en Mérida y casi todo el Portugal. Mandaba allí Abdallah ben Al Afthas y los Afthasidas eran también adictos á los Alameríes á quienes debían su reino. Alamerí era igualmente Sapor ó Sabur que se había alzado con el gobierno independiente de Badajoz, hasta que se apoderó de esta ciudad y reino el mismo Abdallah ben Al Afthas. Y en Toledo dominaba Ismail Dilnum, cuya familia dió á este reino cuatro emires ó reyes.

Por el contrario, en Málaga y Algeciras reinaban los Edrisitas, ó sea la familia de los Ben Alí y Ben Hamud de aquellos emires de África que obtuvieron en los últimos tiempos el califato de Córdoba, y cuyo señorío se extendía por las vertientes meridionales de las Alpujarras, teniendo su principal fuerza y apoyo en África. El país de Granada y Elvira era regido por un sobrino de Zawi el Zeiri, aquel que tanto había favorecido á los

(1) Aquí nos separamos en muchos puntos de la narración de Conde, y tomamos del señor Dozy aquellas noticias en que nos parece rectifica con más justicia y fundamentos á Conde, al arzobispo don Rodrigo y á los que han seguido á estos autores. En la pág. 53 y siguientes del t. I de sus Investigaciones sobre la historia de la edad media de España pueden verse los errores que nota en Conde acerca de esta dinastía de los Tadjibitas.

(2) Es muy oscura la historia de Murcia en esta época. Gayangos confiesa que es casi imposible decidir en esta materia, no pudiendo consultarse los manuscritos de que se valieron Conde y Casiri. Dozy se propone aclararla.

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