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CAPITULO III.

EL COMENDADOR NICOLAS DE OVANDO.

Año de 1505 á 1506.

Pacífica situacion de la Española.-Inmigracion de castellanos.—Cuestiones y declaraciones sobre administracion del Reino de España.Varias disposiciones de buen Gobierno.-Sucesos del Tesorero General Bernardino de Santa Clara y nombramiento de su sucesor Miguel de Pasamonte.-Creacion de las ciudades y villas de la Española.— Armas y escudos con que fueron agraciados.-Regocijo de los habitantes de los lugares mercedados.-Ceremonia anual del Real Pendon en la ciudad de Santiago de los Caballeros.-Encargo de buena correspondencia á los empleados de la gobernacion para que clérigos y religiosos hagan misiones en los países recien-descubiertos.—Privilegio del patronato de las iglesias, concedido á los Reyes de Castilla y division de las tierras descubiertas y por descubrir entre los Reyes de España y de Portugal.—Decadencia de los indígenas.-Creacion de dos Obispados en Santo Domingo y la Vega y otro Obispado en la isla de Puerto Rico.

os españoles que vivian bajo el gobierno del Comendador gozaban en lo material los opimos frutos de una administracion próspera. La abundancia de todas las cosas necesarias á la vida y hasta un lujo excesivo se manifestaba por todas partes en los trajes, edificios, convites y funciones públicas; y esta manera de bienestar provocaba mas y mas la inmigracion de Europa, y con mucha razon, porque el Reino dividido en opiniones y capitaneado por los próceres mas descollantes de la Monarquía la tenian en un estado de convulsion espantosa. Fué tenaz y dilatada la porfía que promovieron sobre hacer prevalecer sus ideas en cuanto al gobierno del Reino. El Archiduque Don Felipe, por medio de sus adictos, sostenia el derecho de su esposa Doña Juana, aunque alterada mentalmente, por tomar las riendas del Gobierno. El Rey Católico se hacia fuerte en el suyo con la cláusula del testamento de la Reina difunta. Esta cuestion tan acalorada pudo terminarse con una entrevista entre el suegro y el yerno, en la cual se explicó el Rey Católico de una manera digna y memorable. Dijo: "Si yo mirara solo mi contento y sosiego y no lo que era mas pró y complidero, no me hobiera puesto á la afrenta y desvíos que he pasado; pero el amor, y más

de padre, es muy sufrido y pasa por todo á trueque que sus hijos sean mejorados. Lo que yo y la Reina mi muger pretendimos, ella en encargarme el gobierno destos reinos, y yo en conformarme á tiempo con su voluntad, no fué deseo de hacienda; que Dios loado no tengo falta della, ni de desantorizar á nadie, porque sé podia interesar en hacer á nuestros hijos. Vuestra edad y la poca experiencia que teneis de los humores desta gente, nos hizo temer no os engañasen y usasen mal de vuestra noble condicion, para acrecentarse y enriquecer á costa destos reinos y vuestra hacienda á los suyos, de que resultasen disenciones y revueltas semejables á las que por la facilidad de los Reyes se levantaron los años pasados. Mas pues esta nuestra voluntad no se recibe como fuera razon, lo que yo siempre pretendí hacer, encaminadas las cosas, muy fácilmente alzaré desde luego la mano del gobierno, ca mas estimo la paz que todo lo al; que no falta á que acudir cosas no menos forzosas y que piden nuestra presencia. Solo os quiero advertir y amonestar que desde luego pareis mientes quienes son de los que debeis hacer confianza; que si esto no mirais con tiempo, sin duda os vereis (lo que yo no querria) en aprietos y pobrezas muy grandes. Este Arzobispo he hallado siempre hombre de buen zelo, y bien intencionado y de valor; dél y de otros semejantes os podeis servir seguramente, y advertid que no es oro todo lo que lo parece, ni virtud todo lo que se muestra y vende por tal". Realizóse el arreglo y amigable convenio entre los Príncipes: el Archiduque desempeñó de allí adelante las funciones gubernativas y el Rey Católico se retiró á su Reino de Nápoles.

De corta y efímera duracion fué el reinado del Señor Don Felipe. A pocos meses fué acometido de una calentura pestilencial que lo condujo al sepulcro el veinte y cinco de Setiembre. Con este suceso volvieron á renovarse las pretensiones y animosidades de los antiguos partidos. La Reina en su estado valetudinario manifestaba en los momentos de lucidez el más grande interés en mantener la paz de sus reinos, pero estaba realmente incapacitada de gobernar. Su hijo primogénito Don Cárlos era muy niño y se le educaba en los estados de Flandes. Uno de los abuelos era el Emperador de Alemania que desde luego debia ser interesado en servirse de los suyos extrangeros del país, como él lo era. El otro se habia retirado de España con notable disgusto contra los que habian fomentado el partido del Archiduque; mas sin embargo hubo en esta ocasion un hombre capaz y de buena intencion, que habiendo promediado en las cuestiones y conducídose con imparcialidad, pudo mantener su buen concepto y reputacion. Este fué el Ilustrísimo Jimenez de Cisneros que, conociendo los verdaderos intereses de España, persuadió al Rey Católico á que viniera á encargarse del Gobierno. Por fin convino el Soberano Católico, despues de arreglar los negocios de su reino de Nápoles y ratificar el tratado de paz con Francia, regresó á España y volvió á tomar la administracion de los Reinos de Castilla, por su hija Doña Juana, hasta que pudiera empuñar el cetro al salir de su menor edad

