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les personajes de ambos reinos, y aprovechando esta ocasión el piadoso rey don Fernando, y sintiéndose ya en edad avanzada, reunió una asamblea más política que religiosa, á fin de repartir el reino entre sus hijos, para que á su muerte pudiesen vivir con tranquilidad y en buena armonía. En esta distribución, en que tal vez se propuso imitar á su padre, no considerando bien los males y escisiones que aquélla había ocasionado entre los hermanos, adjudicó á Alfonso, que aunque no era el mayor era á quien amaba con preferencia, todo el reino de León con los Campos Góticos ó Tierra de Campos; á Sancho, que era el primogénito, le dió el reino de Castilla; hizo rey de Galicia á García, el más joven de todos; á Urraca, su hija mayor, le confirió en dominio absoluto la ciudad de Zamora, y á Elvira la de Toro, ambas sobre el Duero, con todos los monasterios de su reino para que pudiesen vivir en el celibato hasta concluir sus días (1).

Decoró el piadoso monarca con lujo y esplendidez la iglesia ya dicha de San Isidoro, pasábase en ella muchas horas en oración, y solía mezclar su voz con la de los sacerdotes que cantaban las alabanzas divinas. Cuando iba al monasterio de Sahagún asistía con los monjes al coro, y más de una vez tomó humildemente asiento con ellos á la hora de la refección, participando como si fuese otro monje de la vianda preparada para la comunidad (2). Su mano liberal estaba siempre abierta para socorrer á sacerdotes y clérigos, á las vírgenes consagradas á Dios, y en general á todos los pobres cristianos menesterosos.

Réstanos hablar de la última campaña contra los infieles con que este gran monarca terminó su glorioso reinado. Era, por el cotejo de las historias árabes y españolas, el año 1064, cuando penetró Fernando con su ejército en la antigua provincia Celtibérica, infundiendo nuevamente el terror en los sarracenos, talando campiñas, saqueando lugares, incendiando y destruyendo cuanto encontraba fuera de las ciudades amuralladas, llegando en su excursión delante de la ciudad de Valencia. Gobernaba este reino el débil Abdelmelik Almudhaffar, hijo de Abdelaziz, ó por mejor decir, le gobernaba en su nombre su pariente Al Mamún el de Toledo. Sitiáronla los castellanos y leoneses. Un día fingieron éstos levantar el sitio como quienes se retiraban convencidos de su impotencia para conquistar la ciudad. Cayeron los valencianos en el lazo, y haciendo una salida, vestidos con sus trajes de gala como si fuesen á divertirse con el ejército cristiano, dieron en la emboscada que Fernando astutamente les había preparado cerca de Paterna, y acometidos de improviso por los cristianos, gran número de ellos fueron acuchillados, siendo bastante afortunado su rey Abdelmelik para salvarse por la fuga (3). Volvió Fernan

(1) Mon. Sil. Chron. n. 103.-Pelag. Ovet. Chron.

(2) Cuenta el Silense que en uno de estos días, habiendo bendecido el abad en las ánforas el vino que se había de servir á la mesa, según costumbre, hizo presentar al rey una copa de aquel vino. El rey la dejó caer por descuido, y como era de cristal se rompió en mil piezas. Entonces llamó á uno de sus pajes, y le mandó llevar la copa de oro en que él bebía ordinariamente, y poniéndola sobre la mesa la regaló á los padres en reemplazo de la que había roto.

(3) De esta sorpresa de Paterna, de que no hablan nuestras crónicas, nos ha dado noticia el árabe Ibn-Bassan, escritor contemporáneo, MS. de Gotha, citado por Dozy.—

do después de este triunfo á estrechar el cerco de Valencia, y estaba á punto ya de tomarla, cuando hizo la mala suerte que le acometiera una enfermedad que le obligó á retirarse otra vez á León, donde no mucho antes había hecho que fuese trasladado el cuerpo del mártir San Vicente, hermano de las santas Sabina y Cristeta, que se hallaban en Ávila.

