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es ilimitado y despótico. Promulgar esta doctrina es adquirir derechos a ser eminentes en los gobiernos personales. Sus enseñanzas sólo tienen un precedente: Iturbide, quien dijo al instalarse la junta instituyente (2 de noviembre de 1822):

"Desde entonces mi voz por una exigencia forzosa y esencial del acto se constituyó en el órgano único de la voluntad general de los habitantes de este imperio." Al poco tiempo expiaba ante un pelotón de ejecución esta usurpación de soberanía, y su imitador el General Díaz, expió en el destierro igual delito. Los cortesanos y los déspotas en toda la historia, son los pregoneros del pretendido envilecimiento de los pueblos, para justificar así al poder que sirven.

El General Grant, único después de Washington, que había sido jefe de todo el ejército federal, el primero que mandó un millón de soldados en el campo de batalla, acostumbrado a ser obedecido sin una réplica, sin observación alguna, llega a la Presidencia de la República y olvida su hábito de mando para someterse a la obediencia que reclaman las Instituciones. Celebró entre otros el tratado de anexión de Santo Domingo que estimó altamente benéfico para la Unión.

El Senado lo reprueba, y él dice: la reprobación sólo significa diferencias de opiniones, sin que en esa falta de conformidad de creencia haya nada de hostilidad. El Senado reprueba, yo me someto: El tratado fracasó. ¿Es este el tipo del Presidente soñado por el Señor Sierra? El Poder Legislativo Americano da las leyes, y el Presidente Grant muestra al pueblo el ca

mino del deber, diciéndole: "las leyes deben gobernarnos a todos, a los que las creen malas y a los que las creen buenas." El hombre acostumbrado a mandares el primero que se sujeta a la obediencia de la voluntad del Legislativo expresada en la ley. Absolutismo y Gobierno Constitucinal son contradictorios. El régimen de gobierno de las leyes rompió el molde del Virreinato español. El Duque de Linares decía a su sucesor el Marqués de Valero: "Si el que viene a gobernar este país no se acuerda de la Majestad Divina, puede ser más soberano que el Gran Turco, pues no discurrirá maldad que no haya quien se la facilite, ni practicará tiranía que no se le consienta."

LITERATURA

¿Qué sería la vida sin las obras de imaginación? Quitad de ella la poesía, la escultura, la pintura, la oratoria, la música, las impresiones de la belleza, las emociones que son la vida del arte, y habréis disipado las ilusiones, que son placeres en perspectiva. El descanso sería el simple reposo material, la inercia intelectual, la cesación de impresiones, el término al soñar. No, debemos conservar esas fuerzas reparadoras del trabajo, esas fuentes de inspiración para la lucha de placeres que siembran esperanzas en la contemplación del porvenir, que nos alienta al trabajo ante la proyección en los horizontes de la vida del fantasma de la felicidad.

La raza latina, sobre todo la latino americana parece haber hecho de las obras de imaginación el objeto más digno del trabajo, el altar más alto para los homenajes, el lábaro de la vida intelectual de un pueblo culto. Para nosotros nada vale lo que no lleva matices de imaginación. Un pensamiento nada significa si no está envuelto en imágenes, si no está expresado en estilo literario. La forma, más que el fondo, la chispa más que la luz, la metáfora más que la verdad, es el amor de nuestras almas. La imaginación es la grande autora de nuestros actos, la eterna colaboradora de lo que producimos, y esto es un mal, y mal grave que va cortando las raíces con que la civilización prende en nuestro suelo. La imaginación enseñoreando la vida, no es el tipo del progreso. En la gran obra de la civilización el puesto de honor toca al pensamiento. El ha descubierto las leyes de la naturaleza, él ha enseñado los procedimientos para aprovecharlas, es el autor de la ciencia y de la técnica que han cincelado el mundo. Todos los grandes bienes que gozamos, son productos del pensamiento. Por él hay telégrafos, teléfonos, vapores, luz eléctrica, aeroplanos, maquinarias admirables, etc. El con sus productos ha hecho por la moral más que todas las religiones juntas. Ha reducido los actos inmorales por el uso del telégrafo, por la comunicación rápida, por su policía, por sus procedimientos de investigación, por su energía defensiva contra el delincuente, por la organización de las fuerzas de seguridad, etc. Las obras de imaginación son la floración de una alta cultura, pero no son ni la

raíz, niel tallo. Representan las hojas y las flores, pero no producen los frutos, y sólo con frutos la humanidad crece y se desarrolla, las naciones se hacen prósperas y el ideal de ventura se hace tangible. Los pueblos a los que la civilización debe más, no son los pueblos imaginativos, son los pueblos de observación, raciocinio y descubrimiento. La ciencia y la técnica son las que han levantado la humanidad. Protejamos la cultura del pensamiento, sin dar preferencia a las obras de imaginación.

Las bellas artes tienen por objeto producir emociones, la ciencia las ahoga para que tranquila pueda descubrir las leyes de la naturaleza. Por esto la imaginación perturba la ciencia. La razón tranquila, sin impresiones, sin emociones, sin preocuparse de afectos, ni de pasiones, ni de intereses, se entrega al descubrimiento de la verdad. Observar, raciocinar, son sus medios para descubrir, interrogando a la realidad, obrando sólo sobre datos arrancados a ella, sin un fantasma, sin un dato imaginativo, sin una emoción. Razón que se emociona está destronada, por esto el arte está proscripto de la investigación. Colocarlo en el altar más alto de la civilización, es el aborto del progreso. Antes que hojas y flores que embelesen, debemos poner los frutos que nutren, que producen crecimiento y estructura a la humanidad, que crian su sangre. Antes que arte, ciencia; sobre la forma literaria, el pensamiento; antes que los literatos, los pensadores.

CONCLUSION

Quedan impresas 525 páginas, y aun tengo bastante original. El gran costo de la impresión, la fuerte comisión mínima de un 25% al librero que ponga el libro a la venta, y el temor de que sólo se venda un corto número de los 2,000 ejemplares que se han tirado, me han obligado, por economía, a mutilar muchos capítulos, y a suprimir los que aún no se imprimen. Entre los capítulos mutilados figura una supresión inconsciente cuya omisión lastima mis sentimientos de justicia. Me he empeñado en demostrar que los gobiernos personales son impotentes para administrar, bien porque entregan los puestos públicos a los favoritos, y faltan a la doble regla que gobierna la buena organización: incorporar en el Gobierno a los honrados y aptos, y eliminar a los inútiles y pillos. Comprobé esto en el original examinando la gestión del Señor Limantour en la Secretaría de Hacienda. Decía yo: "El General Díaz dió carta blanca al Señor Limantour para organizar la Hacienda Pública y nombrar empleados. En la antesala de esa Secretaría quedó detenido el gobierno personal, y sin acción la regla de que los puestos públicos son para los que saben hacerse agradables al caudillo. Resultado: la administración de caudales públicos tomó un carácter de probidad jamás superado. El valor de los impuestos llegaba íntegro a la Tesorería General, estaban suprimidas todas las filtraciones

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