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mente y enviando delante zapadores y paisanos para reparar y despojar algun tanto los caminos obstruidos por los facciosos. Llegado que hubo á San Mateo, destacó al brigadier Nogueras con la 3.a brigada en direccion de Ares del Maestre para cubrir la marcha de la columna, y apoderarse del camino escarpado que conduce à la villa. Los enemigos se habian ocupado con tanto empeño en inutilizar este camino, dominado à su izquierda por cerros asperisimos y rodeado á la derecha de horrendos precipicios, que, á pesar de que el eitado brigadier trató de repararle todo lo posible, la columna no pudo andar en todo el dia mas que dos leguas, viéndose en la precision de acampar en la falda del monte situado en él. A costa de inmensos trabajos, que pusieron en el caso de tener que conducir á brazo los carros, pudo llegar la columna á lo alto de la montaña á las tres de la tarde del dia siguiente, continuando su marcha hasta la Iglesuela á donde llegó el 27, recibiendo el refuerzo de la brigada que mandaba Nogueras, y de la auxiliar de la derecha del Ebro de Borso di Carminati que conducia municiones, una cureña de 46, y otros varios efectos de guerra.

Desde este punto no se halló ya ningun camino practicable; asi fué preciso abrir uno enteramente nuevo para conducir todo el tren de artillería é ingenieros hasta el punto en que debian obrar contra la plaza. Emprendióle el primero el brigadier Nogueras con el batallon segundo de fusileros, el tercero del Rey, con el escuadron de lanceros de Isabel II, y los del 6.o ligero de caballería, llegando á la vista de Cantavieja al amanecer del dia 28. Los facciosos, apenas se apercibieron de los movimientos de nuestras tropas, trataron de evitar el riesgo que corrian, que no podia menos de mirarse como seguro conociendo la decision de aquellos. Este conato se habia manifestado bien à las claras en la comunicacion que al general en gefe habia pasado el gobernador de la plaza, en la que le manifestaba que encontrándose en ella un depósito de prisioneros, debia hallarse á cubierto de toda hostilidad; pero poco satisfecho sin duda de la primera contestacion, hubo de reiterar sus instancias por conducto de dos oficiales que verbalmente se las hicieron presente al general San Miguel, el que con la prudencia y circunspeccion que le distinguen, y eran muy de tener en obsequio á la suerte de aquellos infelices, trató de satisfacer todos sus reparos y contestó segunda vez al gobernador en términos corteses y comedidos, si bien lo bastante terminantes para que no pudiera quedarle la menor duda de que la decision del general y de las tropas que mandaba era la de entrar en la plaza ó perecer ante sus muros cual cumplia al honor de las armas nacionales. Nuevos parlamentarios llegaron pidiendo 12 horas de término para conferencias, término que les fué concedido sin inconveniente, porque aun no habia podido llegar el material á una distancia tal que pudiese obrar contra la plaza.

Luego que lo hubo verificado, comenzó el cuerpo de artillería á poner en parque las municiones y demas efectos, á armar las cureñas y montar las piezas y á construir dos baterías, una para el mortero y los obuses, y otra para las piezas de á 46, que á distancia de á tiro de fusil debian batir en brecha el castillo que está delante de la plaza. Era el ánimo del general que el dia 30 al amanecer se rompiese el fuego; pero era el frio tan intenso que los soldados que acampaban á la vista de la plaza no podian resistirle. Exánimes sobre la nieve por faltarles el pan hacia tres dias, sin una gota de vino ni aguardiente, sin esperanza de provisiones de ninguna parte, abandonados á su sola bizarría presentaban una tan lamentable situacion, que el general mandó suspender las obras inmediatamente, hasta que serenado un poco el tiempo pudieron nuevamente continuarlas alentando á las tropas el general mismo, su cuartel general y los oficiales que para dar ejemplo trabajaban materialmente como los simples soldados, conducian sacos de tierra y ayudaban á la formacion de la esplanada que era lo que mas urgia. Por fin, aunque con dificultades de toda clase, y despues de haber tenido que construir nuevas baterías mas inmediatas á la plaza, se hallaron el 31 en disposicion de jugar las dos piezas de abrir brecha, el mortero y las demas de menor calibre.

Las tropas al ver llegado ya el momento del ataque, recobraron su vigor y olvidaron la miseria y sufrimientos. A las voces de viva la Constitu

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cion, viva Isabel II que resonaron con fuerza en toda la linea, rompió el fuego la artillería y comenzaron á hacer estragos en el fuerte las dos piezas de á 16, mientras el mortero y los obuses hacian caer algunas bombas y granadas en la plaza. Una de ellas incendió el fuerte que fué abandonado por sus defensores. Entretanto los intrépidos soldados de infantería avanzaban en guerrilla sobre todos los puntos de la plaza despreciando el fuego de dos piezas contrarias que jugaban todavia desde una de las torres, y cuyos fuegos fueron apagados inmediatamente por los nuestros. Al verse estrechada tan de cerca la guarnicion carlista, que antes habia tratado de rendirse, huyó pavorosa en direcciones distintas, echándose por los insondables barrancos que rodean el pueblo; pero las tropas constitucionales que tenian rodeadas las principales avenidas pudieron alcanzar y pasar á la bayoneta á mas de 200, pues á ninguno se dió cuartel en aquella sangrienta refriega.

