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mucho ciertamente á la Constitucion, cuya observancia recomendaba sin embargo y encarecia; pero declaracion al fin que, apretando la necesidad, siempre se ha hecho y eternamente se hará aun por los gobiernos mas populares y que confeccionan con entusiasmo los códigos mas democráticos con el sincero deseo de ajustarse á sus rigorosas prescripciones.

Estas disposiciones del virey produjeron su efecto. Hoy unas, mañana otras, fueron presentándose á Méjico las tropas espedicionarias que estaban con Itúrbide, hasta el estremo de que no quedaron con él mas que dos ó tres compañías. No faltaron tampoco hijos del país que siguieran el mismo rumbo, y á poco el ejército de Itúrbide estaba reducido á la mitad. Es mas, como en las revoluciones, bien que sean muchos los comprometidos, pocos son los que dan la cara y menos si el riesgo es grande y perentorio, lo cual ha solido retraer en mas de un país hasta fanfarrones que la leyenda trasforma en héroes, el virey recibia de todas partes protestas calorosas de fidelidad, organizaron algunos pueblos milicias provinciales para rechazar á los nuevos insurgentes, y casi todos los ayuntamientos y á la cabeza de todos, el de Méjico, en cuyo seno Itúrbide lisongeábase de contar con cómplices y amigos, condenaron enérgica y ruidosamente la rebelion.

Y hubo un hecho todavía mas grave que debió desconcertar á Itúrbide y alentar á Apodaca. Habíase proclamado el plan de Iguala en el puerto de Acapulco; pero habiendo llegado las fragatas de guerra Prueba y Venganza de la América del Sur, mejicanos fieles á España, de acuerdo con los jefes y dota

ciones de los buques, hicieron la contrarevolucion y tuvieron que huir, sin intentar la resistencia, los emisarios y tropas que Itúrbide habia enviado para sublevar aquella plaza y mantenerla por la independencia.

Así Itúrbide se veia en una posicion sobrado crítica en aquellos momentos, tanto que habiéndose adelantado la vanguardia del ejército de Liñan, mandó retirar sus avanzadas, huyendo de un encuentro y abandonando la posicion de Iguala por si se le venia encima el ejército enemigo, para guarecerse en Teloloapan, en donde creia fácil defenderse. Aun sufrió desercion durante el tránsito, y mal seguro de su aliado Guerrero, de quien sospechó mas adelante que quisiera apoderarse de los fondos de la insurreccion, y cuyas tropas se avinieron tan mal con las suyas, que mútuamente se insultaban y estuvieron á punto mas de una vez de venir á las manos, se dirigia á Teloloapan bajo la influencia de funestos augurios.

Sin duda alguna que si en este momento solemne y decisivo hubiera avanzado Liñan con todo su ejército, Itúrbide se hubiese visto grandemente comprometido. Pero Liñan, que en la anterior campaña habia dado pruebas de singular bizarría, y siempre se distinguió por su lealtad, segun dice Alaman, «permaneció todo el mes de Marzo sin alejarse de la vista de Méjico, no obstante las reiteradas órdenes del Virey para avanzar, pretestando ya falta de artillería y pertrechos de que inmediatamente se le proveia, y ya desconfianza de la oficialidad y tropa, perdiendo así en una inesplicable inaccion el tiempo mas precioso para obrar con actividad, y dando apariencias para

confirmar la sospecha de que el Virey Apodaca estaba de acuerdo con Itúrbide (1).»

En las guerras civiles la presteza es el todo, y nunca con mas razon que hablando de ellas se puede recordar aquel adagio de que «quien da primero da dos veces. Un motin que dura horas en una ciudad es de ordinario rebelion abierta, que con dificultad y á fuerza de sangre se domina. Un grupo de tropas que en son de guerra se mantiene en el campo dias y dias sin que se le bata ó se le persiga al menos, acaba por estender la revolucion á las ciudades, mucho mas si las encuentra preparadas. Los dias que pierde el gobierno los gana la revolucion, y mientras por acumular fuerzas para batir al enemigo con plena seguridad, si ésta en la guerra se tiene alguna vez, pasa el tiempo, tambien el enemigo se prepara, y hoy una, y otra mañana, se alzan ciudades de importancia que aumentan la rebelion, sin que entonces haya soldados que basten para atender á tantos puntos y pueda dominarse de modo alguno el movimiento sedicioso. Si esto por regla general ocurre en todas partes, con mas razon debia esperarse que ocurriese en Méjico, porque cometido el error de diseminar las tropas espedicionarias españolas, dominada la insurreccion del cura Hidalgo, no era ya fácil reunirlas, y ni era posible allegar mayores refuerzos á Liñan, ni si desconfianza tenia entonces de la oficialidad y tropas que mandaba, esta desconfianza pudiera disminuirse despues cuando llegara algun trance afortunado para Itúrbide, en vez

(1) Historia de Méjico, tom. 5.o, pág. 147.

de las deserciones que hasta aquella hora habia venido esperimentando.

Era, pues, preciso á toda costa dar la batalla á Itúrbide, comprometer en favor de España á la tropa que mandaba Liñan, haciendo fuego sobre el enemigo, y aventurar el todo por el todo en un supremo trance de guerra, en la inteligencia de que mejores y mas tropas mandaba el general español que el coronel mejicano, y que de otro modo no habia salvacion para la causa nuestra en Méjico, sin un milagro visible de la Providencia, cuya intercesion en las cosas humanas no se prodiga tan fácilmente, bien que en todos tiempos tanto necesite de ella la eterna imprevision española.

No se hizo así, y entonces Itúrbide, para ganar tiempo y hacer cundir la revolucion, tuvo la feliz idea de dirigirse á la tierra caliente del Sur, y de posesionarse del Bajío de Guanajuato, asegurándose la fidelidad de sus tropas con hacer promociones escandalosas en todas las gerarquías, en virtud de las cuales los capitanes pasaban á coroneles, y así las demás clases subalternas, con lo cual, si aumentaba las probabilidades de triunfo para su empresa, empezaba por sembrar los gérmenes de la disolucion del ejército y de los eternos pronunciamientos en que éste habia de ser actor principal, cuando no único, para eterna desdicha del pueblo mejicano.

XXII.

Desde este momento no hubo mas que apostasías, deslealtades y traiciones para la causa española. Aquí se sublevaba una ciudad, allí volvian á tomar las armas los insurgentes indultados; el capitan graduado D. Manuel Lopez Santa Ana, ascendido á teniente coronel por Apodaca, pasábase poco despues á Itúrbide, viendo la causa real de vencida, movido de aquella ánsia inestinguible de medros que distingue á algunos militares, leales y traidores alternativamente á todas las causas, segun su interés; las elecciones de Diputados para las Córtes de 1822 á 1823 favorecian á los eclesiásticos enemigos de España, porque ya hemos dicho que en Méjico habia general oposicion á las reformas religiosas que se intentaban entre nosotros, y la imprenta, que es un ariete tan formidable de destruccion, no cesaba de vomitar horrores contra España, burlándose de la junta de censura y escitando á la sedicion con los títulos alarmantes de las publicaciones diarias, que se anunciaban con gran vocerio por las calles; Brabo, otro indultado de gran valor, remiso primero á las insinuaciones de Itúrbide, se pone de nuevo en campaña en contra nuestra; los españoles, conducidos por el bizarro Hebia, sitian y atacan á Córdoba, pero atravesado este héroe por un balazo, cuando dirigia la puntería de un cañon para

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