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raute en las inmediaciones del Santo Cerro y centro de la Vega Real. Se hallaban en ella avecindados muchos españoles por estar mas inmediata á las minas de Cibao de donde se habia extraido hasta entonces el oro que se enviaba á España. Habia en los alrededores muchos caseríos de indios, y el cultivo era de no muy grande consideracion, á causa del laboreo de las minas inmediatas á que estaban dedicados los vecinos de aquellos contornos.

La cuarta era la de Santiago, que habia sido en su principio una fortaleza establecida por el Almirante, y que ya por estos dias empezaba á llamarse de los Caballeros. Su fundacion se debió no sólo á estar situada entre la Vega y Puerto Plata, por donde se hacia entonces todo el comercio de la parte del Norte de la isla, sino á la buena eleccion que hicieron los Hidalgos de la Isabela, de lugar tan ameno como apropiado para fomentar las haciendas que se habian establecido por los mismos, antes de su salida de aquella ciudad. La mayor parte quedaba en toda la extension del territorio. que media entre Santiago y la Isabela, y en las dos orillas del Yaque, hasta tocar con las Cordilleras del Cibao.

La quinta era la de Puerto Plata, que habia obtenido este nombre merced al color nebuloso de la montaña que la circunda, denominacion que le dió el Almirante cuando pasó por allí en su primer viaje. Este era el segundo puerto de la isla, que por bien situado y defendido fué por él mismo señalado para echar los fundamentos de una ciudad, para cuyo efecto habia llevado allí á su hermano Don Bartolomé, en su segundo viaje á España.

La sexta y última era la del Bonao. Fué fundada por el Almirante por ser uno de los distritos en que los indios tenian considerables labranzas y en gran número, y célebre por haber sido el lugar endonde Roldan y Riquelme hicieron asiento varias veces durante la insurreccion.

Las otras poblaciones fundadas al principio al amparo de los fuertes de Santo Domingo, Macoris, Magdalena, Santa Catalina y San Cristóbal, iban desapareciendo para esta época, porque tomando incremento las otras por su proximidad á las costas ó á la residencia del Gobierno de la isla, todos sus vecinos abandonaron semejantes lugares, y dejaron de ocuparse por fuerzas militares, como inútiles para el objeto á que primitivamente se les habia destinado.

CAPITULO XIV.

GOBIERNO DEL COMENDADOR BOBADILLA.

Desde 1499 hasta 15 de Abril de 1502.

Primeros viajeros que prosiguen los descubrimientos del Almirante. Razones que pudo tener el Gobierno para autorizar estas empresas. Los apoderados del Almirante, con sus repetidas instancias, persuaden á los Reyes de la necesidad de que se nombre un Juez Pesquisidor. Es elegido el Comendador Francisco de Babadilla, el cual llega á Santo Domingo. Publica sus cartas credenciales y las Reales órdenes que traia para encargarse del gobierno general de la isla. Reparos de Don Diego Colon. Se presenta el Comendador en la fortaleza, de la que se posesiona con violencia. Manda prender al Gobernador Don Diego Colon y conducirlo á una carabela. Viene el Almirante á Santo Domingo, y es aprisionado y encerrado en la fortaleza. Llega el Adelantado al llamamiento de su hermano, y tambien se le aprisiona. Son conducidos el Almirante y el Adelantado á la carabela, y salen los tres hermanos para España. Llegan á Cádiz, y entre otras escribe el Almirante una carta á Doña Juana de Torres Mandan los Reyes ponerlos en libertad, y que se presente el Almirante en la Corte. Ordenan asimismo destituir á Bobadilla, y nombran de Gobernador general á Frei Nicolás de Ovando. Sale el Comendador del puerto de San Lúcar, y llega á la boca del Ozama y puerto de la Villa de Santo Domingo el dia 3 de Abril de 1502. Resultados del gobierno de Bobadilla desde la salida del Almirante.

Graves cuanto trascendentales consecuencias produjeron los últimos sucesos acaecidos en la Española. Las quejas continuas y reiteradas de unos, la ambicion y desagradecimiento de otros, y mas que todo, las injusticias de algunos intrigantes, produjo en los ánimos la mayor efervescencia, atreviéndose los que obtenian favor en la Corte, á oscurecer la gloria debida al primer descubridor; aureola inmarcesible, que si pudo entonces aparecer empañada, hoy, que la Historia y el tiempo le han devuelto su esplendor inmenso, es absolutamente forzoso que se restablezca para reponer el concepto del grande hombre.

