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mos nuevas injurias, y en recompensa de las riquezas que les enviamos para sostener la causa de la nacion, vino una órden inicua dirigida al virey de este reyno para hacer una pesquisa á varios individuos del cabildo, y á otros vecinos.

Tan atroz conducta de parte de un gobierno reconocido solo por conservar la integridad de la nacion, no fué capaz de desviarnos de nuestros princípios : nosotros fieles siempre á las promesas que habiamos hecho, continuamos manteniendo esta unidad política tan costosa, y tan contraria á nuestros verdaderos intereses.

Entretanto el desorden, el choque de las diversas autoridades y los males que de aqui eran de temerse, obligaron á las provincias de España a reunirse en un cuerpo comun que fuese un gobierno general. Instalóse en Aranjuez la junta central, y desde este

momento comenzaron á renacer nuestras es

peranzas de una suerte mejor. Triunfó la razon de las envegecidas preocupaciones, y por la primera vez se oyó decir en España que los

americanos tenian derechos. Mezquinos eran los que se nos habian declarado; eran sugetos á la voz de los ayuntamientos dominados por los gobernadores; eran los vireyes nuestros mas mortales enemigos, los que tenian influjo en la eleccion de nuestros representantes; pero al fin la España reconocia que debiamos tener parte en el gobierno de la nacion; y nosotros olvidándonos del carácter dominante de los peninsulares, confiábamos que nuestra presencia, nuestra justicia y nuestras reclamaciones habian al fin de arrancar al gobierno de España la ingenua confesion y reconocimiento de que nuestros derechos eran en todo iguales á los suyos.

La suerte desgraciada de la guerra, no dió lugar á la llegada de nuestros representantes. Los enemigos entraron en Andalucia, y la junta central profuga, dispersa, cargada de las maldiciones de toda la nacion, abortó bien á su pesar, un gobierno monstruoso conocido con el nombre de regencia. Dominada por los Franceses casi toda la península y confinado este débil gobierno á la isla de Leon, volvió

sus ojos moribundos hacia la América, y temiendo ya próximo el último periodo de su existencia, oimos de su boca un decreto lisonjero, que le arrancó el temor de perder para siempre estos ricos paises, si no logroba seducirlos con las mas alhagueñas promesas. Ofrecianos libertad y fraternidad; y al mismo tiempo que proclamaba que nuestros destinos no estaban en manos de los gobernadores y vireyes, reforzaba la autoridad de estos, dejándolos arbitros de la eleccion de nuestros representantes.

Eran estas circunstancias muy críticas para Cartagena. El estado lamentable de la España sin mas territorio libre que Galicia, Cádiz y la isla de Leon, Valencia, Alicante y Cartagena, el temor de ser envueltos en las ruinas que la amenazaban, y de caer en las acechanzas de Napoleon, el deseo de concurrir á salvarla por una parte; el conocimiento de nuestros derechos, las pocas esperanzas que veíamos de que estos se reconociesen, los males que nos acarreaba un gobernador insolente, por la otra, hacian un contraste bien difieil de decidirse. Quisimos sin embargo abundar

en moderacion y en sufrimiento, y aunque tomamos medidas de precaucion para alejar de nosotros los peligros que temiamos, nunca rompimos la integridad de la monarquía, ni nos separamos de la causa de la nacion. Nuestra seguridad exigió imperiosamente prepararnos de todos modos para no caer en la comun calamidad, y al efecto quisimos que el cabildo como un cuerpo compuesto de patricios, interviniese con el gobernador en la administracion del gobierno, y cuando ya no bastaba esta providencia; fué preciso deponer á este mismo gobernador entrando en su lugar el que las leyes llamaban á sucederle. Las causas que nos movieron á este hecho estaban legalmente justificadas con todas las formas juridicas el mismo comisionado que la regencia nos envió no pudo ménos de aprobarles; y ademas sometíamos aquel gobierno el exámen de nuestra conducta. Le ofrecimos fraternidad y union, le enviamos cuantiosos socorros de dinero para sostener la guerra contra la Francia, le protestamos sinceramente que nuestros sentimientos serian inalterables, siempre que se aten

diese nuestra justicia, se remediasen nuestros males y hnbiese esperanzas de que se salvara la nacion. Nada bastó, nada conseguimos. La regencia orgullosa con un reconocimiento que apénas se atrevió á esperar, mostróse indiferente á nuestras reclamaciones, y en vez de escucharlas como merecian, dictó órdenes dignas del favorito de Carlos Iv. A nuestras sumisiones, á nuestras protestas de amistad correspondió con palabras agrias é insultantes; y para acallar nuestras quejas, para darnos las gracias por los tesoros que les prodigamos, improbó nuestras operaciones en los términos mas insolentes y nos amenazó con todo el rigor de la soberanía mal reconocida aun en el mismo recinto de Cádiz. En la corta época que duró el consejo de regencia, su conducta fué en todo consiguiente á los tiránicos principios que habia adoptado con nosotros los efectos fueron en todas partes casi iguales. Varias provincias de América declararon su independencia la capital de este reyno y muchas de sus provincias internas siguieron los mismos pasos. Tan seductor como era este

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