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mos sobre ellos al despuntar el alba, y nuestro triunfo es seguro » El caballero que así hablaba era Rodrigo Díaz, conocido y célebre después bajo el nombre de el Cid Campeador, que ya entonces tenía entre los suyos fama de gran capitán, aunque es la primera vez que le hallamos mencionado como tal en las antiguas historias (1).

Aceptó Sancho el consejo de Rodrigo, y sin tener en cuenta, si no un compromiso pactado, por lo menos la noble conducta que con él había usado Alfonso, cayó con su ejército al rayar la aurora sobre los descuidados y dormidos leoneses, de los cuales muchos sin despertar fueron degollados, los demás huyeron despavoridos, y Alfonso buscó un asilo en la iglesia de Santa María de Carrión, de cuyo sagrado recinto fué arrancado y conducido desde allí al castillo de Burgos (julio de 1071). Pasó Sancho con su ejército victorioso á la capital del reino leonés, de la cual se posesionó ya fácilmente. Amaba con predilección doña Urraca á su hermano don Alfonso, y á instigación y por consejo suyo rogó el conde Pedro Ansurez á don Sancho sacase de la prisión á su hermano, á lo cual accedió el de Castilla, á condición y bajo la promesa de que Alfonso tomaría el hábito monacal en el monasterio de Sahagún. Resignóse el destronado monarca á cubrir con la cogulla aquella cabeza que acababa de llevar una corona, él y sus favorecedores con la esperanza de que el tiempo trocaría las cosas y el variable viento de la fortuna daría otro rumbo á su suerte. Así sucedió. Por arte y maña de los mismos que habían negociado su entrada en el claustro no tardó Alfonso en salir de él á favor de un disfraz, y tomando el camino de Toledo acogióse al amparo del rey Al Mamun, que no sólo le recibió con benevolencia, sino que le trató como á un hijo, según la expresión del arzobispo cronista. Dióle el rey musulmán morada cerca de su mismo palacio, proporcionábale todo lo que podía hacerle amena y agradable la vida, y hasta le señaló una casa de recreo fuera de muros donde pudiese vivir apartado del tumulto de la ciudad, y entretenido con sus cristianos.

Acompañábanle allí tres nobles hermanos, Pedro. Gonzalo y Fernando Ansurez, servidores fieles suyos y de su hermana Urraca, que con tierna solicitud le había procurado esta buena compañía. Con estos y otros cris tianos no menos leales vivía Alfonso en su deliciosa alquería, en la más estrecha amistad con el monarca sarraceno. Un día, habiendo salido Alfonso á caza por aquellos bosques, llegó hasta un sitio llamado Brivea, hoy Brihuega, fortaleza entonces de poca importancia, pero cuya situación agradó mucho al desterrado castellano. Pidiósela á Al Mamun, y éste se la concedió sin dificultad. Allí estableció Alfonso una especie de colonia de cristianos sometidos á su autoridad. Así pasó el destronado rey de León cerca de un año, ya auxiliando con sus cristianos al rey de Toledo en sus guerras con otros musulmanes, ya entreteniendo los períodos de paz en ejercicios de montería, á que se prestaba grandemente aquel sitio.

Cuenta el arzobispo don Rodrigo, que habiendo bajado un día Al Mamun al jardín del castillo de Brihuega á solazarse un rato, y habiéndose puesto á conferenciar con los árabes de su corte sentados en círculo, so

(1) Lucas de Tuy, págs. 97 y 90.-El arzobispo don Rodrigo, libro VI, cap. xvi.

bre el medio cómo se podría tomar una plaza tan fuerte como la de Toledo, Alfonso se había recostado al pie de un árbol y aparecía profundamente dormido: creyéndolo así los árabes, continuaron departiendo entre sí en alta voz y con toda confianza. Preguntóles Al Mamún si creían posible que una ciudad como aquella pudiera nunca ser conquistada por los cristianos. «Sólo habría un medio, contestó uno de los interlocutores, que sería talar por espacio de siete años sus campiñas, de suerte que llegaran á faltar absolutamente los víveres.» No fué perdida la respuesta, dice el historiador cristiano, para Alfonso que no dormía, y guardada la tuvo en su memoria; como queriendo atribuir á esta revelación la conquista que años adelante hizo de Toledo este mismo Alfonso. Nosotros, concediendo el hecho, creemos que Alfonso no necesitaba de estas revelaciones, teniendo como tuvo tiempo sobrado para conocer la ciudad y calcular todos los medios que pudieran facilitarle su grande empresa, si por acaso pensó en ella entonces (1).

