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Qué pronuncias? Oh cielos! Y tú puedes,
De tu esposa los brazos esquivando,
Ir á morir matando?

Ves mi amarga viudez? Ves cuál me dejas
Al llanto y soledad abandonada?
Héme de luto y de temor cargada.

No, no; en los brazos de tu amante vive...
Yoigo otra vez el pavoroso estruendo
De la trompa mil veces maldecida

"

Adios, adios te queda,

Mi único bien, adios... » Así diciendo
En mis brazos se enreda;

Caigo en los suyos sin aliento y vida.
Entónces ay! el beso regalado,

Quedó en los labios de los dos helado.

Ay! dónde está, dónde,

Mi plácido dueño,

Que un tiempo, halagüeño,

Mi amor inflamó?

Un grito responde,

Que toda me aterra:

«Tu esposo en la guerra,

Tu esposo murió. »

MANUEL MARIA DE ARJONA.

1771-1820.

AL AMOR VERDADERO.

Desde que te vi, Roselia,
Vertiste en mis venas luego
Un tranquilo y blando fuego,
Que pudo llamarse amor.
Deslizábanse mis horas

Dulcemente en tu presencia,
Aunque llevaba tu ausencia
Sin afanoso dolor.

Érame tu voz amable,

Sin inspirarme arrebato,
Érame tu aspecto grato,
Sin llegarme à enardecer.

Sin inquietud enojosa,
Sin delirante alegría,
Seguro de mí, bebia
En la copa del placer.

Tal Favonio lentamente,
Bate la selva enramada,
Y el ténue murmurio agrada
Al sereno espectador.
Tal con pacífica lumbre

Brilla la triforme diosa
Y tal de Triton la esposa
Despliega su leve albor.

Pero despues que has pasado
Los trabajos de Lucina,
Otro afecto me domina

En que es mas noble el gozar. Parece que mi ser todo

Al tuyo se ha transferido,
Y que en él se ha confundido,
Como la lluvia en el mar.

Solícito por tu vida,

Por tu salud y reposo,
Con un cuidado sabroso
Sin cesar busco tu bien.
De mi pecho los afanes

Son afanes de tu pecho,
Y en el cambio mas estrecho
Tu dicha es mia tambien.

Cada pena que tú sufres

Te hace mas cara á mi vista, Y es una nueva conquista Que te cede mi razon. Y cuando endulzar consigo Algun dolor que te aqueja, En mí tu gozo refleja, Y enciende mi corazon.

La imágen por él formada
Mira el pintor encantado,
Porque en ella ha colocado
Su trabajo y su saber;

Es éste, dios altivo,

Tu enojo contra Anarda?
Tus iras y furores
Una beldad desarma?

Si así tus bellos ojos

Al mismo amor encantan,
¿Qué harán, zagala mia,

Qué harán, ay! en mi alma?

Leipzig.

En la imprenta de F. A. Brockhaus.

CANTILENA.
Á Anarda.

Envidia tuvo Vénus

De mi gentil zagala,
Y quiere que Cupido
Se apreste á la venganza.

Al punto el dios flechero
Bate las prestas alas,
Y el aire centellea
Al fuego que derraman.

El arco poderoso,

Le suena á las espaldas;
El arco, que los cielos
Enciende en nuevas llamas.

Al pié de un bello mirto

Dormida encuentra á Anarda,
Y mas veloz que el rayo,
Desciende á castigarla.

Ya sobre el arco fiero

Flecha crüel prepara,
Y ya la cuerda encoge
Y ya la mano aparta,

Cuando del blando sueño
La ninfa se desata,
Y abre los bellos ojos,
Que el bosque todo inflaman.

Atónito Cupido,

Dejó caer la aljaba,
Y largo tiempo incierto
Mirándola se para.

Al fin vuela atrevido,
Y á la pastora abraza,
Y en ojos, boca y pecho
Sus labios embalsama;

Y del materno mirto
Tojiendo una guirnalda,
Las sienes hermosea
De la pastora ufana.

Antologia española. I.

26

Es éste, dios altivo,

Tu enojo contra Anarda?
Tus iras y furores
Una beldad desarma?

Si así tus bellos ojos

Al mismo amor encantan,
¿Qué harán, zagala mia,

Qué harán, ay! en mi alma?

Leipzig.

--

En la imprenta de F. A. Brockhaus.

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