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de sus compañeros. Ellos deben declarar si los acusados son o no culpables e imponerles penas. Previamente se les enseñará cuál es el deber de juez, no decidir con afectos, por ligas, por simpatías, por comunidad de ideas y de sentimientos, para entregarse por completo al deber de juzgar en conciencia. La práctica del jurado los instruirá en el modo de averiguar una falta, de levantar actas, de oir al Ministerio Público y a la Defensa, de organizar el debate.

Los superiores, si se quiere, que tengan el derecho de casar el veredicto o de modificarlo, sirviendo así las faltas cometidas por el Jurado para no repetir los errores realizados.

Esta misma práctica debe observarse en cuestiones electorales. Todo lo que el ciudadano debe hacer para elegir funcionarios, deben hacer los alumnos para elegir a sus jefes. Todo lo que la ley manda para el ciudadano, deben hacer los alumnos en pequeño. Reunirlos en juntas para que discutan candidatos, inculcarles el deber de sostener sólo a los que reputen aptos y honorables, someterse a la mayoría, redactar o llenar sus boletas, formar el personal de las casillas, recoger las boletas, hacer el cómputo de votos, extender las actas respectivas, etc. Sólo por el hábito se adquieren estos conocimientos. La escuela debe ser la vida social en pequeño. El alumno al salir debe saber todo, restándole sólo aprender a hacerlo en mayores proporciones. Un maestro especial, si no lo hay fijo, un viajero una vez por semana cuando me

nos, debe educar en estos actos. Sólo así haremos ciudadanos.

El gran historiador Maccauley en su proyecto de Código Penal para la India expresa como un deber para formar al hombre libre, imponerle la obligación de quejarse de todo acto malo ejecutado en su contra. Es inútil, dice, imponer a los jueces el deber de castigar si las víctimas no se quejan. Enseñémosle este deber: respetar a las autoridades, reservándose al ejercerlo, el derecho de perseguir a los culpables. Hombres que no se quejan, están destinados a la servidumbre.

Estas reglas son aplicables a la vida escolar. Para los que ya abandonaron las aulas, los medios de instrucción y educación deben ser otros.

Escuelas nocturnas siempre con experiencias: cursos de tres meses en los que se divida una materia, gabinetes de física, química con sus laboratorios, jardines de historia natural, manufacturas de cristales, algodones, instrumentos astronómicos, clínicos, de artes y oficios, granjas de aclimatación, de cultura de plantas y animales, publicación de manuales, bibliotecas que se presten, industrias caseras, etc., etc., son los medios para hacer la Patria.

Que todo el que desee progresar tenga los medios convenientes para aumentar sus conocimientos, para perfeccionar sus prácticas. Realizar las bellísimas aspiraciones que expresó nuestro gran poeta Amado Nervo, en los siguientes versos:

"Soy una chispa: ¡enséñame a ser lumbre!
Soy un guijarro: ¡enséñame a ser cumbre!
Soy una linfa: ¡enséñame a ser río!
Soy un harapo: ¡enséñame a ser gala!
Soy una pluma: enséñame a ser ala
y que Dios te bendiga, Padre mío!"

RESPETO A LA LEY

La obediencia de todos a la ley, es la condición del respeto al derecho de cada uno. Respeto a la ley y respeto al derecho son gemelos. El derecho tiene dos elementos: el goce y su posesión tranquila, libre de toda inquietud de ser perturbada. Si fuera de la ley se respeta el goce, el derecho es arrasado y se convierte en goce de tolerancia. El hombre libre goza de lo que la ley le permite porque es su derecho, porque el derecho se levanta en actitud enérgica exigiendo el respeto universal. No pide favor para vivir, no solicita condescendencia para ser respetado; su garantía es la moralidad de la nación. Amigos y enemigos tienen que inclinarse ante él. Los enemigos más encarnizados en sociedad civilizada, se detienen ante él, impotentes para herirlo. Esto es la seguridad del derecho, esto es la libertad. Una de las elocuentes indicaciones del grado de libertad de un pueblo, es el grado de su respeto al derecho de su enemigo. Al amigo lo salva la amistad, al enemigo debe salvarlo el respeto profundo y sincero a su derecho, esto es la justicia. Nada

vigoriza tanto a un Gobierno, nada lo enraiza más en la conciencia nacional, como el ser justo. César triunfó en Farsalia. Su rival Pompeyo huye, y sus amigos lo asesinan, le cortan la cabeza, y por vil ofrenda la presentan a César en Egipto. El vencedor aparta la vista horrorizado del crimen, hace juzgar a los asesinos y asiste a su condenación. Este acto de justicia para vengar a un enemigo, levanta a César y prepara su tiranía. Cicerón hace matar a los cómplices de Catilina, sin juicio alguno. A la acusación responde: juro que he salvado a la Patria. Cuando así se viola el derecho del enemigo, ¿sorprende el reinado de la violencia, las guerras sociales que desvastan a Roma, que la arrojan a la ignominia del Imperio, para ser borrada más tarde por los Bárbaros, del mapa del mundo? El respeto a la ley es el broquel de la libertad. La ley tiene otra grande altísima misión: salva al pueblo de la ambición ilegítima de sus gobernantes. La historia proclama que sólo el respeto a la ley contiene las ambiciones personales. No es posible que una ambición se desborde sobre el campo de las libertades nacionales, sin que sus primeros embates hayan sido contra las leyes. Asegurar el respeto de éstas, es impedir el triunfo de las ambiciones de los que gobiernan. El respeto a la ley es doble garantía contra revoluciones y contra golpes de Estado.

Sin respeto a la ley no hay régimen de igualdad. Los hombres no son iguales, sus derechos penden de su influencia, del grado de favor que les conceda la

autoridad. Lo ilícito para el desvalido, es lícito para el poderoso. El dique que contiene la corriente contra los intereses del favorito, es barrido por el ataque al débil. Pocos actos producen la irritación de ánimo y el deseo de venganza como el tratamiento desigual, sin más causa que la posición social, las relaciones de familia, los afectos. Los males que se sufren por la ley dejan la conciencia de que los derechos serán respetados; los que sufren ilegalmente quitan toda confianza en la ley, atraen el desprecio a los funcionarios, y provocan inmensos deseos de que desaparezcan. Sin respeto a la ley, la igualdad es mentira.

¿Cómo se hace posible el régimen de la ley? Preguntemos a Inglaterra cuáles son sus procedimientos, sobre qué bases ha levantado su libertad. Nada fía a lo arbitrario, todo está regido por un precepto obligatorio: tradicional, de costumbre o legislativo. En la ley no se cantan poemas a la libertad, ni himnos a teorías filosóficas. Cuanto es necesario para la formación gubernamental, está allí en forma de derecho o de obligación, y siempre con carácter práctico. Ley que deja sin satisfacer una necesidad social, está condenada; la que deja impotente a la autoridad ante un mal, imposibilitada para ponerle un remedio, es una ley expulsada del Código de la libertad. El Gobierno por la ley, y la ley fijando las condiciones necesarias para un Gobierno eficaz, son las bases en que se levantó la solemne interrogación de Ludlow: "Si el Rey debe gobernar como un Dios, y si la nación debe ser gobernada por la fuerza como una bestia."

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