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PROEMIO

Cuando Huerta dió el golpe de Estado era yo Senador. Mi repugnancia a presentarme a las autoridades de ese Régimen limitó el movimiento de mi bufete. Acostumbrado al trabajo, y casi falto del profesional, pensé en popularizar ideas que forman mi conciencia política nutrida por estudios, meditaciones y ejemplos de otros países. Formada nuestra Constitución en su parte de organización política casi como calca de la de los Estados Unidos, era natural que yo estudiara cómo en este país se han resuelto las cuestiones que plantea nuestra Carta, qué dificultades había presentado la vida legal de aquel pueblo, y por qué caminos ha llegado a la prosperidad que hoy tiene. El estudio de su historia me infundió la convicción de que no hay un solo mal que hayamos padecido que no haya azotado a nuestro poderoso vecino. Regímenes de arbitrariedad, presidiarios en el poder, inmensa corrupción en política, indiferencia nacional para el bien público, partidos políticos obedeciendo sólo a intereses de sus miembros, saqueos inauditos a los tesoros nacionales, farsas electorales, falsificación de votos y cómputo de cédulas al capricho del partido dominante, desesperanzas del porvenir, convicciones de que el pueblo no servía para la democracia por su rudeza, por su indisciplina y por su pobreza; terribles humillaciones sufridas a causa de su debilidad internacional que hacían exclamar al gran Washington: "preferiría estar en mi sepulcro;" acusaciones terribles contra los hombres públicos que mantenían al rojo Blanco la opinión nacional, cargos de traición lanzados solemnemente contra todo gestor de la cosa pública; el gran Jefferson denunciando como traidor al gran Washington, continuas y pavorosas amenazas sobre disolución de la Unión, y la cuestión de esclavitud preñada de intereses económicos que abría inmenso abismo entre el Norte y el Sur, fueron terribles escollos en la vida del actual coloso del Norte. ¿Cómo ha evitado el naufragio? Con la paz que ha permitido la evolución enmedio de grandes dolores, con escuelas y con la represión de dos poderosísimas corrientes destructoras que han azotado nuestro continente latino: el

Militarismo y el Clericalismo. Mostrar esas dolencias en la historia de los Estados Unidos, y exhibir su creciente prosperidad, es fortificar la esperanza de mi optimismo de que si abandonamos nuestro régimen de violencia, abriremos anchos campos a la evolución, en cuyos caminos encontraremos un bienestar cada día mayor. Por esto he buscado en nuestro suelo y en el territorio americano principalmente, los elementos históricos en que fundo las reglas de la política que proclamo. En este trabajo sólo examino los acontecimientos que precedieron al triunfo de la revolución Maderista. Los posteriores están muy cercanos para ser juzgados.

A la hora de entregar el original a la imprenta, encuentro que en cinco años transcurridos desde que concluí este ensayo, se han traspapelado los apuntes relativos a la América Central. Sin tiempo para reponerlos, me veo obligado a omitir el estudio de esos pueblos.

Doy a la estampa este trabajo con la convicción de que aun siendo erróneas todas mis conclusiones, la refutación que provoquen servirá para encontrar las verdades que yo haya sacrificado.

México, julio de 1919.

José DIEGO FERNÁNDEZ.

"MEXICO, POLITICA EXPERIMENTAL"

En la cima de los acontecimientos los pueblos inexpertos ponían al Destino. Los dioses levantaban o hundían grupos humanos. El mundo estaba regido por voluntades sobrenaturales. La ciencia descubrió que hay leyes para los actos de la naturaleza, y para los actos de los hombres. Las fluctuaciones de voluntades caprichosas rigiendo el universo fueron substituídas por leyes uniformes, de las que depende el progreso universal. En la naturaleza reina el orden, esto es, gobierna la ley inflexible. Descubrir esa ley o conjunto de leyes, es la misión de la ciencia que ha enjugado tantas lágrimas, que ha salvado tantas vidas, que ha disminuído tantos dolores, que ha dado tantos placeres, que ha inspirado tantas energías para luchar contra el mal y acabar con resignaciones al dolor, que ha redimido al esclavo, ha fundado la libertad y que vive en lucha eterna contra los enemigos de la felicidad humana. ¿Existen leyes que rigen los fenómenos políticos? El abatimiento de naciones que lle

naron el mundo, la exaltación de pueblos ignorados, ¿son fenómenos debidos al acaso? ¿O cada pueblo con sus virtudes y vicios teje su propio destino?

En tiempo de Felipe II más de medio mundo era "España." Los monarcas españoles poseían en ese tiempo, en Europa: España, Portugal, Alemania, Países Bajos y parte de Italia; En América: México, Texas y California, Louisiana, Florida, la América Central y toda la América del Sur, Cuba, Puerto Rico, mitad de Santo Domingo y la Trinidad. En Oceanía: las islas Filipinas, las Marianas y de Timor. En Africa: las islas Azores, Madera, Porto Santo, islas del Cabo Verde, Tenerife, de San Tomás y del Príncipe; las Capitanías de Angola, del Congo, de Mazambique, Goa y Diu en la India, y Macao en China. Jamás las sombras de la noche envolvían por completo el territorio español.

La influencia española era universal. Los primeros estadistas, los primeros guerreros, los primeros marinos, los primeros poetas, los primeros sabios, eran españoles. Era el siglo XVI. Tres siglos después España es sólo la Península Europea con una pequeña colonia en Africa, unas cuantas islas, y un arpón clavado en sus entrañas que se llama dominio inglés en Gibraltar. La primera nación del mundo bajó en tres centurias a ser la caudatoria de los grandes poderes, por haber convertido en procesión religiosa su marcha a través de los siglos.

Inglaterra era un punto negro perdido en el norte. Sus habitantes habían sido conquistados por los Nor

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