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alli, pasando con mi compañía habrá cinco años, no se canse vmd., que yo se lo diré como pasó. Levantóse y abrazóme diciendo que yo era ángel, que no era hombre, pues habia querido Dios guardarme para luz del mal é intento que tenían los moriscos, y comencé á contárselo como está dicho; mandó que me llevasen en casa de un alguacil de Corte que se llamaba Alonso Ronquillo, con seis guardas de vista, pero sin prisiones, con orden me regalasen, y que á la comida y cena estuviese un médico á la mesa, el cual no me dejaba comer ni beber á mi gusto, sino al suyo, por lo cual veo que come mejor un oficial que un gran señor.

Pasóse cuatro días, que no me dejaron escribir ni enviar recado á naide de mis conocidos y madre, y al cabo de ellos vino el mesmo alcalde con un secretario de el crimen que se llamaba Juan de Piña, y me tomó la confesión de verbo á verbo (sic), en la cual no quiso que me llamase fray Alonso de la Madre de Dios, sino el sargento mayor Alonso de Contreras, y así me hizo firmar.

De allí á quince días que yo ya comunicaba con mi madre y amigos, aunque siempre con guardas de vista, pero no con médico á la mesa, llegó una noche el alguacil Ronquillo, á media noche, vestido de camino y con pistolas en la cinta, con otros seis de la mesma manera, y entró en el aposento y dijo: Señor sargento mayor, vístase vmd., que tenemos que hacer. Yo, como lo ví de aquella manera, dije: ¿Qué, señor?-Que se vista, que tenemos que hacer. Yo tenía poco que vestir, más que echarme encima un saco, y hecho le dije: ¿Dónde va vmd.? Respondió: A lo que ordena el Consejo. Entonces yo respondí: Pues sírvase vmd. de enviar á llamar á San Ginés quien me confiese, que no he de salir de aquí menos que confesado. Entonces tornó y dijo: Es tarde; vamos, que no es menester; y por el mesmo caso me temí lo que tenía en mi imaginación, que era el llevarme á dar algún garrote fuera de el lugar.

CAPÍTULO X.

En que se sigue el levantamiento de testimonio

sobre que era rey.

En suma: trujeron al teniente cura de San Ginés, que estaba á tres casas, y arrimándome á un rincón me confesé. ¡Pluguiera

Dios fuera hoy que escribo esta la cuarta parte tan bueno como entonces! Supliqué y pedí con citación al confesor que á otro día habia de dar cuenta de lo que le pedía al secretario Prada y á mi madre, y era suplicarle de mi parte se siguiese la causa, porque en ningún tiempo se dijese yo había sido traidor al Rey, con lo cual se acabó la confesión y se fué el teniente cura, y á mí me pusieron unos grillos y ataron muy bien encima de una mula de silla, y por debajo de la barriga de la mula ataron el otro pie en que no iban grillos.

Salimos de casa, que vivíamos á la rinconada de San Ginés; subiéronme por donde van los ahorcados, entré la plaza y bajáronme por la calle de Toledo y Puerta Cerrada, calle de los Ajusticiados; verdad que era camino de la Puerta de Segovia por donde habíamos de ir para Hornachos donde me llevaba, que pudo decírmelo, con que escusara aquella aprensión que tomé de que me llevaban á dar garrote. En suma, caminamos nuestro camino lo que quedó de la noche y á cada sombra de árbol pensaba que era el verdugo. Amanecimos en Móstoles, caminamos á Casarubios donde dimos cebada y almorzamos, aunque yo de mala gana, y dijele al alguacil por qué no me decía á dónde íbamos, y hubiera ahorrado tan gran pesadumbre como había tomado aquella noche. Díjome que íbamos á una tierra que no me lo quería decir, porque llevaba orden del Consejo, hasta que estuviésemos en ella; que aún me quedó algunas sospechas.

