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AL LICENCIADO

CARTA

AGUSTIN GUEDEJA, ENTONCES RELATOR

DEL CONSEJO Y DE LA CÁMARA DE SU MAJESTAD, Y AHORA
SU FISCAL EN LA REAL AUDIENCIA DE GALICIA,

EN QUE SE DESCRIBE LA VILLA DE TORMALEO,
QUE ES EN EL CONCEJO DE IBIAS DE LAS
CUATRO SACADAS DE ASTÚRIAS; Y SE

TRATA ALGO DE LA GENTE

DE ELLA.

(Escribióla el autor estando en una comision en aquel pueblo.)

De cerro en cerro, de puerto en puerto y de peña en peña vine á estas cumbrosas Astúrias, donde algunas veces me hallo tan vecino de las nubes, que me regalo con ellas, y pongo mi cabeza en sus regazos. Despues que he visto esta tierra, no me maravillo de haber oido decir que los asturianos tiraban lanzas al cielo; porque le tienen tan cerca de sus casas cuanto léjos de sus corazones.

Yo estoy en la insigne ciudad de Tormaleo, que

quiere decir tormento malo, donde al presente resido; cuyo sitio y disposicion y moradores querria describir, si acertase mi desatino á desatinar como conviene para significar tan desatinada ciudad y gente. Es la populosa ciudad de hasta diez casas todas redondas; está ceñida de bravas peñas, adornada de viejos castaños; riéganla claras y frescas fuentes y arroyos. Está asentada en un repecho contra el Septentrion, y mirada desde cualquiera de los cerros que la rodean, parece colmenar de pocas y mal reparadas colmenas; pero la miel de ellas no la labran abejas, sino ovejas y cabras, y puercos y vacas viejas.

Las casas, como he dicho, son redondas, porque para que quepa la ruindad de los moradores, la figura redonda es la más capaz. Dos puertas tiene cada casa, una al Oriente y otra al Occidente; y ni por la una se ve el sol, ni por la otra se descubre el cielo. Vese á ratos por entrambas la nieve de vara en alto, y un fidalgo de solar conocido con una espada al lado y un broquel al rabo, un puñal pendiente, lanza y azcona al hombro, y una ballesta en la mano con cinco ó seis saetas espetadas entre el collar del sayo y gorjal de la camisa; y con este rosario de cuentas va á rezar á la Iglesia, donde á la puerta deja arrimada la azcona y lanza; y si el clérigo le va á echar agua bendita, se empuña en la espada, pensando que le va á dar con el hisopo; si oye mentar un santo, ase del puñal, diciendo que aquella es gente que él no conoce. Y cuando el presbítero se vuelve al pueblo á decir: Dominus vobiscum, sospechando que vuelve á mirarle la mujer, pone una saeta en la boca y echa la gafa á la ballesta,

y

saliendo de allí, si ve una bota enconada, le rinde las armas y cruza las manos.

En las dichas casas no hay sala ni cuadra ni retrete; toda la casa es un solo aposento redondo como ojo de compromiso; y en él están los hombres, los puercos y los bueyes todos pro indiviso, así porque todos son herederos de la tierra, como porque ni áun en las costumbres se diferencian. A un mismo tiempo habla el hombre y gruñe el puerco y brama el buey; y tengo los oidos tan confusos con la diversidad de zumbidos, que al hombre tengo muchas veces por la bestia, y al animal por el hombre; y cuando en esto estoy más engañado, creo me engaño menos. El hogar está en medio de esta apacible morada, porque de allí salga luz y calor para todo el circular aposento igualmente, aunque a veces comprende más un traque de la huéspeda que cuanto calor sale del copioso hogar. Las dichas casas circulares son cubiertas de unos cimborios de fina paja, y éstos rodeados desde el extremo hasta el coronamiento de unos rollos de bimbres, hechos por tal órden y manera, que cuando los vi, pensé que eran los verdugados que salieron desterrados de Castilla; y por otra parte bien considerados parecen á los pabellones que suelen tener por defensivos las ollas del mal cocinado de esa córte. Y, en fin, las casas con ellos son como bellotas con capirotes; porque la gente regalada de estas partes es tan amiga de la bellota (que ellos llaman llande), que no se satisfacen con metella en sus buches, sino que ella los tenga metidos en sus entrañas. Todas las casas son insulanas, ninguna se pega con la otra así son las voluntades de los vecinos.

:

Estas casas tienen llenas de tantas baratijas, armadijos, trastos, pertrechos, bastimentos, instrumentos y municiones, que no tenía tantas la madre Celestina para fabricar hechizos y reformar virgos. Las castañas tienen en alto sobre unas bimbres tejidas pendientes de unas sogas, en las cuales miran y contemplan como los moros en el zancarron de Mahoma; porque no hay sustento que les dé más gusto, ni que ellos tanto amen, excepto el vino, al cual tienen tanto amor, que siempre lo traen metido en lo íntimo de sus entrañas.

Habitan esta lustrosa ciudad ilustres hidalgos de lanza mohosa, cuchillo cachi-cuerno, abarca peluda, pierna desnuda, capotin de dos faldas, caperuceta antigua sobre largas coletas. Es gente de tanta punta, que comen y beben en platos y escudillas de palo por no comer ni beber en platos de Talavera, ni vidrio de Venecia, que dicen que es sucio y que se hace de barro. Pan de trigo no lo pueden ver, ni carne fresca; la que se muere de landre, modorra ó sanguiñuelo, ésa les es saludable y gustosa. La cama en que me acuesto es un escaño de palo que parece andas de defuncto, tan angosto que he menester estar como cuerpo muerto, sin me rodear para no rodar por casa. Échame mi huéspeda un cabezal debajo, que sospecho que está lleno de pluma de puerco espin; una sábana en que me envuelvo, parece de buena cañamaza tramada con cerdas de rocin prieto; la manta es parda, creo que es de lana de burras y esparto; es nueva corriendo sangre, tanto que me dice la huéspeda que yo la he llevado la virginidad; y yo digo á la buena vieja que miente, porque juro á Dios que es tan áspera y esquiva la dicha señora

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