y

su nieto el Príncipe Don Cárlos.

Atento el Rey á los servicios singulares del Arzobispo y cuando se hallaba en Nápoles, quiso recompensarlo y obtuvo de Su Santidad que lo condecorase con el capelo de Cardenal de Santa Bibiana, y con sus consejos dió principio al ejercicio, de la regencia que iba á desempeñar. No podia perderse la Española de vista en aquellos momentos y así fué que reiteró el Rey Católico varias órdenes al Comendador, encaminadas al mayor desarrollo de la riqueza y moralidad de sus individuos. Mandó que los españoles que pasaran á la isla y demás puntos de las Indias con sus mujeres se les prefiriera en darles repartimientos, vecindad y oficios públicos y que el Gobernador los ayudase á formar sus casas. Dispuso que á los indios no se les permitiese vivir amancebados y que se les obligase á contraer matrimonio. Previno se estableciesen cátedras de gramática para que se instruyesen los vecinos y los hijos de los Caciques. Para el buen régimen de la iglesia mandó guardar el debido decoro y autoridad á los esclesiásticos. Y por último, que se fabricasen iglesias y que mientras no hubiera prelados, pagase el Tesorero de los diezmos y primicias cuanto se necesitase; que para el esplendor del culto divino pasase libremente á la Española toda la plata labrada que se llevase, dotándose para el servicio del de Santo Domingo con cuatro indios: que á los frailes se les diese licencia para descubrir tierras y convertir indios pudiendo informar como se trataban los indios en los pueblos establecidos y que se les designasen sitios y lugares para edificar sus monasterios, fundándolos á cuatro leguas de distancia uno de otro.

Tambien proveyó el Rey Católico á varios pedimentos de los procuradores de la Española, entre ellos uno para que se honrasen las poblaciones erigidas hasta entonces en la isla con títulos y blasones, y otro en que instaban para que se remediasen los desórdeues que se advertian en el manejo de la Real Hacienda.

Efectivamente, habia servido el oficio de Tesorero General Francisco Villacorta que vino á la isla con el Comendador, y por su fallecimiento se proveyó la plaza en Bernardino de Santa Clara, natural de Salamanca, jóven muy entendido y á quien protegia abiertamente el Comendador. No se habian establecido todavía las arcas de tres llaves con que se ponen en el dia los caudales á cubierto del despilfarro 6 abandono de los Tesoreros, y Santa Clara que disponia á su voluntad del Tesoro Real pudo destinarlo arbitrariamente á cuanto quiso. Compró varias haciendas de campo de grande valía y ostentaba mucha profusion en los gastos de su casa, en festines, convites y otras diversiones. Sucedió un dia del Corpus Cristi, que habiendo convidado á comer á su casa al Comendador y á otros caballeros con motivo de la funcion que se celebraba, para demostrarles su riqueza hizo servir los saleros con oro en polvo, conforme se recogia entonces en los placeres del Cibao. Estas y otras demostraciones de un lujo desordenado no pudieron menos que llegar á oidos del Rey ó por denuncia del Contador Mayor Cristóbal de Cuellar con quien no estaba muy de acuerdo, 6

por la manifestacion de los procuradores. Para averiguarlo nombró á Gil Gonzalez Dávila que en calidad de Juez tomase las cuentas de Santa Clara y liquidase los alcances de la Real Hacienda.

Se trasladó el comisionado á Santo Domingo y formado expediente resultó un descubierto efectivo de mas de ochenta mil pesos de oro, en cuya virtud se embargaron todos los bienes del deudor para subastarlos. Aun en la desgracia quiso el Comendador favorecer á su protegido y para conseguirlo asistia personalmente á los actos de pregones y remate de los bienes. Regularmente se presentaba con una piña en la mano, fruta de las mas estimadas en la isla, y cuando el pregonero anunciaba un atajo de bestias, una hacienda, casa ú otra propiedad, decia el Comendador que al que alzara el precio ó adelantase la postura á tanta cantidad le regalaria la piña, y los asistentes, que eran ricos y querian captarse la benevolencia del Gobernador, alzaban los precios; de modo que rematados los bienes embargados produjeron noventa y seis mil pesos de oro, con lo que hubo para cubrir el débito y quedarle al deudor Santa Clara algun dinero sobrante.

