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nocimos nuestra almiranta, la cual asimismo conoció nuestra nao que era su capitana; y con mucho contento nos juntamos y venimos más de quince dias en compañía; al cabo de los cuales, una mañana subió el marinero á la gabia á descubrir la mar y dijo: «una vela», con que nos alteró mucho, porque aunque sea un barquillo por la mar le temen los que no van de armada, sospechando que son cosarios. Luégo dijo el marinero: «dos velas»; con que dobló nuestro miedo. Luégo dijo: «tres velas»; con que hizo soltar más de tres tiros de olor, teniendo por cierto que eran de ladrones. Yo, que llevaba allí todo mi resto de mujer é hijos, considere vuestra merced qué sentiria. Comienzo á dar prisa al conde-estable que aprestase la artillería; no parecian las cámaras de los versos y pasamuros; aprestóse la artillería; hízose muestra de armas; comienzan las mujeres á levantar alaridos : «¿Quién nos metió aquí, amargas de nosotras? ¿Quién nos engañó para entrar en este mar?» Los que llevaban dinero ó joyas acudian á esconderlos por las cuadernas y ligazon y escondrijos del navío. Repartímonos todos con nuestras armas en los puestos más convenientes, que no tenía jareta la nao, y las mismas prevenciones habian hecho en la almiranta, con ánimo todos de defendernos; porque los tres navíos se venian acercando á nosotros, que parece traian nuestra derrota. Uno de los cuales era bien grande, aunque á los marineros se hizo tanto mayor que unos decian «éste es el galeon de Florencia»; otros : «<ántes parece el Bucintoro de Venecia»; otros : «no es sino la Miñona de Inglaterra»; y otros decian : «parece el Cagafogo de Portugal. Mas acercándose más ellos, que aunque eran tres

no venian ménos temerosos, nos conocieron, y luego nosotros conocimos las velas que eran de amigos; porque eran navíos de los de nuestra flota. El placer presente igualó al pesar pasado, sino que allí el mar nos dió á beber otro de sus tragos. Porque arribando el navío grande sobre nosotros por saludarnos de cerca, se descuidaron los que gobernaban de manera que por poco nos quitáran la salud y las vidas. Porque nos embistió con el espolon por la popa, y hizo en nuestra ciudad una batería, por la cual comenzó á meterse la muchedumbre del mar de tal manera que si la gente no acudiera á la resistencia, fuera nuestra ciudad tomada de las aguas antes de una hora. Mas quiso Dios que se remedió con no poca alteracion de doña Catalina, que estaba alojada en aquel cuartel. Y acabadas las alteraciones de las lenguas, aunque no las de los corazones, se lavó todo el temor con agua salada, porque no oliese mal, y nos saludamos todos con mucha alegría y contento; y los tres navíos volvieron á prometer la conserva de la capitana y almiranta. Arbolamos luégo bandera de capitana en el masteleo de la gabia mayor, y pusimos arco en la popa, y haciamos nuestro farol de noche; llegábannos las naos á saludar por sotavento, é iba todo el negocio de ahí adelante con mucho órden. Y el estilo de saludarse á las mañanas unos navíos á otros, es á voz en grito, al són del chiflo diciendo: «buen viaje»; á tan buen tono que es para perder la salud, y aquel buen viaje que se dan, que oirle un dia basta para hacer malo el viaje de un año.

Así navegamos con viento galerno otros cuatro dias, hasta que ya el piloto y gente marina comenzó á oler

y barruntar la tierra como los asnos al verde. A estos tiempos es de ver al piloto tomar la estrella, verle tomar la ballestilla, poner la sonaja y asestar al Norte, y al cabo dar 3,000 6 4,000 leguas de él; verle despues tomar al mediodía el astrolabio en la mano, alzar los ojos al sol, procurar que éntre por las puertas de su astrolabio, y cómo no lo puede acabar con él; y verle mirar luégo su regimiento; y en fin, echar su bajo juicio á monton sobre la altura del sol. Y cómo á las veces le sube tanto, que se sube mil grados sobre él. Y otras veces cae tan rastrero, que no llega allá con mil años; y sobre todo me fatigaba ver aquel secreto que quieren tener con los pasajeros del grado ó punto que toman; y de las leguas que les parece que el navío ha singlado; aunque despues que entendí la causa, que es porque ven que nunca dan en el blanco ni lo entienden, tuve paciencia viendo que tienen razon de no manifestar los aviesos de su desatinada puntería; porque toman la altura á un poco más ó ménos; y espacio de una cabeza de alfiler en su instrumento os hará dar más de quinientas leguas de yerro en el juicio. Tómame este tino. ¡Oh cómo muestra Dios su omnipotencia en haber puesto esta subtil y tan importante arte del marear en juicios tan botos y manos tan groseras como las de estos pilotos! Qué es verlos preguntar unos á otros : «¿cuántos grados ha tomado vuestra merced?» Uno dice: «dieziseis. >> Otro : «veinte escasos. » Y otro : «trece y medio. » Luego se preguntan : «¿cómo se halla vuestra merced con la tierra?» Uno dice: «yo me hallo cuarenta leguas de tierra.» Otro: «yo ciento cincuenta.» Otro dice: «yo me hallé esta mañana noventa y dos leguas»;