El Obispo Fonseca que debiera, como tantos otros, conocer íntimamente al Almirante Don Cristóbal Colon, y Alonso de Ojeda,

coparticipe de sus gloriosas empresas en el primer descubrimiento, fueron los que se anticiparon á atentar á sus derechos sagrados, que habia pactado con los Reyes. Consiguió el primero para el segundo la facultad de poder descubrir, por el rumbo y situacion en que habia llegado el Almirante á Paria en la costa firme. Esta licencia fué firmada por el Obispo y no por los Reyes, y basta referir simpleniente el hecho, para que se reconozca el móvil que guiaba á los enemigos de Colon, ya por la codicia de lucros y provechos agenos, 6 ya por la nombradía que tenian que alcanzar los descubridores; á bien que la Historia los condena mas adelante, apareciendo Fonseca como uno de los allegados de Ojeda en esta intriga, para arrebatar el nombre del descubridor al Nuevo Mundo, y que el piloto de tan osado aventurero, Américo Vespucio, por más insigne inareante que fuera, lograse dar el suyo, siu ninguna razon ni justicia, á entrambos continentes.

Es probable que para semejante expedicion se valiese Ojeda de los datos, planos y noticias del Almirante, y que estos mismos alentasen á otros. En efecto, Pero Alonzo Niño, que tambien habia acompañado al Almirante, y Cristóbal Guerra, fueron los que siguieron é imitaron la conducta de Ojeda. Obtuvieron licencia por conducto del mismo Fonseca, con la prescripcion insignificante de que no tocasen en las tierras descubiertas; y sin embargo, encamináronse al mismo rumbo, hácia donde habia encontrado Colon el oro y las perlas que habia mandado de muestra. En fin, tan premeditado era el intento de estos últimos, que fueron á parar á la isla Margarita, ya celebrada por la riqueza y abundancia de las perlas, de donde volvieron el año de 1500, ocultando la parte que al Rey correspondía en aquella empresa.

Ya en Diciembre de 1500, Vicente Yañes Pinzon, capitan de una de las tres naves con que se verificó el primer descubrimiento, habia obtenido tambien licencia, y atravesando la línea equinoccial, descubrió la tierra, que despues fué conocida con el nombre del Brasil, y siguió navegando hasta entrar en el golfo de Paria y tocar despues en la Española.

Tras de este siguió Diego de Lepe, que continuó los descubrimientos de Pinzon, y en esos mismos dias la escuadra de Portugal, que iba á doblar el cabo de Buena Esperanza, por contrariedad de los vientos, recaló en la costa firme de América, de que tomó posesion Pedro Alvarez Cabral, y la denominó el Brasil.

Fuerza es reconocer aquí que los agravios de que se quejaba el Almirante con respecto á estas facultades que tan contra su derecho se dabau, eran justos en cierta manera, porque violaban los adquiridos, mediante las anteriores capitulaciones con los Reyes Católicos. Empero por otra parte no podrá menos de convenirse en que no es posible poner freno al espíritu de conquista y de aventura que espoleaba al pueblo español, aunque fuese necesario sacrificar algunos derechos individuales.

En los contratos de los Reyes con los particulares, se subentienden ciertas condiciones tácitas, que pertenecen al dominio del

derecho general de las naciones. Y si estos convenios tienen algun vicio, ó en su ejecucion encuentran un obstáculo invencible, no hay duda que no pueden prevalecer contra la que la realidad exije. En este caso se hallaba el enunciado derecho del primer descubridor, á excluir á todos los que por una necesidad política fuera indispensable facultar para la toma de posesion del resto de América, ya porque España tuviese que burlar la ambicion de otras naciones, ya sea por la oportunidad de adelantarse en descubrimientos importantes detenidos por los sucesos de la Española. Es, pues, preciso convenir en que la Corte pudo remover el obstáculo, conciliando los derechos generales con los particulares, porque ni los Reyes quisieron hacer ilusorios los beneficios que podría alcanzar la nacion en el contrato privado con el Almirante, ni este último hubiera alcanzado los derechos reclamados renunciando España á ulteriores conquistas, y hé ahí un conflicto que la alta política debia evitar, conservando al primer descubridor ciertos fueros y preeminencias que le indemhizaran de las pérdidas que pudieran resultarle de no respetarse sus privilegios. Pero al fin, esta cuestion se ventiló mas tarde en los tribunales, y ya tendrémos ocasion de considerar la sentencia que recayó en juicio contradictorio con los sucesores de los Reyes Ĉatólicos.