Mientras esto pasaba en Toledo, Sancho, ufano con la victoria, y no satisfecho con el reino de León, había continuado su marcha á Galicia, resuelto á deponer también de aquel reino á García, su hermano menor. García tenía exasperados los pueblos con inmoderados tributos, y disgustados á los principales gallegos con el ascendiente que dispensaba á uno de sus sirvientes ó domésticos llamado Vernula, á cuyas delaciones daba siempre oídos con una credulidad ciega. Muchas veces los nobles que habían sido el blanco de sus calumnias habían rogado al príncipe que alejase de sí tan indigno favorito. El rey se había empeñado en sostenerle, y haciéndose ya insoportables á los grandes las vejaciones que les causaba, asesinaron un día al delator á la presencia y casi en los brazos del rey. La cólera de García no reconoció límites ni freno desde entonces, y degeneró en una especie de demencia ó de manía de persecución contra todos sus súbditos de cualquiera edad ó sexo que fuesen. Así cuando se presentó Sancho en Galicia, fuéle fácil la sumisión de los gallegos, harto indignados ya contra la loca dominación de su hermano. Solos trescientos soldados seguían á García, con los cuales, conociendo la imposibilidad de resistir á la hueste castellana, acudió en demanda de auxilio á los sarracenos de Portugal, ofreciéndoles que si le ayudaban á hacer la guerra les daría en vasallaje no sólo su reino, sino también el de su hermano. Contestáronle los musulmanes con palabras de alto desprecio. «¿Con que no has podido, le dijeron, defender tu Estado siendo rey, y ahora que le has perdido nos ofreces dos reinos?» Tuvo no obstante, el desairado y desatentado García la temeridad de seguir recorriendo el país con su pequeña cohorte, hasta que llegando á la campiña de Santarén (2), encontróse con

(1) La estancia de Alfonso en Toledo se ha exornado con anécdotas y cuentos inverosímiles, como aquello de haberle echado plomo derretido en una mano para probar si estaba realmente dormido, de que diz le quedó el sobrenombre de el de la mano horadada; lo de habérsele encrespado el cabello en términos de no podérsele allanar, y otras puerilidades absurdas que el buen sentido nos dispensa de refutar seriamente.

(2) Las palabras del arzobispo don Rodrigo nos descubren la etimología de Santarén. In loco qui Santa-Hirenea dicitur.

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MURALLAS Y PORTILLO DE LA CASA DE DOÑA URRACA (COPIA DIRECTA DE UNA FOTOGRAFÍA)

su hermano Sancho, donde vinieron á las manos. Acuchillada y deshecha la gente de García y él prisionero, quedó Sancho dueño y señor de todo el reino de Galicia (1071). Fué el prisionero destinado al castillo de Luna, de donde luego le soltó Sancho sobre homenaje que le hizo de ser siempre vasallo suyo, y refugióse á Sevilla (1).

Parece que debería haber quedado satisfecha la ambición de Sancho con verse señor de los tres reinos de Castilla, León y Galicia. Mas como su codicia fuese insaciable, tan pronto como regresó á León, volvió sus ojos hacia los pequeños dominios independientes de sus dos hermanas Urraca y Elvira; y so pretexto de que se interesaban demasiado en favor de Alfonso, llevó contra ellas un ejército considerable. Elvira no le opuso resistencia en Toro. Pero Urraca, contando con el pueblo de Zamora y con la lealtad de algunos nobles caballeros, entre ellos el prudente y valeroso Arias Gonzalo, á quien encomendó la defensa de la ciudad, se dispuso á soportar con ánimo varonil todos los azares y rigores del sitio. Estrechóle Sancho cuanto pudo; los ataques y los asaltos se renovaban cada día con más ímpetu y coraje, mas todos se estrellaban en el valor y decisión de los valientes zamoranos, acaudillados por el brioso y entendido Arias Gonzalo. Ya los sitiados iban sintiendo algunos efectos de tan prolongado sitio, cuando salió de la ciudad un hombre llamado Bellido Dolfos, que dirigiéndose á don Sancho y fingiendo acaso quererle informar del estado de la plaza, logró que el rey, dando entera fe á sus palabras, saliese solo con él á reconocer el muro, con cuya ocasión, cogiendo á Sancho desprevenido, le atravesó á traición con su lanza, y corrió á refugiarse á la ciudad. Rodrigo Díaz, el Cid, que hacía parte del ejército de Sancho, sabedor de la acción de Bellido, lanzóse como un rayo en persecución del traidor, á quien se abrió una de las puertas á punto que faltaba ya poco para alcanzarle la lanza de aquel insigne guerrero: lo que hizo sospechar á los castellanos que Bellido contaba en la ciudad con participantes y favorecedores de la traición (2).

Con la muerte de Sancho difundióse en el campo la consternación. Los leoneses y gallegos, como que servían de mala voluntad en sus banderas, abandonáronlas incontinenti y se desbandaron. Los castellanos, como más obligados, permanecieron firmes en su puesto; y colocando después en un féretro el cadáver del rey, le trasportaron con lúgubre aparato al monasterio de Oña, donde le dieron sepultura y le hicieron las correspondientes exequias. Algunos añaden que los de Zamora salieron de la ciudad en persecución de los fugitivos, y que los castellanos, correspondiendo á su fidelidad proverbial, se fueron defendiendo vigorosamen

(1) Fragmento de una crónica manuscrita del Escorial que cita Berganza.-Chron. Compost. é Iriense, publicados por Flórez, Esp. Sagr., ts. XX Ꭹ XXIII.

(2) Luc. Tud. Chron., p. 98 y sig.-Chron. Lusit., p. 405.—Id. Burg., pág. 309.— Annal. Compost., pág. 319.-Id. Tolet. era MCX.—La embajada del Cid con quince caballeros á la infanta doňa Urraca, y el desafío de Diego Ordóñez de Lara con los tres hijos de Arias Gonzalo, con que Mariana y otros autores han amenizado el célebre cerco de Zamora, no tienen fundamento en ninguna crónica antigua, y deben ser contados en el número de los romances.

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