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CAPITULO IX.

RECONOCIMIENTO DEL SUD DE LA ISLA DE CUBA.

Del 14 de Marzo de 1494 al 24 de Febrero de 1495.

Proyecta el Almirante su viaje á Cibao, que difiere por las enfermedades de algunos y sublevacion de otros.-Sale esta expedicion y se construye el fuerte Santo Tomás.-Regresa á la Isabela el Almirante y comunica órdenes á Mosen Pedro Margarit para recorrer la tierra. -Se ausenta el Almirante de la Española para reconocer á Cuba.— Descubre la isla de Jamaica y vuelve sobre la costa del Sud de Cuba hasta isla de Pinos.-Contesta por públicas diligencias con las personas de la armada que Cuba era la tierra firme.-Regresa á Cabo Cruz, recorre á Jamaica y se dirige á la Española.-Reconoce la isla Beata y la boca del Neyba, y sufre un huracan en la isleta de la Saona.-Navega hasta la isla Mona, y acometido de una grave enfermedad, regresa la expedicion á la Isabela.- Se ausentan de la Española el Padre Boyly Mosen Pedro Margarit.—Insurreccion de los indios de la Vega y de la Maguana.-Castigo en el Macoris.— Envia á los indios prisioneros para España con Antonio Torres y recibe nuevas de la Corte.

Re

Sano ya, y desembarazado el Almirante de la flota enviada á España, enderezó toda su atencion al proyecto que le ocupaba de muy atrás, cual era el reconocimiento del renombrado Cibao. solvió tomar el rumbo que llevó Ojeda, que, aunque mas difícil por los inconvenientes que presentaban el pasaje de los rios y aspereza de las montañas, era mas preferido por los resultados que auguraba. Nombró á su hermano D. Diego para que gobernase en su ausencia, y designó de consejeros al Padre Boyl y otros caballeros, y siu pérdida de momento salió de la Isabela en busca de Cibao el catorce de Marzo, llevando cuatrocientos hombres, con los de á caballo y gran número de indios.

A las cuatro leguas llegó á las alturas de las montañas de Monte-Cristi, donde fué preciso que se emplearan personalmente, para allanarla, muchos hidalgos, cuyo suceso dió nombre al puerto de los Hidalgos. Vencida la cumbre, apareció una vega exten

sa y muy prolongada que corria á uno y otro lado, sin término visible. Esta vega que denominó el Almirante Vega Real, es y se entiende todo el llano que existe en la isla entre la cordillera de Monte-Cristi y el grupo de Cibao. de Cibao. Principia en el fondo de la bahía de Samaná y termina en las llanuras del Guarico ó cabo Haytí, y por consiguiente tiene de largo mas de ochenta leguas y su anchura varía de cinco, diez, doce y quince leguas. La hermosura y frondosidad de sus bosques y la fertilidad y abundancia de sus aguas, son extremadas y fuera de todo encarecimiento. Sorprendido el Almirante al divisarla de lo alto de la montaña, creyó ver el paraíso terrenal, segun así lo expresó, y no deja duda que, semejante concepto nacia de la impresion que le habia causado la vista de tan frondosos como dilatados bosques, y la abundancia de tantos otros rios, si se atiende á la poética pintura que él y sus compañeros hicieron mas tarde de aquel sitio: era un jardin lleno de canales, dispuesto por una mano sabia para fecundarlo y hermosearlo, y entre él mil cuadros de variadas formas: aquí un bosque, allí una pradera, mas allá una huerta de verduras y frutales: luego una floresta, un sembrado, y á veces algunas selvas de aspectos fantásticos; vivificado y coloreado todo con el movimiento y dulcísimo canto de las aves, y con las apacibles ó fuertes sombras que le prestaba el brillante sol de los trópicos.

ΕΙ

Muchos autores suponen la existencia de mas de mil rios en la Vega, pero es disparatado este concepto. Verdad es que está prodigiosamente regada, y tambien la tortuosidad del curso de muchos de ellos puede haber dado causa al error; y por lo mismo, para salvarlo en lo posible, haré mencion de los mas conocidos. rio Yaque, del oro, de las cañas ó de Santiago, como lo denominó el Almirante en diferentes ocasiones, y el Yuna, recorren toda la longitud de la Vega, y son las madres adonde desembocan los inferiores. El Yaque tiene su origen en el nucleo del Cibao, á ocho ó diez leguas de la ciudad de Santiago de los Caballeros. En él desaguan el Bao y Jánico, que nacen de las cordilleras, y ya con este caudal y los del escaso rio Verde, Guaco, Licey y Nibajo, que luego le entran, llega á Santiago por entre peñas y altas montañas, en una profundidad de mas de sesenta á cien varas del nivel de la ciudad, recorriéndola del Sud al Oeste, por grandes cascajales de piedras coloreadas y sonoras, y por entre cañas y varios árboles acuáticos, como el memiso, la gina, la guama y otros frutales, agradables al paladar, se desliza por el despoblado del Norte en direccion de Monte-Cristi.