Tratemos ahora de otros sucesos importantes. Presentados en la Corte los procuradores del Almirante, Miguel Ballester y Garcia Barrantes, hicieron á los Reyes relacion del levantamiento de Roldan y entregaron los procesos que se le habian formado, con las cartas del Almirante, y dieron cuenta de las remesas de indios y palo de brasil, que habian entregado en Sevilla al Obispo Fonseca, primer contratador de Indias. Como tambien vinieron otras personas encargadas por Roldan y sus partidarios para sostener sus pretensiones, ya se deja percibir cuánta no seria la perplejidad que producirian en la Corte informes tan opuestos. Las intrigas de los palaciegos urdian las acusaciones más estupendas, reforzadas por el testimonio apasionado de los que habian ido de la Española, y esto se repetía por todas partes, en plazas, calles, y hasta en el patio mismo de la Alhambra, en presencia del Rey, á quien importunaban con peticiones absurdas. Decian que el Almirante y el Adelantado se habian hecho unos tiranos que daban tormento y ajusticiaban á los hombres sin mas delito que el ser castellanos: que querian alzarse con el imperio de las Indias: que todo el oro lo tomaban para sí: que esclavizaban á los inocentes indios castigándolos con la privacion de alimentos; y otras muchas especies tan calumniosas como inverosímiles.

Ya empezaban por entonces á alzarse á mayores la envidia y otras pasiones, y por lo mismo que los últimos descubrimientos realzaban sus primeros hechos, juraron en secreto la pérdida de Colon, cuyo mérito eminentísimo empezaban á oscurecer personalidades mas reputadas. Y por este motivo no prestaron los Reyes la atencion debida á los procuradores, pues por las continuas invenelones de los interesados, que lograban comunicar su indignacion á

los mas indiferentes, no pudieron estos Príncipes acallar con su reserva los repetidos clamoreos de la multitud.

Miguel Ballester y García Barrantes pretendian contrarrestar estos artificios, y por mas que presentaron la sublevacion de Roldan como el acto mas inicuo y deplorable, y á sus secuaces como hombres malvados, viciosos, violentos, impúdicos, ladrones, homicidas y perjuros, pues que eran los mismos que por real decreto fueron remitidos á la Española en calidad de presos, causantes de infinitos males, porque estorbaron el progreso de la Española y el de los nuevos descubrimientos, al fin no consiguieron otra cosa con su loable celo, sino que se adoptase el temperamento medio que los dos partidos habian propuesto como el mas á propósito para aclarar la verdad.

Es innegable que los Reyes tenian muy rectas intenciones, y sus determinaciones van á poner de manifiesto en qué sentido fueron despachadas sus órdenes reales. Colon era muy estimado de la Reina; y hasta llegó ella á imaginar que una severa informacion bastaria para justificarlo y confundir á sus detractores. Así es que si ordenó se diese cumplimiento á los despachos que se habian otorgado al Comendador Francisco de Bobadilla, en calidad de Juez Pesquisidor, desde Marzo del año anterior, fué solamente para que pasase á averiguar los hechos, no ya porque dudara del Almirante, ni porque pretendiese ponerse al lado de los disidentes; sino, por el contrario, para que siendo favorables los informes, se castigase á los verdaderos culpables. Eso no obstante, los resultados demostraron que en la comision conferida á Bobadilla habian influido con fines aviesos los enemigos del Almirante. Lo cierto es que los Reyes obraron con toda circunspeccion, pues que no solo fueron dirigidos los despachos con la discrecion debida, y para casos extremos, sino que á la vez encargaron al Pesquisidor la reserva necesaria, sin faltar á los fueros y derechos del Virey de Indias.

En fin, despues de tantas perplejidades y recriminaciones, mandaron cumplir el decreto de Marzo del año anterior, y que el Juez Pesquisidor partiese á cumplir las órdenes reales, proveyéndole otra cédula en Mayo de mil quinientos para la entrega del castillo y gente de guerra en caso necesario.

Era Francisco de Bobadilla, segun la fama que disfrutaba en la Corte, la persona mas propia y mas cumplida para este delicado encargo. Sujeto muy apreciado por sus prendas, gozaba del concepto de caballero sin tacha: era honrado y religioso; y se le autorizaba con tan plenas facultades, porque, como se le tenia por entendido y sagaz, se esperaba que hiciese discreto y conveniente uso de la autorizacion que llevaba. Se habia diferido su viaje á Santo Domingo durante un año, debido quizá á que los Reyes, persuadidos de la inculpabilidad del Almirante, querian dar tiempo para que las noticias de la Española los hicieran variar de opinion; mas, como lejos de aplacarse los querellantes, era cada dia mayor el conflicto, se creyó absolutamente necesaria la salida del Pesquisidor, el cual se embarcó en el mes de Mayo, arribando á las costas de Santo

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