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cuando se sabe que no la tienen." La moralidad comienza a ejercer su influencia cuando la regla comienza a tener excepciones. Los amigos quieren vender la. patria, el partidario honrado se aparta y rompe con su partido. Fué el triunfo de la moral. El partido quiere hacer suyo el tesoro nacional, quiere convertir en su provecho exclusivo los derechos de sus conciudadanos, el partidario honrado resiste estos propósitos y deserta de las filas de sus amigos. Un partido decide emplear un Picaluga para matar a un Guerrero, emplear un Huerta para matar un Madero, el político honrado rompe sus vínculos con los que confunden la política con el crimen. El Cid, antes de reconocer a Alfonso, le exige el juramento de que no tuvo parte en el asesinato de Sancho, esta es la moral política. En los Estados Unidos se proclamó por una Convención, que los partidarios están obligados a ejecutar las decisiones de la mayoría, pero que ésta no obliga en asuntos de moral y de justicia. (Blaine. Twenty years of Congress, tomo II, página 504.) Si el General Díaz hubiera sido jefe de un partido moral en política, no se habría aprisionado a los escritores políticos, no se habría envilecido la justicia con consignas y remociones, no se habrían nombrado gobernadores que robaran, no se habrían creado dinastías colaterales, como las de Diez Gutiérrez en San Luis, de Cravioto en Hidalgo; no se habría exigido a la Cámara de Diputados que declarara culpable de robo al Senador López Portillo, porque estaba filiado en un partido opuesto; no se habría consentido en que se celebrara

el 5 de febrero la Constitución de la República en todo el país, cuando ese partido la había sepultado. A los partidos se impone la obligación de discutir como expresión de la necesidad de reflexionar antes de querer. Evitar en el Poder Legislativo la resolución pronta, es realizar el bien púbico. Cuando la política de un partido resulta inconveniente, cuando el país reclama nueva ruta, es necesario tener lista la reserva de otros marinos que se hagan cargo de la nave. Esto facilita la transmisión tranquila del poder, rompiéndose nuestra desgraciada práctica latina de que un partido sólo por la violencia sale del ostracismo.

Para que los partidos llenen su misión, para que respondan a los fines que les señala la ciencia política, es necesario que estén desligados de toda idea religiosa que a los debates no traigan ni dogmas ni disciplina eclesiástica, para que sus triunfos no puedan significar el gobierno de los credos de la religión invocada.

Los partidos que sostienen una personalidad y no una idea; que luchan no por un sistema sino por un hombre, que desean el triunfo para un amigo y no para un conjunto de principios, representan la corrupción política, son el cáncer social.

Resolver las cuestiones nacionales a favor de intereses privados, es la corrupción gubernamental. En la escala de esa corrupción hay diferentes grados. Desde el que da puestos a amigos ineptos, hasta el que entrega a partidarios las llaves del tesoro; el que se liga por simples adhesiones personales, y el que inscribe su nombre como cómplice en un atentado, todos son

miembros corrompidos de un gobierno. El progreso político se demuestra con la diminución de esos culpables, con el fracaso de sus intentos y con el castigo que impone el desprecio social.

La paz de Westfalia al poner término a la guerra de treinta años, dió para la política posterior como sólido cimiento la tolerancia religiosa y la supresión de toda diferencia entre ciudadanos por razón de credos.

Enrique IV, el rey hugonote, con su célebre frase de "París vale una misa" cerró en la política civilizada la era de las persecuciones religiosas, apartando al Estado de toda preocupación sobre los fines de la iglesia. Fué dos veces Hugonote y dos veces Papista. Restauró el orden, terminó la guerra civil, arregló las finanzas e hizo respetar a la Francia.

Richelieu, cardenal católico, ha merecido los aplausos de la Historia porque llevó a Francia a celebrar tratados con total independencia de fines religiosos. Estuvo con y contra los protestantes sin que los credos religiosos fueran parte en las alianzas. Mazarino se alió al gran protestante Crenwell, que había decapitado a un rey católico. Las voces de los intereses religiosos dejaron de oirse en las alturas de los gobiernos, preparándose así la completa emancipación de la conciencia y la bendita tolerancia religiosa. Entre nosotros se presentó en la lucha política un partido llamado "Católico." Era la religión entrando a la arena de los intereses, armada para dar y recibir golpes, dispuesta al triunfo y expuesta a la derrota. Su triunfo

sería la exaltación de todo lo que bajo pena de excomunión tiene que mantener un católico. El Syllabus señala la política católica, y le marca entre Infierno y Purgatorio el camino forzoso que debe recorrer. La intolerancia, la subordinación al Papa de la Soberanía nacional y la dirección exclusiva por el clero de la enseñanza pública, son entre otros los fines necesarios de la política católica, según el Syllabus que dice así:

XLV. "Anatema a quien diga: toda la dirección de las escuelas públicas en las que se eduque la juventud de un Estado Cristiano, exceptuando en ciertos límites los seminarios episcopales, debe ser atribuída a la autoridad, y de tal manera que no reconozca en ninguna otra autoridad el derecho de mezclarse en la disciplina de las escuelas, en el régimen de los estudios, en la colación de los grados, en la elección o aprobaeión de los maestros."

XLVII. "Anatema a quien diga: en una sociedad bien constituída es necesario que las escuelas populares abiertas a todos los niños de cada clase del pueblo así como en general los establecimientos públicos destinados a la enseñanza de las letras de una instrucción superior, y a la educación de la juventud, queden libres de toda autoridad de la iglesia, de toda influencia directriz y de toda intervención de su parte y que estén plenamente sometidas a la voluntad de la autoridad eivil y política, según el deseo de los gobiernos y la corriente de las opiniones generales de la época."

LI. "Anatema a quien diga: el gobierno civil tiene el derecho de quitar a los obispos el ejercicio del mi

nisterio episcopal, y no está obligado a obedecer al Pontífice Romano en lo que concierne a la institución de los obispos."

LXXVII. "Anatema a quien diga: no es ya útil en nuestra época que la religión católica sea considerada como la única religión del Estado con exclusión de los demás cultos."

LXXVIII. "Anatema a quien diga: con razón en algunos países católicos la ley ha mandado que los extranjeros allí residentes gocen del ejercicio público de sus cultos particulares."

El triunfo del partido católico traería, pues, la intolerancia religiosa, la educación clerical, la sumisión del Estado al Pontífice, inmensos males barridos ya por la civilización. A esto debe agregarse otra observación: La teoría de Jackson de que los puestos públicos son plazas para el vencedor electoral, con todo lo que tiene de inmoral y de subversivo del bien público, es de aplicación cuando se trata de implantar un sistema animado por ideas contradictorias a las que han profesado todos los empleados y funcionarios del régimen caído. Todos han protestado las leyes de reforma, la soberanía nacional y la educación laica. La administración que implante las reglas: de intolerancia religiosa, abolición de cultos que no sea el católico, necesidad de someter al Papa la aprobación de leyes que da nuestra soberanía, y la dirección por el clero de la educación nacional, la Administración, digo, que quiera implantar estas reglas, debe buscar colaboradores sinceros, y éstos sólo los podrá encontrar entre católicos.

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