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el capricho y la maldad de un hombre. No debe llegarse a la resistencia sino cuando el mal ha llegado a grandes extremos."

funda

Janet rechazando la doctrina de Hobbes que el derecho en la fuerza, lo critica así: "Tendré el derecho de hacer todo contra el Estado, si puedo, como el Estado tendrá el derecho de hacer todo contra mí, si puede."

Kant en la doctrina del derecho prohibe en todo caso la insurrección. La llama el crimen mayor, y más digno de condenación que se puede cometer en un Estado, porque destruye sus fundamentos (Relaciones entre la teoría y la práctica). Admite, sin embargo, la resistencia legal: no obedecer.

Janet dice que la insurrección no puede admitirse en el dominio del derecho positivo. El pueblo tiene derecho a protegerse contra una tiranía. Los más grandes gobiernos de la Historia han debido su origen a movimientos de este género. Sería difícil a un hombre serio que condenara la expulsión de los Tarquinos, la caída de los decemviros, la emancipación de la Suiza y de Holanda, la revolución de Inglaterra, y la de América. Dice: reconociendo todo lo que puede ser permitido al pueblo en ciertas ocasiones raras y supremas, confieso que vacilo mucho en llamar derecho a esta apelación a la fuerza ciega e ignorante. Esta apelación, en mi sentir, es una excepción a la ley y no un derecho. Una insurrección legítima es una explosión del sentimiento popular, en cierto modo es una inspiración, no es un derecho."

El Gobierno debe hacer inexcusable una revolución. Mayor libertad legal hace más injusta e irracional la apelación de las armas. El deber de todo Gobierno es desarmar moralmente las fuerzas brutales. Cicerón dice que hay dos medios para hacer valer sus derechos: la discusión y la fuerza: el primero para los hombres, el segundo para las bestias. Agrega: "Si no se quiere que los hombres se sirvan de las armas del animal, es menester tratarlos como hombres."

José de Maistre (Du Pape) dice: "al lado de toda soberanía debe haber una fuerza que le sirva de freno: la ley, la costumbre, la conciencia, la cimitarra, el puñal."

En Francia la Constitución de 1791 en su declaración de derechos, dice: "Estos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión."

En 1795 desaparece de la Constitución el derecho de resistencia.

En Bélgica, en 1830, al discutirse la Constitución, la Sección Central se negó a inscribir el derecho de resistencia y dijo: "Este derecho existe, lo proclamamos, lo reconocemos, pero es muy peligroso formularlo." (Huyttens Discussions du Congrès National t. II pág. 224.)

La tesis ha sido muy debatida. Yo creo que no hay derechos absolutos, que todo derecho es relativo a un estado de civilización. El derecho es una faz de la vida, dice un gran jurisconsulto. La substancia del

derecho es el interés, según Ihering. El interés de un pueblo es la paz, la obediencia; pero si para la paz se piden sacrificios de libertad, de vida, de prosperidad nacional, esto es, se pide el sacrificio de los intereses de primer orden, entonces la resistencia armada es interés de la civilización. El criterio es el interés nacional. Sin fórmulas, sin invocación de derechos naturales y sagrados, fuera de todo sistema, rompiendo con raciocinios a priori, la justificación de una revuelta sólo se encuentra en la balanza política que mide todos los bienes y todos los males de la apelación a la violencia. La más odiosa de las tiranías, el mayor abuso del poder, el holocausto de los derechos más sagrados, no justifica una rebelión, si elementos eficaces no se agrupan para darle el triunfo. La revuelta con lucha, pero sin victoria, ahonda más las raíces del tirano, lo vigoriza y destruye las fuerzas que más tarde servirán para la libertad. La sedición habrá hecho mayores los males del mal Gobierno. En tal situación el patriotismo se aparta del campo de combate, y busca por otros derroteros el bien nacional. Preparar fuerzas, acumular elementos, concentrar vehementes aspiraciones a un cambio de Gobierno, infundir tremendas resoluciones de vencer o de morir, hacer de cada ciudadano un soldado, he aquí la preparación necesaria para la resistencia. Cuando esa preparación está terminada, cuando la revolución tiene un mantenedor en cada compatriota, cuando el ardor por la regeneración quema ya con sus anhelos toda el alma nacional, entonces la insurrección estalla,

legítima, porque será vencedora. Así Madero, nuestro gran mártir, recorre toda la República, ausculta el corazón de la Patria, toma el pulso al sentimiento nacional, y cuando estima que la resistencia será eficaz, dice en San Luis Potosí (el 5 de octubre de 1910): "He designado la noche del 20 de noviembre para que de las siete de la tarde en adelante todas las poblaciones de la República se levanten en armas." Triunfó; la revolución quedó justificada.

La revolución no es el cuartelazo. La revolución tiene raíces en los hogares, se nutre de sentimientos nacionales, se forma de ciudadanos armados. Elcuartelazo tiene su raíz en la indisciplina, en la traición, en el crimen. Nunca es una revolución. Sus triunfos son simples triunfos de la fuerza, y no reivindicaciones de libertad. En todo el orbe, el arado al hacer el surco, ha traído las cosechas, y las rebeliones populares han traído las nacionalidades y han dado jugos a la libertad, bajo la condición precisa de haber triunfado. Las tiranías deben más a los impacientes amigos de la libertad, que a sus propios esfuerzos.

Inglaterra, la libre Inglaterra, el templo levantado al respeto de las libertades civiles, se encontró en momento pavoroso bajo el yugo de una inmensa tiranía, de desoladora corrupción y de terribles humillaciones. Era el tiempo de Carlos II. El Rey era un súbdito de Luis XIV. Su Gabinete estaba pagado por el Ministro de Francia. De las Tullerías se mandaban al Monarca inglés las queridas que debían dominarlo, y el dinero que debía llenar sus arcas.

Carlos era voluptuoso, infiel a su palabra, falto de conciencia, sin amor a su Patria. Era la vergüenza del pueblo inglés. Inglaterra estaba débil, vejada por poderes internacionales, su crédito eclipsado en los mercados extranjeros. La guerra que no tenía fuerzas para sostener, trajo al Támesis la escuadra holandesa, y allí, buques ingleses fueron quemados, y la ciudad bombardeada por los cañones extranjeros. Los motivos para destronar al Monarca formaban montaña, y sin embargo, el pueblo inglés sufrió tranquilo todos sus males y entregó todas sus esperanzas al desarrollo del trabajo nacional. Era insegura una victoria, luego la revuelta estaba condenada. Tal fué el criterio inglés. Carlos II murió en el trono. Así se conquistan, así se merecen las libertades. Pueblos impacientes nunca son libres. Cuando hablamos de los Estados Unidos, suponemos un pueblo que nació para ser libre, cuya libertad la debe a don del Cielo, que encuentra en su cuna el veneno para los tiranos. Se cree que ha sido siempre un mar sin tormentas y sin piratas, y se olvida que sus grandes cosechas de prosperidad y de respetos a su derecho vienen del surco que ha abierto con inmensos dolores, con constantes sacrificios, acumulando paciencias y enseñanzas. El espíritu práctico de los pueblos es su guía a la libertad, y ese espíritu rechaza toda violencia que esté condenada al fracaso.

La segunda condición para la legitimidad de una revuelta es que no tenga medios para extirpar o disdisminuir el mal sin apelar a las armas. Cuando ese

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