Qué pronuncias? Oh cielos! Y tú puedes, De tu esposa los brazos esquivando, Ir á morir matando?
Ves mi amarga viudez? Ves cuál me dejas Al llanto y soledad abandonada? Héme de luto y de temor cargada.
No, no; en los brazos de tu amante vive... Yoigo otra vez el pavoroso estruendo De la trompa mil veces maldecida
Adios, adios te queda,
Mi único bien, adios... » Así diciendo En mis brazos se enreda;
Caigo en los suyos sin aliento y vida. Entónces ay! el beso regalado,
Quedó en los labios de los dos helado.
Ay! dónde está, dónde,
Mi plácido dueño,
Que un tiempo, halagüeño,
Mi amor inflamó?
Un grito responde,
Que toda me aterra:
«Tu esposo en la guerra,
Tu esposo murió. »
AL AMOR VERDADERO.
Desde que te vi, Roselia, Vertiste en mis venas luego Un tranquilo y blando fuego, Que pudo llamarse amor. Deslizábanse mis horas
Dulcemente en tu presencia, Aunque llevaba tu ausencia Sin afanoso dolor.
Érame tu voz amable,
Sin inspirarme arrebato, Érame tu aspecto grato, Sin llegarme à enardecer.
Sin inquietud enojosa, Sin delirante alegría, Seguro de mí, bebia En la copa del placer.
Tal Favonio lentamente, Bate la selva enramada, Y el ténue murmurio agrada Al sereno espectador. Tal con pacífica lumbre
Brilla la triforme diosa Y tal de Triton la esposa Despliega su leve albor.
Pero despues que has pasado Los trabajos de Lucina, Otro afecto me domina
En que es mas noble el gozar. Parece que mi ser todo
Al tuyo se ha transferido, Y que en él se ha confundido, Como la lluvia en el mar.
Solícito por tu vida,
Por tu salud y reposo, Con un cuidado sabroso Sin cesar busco tu bien. De mi pecho los afanes
Son afanes de tu pecho, Y en el cambio mas estrecho Tu dicha es mia tambien.
Cada pena que tú sufres
Te hace mas cara á mi vista, Y es una nueva conquista Que te cede mi razon. Y cuando endulzar consigo Algun dolor que te aqueja, En mí tu gozo refleja, Y enciende mi corazon.
La imágen por él formada Mira el pintor encantado, Porque en ella ha colocado Su trabajo y su saber;
Es éste, dios altivo,
Tu enojo contra Anarda? Tus iras y furores Una beldad desarma?
Si así tus bellos ojos
Al mismo amor encantan, ¿Qué harán, zagala mia,
Qué harán, ay! en mi alma?
En la imprenta de F. A. Brockhaus.
Envidia tuvo Vénus
De mi gentil zagala, Y quiere que Cupido Se apreste á la venganza.
Al punto el dios flechero Bate las prestas alas, Y el aire centellea Al fuego que derraman.
El arco poderoso,
Le suena á las espaldas; El arco, que los cielos Enciende en nuevas llamas.
Al pié de un bello mirto
Dormida encuentra á Anarda, Y mas veloz que el rayo, Desciende á castigarla.
Ya sobre el arco fiero
Flecha crüel prepara, Y ya la cuerda encoge Y ya la mano aparta,
Cuando del blando sueño La ninfa se desata, Y abre los bellos ojos, Que el bosque todo inflaman.
Atónito Cupido,
Dejó caer la aljaba, Y largo tiempo incierto Mirándola se para.
Al fin vuela atrevido, Y á la pastora abraza, Y en ojos, boca y pecho Sus labios embalsama;
Y del materno mirto Tojiendo una guirnalda, Las sienes hermosea De la pastora ufana.
Antologia española. I.
Es éste, dios altivo,
Tu enojo contra Anarda? Tus iras y furores Una beldad desarma?
Si así tus bellos ojos
Al mismo amor encantan, ¿Qué harán, zagala mia,
Qué harán, ay! en mi alma?
En la imprenta de F. A. Brockhaus.
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