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cantes de los mil hombres asalariados, lo mismo que á los trescientos que se hallaban en calidad de aventureros: se habia encargado al Dean Fonseca que con objeto de fomentar la nueva colonia, continuase enviando toda clase de provisiones, libres de derechos, y que, para la mejor y mas pronta comunicacion, se remitiese una carabela mensualmente desde aquella fecha; y aunque la instruccion que se remitió para el Padre Boyl, no podia comunicársele á este en su ausencia, y atendiendo á la perseverancia con que los Reyes le ordenaban la conversion de los indios, desde luego resolvió el Almirante salvar el gran inconveniente del idioma, que aquel alegaba como invencible para la conversion de los indios con la excitacion á los nuevos misioneros, como en efecto se logró mas tarde y lo llevó á cabo el celoso Fray Ramon Ponce, conocido por Fray Roman Pane, de la órden de San Gerónimo, que se hizo célebre por la erudicion que adquirió en los principales idiomas ó dialectos de los indios de la isla.

Todas estas órdenes reales y las tres libradas á favor de Don Diego (1), fueron muy satisfactorias para el Almirante, y sirvieron de estímulo á los dos hermanos, para preparar las bases definitivas de plan de pacificacion de la isla y de su mayor fomento. Ya podia el Almirante contar con un hombre de confianza, en los momentos que los asuntos de su gobierno le obligasen á ausentarse, para atender á otros de mas importancia á los adelantos de la misma colonia.

(1) El Rey é la Reina: Reverendo in Cristo Padre Obispo: Por servicio nuestro que fableis con el hermano del Almirante de las Indias que ende vino, y le procureis dar todo contentamiento; é con los que van en esas carabelas que agora han de partir escribireis al Almirante todo lo que os paresciere para apartar cualquiera resabio que con vos tenga, y de los que agora vinieron de las Indias procureis de saber lo que debeis facer para dar contentamiento al Almirante, y que sea de vos saneado, y aquello faced. Fecha en Madrid á cinco dias de Mayo de noventa y cinco años.

El Rey é la Reina: Reverendo in Cristo Padre Obispo de Badajoz, del nuestro Consejo: Nos vos mandamos que no pidais ni demandeis á D. Diego Colon cierto oro que diz que trajo de las Indias para sí, por cuanto Nos le facemos merced dello, y si ge lo habeis tomado faced que se lo vuelvan luego. De la villa de Madrid á cinco dias del mes de Mayo de noventa y cinco años.

El Rey é la Reina: Reverendo in Cristo Padre Obispo: Vimos vuestra letra, y cerca de lo que toca á D. Diego Colon, hermano del Almirante de las Indias, ya habreis recibido una carta nuestra, por la cual vos escribimos que no le pidiésedes el oro que agora él trajo de las Indias, mas que ge lo dejásedes para su costa; aquello cumplid segund que vos lo escribimos. Y porque nos dicen que despues que han sido las cosas de Italia está de propósito de non ir allá, es muy bien que no debe ir allá; si el quisiere irse á su hermano el Almirante ó venirse acá ó estarse ende, faga lo quél quisiere. De Arévalo á primero de Junio de noventa y cinco años.

CAPITULO X.

EL ALMIRANTE DON CRISTOBAL COLON Y LOS INDIOS INCAYOS.

Desde 1495 hasta 1496.

Co

Sale el Almirante para la Vega Real. Maniocatex y batalla del Santo Cerro. Milagro de la Cruz. Segunda batalla de la Vega Real. Isla de Haity y sus Cacicatos. Indios indígenas, su poblacion, usos, costumbres, creencias, lengua y literatura. Retrato de la fisonomía del indio de Haity. Prision del Cacique Caonabó y su proceso. mision á Ojeda para allanar el territorio de Maguá y Maguana. Batalla de Ojeda y Maniatex. Conduccion de los prisioneros á la Isabela. Viaje del Almirante al interior é imposicion de tributos á los indios. Comision regia de Juan de Aguado y llegada de Don Diego Colon. Salida del Almirante para España.

Causaba inquietud al Almirante y á los españoles la tenacidad del Cacique Caonabó. Este indio de sangre caribe habia sabido fundar su gobierno á expensas del valor que desplegó en todas sus empresas, que fueron muchas y muy arriesgadas desde su llegada á las costas de la isla. Supo granjearse entre los indios el renombre del mas valiente, porque en los diversos encuentros que tuvo con los otros Caciques, los derrotó siempre, quedándole como prenda de su esfuerzo y osadía la concesion que le hizo Behequio de las tierras mas ricas de Haity y de la mano de la muger mas hermosa y mas entendida de la isla, su hermana la célebre Anacaona.