Llegó, pues, Fernando á León un sábado 24 de diciembre de 1065. A pesar de su quebrantadísima salud su primera visita fué al templo de San Isidoro, donde arrodillado ante los sepulcros de los santos mártires hizo fervorosa oración á Dios por su alma. De allí pasó al palacio á reposar algunas horas. A la media noche se hizo conducir otra vez á la iglesia, donde asistió á la misa solemne de la Natividad del Señor, y después de haber comulgado hubo que llevarle en brazos á su lecho. A la mañana siguiente, al apuntar el día, presintiendo cercano su fin, convocó á los obispos, abades y religiosos de la corte para que fortificasen su espíritu en aquel trance supremo, y todavía otra vez se hizo trasportar al templo en compañía de aquellos venerables varones, revestido de todas las insignias reales. Allí, arrodillado ante el altar de San Juan, alzando los ojos al cielo, pronunció con voz clara y serena estas memorables palabras: «Vuestro es el poder, Señor, vuestro es el reino, vos sois sobre todos los reyes, y todos los imperios del cielo y de la tierra están sujetos á vos. Yo os devuelvo, pues, el que de vos he recibido, y que he conservado todo el tiempo que ha sido vuestra divina voluntad. Ruégoos, Señor, os dignéis sacar mi alma de los abismos de este mundo y recibirla en vuestro seno.» Y dicho esto, se desnudó del manto real, se despojó de la corona de piedras preciosas que ceñía su frente, y recibiendo el óleo santo de mano de los obispos, trocó el manto por el cilicio y la diadema por la ceniza, y prosternado y con lágrimas imploró la misericordia del Señor, á quien entregó su alma á la hora sexta del tercer día de Pascua, fiesta de San Juan Evangelista. Tal fué y tan ejemplar y envidiable la muerte del primer rey de Castilla y de León, á los 28 años y medio de haber ceñido la segunda corona, cerca de 31 de haber llevado la primera. Fué enterrado en el panteón de la iglesia de San Isidoro que él había hecho construir (1).

Bajo el cetro vigoroso de Fernando I adquirieron gran preponderancia

A la nueva de este desastre fué cuando acudió Al Mamún el de Toledo á Cuenca á proteger á su pariente Abdelmelik, y considerándole poco hábil para defender la ciudad contra tan poderoso enemigo como Fernando, le depuso y encerró en la fortaleza de Cuenca, alzándose con su reino luego que levantó el sitio Fernando, según en el anterior capítulo expusimos. Así, pues, según Ibn-Bassan, el escritor más inmediato á los sucesos que se conoce, Al Mamún no fué á Valencia como aliado de Fernando, que es lo que se había creído hasta ahora, sino como protector de Abdelmelik, aunque la ambición le convirtió pronto de auxiliar en usurpador de su reino.--Al-Makari habla también de la batalla de Paterna, que indica igualmente Ebn Hayan.

(1) Mon. Sil. Chron. n. 106. Yepes, Coron. de la orden de San Benito.-Sandoval, Cinco reyes.-Flórez, Esp. Sagr., y muchos otros.-La reina doña Sancha, señora no menos piadosa, prudente y amable que su marido, le sobrevivió sólo dos años, y fué enterrada también en la misma iglesia de San Isidoro al lado de su esclarecido esposo, como se ve por los epitafios grabados en sus tumbas.-Anales Complut., Compostel. y Toledanos.

los reinos cristianos de Castilla y de León, y su reinado preparó la gloria de los siguientes. Con justicia, pues, es llamado Fernando el Magno el que fué uno de los príncipes más gloriosos que cuenta la España (1).

CAPÍTULO XXIII

LOS HIJOS DE FERNANDO EL MAGNO. SANCHO, ALFONSO Y GARCÍA

De 1065 á 1085

Juicio de la distribución de reinos que hizo Fernando I de Castilla en sus tres hijos.— Guerra de Sancho de Castilla con sus primos Sancho de Aragón y Sancho de Navarra y su resultado.—Despoja Sancho de Castilla á sus dos hermanos Alfonso Ꭹ García de los reinos de León y Galicia.— Aventuras de Alfonso VI de León.-Su prisión: toma el hábito religioso en Sahagún: se refugia á Toledo, y vive en amistad con el rey musulmán.-Quita Sancho la ciudad de Toro á su hermana Elvira.-Sitia en Zamora á su hermana Urraca.-Muere Sancho en el cerco de Zamora.-Traición de Bellido Dolfos.-El Cid.-Es proclamado Alfonso rey de Castilla, de León y de Galicia.-Juramento que le tomó el Cid en Burgos.-Alianza de Alfonso VI con Al Mamún el de Toledo.-Toman juntos á Córdoba y Sevilla. -Piérdense otra vez estas dos ciudades.-Muerte de Al Mamún. -- Resuelve Alfonso la conquista de Toledo.— Alianza con el de Sevilla.-Ofrece éste su hija Zaida al monarca leonés y la acepta. -Rindese Toledo al rey de Castilla.—Capitulación.-Entrada de Alfonso en Toledo. -Concilio.-Primer arzobispo de Toledo.-Conviértese la mezquita mayor en basílica cristiana.-Cambio en la situación de los dos pueblos cristiano y musulmán.

