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Pasajes populares

Página 3 - ¡Qué descansada vida la del que huye el mundanal ruido, y sigue la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido!
Página 3 - Del monte en la ladera por mi mano plantado tengo un huerto, que con la primavera de bella flor cubierto ya muestra en esperanza el fruto cierto.
Página 3 - El aire se serena y viste de hermosura y luz no usada, Salinas, cuando suena la música extremada por vuestra sabia mano gobernada. A cuyo son divino el alma, que en olvido está sumida, torna a cobrar el tino y memoria perdida de su origen primera esclarecida.
Página 3 - Ténganse su tesoro los que de un flaco leño se confían : no es mío ver el lloro de los que desconfían cuando el cierzo y el ábrego porfían.
Página 6 - ¿Qué mortal desatino de la verdad aleja así el sentido, que de tu bien divino olvidado, perdido, sigue la vana sombra, el bien fingido? El hombre está entregado al sueño, de su suerte no cuidando, y con paso callado el cielo vueltas dando las horas del vivir le va hurtando.
Página 6 - Allí a mi vida junto, en luz resplandeciente convertido, veré distinto y junto lo que es y lo que ha sido, y su principio propio y escondido.
Página 12 - ¡Oh gloria, oh gran prez nuestra, escudo fiel, oh celestial guerrero! vencido ya se muestra el Africano fiero por ti, tan orgulloso de primero; por ti del vituperio, por ti de la afrentosa servidumbre y triste cautiverio libres, en clara lumbre y de la gloria estamos en la cumbre.
Página 4 - Y como está compuesta de números concordes, luego envía consonante respuesta y entrambas a porfía mezclan una dulcísima armonía. Aquí el alma navega por un mar de dulzura, y finalmente en él ansí se anega, que ningún accidente extraño o peregrino oye o siente.
Página 12 - Virgen que al alto ruego no más humilde sí diste que honesto, en quien los cielos contemplar desean: como terrero puesto, los brazos presos, de los ojos ciego, a cien flechas estoy que me rodean, que en herirme se emplean ; siento el dolor, mas no veo la mano, ni me es dado el huir ni el escudarme; quiera tu soberano Hijo, Madre de amor, por ti librarme.
Página 8 - Toca el rabel -sonoro, Y el inmortal dulzor al alma pasa, Con que envilece el oro, Y ardiendo se traspasa Y lanza en aquel bien libre de tasa. ¡Oh son, oh voz, siquiera Pequeña parte alguna descendiese En mi sentido, y fuera De sí el alma pusiese Y toda en ti, oh amor, la convirtiese! Conocería dónde Sesteas, dulce Esposo, y desatada De esta prisión a donde Padece, a tu manada Junta, no ya andará perdida, errada.

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