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CAPITULO XI.

SEGUNDO GOBIERNO DEL ALMIRANTE VIREY D. DIEGO COLON.

Desde 1519 á 1525,

Solemne consejo presidido por el rey en Barcelona, para oir las recla maciones del Padre Bartolomé de las Casas.-Oye el rey Carlos I las partes y dictámenes de los Consejeros y Próceres del reino y que da la decision en suspenso.—Resolucion de los negocios del Almiran. te Virey.-Exito de la expedicion de Gonzalo de Ocampo.-El Padre Bartolomé de las Casas en Santo Domingo,-Convenio y acuerdo celebrado entre el Padre las Casas y la Real Audiencia y el Almirante Virey sobre las producciones de su colonizacion.-Sale el Padre Casas de la Española y encuentra destruida su colonia por el mal gobierno de Soto.-Regresa á Santo Domingo y toma el hábito de fraile domínico.-Noticias que tuvo el Almirante Virey de los sucesos de Cuba y Méjico.—Continuacion del comercio de negros africanos y sublevacion de los esclavos del Almirante,

REYÓSE ya llegado el momento de terminar definitivamente la cuestion tan debatida y ruidosa en la Española y en España, ventilada y resuelta en diversos sentidos y en diferentes ocasiones, desde los primeros dias del Almirante, sobre la condicion y tratamiento de los indígenas del Nuevo Mundo. Con motivo del asiento de poblacion que en tiempo anterior habia propuesto el Padre Bartolomé de las Casas y de los resultados obtenidos en la Española, se discutió en la Corte con mas calor y vehemencia la materia, porque volvió el Padre á insistir nuevamente en poblar cien leguas de la tierra firme, donde no entrasen soldados, ni marineros, para que los frailes domínicos pudiesen atraer á los naturales por medios pacíficos, sin los disturbios y alborotos que causaba la guerra. Esforzaba sus solicitudes con halagüeñas esperanzas de rentas para el Estado y proponia que se concediese á los pobladores cierta distincion en el vestido, una cruz á semejanza de las que usaban los caballeros de Calatrava, para que los indios creyesen que esos no eran los mismos españoles que habian tratado hasta entonces y para que el Soberano y el Papa formasen de ellos hermandades religiosas, como las que se instituyeron en el Asia en tiempo de las cruzadas.

Prometia el padre Casas que en aquella extension de terreno y en el preciso término de dos años con los cincuenta hombres pobladores, allanaria la tierra y pacificaria hasta diez mil indios. Tambien ofrecia que en mil leguas contadas desde el Paria á la costa abajo y en tres años de término haria que tuviese el Rey de quinto, quince mil ducados; y cuatro años despues, en aquel ramo y el de tributos, treinta mil, y de allí adelante quince mil ducados de aumento en cada año. Ofreció construir varios pueblos con sus respectivas fortalezas, y que haria las indagaciones mas prolijas para averiguar todo lo relativo á la adquisición del oro: pidió doce religiosos domínicos y franciscanos, diez indios voluntarios de la Española, y que se le entregasen todos los que se habian sublevado de la Costa firme para volverlos á sus hogares; y por último que se concedieran á los pobladores privilegios de nobleza hereditaria y diferentes exenciones.

Para sostener sus ideas consiguió el padre Casas la proteccion de ocho religiosos domínicos, que eran predicadores del Rey, los cuales se presentaron al Consejo apoyando sus planes con fervoroso entusiasmo. Los miembros del Consejo desaprobaron la conducta de los religiosos en entrometerse en el Gobierno con que el Rey por medio de su consulta disponia las cosas de las Indias, cuando ellos no debian tener mas ocupacion que predicar el Evangelio. Uno de ellos nombrado el Doctor de la Fuente replicó: "Que él y sus compañeros no se movian por las Casas, sino por la casa de Dios, cuyos oficios tenian, y por cuya defensa eran obligados, y estaban aparejados á exponer las vidas; y que no le debia parecer atrevimiento ni presunción que ocho maestros en Teología, que podian ir á exhortar á todo un Concilio General, en las cosas de la fé, y del regimiento de la universal Iglesia, fuesen á exhortar á los Consejos del Rey, en lo que mal hiciesen, porque era su oficio mucho mejor que el oficio de ser del Consejo del Rey, y que por tanto habian ido allí á persuadir, que se enmendase lo muy errado é injusto que en las Indias se cometia, y que si no lo enmendasen, predicarian contra ellos, como contra quien no guardaba la ley de Dios, ni hacia lo que convenia al servicio del Rey, y que esto era cumplir y predicar el Evangelio."

Uno de los letrados mas autorizados del Consejo Don García de Padilla, puso fin á la polémica con las siguientes palabras dirigidas á los domínicos: "Este Consejo ha hecho lo que debe, y ha provehido muchas y muy buenas cosas para el bien de aquellas Indias, las cuales se os mostrarán, aunque no lo merece vuestra presuncion, para que veais cuanta es vuestra temeridad y soberbia." Al dia siguiente se le demostraron las ordenanzas y leyes antiguas y modernas expedidas en el particular, y los Padres representaron sobre todos los abusos que se habian introducido y de los remedios que estimaban oportunos para desarraigarlos.