El ejemplo vivo y reciente de lo funesta que había sido la partición de reinos hecha por Sancho el Mayor de Navarra, ejemplo cuyas consecuencias fatales había experimentado en sí mismo su hijo Fernando, no sirvió á éste de escarmiento, é incurrió, como hemos visto, en el propio error de su padre, rompiendo la unidad apenas establecida, y subdividiendo las dos coronas de Castilla y de León, unidas momentáneamente en sus sienes, entre sus tres hijos Sancho, Alfonso y García, en los términos que en el

(1) Hemos omitido el inverosímil é infundado suceso que cuenta la Crónica general y adoptó de lleno Mariana (1. IX, c. v), de la reclamación que en tiempo de este rey hicieron el papa y el emperador de Alemania para que Castilla se reconociera feudataria de aquel imperio, de las cortes que para deliberar sobre este extraño negocio, dice, reunió el rey Fernando, del razonamiento que en ellas hizo el Cid, de la resolución que á consecuencia de su discurso se tomó, del ejército de diez mil hombres que al mando de Rodrigo de Vivar pasó á Francia, de la embajada que aquél recibió en Tolosa, del asiento que allí se hizo para libertar á España del pretendido feudo, etc., por estar ya reconocido y probado de fabuloso todo este conjunto de bellas invenciones por los mejores críticos. Ferreras dijo ya: «Esta pretensión no es más que un cuento, porque yo no he hallado, ni en los escritores germánicos, ni en otros de aquella edad rastro de tal intento, etc.» Los ilustradores de la edición de Valencia, dijeron también hablando de lo mismo: «Pero nuestros historiadores más atinados han desechado como fingida toda esta narración. Y el doctor Sabau y Blanco dice con su acostumbrado desenfado sobre este capítulo de Mariana: «Todo este cuento es tomado de la Crónica general de España, que no tiene fundamento en ningún autor que merezca fe. Ninguno de los escritores de este tiempo hace mención de semejante suceso; y así debe despreciarse toda esta narración de Mariana como fabulosa. >>

anterior capítulo dejamos expresados. Creyó sin duda Fernando, y tal debió ser su propósito y buen deseo como acontecería á su padre, dejar de aquella manera más contentos á sus hijos, prevenir los efectos de la envidia y de la ambición entre ellos, y acaso se persuadió también de que distribuído el reino en pequeños Estados, cada soberano podría regir con más facilidad el suyo y sostenerle con más energía contra los sarracenos ó dilatar cada cual con más fuerza de acción sus respectivas fronteras. Si tal pensamiento tuvo, pudo más en él el buen deseo que la lección práctica de la experiencia, y mostróse poco conocedor del corazón humano. Faltaba por otra parte todavía el conocimiento y fijación de la sabia ley de la primogenitura para la sucesión al trono. Lo cierto es que la partición de reinos de Fernando encerraba, como vamos á ver, el germen de guerras tan mortíferas entre sus hijos como las que antes había ocasionado la distribución de su padre Sancho de Navarra.

Bien lo previeron algunos nobles leoneses, y entre ellos principalmente el prudente y experimentado Arias Gonzalo, los cuales habían intentado persuadir al rey que revocase aquella división. No escuchó el monarca el consejo, y en conformidad á su determinación el mismo día de su muerte fueron proclamados Sancho rey de Castilla, Alfonso de León, y García de Galicia y Portugal. Aunque descontento y quejoso Sancho, ya porque viese más favorecido en la partija á su hermano Alfonso, ya porque como primogénito se creyera con derecho á toda la herencia de su padre, no hubo todavía rompimiento entre los hermanos, ni se turbó su aparente concordia en algún tiempo, acaso porque supo mantenerlos en respeto su madre doña Sancha, señora de gran juicio y prudencia: por lo menos estuvo reprimida su envidia y no se manifestó en abierta hostilidad hasta que murió la reina madre en 1067.