Cuando se hicieron las denuncias al Rey Católico, coadyuvó á darle crédito, un vecino de la Española que gozaba de grande reputacion por su riqueza é integridad y tenia acceso al monarca, el cual se atrevió á aconsejarle que para Tesorero de la Española se necesitaba un hombre respetable y de tanta autoridad como la que gozaba en Castilla el Señor de Coca, Antonio Fonseca. La insinuacion fué acogida con agrado, y el Rey, que ya estaba instruido de las resultas del juicio de Santa Clara y que era entonces interesado en las rentas que producian las Indias por virtud del legado que le hizo la Reina difunta Doña Isabel, escogió á un aragonés nombrado Miguel de Pasamonte, sujeto instruido y perspicaz para desempeñar aquel empleo. En él depositó una confianza ilimitada, nombrándolo, no ya Tesorero particular de Santo Domingo, como lo habia sido hasta entonces, sino Tesorero General de la Real Hacienda de todas las Indias.

La gracia dispensada á las poblaciones á pedimento de los procuradores se hizo efectiva. Tuvo el Rey Católico para ello en consideracion que ya estaban muy pobladas y llenas de gentes, y que una gran parte se componia de hidalgos y personas acaudaladas y para ilustrarlas les concedió los mismos privilegios, exenciones é inmunidades que gozaban los consejos de las ciudades y villas del Reino, sobre lo cual se despachó Real Orden en seis de Diciembre, dotándolas con armas y escudos, en el órden y forma siguientes:

A la isla hasta entonces nombrada Española se la denominó Santo Domingo y se le señaló por armas un escudo de gules con una banda blanca atravesada con dos cabezas de dragones dorados de la misma manera que los traia el Rey Católico en su guion Real, y por orlas castillos y ieones. Este honor era debido al primer asiento de los españoles en Indias, á su progreso y á las riquezas

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A la Villa de Santo Domingo se la condecoró con el título de ciudad concediéndole la primacía en órden, porque ella habia sustituido á la primera Isabela y en ella habian residido siempre todas las autoridades Sus escudos eran: dos leones dorados en la parte superior y una corona de oro en el centro sobre campo de gules; y en la inferior una llave y una cruz.

A la villa de la Concepcion de la Vega tambien se le concedió el título de ciudad, con el segundo lugar por la importancia de su situacion, por la de los sucesos históricos de que fué teatro, y porque allí se fundian las ricas minas de Cibao y otras. Su escudo se componia de un castillo de plata y encima de él un sobreescudo azul con una cruz de la Vírgen María y dos estrellas de oro en campo de gules.

A la Villa de Santiago, tercera en órden, se le dispensó el tí tulo de ciudad, con el aditamento de los Caballeros, porque en aquel lugar se habian avecindado la mayor parte de los hidalgos de la Isabela y de los venidos con el Comendador, que conservaban el Real privilegio de traer ceñidas sus espadas en todos los actos públicos y religiosos para distinguirse de los del estado llano, y conforme lo usaban en España los Caballeros de la Orden de Santiago. El escudo correspondia á su denominacion: eran dos grandes veneras de plata en campo de gules y siete veneras pequeñas de gules en orla de plata.

A la Villa de Bonao, cuarta en órden, y que habia progresado notablemente en su agricultura, elaborándose allí algunas minas de oro y cobre, se le concedió un escudo con ocho espigas de oro sobre verde en campo blanco.

A la Villa de Buenaventura por las riquezas de sus minas de oro de Sant Cristóbal, sexta en órden, se le dispensó un escudo con un sol naciente saliendo de una nube y varios granos de oro que caen en un campo verde.

A la Villa de Puerto de Plata, lugar importante por el comercio del Norte, y séptima en órden, se le dispensó un escudo con un monte verde de plata y en lo alto una F y una Y de oro coronadas, y en lo bajo unas ondas blancas y azules.

A la poblacion de Puerto Real, octava en órden, se le asignó un escudo con una nave dorada sobre campo azul.

Eran estas las ciudades y villas de la parte del Norte de la isla que florecian entonces con algunas nuevas poblaciones que se formaban en los parajes donde existian minerales ricos, como sucedió en el Cotuy, en donde el laboreo de las célebres minas de la Mejorada dió motivo á la fundacion de aquella villa. Tambien por razones de comercio y tráfico exterior se levantó la poblacion de San Fernando de Monte Cristi, doce leguas mas al Oeste de la antigua Isabela. Esta primitiva y antigua ciudad habia desaparecido, y no quedaban de ella mas que los escombros y ruinas de sus edificios, y los recuerdos de sus habitantes en cuentos vulgares que alejaban á los tímidos y supersticiosos de aquellos sitios, por- ·

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