En la prosecusion de su curso dilatado hasta el mar recibe los arroyos Gurabito, Jacagua, y los rios Haminá, Mao, Gurabo, Cana, Piloto, Jaibon, Guayubin, Maguaca, Talanquera, Chaquey, Macabon, Tácuba y otros mas pequeños y menos abundantes en volumen de agua. El Yuna, en sentido contrario, sigue al Este franco, á desembocar en el fondo de la bahía de Samaná. En este caudaloso é impetuoso rio, despues de entrarle innumerables arroyos en su curso por las montañas, desembocan el rio Camú, ya

enriquecido con los caudales de los rios Gina, Caya, Boma, Cuamita, y los otros nombrados Rio Blanco, Angelina, Cebicos, Maguaca, Yagua, Naranjó y Araños. A mas de estos corren en la propia Vega otros que nacen en las cordilleras, el Dajabon y Capotillo, que desembocan en la bahía del Manzanillo, y algunos que despues de haber recorrido la llanura del Norte, como Grand Rivière, Limonade, Le Trou y San Rafael, entran en el mar por distintos rumbos.

Esta breve reseña puede dar cabal idea de que, pudiendo hacerse comunicable el Yaque y siéndolo el Yuna en mas de doce leguas de su embocadura, seria posible facilitar los medios de exportacion de los productos de las ciudades y campos situados en esta planicie interior á las playas y costas de Monte-Cristi y Samaná. Acaso se extrañará que el Yaque con tanta agua, no sea navegable como el Yuna; pero esto proviene de la misma impetuosidad de sus aguas, porque arrastrando en su tránsito las piedras y árboles que se le oponen, regularmente forma de trecho en trecho barras ó diques de estos despojos, que agolpan las aguas, produciendo oleajes violentos que dificultan el paso de las embarcaciones.

Dos dias empleó el Almirante en atravesar la Vega hasta llegar á la orilla del Yaque, que llamó entonces rio de las Cañas, durmiendo en una poblacion inmediata con toda su gente, y lo vadeó luego por uno de los parajes mas angostos, entre las cordilleras de Cibao y Monte-Cristi. Ya en el tránsito habia encontrado varias poblaciones indias, y como queria darles una idea del poder español, ostentaba en sus entradas y salidas á son de trompetas con tambores batientes y banderas desplegadas, la pompa guerrera en las formaciones militares; por cuyos medios logró atraerse los ánimos de los habitantes, que acudian atónitos á ofrecer con humildad todas sus cosas, permitiendo que sus huéspedes tomaran con mano larga cuanto necesitasen.

Pasada la llanura y los rios Guanico ó Rio Seco, rio Verde 6 Contenicu y Bao 6 Cibú, caminaron los españoles por entre cerros y montañas, cada vez más ásperas y elevadas. En sus laderas encontraban al paso pequeños arroyos y riachuelos, que corrian sobre arenas de oro, que se desprendian de la cúspide, rodeados de bosques de abundantes y ricas maderas, en donde aun no habia resonado el hacha, por lo que conservaban aquellos lugares todo su primitivo aspecto salvaje. Allí principiaba el territorio del Cacique Caonabó. Los indios de los pueblos del Cibao recibieron al Guamiquina 6 Gran Señor, que era como llamaban al Almirante, con grandísimo contento. Ya tenian noticia de su llegada á aquellos dominios y salíanle al encuentro á regalarle sus frutos, oro en polvo y granos de diversos tamaños. El Almirante y los suyos les correspondian con avalorios, cuentas de vidrio y otras frioleras. Por un escabel, cosa que para los indios era de gran estima, daban granos de oro que pesaban una onza y otros tan grandes que solo podian compararse con uno que regaló el Cacique Guacanagarí al

Almirante en la Navidad y que habia enviado á los Reyes con Antonio de Torres.

Juan Lopez Lujan, caballero natural de Madrid, que fué enviado á reconocer hácia otro rumbo, dijo al Almirante que habia visto granos de oro que podian pesar hasta una arroba. Entonces supo este que la jurisdiccion del Cacique Caonabó principiaba en el rio Bao, que entra en el Yaque, viniendo dos ó tres léguas mas arriba del nacimiento de este.

Innumerables eran los indios de aquel distrito: pero desnudos y desprovistos como se hallaban, despreciaba el Almirante las fuerzas de aquel Cacique, á quien pensó desde luego sujetar, utilizando los productos minerales de aquella renombrada comarca que, además del oro, producia tambien cobre, azul fino y ámbar á sucino. Despues de atravesar por una infinidad de cerros y montañas, cada vez mas altas y escarpadas, por donde los caballos no podiau transitar, llegó á una sierra en la espalda del grupo de Cibao, é hizo levantar allí una casa fuerte, de tapia y madera, á orillas del rio Jánico, sobre un cerro de alegre perspectiva, y dióle por nombre el de Santo Tomás, en recuerdo de la negativa del Santo, porque hasta que no vieron algunos incrédulos el oro, que se les decia existir en aquellos lugares, no lo creyeron. Dejó en él para su custodia cincuenta y seis hombres y algunos caballos, á las órdenes de Mosen Pedro Margarit.