Engreido este indio de su poderío y valor, creyéndose llamado á ejercer suprema influencia en los asuntos de su país, no queria sufrir que los españoles se fueran estableciendo pacíficamente en la isla. Despues del suceso del Macorís, que ya hemos referido, no cesaba de hostilizar en Santo Tomás, y provocar con el mayor descaro juntas y llamamientos; por cuya razon quiso el Almirante humillarlo, por si lograba tener con él algun encuentro, y al efecto salió de Isabela el catorce de Marzo, con doscientos hombres de á pié, veinte de á caballo y otros tantos perros de ayuda.

Iba en el ejército Guacanagarí con muchos indios de los suyos, porque el Almirante le habia persuadido de que la expedicion era

en su obsequio, cuando el verdadero objeto fuera la dominacion del país: fomentaba así la discordia entre los Caciques, porque las circunstancias le obligaban á usar de semejante artificio. Llevó tam

bien en su compañía á D. Bartolomé, y como hacia mucho aprecio de sus cualidades y valor, le confirió entonces el título de Adelantado. Era este hombre de un carácter elevado, muy entendido en materias de la marina, de gran intrepidez, y aunque algo áspero en apariencia, tenia cierto tacto para imponer á los inferiores y la mayor serenidad en los peligros, dotes muy estimadas en todos tiempos. Durante la marcha del Almirante por las cercanías de la Isabela no encontró ninguno de los indios á quienes trataba de castigar, y reconoció dos cerros bien situados, propios para apalencarse en ellos, caso de que fuese grande la multitud de los que le atacasen. Así escojió uno para situar su corto ejército, y desde luego lo dividió en dos alas, confiando una á su hermano Don Bartolomé: la otra la reservó para sí. Dió sus órdenes para la formacion del palenque, que los españoles construyeron en pocos dias. En el centro del cerro mandó colocar una Cruz, segun costumbre, y fué formada, como lo refieren las tradiciones populares, de las ramas de un zapote ó níspero que existió hasta fines del siglo pasado en el patio del convento de la Merced del Santo Cerro.

Colocados allí el Almirante y Don Bartolomé, aprestando esta obra, aun no se había concluido cuando percibieron á lo lejos una infinita muchedumbre de indios, que casi cubria el horizonte, los que unos autores reputan en cien mil y otros en treinta mil. De todos modos era y debia ser grande el efecto que produjera en el ánimo de los españoles tanta gente unida á tanta audacia, porque cuando el Almirante pensaba irlos á buscar á sus propias estancias, venian ellos con gran resolucion y pomposo alarde á recibirle en campal batalla. Los españoles eran tan cortos para este número, que era preciso se obrara un milagro que pudiese detener los esfuerzos de tanta muchedumbre. Sin embargo, no titubearon: firmes en sus posiciones y sostenidos por el aspecto marcial de Don Bartolomé y del Almirante, esperaron tranquilos el desenlace del primer encuentro formal con las hordas salvajes de América.

Los indios, llenos de entusiasmo por salvar su libertad y sus fueros, venian precipitándose bajo el mando del Cacique Maniocatex, por la llanura de la Vega, con toda la algazara y grita de que se valen en sus lances de guerra. Luego que estuvieron cerca, acometieron decididamente á los españoles, ya muy entrado el dia, desalojándolos del palenque y cerro, y atacando directamente la Cruz, á la que seguramente miraban ellos como el poder mágico que sostenia el valor de sus enemigos. Así que, retirado el Almirante y los suyos al cerro inmediato, presenciaron desde allí la acometida tumultuosa é irreverente de los indios á la santa insignia: pretendieron destruirla, y arrimando leña seca, hacian todos los esfuerzos para quemarla, sin que pudieran lograrlo; lo cual visto por el Almirante los acometió con todo fervor, y fueron rechazados con pérdida de muchos.

No por esto dejaron de volver los indios á la carga, aun con mayor ardimiento, y fué forzoso que los españoles cediesen á la multitud, segunda y tercera vez, hasta que, acercándose la noche, se retiraron estos al cerro donde tenian planteados sus reales. Desde allí observaban el encarnizamiento con que persistian los indios en destruir la cruz, pues luego trajeron infinidad de bejucos de los mas gruesos de los montes, y, atándolos á ella, tiraban á derribarla, y nada conseguian. Se propusieron tambien cortarla con sus hachas de piedra, y al primer golpe quebrábanse estas, segun afirmaron los que vieron estos hechos y testificaron sobre ellos.

El Almirante, preocupado con la seria situacion en que se encoutraba, llamó á consejo á los capitanes y personas autorizadas que con él iban, para deliberar lo que debiera hacerse. Caia ya la noche, y mientras el horizonte se presentaba oscuro y tenebroso, se levantaban hogueras por todas partes, que iluminaban la dilatada extension de la Vega. En aquel momento, reunida la junta, cada uno de los jefes expresó su opinion con toda independencia y libertad: los medios que se discurrian eran peligrosos y tenian sus inconvenientes, porque el retirarse, decian unos, además de ser descrédito y flaqueza, era exponerse á que los indios los siguiesen en la retirada con peligro de las vidas: acometer, decian otros, á tanta multitud, parecia mas que temeridad, pues que viendo á los españoles pocos y heridos y enfermos algunos, é infinitos los indios, se aumentarian cada dia, y seria imposible el vencimiento: estarse atrincherados en el cerro en que se hallaban, decian los mas, era buscar una muerte cierta, porque no tenian víveres para un largo sitio.