y sean tres ó sean trescientas, ninguno ha de conformar con el otro ni con la verdad.

Oyendo estos vanos y varios juicios de los pilotos y maestres y de algunos marineros que presumen de bachilleres en el arte, venimos hasta que á los veinteiseis dias de nuestra navegacion fué Dios servido que vimos tierra. ¡Oh cuánto mejor parece la tierra desde el mar que el mar desde la tierra! Vimos á la Deseada, y qué deseada, á la Antigua, y desembocamos por entre las dos, dejando á la Deseada á la parte del Leste; pasó nuestro deseo adelante, y apareciósenos á barlovento Santa Cruz. Fuimos casi á luengo de tierra de ella; luégo alcanzamos á San Juan de Puerto Rico, perlongamos su costa é hicimos resguardo en Cabo Bermejo, porque se suelen esconder allí ladrones. Fuimos de allí á reconocer á la Mona y los Monitos, aunque de mucho atras los traiamos reconoscidos y reconoscímoslos. Pasamos en demanda de la isla de Santa Catalina, y hallámosla, y descobrimos la Saona, y tierra del bendito santo que nos dió gozo tanto, tanto, tanto. Todo esto no se hizo sin muy copiosos aguaceros que nos mojaban y remojaban. Mas todo lo teniamos por tortas y pan pintado, no viendo los huracanes que temiamos.

Con el gozo de verse con la tierra que demandábamos, se descuidó un poco el señor piloto teniente del viento y subdelegado, el que traia la rienda del dicho caballo de madera, y comenzó á descaer el navío del puerto, hasta que dando bordos se volvió á poner en la carrera. Lo cual fué causa que no podimos entrar aquel dia por la boca del rio de Santo Domingo por ser ya noche. Y así convino entrar con la sonda en la mano á ponernos

en lugar seguro; porque fuera necedad haber nadado y nadado, y ahogar á la orilla. Echáronse dos áncoras y buenas amarras, con que el navío quedó (Dios mediante) seguro. Y quedámonos aquella noche en el agua, sin que yo consintiese saltar á nadie en tierra, porque no se supiese que yo estaba allí; que cierto fué la más larga y trabajosa noche del viaje todo. Porque el navío estuvo siempre arfando, y nuestros estómagos como el primer dia que nos embarcamos. Y acerca de los trabajos y peligros del mar no tengo más que decir, sino que todo lo dicho pasa cuando se lleva viento en popa y mar bonanza; considere vuestra merced qué será cuando hay borrascas de mar ó cosarios, y más si vienen fortunas ó tormentas. En resolucion la tierra

para los hombres, y el mar para los peces.

Otro dia al amanecer viera vuestra merced en nuestra ciudad abrir cajas á mucha prisa, sacar camisas limpias y vestidos nuevos, ponerse toda la gente tan galana y lucida, en especial algunas de las damas de nuestro pueblo que salieron debajo de cubierta, digo debajo de cubierta de blanco soliman, y resplandor y finísimo color de cochinilla, y tan bien tocadas, rizadas, engrifadas y repulgadas que parecian nietas de las que eran en alta mar.

Salió el maestre á tierra y un criado mio con quien envié un recaudo al señor Presidente. Y luego comenzaron á acudir barcos á nuestro navío, y porque no habia tiempo para entrar la nao sino atoando, yo y mi familia nos metimos en un barco que nos trajeron aderezado. Y salimos á la deseada tierra y ciudad de Santo Domingo, donde fuimos bien recibidos, y habiendo

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