Mas no estuvo entretanto ocioso el genio turbulento y activo de Sancho. Llamóle su ambición hacia otra parte, y esto contribuyó también á que dejara algún tiempo en paz á sus hermanos. Reinaban en aquel tiempo en Aragón y Navarra otros dos Sanchos, primo-hermanos del de Castilla; el de Aragón hijo de su tío don Ramiro, y el de Navarra hijo de su tío don García (1); reinando de este modo simultáneamente tres Sanchos en Aragón, Navarra y Castilla; coincidencia que ha podido dar lugar á confusión y equivocaciones históricas, y sobre lo cual repetimos lo que acerca de la identidad de nombres dijimos en la primera parte de nuestra obra. En tanto que el de Castilla encontraba ocasión para arrancar á sus hermanos la herencia de su padre, ensayóse en otra empresa, que fué la de querer privar á su primo el de Navarra de la parte que Fernando mismo le había reconocido. Pero el navarro y el aragonés, conocedores sin duda del genio codicioso del de Castilla, habíanse confederado ya para impedir todo atentado que contra sus dominios intentase, y cuando aquél pasó el Ebro encontráronle los dos aliados en la llanura en que se fundó

(1) A su tiempo rectificaremos á Mariana, Romey y otros historiadores, que dificren la muerte de Ramiro I de Aragón hasta el año 1067, y le hacen reinar al mismo tiempo que Sancho de Castilla, habiendo muerto aquél en 1063. Notaremos también entonces la grave equivocación en que incurrió el juicioso y docto Zurita en este punto.

más adelante la ciudad de Viana, llamada, dice un moderno historiador navarro (1), el Campo de la verdad, «porque de muy antiguo estaba destinado para los combates de los nobles en desafío, que creían encontrar la verdad y la razón en la fuerza ó en la destreza de las armas. » Dióse allí una batalla entre los tres Sanchos, en la cual el de Castilla quedó vencido, teniendo que escapar precipitadamente en un caballo desenjaezado, como en los campos de Tafalla había acontecido treinta años antes á Ramiro de Aragón. Fuéle preciso al castellano repasar el Ebro, y regresar á sus Estados, lo cual proporcionó al de Navarra el poder recuperar las plazas de la Rioja, perdidas por su padre y ganadas por Fernando á consecuencia de la victoria de éste en Atapuerca (2).

No pudo el rey de Castilla tomar satisfacción y venganza de sus dos primos como hubiera deseado, porque la muerte de su madre (1067) vino á allanarle el único obstáculo que parecía haber estado comprimiendo los ímpetus de su ambición y estorbádole atentar abiertamente contra la herencia que sus dos hermanos habían recibido de su padre común. Vió, pues, llegado el caso de aspirar á lo que más codiciaba, y rota toda consideración y miramiento, acometió primeramente á Alfonso que era el que más cerca tenía, y sin dar tiempo á que el leonés recibiese los auxilios que había solicitado de sus primos los de Aragón y Navarra para contener al turbulento castellano (3), dióle un combate que el de León se vió en necesidad de aceptar en Plantaca ó Plantada (después Llantada), á orillas del Pisuerga, en que pelearon los dos hermanos como dos encarnizados enemigos (1068). La victoria quedó por los castellanos, y Alfonso, ven- cido, tuvo que retirarse á León (4).

Fuese que Alfonso (el VI de su nombre) contentara por entonces á Sancho cediéndole alguna parte de las fronteras de su reino ó condescendiendo con alguna de sus exigencias, ó que Sancho, debilitado en los campos de Viana, no se considerara en aquella sazón bastante fuerte para internarse en los dominios leoneses teniendo enemigos á la espalda, no se vuelve á hablar de nueva lucha entre los dos hermanos hasta tres años más adelante (1071), que reaparecen combatiendo otra vez en Golpejar á las márgenes del Carrión, aun más sangrientamente que en Llantada. Hay quien dice haber concertado antes y convenídose en que aquel que venciese quedaría con el señorío de ambos reinos. La fortuna favoreció esta vez á los leoneses, y los castellanos volvieron la espalda dejando abandonadas sus tiendas. Condújose Alfonso con laudable aunque perniciosa generosidad, prohibiendo á sus soldados la persecución de los enemigos, á fin de que no se vertiese más sangre cristiana, y porque, si fué cierta la estipulación que se supone, se creeria ya señor de Castilla. Perdióle aquella misma generosidad. Porque uno de los guerreros castellanos reanimó al monarca vencido diciéndole: «Aun es tiempo, señor, de recobrar lo perdido, porqué los leoneses reposan confiados en nuestras tiendas; caiga

(1) Yanguas, Hist. Compend. de Navarra, pág. 69.

(2) Moret, Annal. de Nav., lib. XIV.

(3) «Y perseguir (añade el culto Mariana) aquella bestia fiera y salvaje.» (1) Annal. Complut., p. 313.

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