No puede el que escribe pasar en silencio sus emociones, ni nombrar el lugar de Jánico, llamado hoy Sabana Iglesia, sin que revivan los mas gratos recuerdos. Nunca vieron los ojos cosa tan bella, ni ninguna descripcion podria igualar al original: una hermosa península, formada en la confiuencia de dos rios caudalosos, que se conocen con los nombres de Jánico y Bao, estrechada su garganta por la vertiente de las montañas, se dilata en una planicie de grande extension, en donde entre el variado encanto de árboles de diversas especies, que en grupo se cierran ó se abren, segun las sinuosidades del terreno, se deja percibir por algunos claros la silenciosa hermita de Jánico: recinto sagrado de aquellos lugares que aparece como el símbolo de la civilizacion sobre la barbarie! Complétase aquel cuadro con el aspecto de las montañas cortadas que, del otro lado del rio, reflejan los rayos del sol sobre el admirado espectador, como si quisieran ostentarle la riqueza de oro ó plata que encierran sus entrañas, al lado de los variados encantos de su agreste naturaleza.

Estas montañas, cuyas rocas relucen tan brillantes al aspecto del sol, están formadas de ciertas piedras abundantes en mica, las que pulverizadas producen una arenilla propia para secar la tinta, de que se servian en todas las escuelas de Santo Domingo á fines del siglo pasado. Estas piedras demuestran la riqueza de esos contornos, y que, si no el oro y la plata, siempre habia hasta en su superficie abundancia de toda clase de minerales; y hé ahí lo que dió causa á la eleccion de este lugar, como el mas á propósito para la recoleccion y depósito de los que en lo sucesivo se reuniesen,

Entre tanto que se construyó el fuerte, envió el Almirante algunos de su comitivia á la Isabela, en busca de comestibles para la gente, porque no estaban acostumbrados todavía á los frutos y raíces del país. En aquellos dias descubrió algunas plantas y drogas diferentes, muchos mineros de oro, una veta de cobre, otra de azul fino y tambien de sucino, y muy satisfecho de todos los resultados de esta explotacion, volvió á la Isabela el veinte y nueve de Marzo. Encontró á sus vecinos muy afligidos, porque habian muerto algunos, otros adolecian á la sazon de algunas enfermedades, y la mayor parte disgustada por la escacez de las raciones, pues que ya se habia acabado la harina, y fué forzoso que moliesen el trigo los mismos caballeros; siendo uno de los mas molestos el Padre Boyl, que desde entonces comenzó á indisponerse con el Almirante, por algunas providencias fuertes y enérgicas que adoptó contra la gente, aunque otros atribuyen su desazon al hecho de babérsele acortado sus raciones y las de sus criados, cuando el Almirante hacia esto en beneficio de los mas necesitados y enfer

mos.

Apenas habia respirado algunos dias en la Isabela, cuando recibió noticias del capitan Pedro Margarit, que le anunciaba, se habian retirado los indios de la comarca á Jánico, y que el Cacique Caonabó trataba de venir con su gente sobre la fortaleza. Poco temia el Almirante á los indios, cuya debilidad conocia; pero sin embargo, despachó un refuerzo de setenta hombres con municiones y víveres, encargándoles se dirigiesen por parajes por donde los rios fuesen vadeables, evitando las dificultades que experimentó en su viaje al pasar el Yaque.

Dada esta providencia reflexionó el Almirante que era preciso imponer á los indios, recorriendo la isla en todos sentidos, y con mano poderosa proveer á la seguridad y subsistencia de la nueva colonia, y para que los españoles se acomodasen por este medio á los alimentos del país, porque la harina, el trigo, vizcocho y vino escaseaba tanto, que era preciso distribuirlo por raciones tasadas, como ya hemos dicho. Es verdad que algun alivio y esperanza ofrecia la fertilidad de los alrededores de la Isabela: habia presentado un labrador á fines de Marzo las espigas de trigo que sembró en último de Enero: las legumbres se comieron á los veinte y cinco dias de sembradas, las uvas de muy regular sabor, en no muy largo tiempo. Las agraces vinieron tambien temprano, y las cañas dulces crecian con extraordinaria lozanía. Los garbanzos eran mas grandes que las semillas de que se produjeron, lo mismo que los melones, que eran de muy buen gusto, prueba inequívoca de la bondad del clima y feracidad del terreno.

Empero estas no eran mas que halagüeñas promesas, porque con los trabajos en edificar la nueva ciudad, la entrada que acababa de hacerse en el Cibao y la porfiada continacion de las calenturas, apenas habia brazos que pudieran dedicarse á la agricultura, y así sucedia que, á excepcion de un corto número de hombres constantes y sufridos, los mas se manifestaban tristes y suspiraban.

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