Porfiaba el Padre Casas en sus solicitudes con extraordinario calor. Recusó á todo el Consejo de Indias y con especialidad al Obispo de Burgos, en cuyas circunstancias quiso el Rey terminar la cuestion como ya hemos dicho. Escojió personas de los otros Con

sejos para que conociesen y resolviesen juntos sobre las demandas pendientes. Don Juan Manuel de Villena, Don Alonso Telles, privados y consejeros de Estado, el Marqués de Aguilar, el anciano Licenciado Vargas, el Cardenal Adriano, que despues fué electo Pontífice y los Consejeros flamencos, fueron los nombrados y los que reunidos resolvieron, aprobando las proposiciones del Padres Casas. No paró en esto la contienda, pues que desde luego fueron contradichas por varios vecinos de la Española y de otros puntos de las Indias, que se encontraban en la Corte, y que en sus memoriales informaron que era en vano é inutil cuanto proponia el Padre Casas, porque decian unos, que los indios eran comedores de carne humana, naturalmente viciosos, ociosos y cobardes y de ninguna constancia: que con ellos no aprovechaban los alhagos y buenos consejos, ni valian castigos. Otros decian que eran obstinados en sus idolatrías, desdeñando la religion que se les enseñaba, olvidadizos y sin memoria alguna y crueles entre sí mismos. Contradecia el Padre Casas estos asertos, y viendo estos altercados tuvo á bien el Rey, á principios del año de mil quinientos diez y nueve, convocarlos á todos, y en el palacio de la ciudad de Barcelona se reunieron el dia de la audiencia, además de los jueces citados, el Obispo del Darien, Fray Juan de Quevedo, que habia llegado en aquella sazon, el Almirante Virey, que permanecia en la Corte activando sus negocios, y enya presencia se consideró necesaria, aunque opuesta, por el interés que le tocaba en los negocios de las Indias; el Padre Bartolomé de las Casas y el fraile franciscano, su compañero de viaje, que en aquellos dias se hizo notable en la Corte por el fervor y vehemencia con que declamaba en sus discursos particulares y sermones contra la opresion de los indios.

Reunidos en Sala plena de Audiencia el Rey, su Consejo y o tros Próceres del reino que habian sido convocados á la sesion, mandó que el Obispo del Darien, el Padre las Casas, el religioso franciscano y el Vitey Don Diego Colon, que eran las personas mas entendidas en los negocios de las Indias, informasen lo que creyesen oportuno sobre el asunto y lo hicieron cumplidamente.

El Obispo dijo: "Muy poderoso Señor: el Rey Católico vuestro abuelo que haya santa gloria mandó hacer una armada, para ir á poblar la tierra firme de las Indias; y suplicó á nuestro muy Sanso Padre me crease Obispo de aquella primera poblacion; y dejados los dias que he gastado en la ida y en la venida, cinco años he estado allá; y como fuimos mucha gente y no llevamos que comer mas que lo que hubimos menester para el camino, toda la demás gente que fué se nos murió de hambre, y los que quedamos por no morir como aquellos, en todo este tiempo ninguna otra cosa hemos hecho sino ranchear y comer. Viendo, pues, yo qué aquella tierra se perdia, y que el primer Gobernador de ella fué malo y el segundo muy peor, y que nuestra Magestad en felice hora habia venido á estos reinos, determiné en venir á darle noticias de ello como al Rey y Señor en cuya esperanza está todo el remedio; y en lo que toca á los Indios, segun la noticia que de los

de la tierra, á donde he estado tengo y de los de las otras tierras que viniendo camino ví, aquellas gentes son siervos á natura, los cuales precian y tienen en mucho el oro, y para se los sacar es menester usar de mucha industria."