En tan crítico momento se levantó el Presbítero Fray Juan Infante, religioso de la Orden de la Merced y confesor del Almirante, y les habló en estos términos: "Yo, señores, soy de parecer, que ni huyamos ni nos estemos quietos, sino que acometamos á nuestros enemigos hasta deshacerios y desbaratarlos, que aunque temibles por muchos, al fin son indios y cobardes, y nosotros, aunque pocos, somos católicos y españoles. Mas han de poder los que siguen los estandartes de Jesucristo, que los que son miserables esclavos del demonio. Dios nos está señalando el triunfo con repeticion de milagros, como se ha visto en las tres veces que han puesto fuego á la Santa Cruz los indios, conservándose verde y lozana entre las llamas é incendio. La Cruz triunfa del fuego, y triunfa rán los seguidores de ella en estas conquistas. Vivirá Jesus y se cantará la victoria por el Redentor. Lo que importa es implorar el auxilio de Nuestra Señora de la Merced, cuya imágen nos ha consolado y favorecido hasta aquí. Encomendémonos á ella, y al amanecer tocar el arma, apretando los puños, que la madre de Dios está con nosotros."

Tan enérgicas palabras infundieron tal denuedo en los que componian el consejo, que en aquel acto quisieran acometer; mas el Almirante los detuvo con su natural prudencia, y les hizo ver cuán cercano estaba el momento de demostrar su valor. Bastó

esta insinuacion para que todos se contuviesen, y procurasen retírarse á sus atrincheramientos, á colocar su gente, para pasar aquella noche azarosa y llena de peligros.

Era por cierto imponente el aspecto que presentaba el campo enemigo: por una parte las hogueras que lucian á lo lejos, y por otra los murmullos confusos de tanta gente reunida, daban á aquel cuadro una fisonomía capaz de alterar los ánimos mas intrépidos. No obstante, los que estaban resueltos á llevar á cabo la ardua empresa, procuraron conciliar el sueño y descansar de las faenas del dia, mientras los otros velaban con ojo avisado, para evitar cualquiera sorpresa de parte de aquella gente, á quien suponian dispuesta á todo artificio.

En este preciso momento, refiere el Padre Infante, observó, como á las nueve de la noche, una luz desconocida y suave que rodeaba la cruz, cuyo resplandor dejaba percibir sobre el brazo derecho de ella una hermosísima señora, vestida de blanco, con un tierno niño en sus brazos, en donde estuvo por mas de cuatro horas, saludada de los españoles con oraciones y con lágrimas, porque entendieron que era María Santísima de las Mercedes, que los venia á consolar y auimar en su afliccion. Añade tambien que los indios que la miraban, empezaron á tirarle flechas y varas, pero que retrocediendo estas, perdieron muchos la vida, y que los españoles, á vista de tan patentes prodigios, esperaban con ansia el dia, para desalojarlos y destruirlos.

Aun cuando se debe suponer que en el caso referido obraba el influjo de una imaginacion exaltada, por las extraordinarias circunstancias, ó un misticismo piadoso de los que le refirieron, la tradicion del milagroso suceso se ha conservado hasta nuestros dias por medio de venerables reliquias. Existe reverenciado todavía el hoyo en donde estuvo la cruz, bajo una capilla adherente al templo dedicado á Nuestra Señora de la Merced en esta aparicion. El madero de que se componia la cruz, fué dividido desde los primeros años en trozos, para depositarlos en las iglesias principales de la isla, en donde se han guardado hasta hoy en relicarios de oro y plata, conocidos bajo el nombre de la Santa Reliquia, y tambien se enviaron algunos fragmentos á Italia, á España y á otros países. La tierra que circundaba el hoyo, que es amarilla gredosa, fué llevada al cuello en relicarios por todos los pueblos de la isla y de América, y el lugar del Santo Cerro tuvo mas tarde una Comunidad de Padres Mercedarios que lo custodiaba, y estos mismos auxiliaban á los peregrinos que iban en romería á aquel santuario viviendo en casas separadas de los claustros del convento.

El Emperador Carlos V, informado de los milagros extraordinarios que hacia la cruz de la Vega de la Española, que fué la primera que colocaron los descubridores en aquellas tierras, y que los indios no pudieron deshacer ni quemar, suplicó al Santo Padre, que para conservar y acrecentar la devocion de los fieles cristianos, concediese indulgencia á los que la visitasen y ofreciesen una limosna, y mandó especialmente que de las penas de Cámara se diesen veinte

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