210 MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA.
MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA.
¿Quien menoscaba mis bienes? Desdenes!
¿Y quien aumenta mis duelos? Los cielos!
¿Y quien prueba mi paciencia? Ausencia!
De ese modo en mi dolencia Ningun remedio se alcanza, Pues me matan la esperanza, Desdenes, celos y ausencia.
¿Quien me causa este dolor? Amor!
¿Y quien mi gloria repuna? Fortuna !
¿Y quien consiente mi duelo? El cielo!
De ese modo yo recelo Morir deste mal estraño,
Pues se aunan en mi daňo Amor, fortuna y el cielo.
¿Quien mejorará mi suerte? La muerte!
Y el bien de amor ¿quien le alcanza? Mudanza!
Y sus males ¿quien los cura?
De ese modo no es cordura
Querer curar la pasion,
Cuando los remedios son
Muerte, mudanza y locura.
DIALOGO ENTRE DIOS Y EL ALMA DEL AUTOR.
Ay alma! quieres me bien?»>
Vos lo sabeis bien, mi Dios! «No me dirás como á quien? » Señor mio! como á vos!
Ay alma, con tantas veras «Me he preciado de quererte,
Que por solo que me quieras «He padecido una muerte, «Y sufriera mil mas fieras: «Y pues conoces tan bien «Que á un amor tan verdadero «No se debe dar desden, Dime, pues tanto te quiero. «Ay alma! quieres me bien?»
Aunque en mil cosas mostrais, Mi Dios, cuanto me quereis, Con lo que mas me moveis Es con ver que preguntais Lo que vos tan bien sabeis: Á do llega mi querer, Mejor que yo lo veis vos, Y pues vos lo echais de ver, Lo que debo responder,
Vos lo sabeis bien, mi Dios.
Tu aficion, ay alma bella!
«Bien sé yo si es mucha ó poca: «No pregunto por sabella, «Mas porque gusto mas de ella Oyendo la de tu boca:
«Ya sé que me quieres bien, «Mas porque este amor tan santo «Entienda el mundo tambien, «Puesto que me quieres tanto, «No me dirás como á quien?»
Si en cielo ó tierra yo hallára Cosa alguna á que igualaros, O á quien como á vos amára Dios mio, yo procurára Con alguno compararos:
Mas pues como vos no hay dos, Porque vos sois verdadero
Unico y eterno Dios,
Sabeis como á quien os quiero?
Señor mio, como á vos!
FRANCISCO DE MEDRANO. Murió por los años de 1617.
Borde Tórmes de perlas sus orillas Sobre las yerbas de esmeralda, y Flora Hurte para adornarlas á la aurora Las rosas que arrebolan sus mejillas. Viertan las turquesadas maravillas Y junquillos dorados que atesora La rica gruta, donde el viejo mora, Sus driadas en cándidas cestillas, Para que pise Margarita ufana,
Tierra y agua llenando de favores; Mas si uno y otro mira con desvio, Ni las ninfas de Tórmes viertan flores, Ni rosas hurte Flora á la mañana, Ni su orilla de perlas borde el rio.
Quien te dice que ausencia causa olvido
Mal supo amar, porque si amar supiera, ¿Qué la ausencia? la muerte nunca hubiera Las mientes de su amor adormecido.
¿Podrá olvidar su llaga un corzo herido Del acertado hierro, cuando quiera Huir medroso con veloz carrera
Las manos que la flecha han despedido? Herida es el amor tan penetrante,
Que llega al alma, y tuya fué la flecha De quien la mia dichosa fué herida. No temas pues en verme así distante;
Que la herida, Amarili, una vez hecha, Siempre, siempre y do quiera será herida.
Esta que te consagro fresca rosa, Primicia, Galatina, del verano, Haya virtud, tocándola tu mano, De hablarte muda así, tirana hermosa:
«Esa faz, esa mesma, que invidiosa Vió la mañana y admiró el temprano Sol, con desprecio la verá y ufano El hesperio ya mustia y mentirosa. «Yo nací hoy tal, que á emulacion del dia Robé los ojos; ya no soy cual era; Que la belleza es breve tiranía. »
Y tú, ay! dirás: «Oh nunca hermosa fuera Si así de breve marchitarme habia Para mas llorar siempre que me viera!»
El rubí de tu boca me rindiera,
A no me haber tu bello pié rendido; Hubiéranme tus manos ya prendido, Si preso tu cabello no me hubiera. Los del cielo por arcos conociera, Si tus ojos no hubiera conocido; Fuera su polo norte á mi sentido, Si la luz de tus ojos no lo fuera. Así le plugo al cielo señalarte,
Que no ya solo al norte y arco bello Tus cejas venzan y ojos soberanos, Mas, queriendo á tí mesma aventajarte, Tu pié la fuerza usurpa, y tu cabello A tu boca, Amarili, y á tus manos.
Cuando invidioso el tiempo haya robado El tu cabello, espanto ahora de Flora, Y el verano, que alegre gozo ahora Y la flor de mi edad haya robado, No seré, no, Amarili, á tu sagrado
Nombre ingrato que la alma humilde adora, Ni el fuego celestial, que en ella mora De la edad sentirá el invierno helado; Mas del cisne imitando la costumbre, Con acento, por dicha mas divino, Te cantaré, para morirme luego; Y como llama que vigor y lumbre Cobra cuando su fin es mas vecino, Mas resplandecerá mi hermoso fuego.
A N.. hermosa y astuta dama de Sevilla.
Si pena alguna, Lamia, te alcanzara Por cada voto que perjura quiebras; Si al ménos una de tus rubias hebras En cana se trocara,
Creyérate; mas luego que engañosa La fe rompes debida al juramento, Tú, de la juventud comun tormento, Despiertas mas hermosa.
Falta pues, Lamia bella, al siglo honrado De tu difunta madre sin recelo,
Falta á tu vida mesma, falta al cielo La fe que les has dado;
Pues de ver cuanto número confie
De mozos en tus juras, y que artera Burles al mas atento que te espera, Todo el cielo se rie.
Mas qué? la juventud para tí crece Toda, crécente nuevos servidores, Y de los que hoy desprecias amadores Ninguno te aborrece.
De tí la madre teme á su querido Hijo, teme de tí el viejo avariento, Teme la esposa que tu dulce aliento Detenga á su marido.
A Fernando de Soria Galvarro.
Todos erramos, todos,
En cuantos bienes sin acuerdo amamos, Y aunque por varios modos,
Todos, Sorino, ciegamente erramos;
Mas ¿qué jamás huimos,
O qué guiados de razon, seguimos? Nadie principio ha dado
Con tan dichoso pié á felice empresa, Que ne de haberla osado
Confiese malcontento que le pesa; Ya lo muelle nos daña
De la paz, de la guerra ya la saña.
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