El vecindario desamparó completamente la poblacion, y al penetrar en ella nuestros soldados encontraron sus puertas cerradas, que por fin fueron abiertas por un capitan de los oficiales prisioneros, cuyo depósito se encontró enteramente libre al entrar en Cantavieja. Este fausto suceso vino á coronar la satisfaccion de la victoria. Los valientes sitiadores tuvieron el placer de abrązar al brigadier Lopez y 900 compañeros mas de desgracia, á quienes encontraron desnudos, muertos de hambre y en la posicion mas horrorosa.

Asi terminó la afanosa espedicion sobre Cantavieja. Bien merecieron por cierto de la patria el general y los soldados que con tanta gloria y vencien-– do tanta dificultad supieron darla cima librados á su solo ardimiento.

Otros hechos de armas gloriosos y de gran valía para las nuestras concurrieron á indemnizar en gran parte á los pueblos leales de las ventajas locales que las de los facciosos habian podido conseguir sobre ellos, asi es que el gran partido nacional manifestaba la mayor confianza y daba pruebas nada equívocas de esperanza y alegría. Era, sin embargo, peligroso entregarse ciegamente á ella mientras durase en el Norte el foco de la insurreccion carlista. La esperiencia habia ya demostrado que se habian perdido mil ocasiones felices de concluirle, fuese por indiscreccion, por descuido ó por la mala fé de las personas que habian presidido á nuestros públicos intereses; y aunque al presente la salvacion de Bilbao en los términos en que se habia verificado fuese por si sola suficiente motivo para lisongearse con la idea de la próxima terminacion de la guerra, era preciso entonces mas que nunca que el gobierno se revistiese de la mayor actividad para saber sacar partido de una victoria que de otra suerte solo hubiera venido à ensanchar el catálogo de las desgracias de los pueblos.

TOMO II.

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CAPITULO V.

Estado de los ánimos en el campo de D. Cárlos y desacuerdo que reinaba entre sus generales.-Destitucion del conde de Casa-Eguía del mando de general en gefe.-Es nombrado para reemplazarle el ex-infante D. Sebastian.-Reflexiones sobre este nombramiento.-Tributo impuesto á los pueblos rebeldes y alistamiento general levantado en los mismos.-Impaciencia que produce la inaccion de nuestras tropas y causas que influyeron en ella.-Plan de campaña propuesto por el general Ewans.-Reflexiones sobre la utilidad de él y la conducta observada por ESPARTERO.-Situacion y fuerza numérica de los ejércitos beligerantes.

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ONOCIDO el aspecto que presentaba la guerra al terminar el año de 1836, por los sucesos que tuvieron lugar en diferentes puntos de la Península, volvamos nuestra atencion al Norte, que es donde ofrece el cuadro mas interesante, y demos principio á la campaña de 1837. Desconcertados los carlistas con el terrible golpe que acababan de sufrir á la vista de la inmortal Bilbao, dejáronse sentir bien pronto en ellos los efectos de tamaña derrota. El descontento era general, grande la desmoralizacion, y completa la desconfianza que ya les inspiraban sus gefes. Negábanse à obedecerlos alegando como motivo el estado de miseria en que se encontraban hacia ya algur

tiempo, y la insubordinacion empezaba á cundir y ser el cáncer devorador de sus filas. Hallándose en Hernani un batallon de los titulados Chapelchuris, falto enteramente de calzado y vestuario, y sufriendo un atraso considerable en sus sueldos, amenazó sublevarse y se oyeron las voces de no tenemos zapatos, ni capotes, ni dinero; ¡ Viva la Reina! las cuales fueron repetidas varias veces.

El comandante creyó de su deber reunir el batallon para castigar á los principales motores del desórden, y en el momento en que los mandó separarse de las filas para quintarlos, dejóse oir un clamor general en la línea repitiendo las voces espresadas, y el batallon permaneció inmóvil. Acudió el general Guibelalde, y despues de haberlos arengado les preguntó qué era lo que querian; general, contestaron, nos hallamos en la mayor miseria y ni podemos ni queremos continuar en tal estado: Guibelalde les prometió dinero, zapatos y cuanto quisieran, asegurándoles satisfacer cumplidamente sus haberes, con lo que logró apaciguarlos, no sin haber empleado algun trabajo. En toda la línea de Irun se dejaba sentir la falta de muni

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ciones y dinero, y se hallaban en la mayor consternacion una infinidad de vagos de los muchos que sin ser útiles para nada seguian el ejército de don Carlos y contaban como cosa segura la entrada en la plaza de Bilbao sobre el

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