Llegamos á la vista de Hornachos y entonces dijo que íbamos á él, y que se había de hacer una diligencia aquella noche, que no habíamos de entrar hasta media noche. Nuevos pensamientos para mí, que estuvimos en una huerta aguardando la hora, y yo pensé era la postrera, pero no me daba cuidado. Siempre que haya de ser me coja como entonces, que me contento.

A la entrada del lugar me quitó los grillos y desató, diciéndome: vmd. diga la casa donde estaban las armas. Dije: señor, yo no conozco el lugar porque no estuve en él más de una tarde y una noche, y cuando me llevó el soldado era de noche, y hace cinco años; pero póngame vmd. en una calle que hay que está arriba, donde hay una fuente, que espero en Dios acertar la casa; hízolo, y dije, ésta ó ésta es la casa; dijo, pues vámonos á la po

sada. Fuimos y dábame de cenar, ¡rebentado sea! ¡Mirá si me había dado buena cena con semejantes tragos! Amaneció y dieron traza para que yo entrase en las dos casas, sin escándalo, á reconocerlas, y fué que entrando en otras primero decían que era enviado del Obispo de Badajoz á ver las casas, si tenian imágenes y cruces, y como yo era ermitaño, creyéronlo y fué causa que vinieron santeros con estampas de papel á Hornachos, que se hicieron ricos, y no había puerta que no tuviera dos ó tres cruces, que parecía campo de matanza. Entré en la casa y topé el silo, pero no estaba como yo lo había confesado en mi confesión, que era blanco como una paloma y de algunos treinta pies de largo y veinte de ancho.

Halleme confuso y arrimado á la pared; con el dedo estuve arañando como confuso, cuando quiso Dios que cayó un pedazo de lodo de donde arañaba, y debajo quedó blanco. Reparé en ello y dije, señor, traigan quien derribe una tapia porque, rasqué todas las paredes y no había blanco más de las tres, y la una era negra. Trujeron quien la derribase la negra, y luego quedó el silo como yo lo había dicho, porque habían echado una tapia en medio del silo y de un aposento habían hecho dos y echado una capa de barro encima.

Prendieron al dueño de la casa. Dijɔ que él había comprado la casa dos años había, de otro morisco, que no sé cómo se llamaba, mas que yéndole á prender, como había ya sabídose el ruido de el derribar la casa tomó una yegua que tenía y se fué á Portugal, que costó harto de sacarlo del; embargáronle su hacienda, que la fiesta fué para el alguacil y las guardas. Con ésto ya me tenían con menos cuidado. Despachóse á la Corte con lo dicho, que estimó el alcalde la nueva.

Yo casi malo y de muerte; pero fueron tantos los remedios y cuidados que sané presto; enviaron por mí, y para llevarme trujeron litera y médico que fuese conmigo, porque.iba convaleciente, y en todas las tierras que pasaba salía el corregidor ó alcalde á entregarse de mí hasta la mañana que me tornaba á entregar; pero regaladísimo, y en lindas casas y no en cárceles, que nunca entré en ellas. Llegamos á Madrid y lleváronme á la mesma casa. Vióme mi madre con hartas lágrimas.

Yo estaba ya bueno, y un día lleváronme en casa del Presidente de Castilla, que era el Sr. D. Pedro Manso, donde había una Junta con Consejeros del Real y de Guerra. El Sr. D. Diego de Ibarra y el Sr. Conde de Salazar eran del de Guerra; los demás no tenía con ellos conocimiento sino con el Sr. Melchor de Molina, que era Fiscal.

Trujeron al comisario á carear conmigo, á quien yo confesaba había dado cuenta y él había negado no había estado en Hornachos, y leyéndome la confesión dije que conocía al tal comisario y que era verdad todo lo contenido en aquella confesión, y que para qué negaba cosa tan clara. Nególo; y yo dije: señor; esta es la verdad, y si es menester retificarlo en un tormento lo haré. Con ésto se acabó, mandándome llevar á mi sólita prisión y al comisario á la cárcel de Corte.

