Imágenes de páginas
PDF
EPUB

César ha pasado el Rubicon,» alusion que en aquellos instantes era una acusacion terrible dirigida á Itúrbide. Acordó el Congreso preguntar al generalísimo si tenia otros documentos, pues de los presentados no se inferia que entre los diputados hubiera algun reo. Presentóse de nuevo Itúrbide en la sesion, y entonces acusó nominalmente hasta once de los diputados mas respetables, empezando por su presidente el brigadier Horbegoso, pero sin dato ni prueba alguna; de modo que su acusacion produjo á la vez ira y desprecio en la mayoría de los diputados, con tanto mas motivo cuanto que no dejó de recordar esta vez sus servicios y la consabida protesta de retirarse á la vida privada, resuelto como estaba á no aceptar la corona con que por muchos (sus cabezas redondas) se le brindaba. Un diputado republicano pidió que se le declarase traídor; ya muchos se ponian de pié para aprobar esta idea, y lo hubiera sido en efecto, si Fagoaga, uno de los acusados por Itúrbide, precipitándose á subir á la tribuna para oponerse á ella, no hubiera evitado que se tomase en consideracion.

1

Temió el Congreso ser disuelto á viva fuerza aquel dia, pero pasó sin novedad, abriéndose la sesion pública á las siete y media de la noche para anunciar al inmenso público que inundó las galerías que la tranquilidad estaba asegurada y que no corria ningun peligro la suerte del imperio. Quedó profundamente quebrantado en esta sesion Itúrbide y mas aun en la siguiente, porque en votacion nominal y por unanimidad, se declaró por el Congreso «que los diputados acusados por el generalísimo no habian desmerecido su confianza, y al contrario, estaba plenamente satis

fecho de su conducta.» Así Itúrbide iba gastando su inmensa popularidad, demostrando su ligereza y haciéndose incompatible con la Asamblea. Esta por su parte, atendiendo á que estuviera provisto el ejército y manifestando su satisfaccion á la regencia y á las tropas por lo fácilmente que habian dominado el intento de los españoles, de bien poca importancia por cierto, acordó no dejar al lado de Itúrbide como regentes mas que á Yañez, contra quien aquel tal ódio abrigaba, reemplazando al obispo de Puebla, á Bárcena y á Velazquez de Leon, que eran amigos suyos, con el conde de las Heras, con D. Nicolás Bravo, y con el doctor D. Miguel Valentin, cura de Huatmala, de la completa confianza de los diputados, á quienes apresuradamente se dió posesion de sus cargos.

Itúrbide no podia ya hacerse ilusiones. El Congreso se dirigia contra él, le nombraba aquellos compañeros de regencia como fiscales, y si no le destituia claramente era porque temia su influencia en el ejército, por lo que buscaba el modo indirecto de conseguir su anulacion. Tal fué la introduccion de un artículo en el reglamento de la regencia prohibiendo á sus indivíduos tener mando de tropas, medida análoga á la que tomó el Parlamento largo de Inglaterra cuando quiso arrancar á Cromwell el mando de sus soldados, declarando incompatible el cargo de diputado, cuyo carácter tenia, con el mando militar que desempeñaba.

XLII.

Llegados á este punto, bueno será consignar que el partido republicano, imperceptible en el comienzo de la revolucion, tímido en su iniciativa y cuyo voto pesaba poco en el Congreso, empezaba ya á tomar aliento y á ser una grave amenaza para Itúrbide y para los monárquicos. Ya sus diputados decian que la Asamblea no debia sujetarse al plan de Iguala, jurado por todos, sino quedar en libertad de elegir la forma de gobierno que considerase mejor; ya llamaban á voz en grito tirano á Fernando VII, que era el candidato preferente para el trono vacante; y ya, por último, un regimiento de caballería, por cierto el mandado por Nicolás Bravo, entonces regente, dirigiendo al Congreso una felicitacion y hablando en nombre de Méjico, decia: «La América del Septentrion detesta á los monarcas, porque los conoce;> añadiendo <que bia adoptarse en ella el sistema de las repúblicas de Colombia, Chile y Buenos Aires.» Algunos monár→ quicos se opusieron á la continuacion de la lectura de este documento; resistieronlo los republicanos porque decian que estando en libertad de publicar lo que quisiesen los monárquicos, en igual libertad debian quedar ellos; y como estaban las tribunas llenas de gente para apoyar aquella lectura, recibieron con grandes

de

murmullos la protesta de los monárquicos, así como con ruidosos aplausos la insercion en el acta de aquel documento que consideraron como un triunfo del partido.

Pero cuando se supo en Méjico que el rey y las Córtes españolas rechazaban el plan de Iguala, que aquel y estas habian desaprobado la conducta de O‘Donojú y sus tratos de Córdoba, cuando de esta manera se frustró la esperanza de constituir una monarquía séria que enlazase el pasado de Méjico con su presente y con su porvenir, los republicanos adelantaron mucho camino, porque, aparte de las fuerzas que les habian dado la interinidad en que hasta entonces habian vivido, las torpezas contínuas y la tortuosa ambicion de Itúrbide, que no dió el menor paso para hacer posible la monarquía con un príncipe español, que decia ser su deseo, podian contar en adelante para destruir al generalísimo con unos auxiliares activos, inteligentes, resueltos, aquellos monárquicos que no renunciaban á la esperanza de constituir el reino bajo las bases de Iguala y que odiaban tanto mas á Itúrbide, cuanto que consideraban que él era el obstáculo fijo, constante, tenaz que impedia la realizacion de sus nobles propósitos.

En cambio, si los republicanos reclutaban indirectamente estos poderosos auxiliares que nunca habian de figurar entre los futuros cortesanos de Iturbide y que por despecho iban á frustrar la monarquía, los que querian adornar con la púrpura y ceñir con la diadema imperial al generalísimo, reforzaron tambien sus huestes con muchas gentes que querian la monarquía á toda costa, y ya por desgracia no encon

traban otro camino para establecerla que agruparse en torno de Itúrbide.

XLIII.

Los campos, pues, estaban deslindados, los combatientes dispuestos, y la batalla próxima á darse. ¿Con qué motivo se dió? Ya lo hemos dicho: trataba el Congreso de aprobar un reglamento para la regencia, en virtud del cual ninguno de sus indivíduos podia tener mando de tropas, medida que se dirigia contra Itúrbide, regente, que era á la par generalísimo de tierra y mar; y como Itúrbide no se quería dejar arrancar esta formidable arma de sus manos, creyendo la ocasion propicia, dejó obrar á sus partidarios, y apoyado en un motin, en que la tropa de los cuarteles fué secundada por las turbas de las calles, subió al trono.

Era la noche del 18 de Mayo. El regimiento de Celaya, que habia mandado Itúrbide como coronel, debia tomar la iniciativa. Un sargento llamado Pio Marcha, despues de la hora de retreta, hizo levantar á algunos soldados, y con ellos salió á la calle gritando: ¡Viva Agustin I! Las tropas de los demás cuarteles repitieron el grito y siguieron igual ejemplo. El coronel Ribero, ayudante de Itúrbide, penetró en el teatro, y allí hizo á la concurrencia proclamar al generalísimo. La plebe envilecida y degradada

« AnteriorContinuar »