Luego habló el padre Bartolomé de las Casas en esta forma: "Muy alto y muy poderoso Rey y Señor. Yo soy de los mas antiguos que á las Indias pasaron, y ha muchos años que estoy allá, y he visto todo lo que ha pasado en ellas: y uno de los que han excedido, ha sido mi mismo padre, que ya no es vivo. Viendo esto yo me moví, no porque fuera mejor cristiano que otro, sino por una natural y lastimosa compasion; y así vine á estos reinos á dar noticia de ello al Rey Católico; hallé á Su Alteza en Placencia, oyóme con benignidad, remitióme para poner remedio en Sevilla, murió en el camino; y así ni mi suplicacion, ni su real propósito tuvieron efecto. Despues de su muerte hice relacion á los Gobernadores que era el Cardenal de España Fray Francisco Jimenez, y el Cardenal de Tortosa, los cuales proveyeron muy bien todo lo que convenia; y despues que Vuestra Magestad vino se lo he dado á entender y estuviera remediado, si el gran Canciller no muriera en Zaragoza. Trabajo ahora de nuevo en lo mismo, y no faltan ministros del enemigo de toda virtud y bien, que mueren porque no se remedie. Va tanto á Vuestra Magestad en entender esto y en mandarlo remediar, que dejado lo que toca á su Real conciencia, ninguno de los reinos que posee, ni todos juntos, se igualan en la mínima parte de los Estados y bienes de todo aquel orbe: y en avisar de ello á Vuestra Magestad sé que le hago de los mayores servicios que hombres vasalio hizo á Príncipe ni Señor del Mundo, y no porque quiera por ello merced, ni galardon alguno, porque ni lo hago por servir á Vuestra Magestad, porque es cierto, hablando con todo el acatamiento y reverencia que se debe á tan alto Rey y Señor, que de aquí á aquel rincon no me mudase, por servir á Vuestra Magestad salva la fidelidad, que como súbdito debo, si no pensase y creyese de hacer en ella á Dios gran sacrificio; pero es Dios tan celoso y grangero de su honor, como á él se deba solo el honor y gloria de toda criatura, que no puedo dar un paso en estos negocios, que por solo él tomé á cuesta de mis hombros, que de allí no se causen y procedan inestimables bienes y servicios de Vuestra Magestad. I para ratificacion de lo que he referido digo y afirmo, que renuncio cualquier merced y galardon temporal que me quiera y pueda hacer; y si en algun tiempo yo, ó otro por mí, merced alguna quisiere, yo sea tenido por falso y engañador de mi Rey y Señor. Allende de esto, Señor muy poderoso, aquellas gentes de aquel mundo nuevo que está lleno y hierve son capacísimos de la fé cristiana y de toda virtud y buenas costumbres, por razon y doctrina tratables, y de su natura son libres, y tienen sus Reyes y Señores naturales que gobiernan sus policías; y á lo que dijo el reverendo Obispo que son siervos á natura, por lo que el filósofo dice en el principio de su política: de cuya intención á lo que el Reverendo Obispo dice hay

tanta diferencia, como del cielo á la tierra: y que fuese así como el Reverendo Obispo lo afirma, el filósofo era gentil, y está ardiendo en los infiernos, y por ende tanto se ha de usar de su doctrina, cuanto con nuestra Santa Fé y costumbres de la religion cristiana conviniere. Nuestra religion cristiana es igual y se adapta á todas las naciones del mundo y á todos igualmente recibe, y á ninguno quita su libertad, ni sus Señores, ni mete debajo de servidumbre, so color, ni achaques de que son siervos á natura, como el Reverendo Obispo parece que significa; y por tanto de Vuestra Real Magestad será propio en el principio de su reinado poner en ello remedio."

A su vez se explicó el Padre franciscano de este modo: "Señor: yo estuve en la Española ciertos años y por la obediencia me mandaron que contase los indios, y desde há algunos años se me mandó lo mismo, y hallé que habian perecido en aquel tiempo muchos millares. Pues si la sangre de un muerto injustamente tanto pudo, que no se quitó de los oidos de Dios hasta que la Divina Magestad hizo venganza de ello, y la sangre de los otros nunca cesa de clatnar venganza & qué hará la de tantas gentes? Pues por la sangre de Jesucristo y por las llagas de San Francisco pido y suplico á Vuestra Magestad que lo remedie, porque Dios no derrame sobre todos nosotros su rigurosa ira."

Por fin se ordenó al Virey y Almirante que manifestase su opinion sobre las exposiciones de los Padres y lo verificó como sigue: "Los daños que estos Padres han referido, son manifiestos, y los clérigos y frailes los han reprendido: y según ha parecido ante Vuestra Magestad vienen á denunciarlos; y puesto que Vuestra Magestad recibe inestimable perjuicio, mayor le recibo yo, porque aunque se pierda todo lo de allá, no deja Vuestra Magestad de ser Rey y Señor, pero á mí, ello perdido, no queda en el mundo nada á donde me pueda arrimar, y esta ha sido la causa de mi venida, para informar de ello al Rey Católico que haya santa gloria, y á esto estoy esperando á Vuestra Magestad; y así á Vuestra Magestad suplico, por la parte del daño grande que me cabe sea servido de lo entender y mandar remediar, porque en remediarlo Vuestra Magestad conocerá cuan señalado provecho y servicio se seguirá á su Real Estado."

A pesar de estas informaciones verbales y de diferentes memoriales que se presentaron al Consejo no hubo resolucion que terminase la polémica. Tal vez reconocia el Rey la parcialidad que habia contaminado á algunos Consejeros y creyó mas acertado diferir la solucion para cuando adquiriese mas profundos conocimientos en una materia tan importante y de que principiaba á informarse en los primeros dias de su reinado. Para evadirse pretextó la necesidad de tener que pasar á Burgos á cerrar las Cortes del Reino y la urgencia de su traslacion á la Coruña á embarcarse para ir á tomar posesion del Imperio de Alemania, á cuya dignidad estaba llamado por la eleccion de la Dieta del mismo Imperio.

Aunque el Rey quisiera realizar su viaje con la celeridad que

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