Tormento que

No pasaron muchos días, que una noche, después de acostado, me mandaron vestir, y metiéndome en una silla me llevaron á me dieron. la calle de las Fuentes y metieron en una sala muy entapizada donde había una mesa con dos velas y un Cristo, y tintero y salvadera, con papel; allí cerca un potro que no me holgué de verlo, y estaba el verdugo, y el alcalde y escribano. El alcalde me consoló y dijo que el comisario negaba no le había dado parte de las armas y que así era menester darme tormento, que le pesaba en el alma de ello; y así, mandó, que se hiciese lo necesario. El secretario me notificó no sé qué, que no me acuerdo, y el verdugo me desnudó y echó en aquellas andas y me puso sus cordeles.

Comenzáronme á decir dijese á quién había entregado las armas. Yo dije que me remitía á mi confesión; dijo, que bien se que te dieron á ti y á tu capitán cuatro mil ducados porque lo callásedes. Yo respondí, es mentira, que mi capitán supo de ello como el Gran Turco; lo que tengo dicho es la verdad; conque no quise responder más palabra en todo el tiempo que me tuvieron allí, mas de que dije: recio caso es atormenten por decir la verdad, que tan poco me importaba el decir lo dicho de bueno á bueno; si quiere vmd. que me desdiga lo haré. Dijo, aprieta y da otra vuelta, y no me pareció que me dolió mucho esta vuelta, y luego me mandó quitar y que me metiesen en la silla y llevarme

á casa, donde me curaron y regalaron como al Rey; y al meterme en la silla me abrazó el alcalde.

Estuve en la cama regalado más de diez días y luego me levanté, y el comisario estaba apretado en la cárcel de Corte; pero tenía al Condes table viejo que le ayudaba, y al Conde del Rhin, hombre viejo, además de treinta mil ducados que decían tenía.

Proveyóse un auto en que me soltasen, tomándome pleito-homenaje que no saldría de la Corte hasta que se me mandase, y mandaron que me quitase el hábito de ermitaño, para lo cual me vistieron de terciopelo, muy bien, en hábito de soldado, y me daban cada día cuatro escudos de oro para comer y posada, los cuales me daba el secretario Piña cada cuatro días con puntualidad. Todo esto se pagaba de los bienes de los moriscos.

Salí á San Felipe, como digo, galán; todos se espantaban de verme y holgaban de que estuviese libre. Yo iba cada noche en casa del alguacil que me había tenido preso, y su mujer me decía: señor, el comisario prueba no estuvo en Hornachos, con muchos testigos; yo, por el pan que ha comido con nosotros vmd., le aconsejaría se fuese, no tornase á caer en prisión, y, como dicen, más vale salto de mata que ruego de buenos. Yo pensé lo decía con buena intención, y pardiez que traté de irme como me lo aconsejaba, porque lo hacía á istancia del comisario, que, como digo, era rico, y al fin se le cuajó su intención.

Yo tenía algo ahorrado y rogué al secretario me diese por dos días la ración, que lo había menester, y vendiendo el vestido negro, habiendo comprado en la calle de las Posias un calzón y capote pardo, sin aforro, y unas polainas y una mala espada, con mis alforjas y montera salí una noche al anochecer de Madrid, camino de Alicante; y ésto era por Enero. Quien ha caminado aquellos caminos en tal tiempo me terná lástima.

Amanecí en la barca de Bayona y caminé por esa Mancha arriba. Llegué à Albacete de donde tomé el camino de Alicante, que llegué en cuatro días y aquí tomé lengua donde estaba el tercio de la Armada, porque estaban todos los tercios de Italia y Armada en aquel reino de Valencia donde estaban muchos soldados de mi compañía cuando pasé por Hornachos, que como agregaron mi compañía cuando me reformaron en Lisboa, todos

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