La dulce boca que á gustar convida Un humor entre perlas destilado, Y á no invidiar aquel licor sagrado Que á Júpiter ministra el garzon de Ida, Amantes, no toqueis si quereis vida; Porque entre un labio y otro colorado Amor está, de su veneno armado, Cual entre flor y flor sierpe escondida. No os engañen las rosas, que al aurora Direis que, aljofaradas y olorosas, Se le cayeron del purpúreo seno; Manzanas son de Tántalo, y no rosas, Que despues huyen del que incitan hora, Y solo del amor queda el veneno.
Descaminado, enfermo, peregrino, En tenebrosa noche, con pié incierto, La confusion pisando del desierto, Voces en vano dió, pasos sin tino. Repetido latir, si no vecino,
Distinto oyó de can siempre despierto, Y en pastoral albergue mal cubierto Piedad halló, si no halló camino. Salió el sol, y entre armiños escondida, Soñolienta beldad con dulce saña Salteó al no bien sano pasajero, Pagara el hospedaje con la vida; Mas le valiera errar en la montaña Que morir de la suerte que yo muero.
Ni en este monte, este aire, ni este rio Corre fiera, vuela ave, pece nada: De quien con atencion no sea escuchada La triste voz del triste llanto mio; Y aunque en la fuerza sea del estío, Al viento mi querella encomendada Cuando á cada cual dellos mas le agrada, Fresca cueva, árbol verde, arroyo frio,
A compasion movidos de mi llanto,
Dejan la sombra, el ramo y la hondura, Cual ya por escuchar el dulce canto De aquel que de Strimon en la espesura Los suspendia cien mil veces.
Puede mi mal y pudo su dulzura!
Tras la vermeja aurora el sol dorado Por las puertas salia del oriente, Ella de flores la rosada frente, Y él de encendidos rayos coronado. Sembraban su contento ó su cuidado,
Cual con voz dulce, cual con voz doliente, Las tiernas aves con la luz presente, En el fresco aire y en el verde prado, Cuando salió bastante á dar Leonora
Cuerpo á los vientos y á las piedras alma, Cantando de su rico albergue, y luego Ni of las aves mas ni vi la aurora;
Porque al salir, ó todo quedó en calma, O yo, que es lo mas cierto, sordo y ciego.
A la tela de justar de Madrid, que la sacaron al campo. Téngoos, señora Tela, gran mancilla.
Dios la tenga de vos, señor soldado.
¿Como estáis acá fuera? - Hoy me han echado, Por vagamunda, fuera de la villa.
¿Dónde están los galanes de Castilla?
ૐ Dónde pueden estar sino en el Prado? Muchas lanzas habrán en vos quebrado? Mas respeto me tienen; ni una astilla. ¿Pues qué haceis ahí? Lo que esta puente, Puente de anillo, tela de cedazo,
Desear hombres como rios ella, Hombres de duro pecho y fuerte brazo.
Adios, Tela; que sois muy maldiciente, Y esas no son palabras de doncella.
Rey de los otros rios caudaloso, Que en fama claro, en ondas cristalino, Tosca guirnalda de robusto pino Ciñe tu frente y tu cabello undoso; Pues dejando tu nido cavernoso
De Segura en el monte mas vecino Por el suelo andaluz tu real camino Tuerces soberbio, raudo y espumoso; A mí que de tus fértiles orillas
Piso aunque ilustremente enamorado La noble arena con humilde planta; Díme si entre las rubias pastorcillas
Has visto, que en tus aguas se han mirado, Beldad cual la de Clori ó gracia tanta.
PEDRO DE CASTRO Y ANAYA. Floreció por los años de 1632.
& Viste, oh Clori, este prado, Que fué valle de flores De alternados amores, De imaginados celos Y desdenes suaves De dos amantes aves? Pues de su paz sabrosa
Ya es tálamo florido,
Ya son de amor las plumas de su nido.
Viste enojadas, Clori, Con picos gemidores, Riñendo sus amores, Las tiernas avecillas, Y que volvieron luego A su lascivo fuego? Viste con qué fineza Con qué amoroso exceso
Se contaron las plumas beso á beso?
Pues si lo viste, Clori,
¿Cómo, bella enemiga, Su ejemplo no te obliga? Y consientes, ingrata, Cuando dos simples aves Con besos tan suaves Al prado y á la fuente Cuentan flores y arenas,
Que yo cuente sus besos con mis penas?
Clori, si con las aves
Templaste tus enojos, Pues yo te vi en los ojos Piedad en pocas perlas, Y tú viste en los mios Envidia á muchos rios, Contemos, Clori hermosa, Con picos mas suaves
Flores al prado y besos á las aves.
DON CARLOS DE AUSTRIA, INFANTE,
Oh! rompa ya el silencio el dolor mio, Y salga deste pecho desatado; Que sufrir los rigores de callado No cabe en lo que siento, aunque porfío. De obedecerte, Anarda, desconfío, Muero de confusion desesperado; Ni quieres que sea tuyo mi cuidado, Ni dejas que yo tenga mi albedrío. Mas ya tanto la pena me maltrata, Que vence al sufrimiento; ya no espero Vivir alegre; el llanto se desata
Y otra vez de la vida desespero
Pues si me quejo, tu rigor me mata, Y si callo mi mal, dos veces muero.
BARTOLOMÉ LEONARDO DE ARGENSOLA.
Dime, padre comun, pues eres justo ¿Porqué ha de permitir tu providencia Que arrastrando prisiones la inocencia, Suba la fraude á tribunal augusto? ¿Quien da fuerzas al brazo que robusto Hace á tus leyes firme resistencia? Y que el celo que mas la reverencia Gima á los piés del vencedor injusto? Vemos que vibran victoriosas palmas Manos inicuas, la virtud gimiendo Del triunfo en el infame regocijo. Esto decia yo, cuando riendo
Celestial ninfa apareció y me dijo:
Ciego! es la tierra el centro de las almas ?
Suelta et cabello al céfiro travieso
Para que recompense, oh Cintia, un rato De los muchos que usurpa el aparato, Que le añade no gracia, sino peso. ¡Cuanta mas luz que coronado ó preso Nos descubre ondeando sin recato! Y díme si en las leyes del ornato Respondió al arte con tan gran suceso. A cabellos de mal seguros reyes
Ofrezcan ambiciosos resplandores Las ondas, y las minas del oriente. Los tuyos ni los crespes ni los dores; Y pues crecieron en tan libre frente Y miden su altivez, no guarden leyes.
Viendo Alfio cuan desvalida Yace la causa del justo, Y al reves cuán á su gusto Logra el inico la vida.
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