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y sean tres ó sean trescientas, ninguno ha de conformar con el otro ni con la verdad.

Oyendo estos vanos y varios juicios de los pilotos y maestres y de algunos marineros que presumen de bachilleres en el arte, venimos hasta que á los veinteiseis dias de nuestra navegacion fué Dios servido que vimos tierra. ¡Oh cuánto mejor parece la tierra desde el mar que el mar desde la tierra! Vimos á la Deseada, y qué deseada, á la Antigua, y desembocamos por entre las dos, dejando á la Deseada á la parte del Leste; pasó nuestro deseo adelante, y apareciósenos á barlovento Santa Cruz. Fuimos casi á luengo de tierra de ella; luégo alcanzamos á San Juan de Puerto Rico, perlongamos su costa é hicimos resguardo en Cabo Bermejo, porque se suelen esconder allí ladrones. Fuimos de allí á reconocer á la Mona y los Monitos, aunque de mucho atras los traiamos reconoscidos y reconoscímoslos. Pasamos en demanda de la isla de Santa Catalina, y hallámosla, y descobrimos la Saona, y tierra del bendito santo que nos dió gozo tanto, tanto, tanto. Todo esto no se hizo sin muy copiosos aguaceros que nos mojaban y remojaban. Mas todo lo teniamos por tortas y pan pintado, no viendo los huracanes que temiamos.

Con el gozo de verse con la tierra que demandábamos, se descuidó un poco el señor piloto teniente del viento y subdelegado, el que traia la rienda del dicho caballo de madera, y comenzó á descaer el navío del puerto, hasta que dando bordos se volvió á poner en la carrera. Lo cual fué causa que no podimos entrar aquel dia por boca del rio de Santo Domingo por ser ya noche. Y así convino entrar con la sonda en la mano á ponernos

la

en lugar seguro; porque fuera necedad haber nadado y nadado, y ahogar á la orilla. Echáronse dos áncoras y buenas amarras, con que el navío quedó (Dios mediante) seguro. Y quedámonos aquella noche en el agua, sin que yo consintiese saltar á nadie en tierra, porque no se supiese que yo estaba allí ; que cierto fué la más larga y trabajosa noche del viaje todo. Porque el navío estuvo siempre arfando, y nuestros estómagos como el primer dia que nos embarcamos. Y acerca de los trabajos y peligros del mar no tengo más que decir, sino que todo lo dicho pasa cuando se lleva viento en popa y mar bonanza; considere vuestra merced qué será cuando hay borrascas de mar ó cosarios, y más si vienen fortunas ó tormentas. En resolucion la tierra los peces.

para los hombres, y el mar para

Otro dia al amanecer viera vuestra merced en nuestra ciudad abrir cajas á mucha prisa, sacar camisas limpias y vestidos nuevos, ponerse toda la gente tan galana y lucida, en especial algunas de las damas de nuestro pueblo que salieron debajo de cubierta, digo debajo de cubierta de blanco soliman, y resplandor y finísimo color de cochinilla, y tan bien tocadas, rizadas, engrifadas y repulgadas que parecian nietas de las que eran en alta mar.

Salió el maestre á tierra y un criado mio con quien envié un recaudo al señor Presidente. Y luego comenzaron á acudir barcos á nuestro navío, y porque no habia tiempo para entrar la nao sino atoando, yo y mi familia nos metimos en un barco que nos trajeron aderezado. Y salimos á la deseada tierra y ciudad de Santo Domingo, donde fuimos bien recibidos, y habiendo

descansado dos ó tres dias se me dió la posesion de mi silla, donde quedo sentado para hasta que Dios quiera, y sin deseo de surcar más el mar, y con deseo de saber que vuestra merced está en el puesto que merece. Doña Catalina y sus hijos besan á vuestra merced las manos, y nuestro Señor, etc.

CARTA

ESCRITA AL MUY ILUSTRE SEÑOR DON JUAN HURTADO
DE MENDOZA 1, SEÑOR DE LA VILLA DE FRESNO
DE TOROTE, EN QUE SE TRATA DE LOS

CATA-RIBERAS.

Por una suya me envia vuestra merced á mandar le escriba el estado de mis negocios, y muy por extenso en qué entiendo y cómo me va en esta córte; y porque (como vuestra merced sabe) soy siempre obediente á sus mandatos, haré en ésta lo que me manda, y áun más de lo que me envia á mandar. Porque no solamente daré cuenta de mi vida, empero tambien de la de mis amigos, que acá son muchos; porque en los

1 Fué natural de esta córte y muy amigo del autor. Escribió: Buen placer trobado en trece discantes de cuarta rima castellana, Alcalá, por Joan de Brocar, 1550, 8.o, y otro libro de poesía, intitulado El Tragitriumpho, que tambien se imprimió en Alcalá. Pero es preciso no confundirle, como hizo el señor Gallardo, con otro don Juan Hurtado de Mendoza, granadino, que veinte y siete años despues dió á luz El cavallero cristiano, en metro, Antequera, por Andrés Lobato, 1577, 8.o

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