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egemplo, y tan justos los motivos que teníamos para imitarlo, no pudo sin embargo alterar nuestra conducta, á pesar de que los agentes del gobierno de España ponian todo su conato en disgustarnos. Las sangrientas escenas de la Paz y de Quito, los crueles asesinatos de los Llanos, pusieron nuestro sufrimiento á la última prueba : mas á pesar de esto obró la moderacion. Nosotros formamos una junta de gobierno para suplir las autoridades estinguidas en la capital; pero no negamos la obediencia a los gobiernos de España: nuestra junta tenia es verdad, facultades mas amplias que las de los vireyes; pero la regencia habia obstruido todos los canales de la prosperidad pública, declarando que solo atendia á la guerra y era menester que nosotros mirásemos por

nuestra suerte.

Acercóse entre tanto la época en que iban á realizarse nuestras esperanzas y á fenecer nuestros males. La España justamente digustada del ilegal gobierno de la regencia, apresuró la instalacion de las cortes generales. Se anunció este cuerpo al mundo con toda la dignidad

de una gran nacion, y proclamó principios é ideas tan liberales, cual no las esperaba la Europa de la ignorancia en que creia sumidos á los Españoles. Declarada la soberanía de la nacion, la division de los poderes, la igualdad de derechos entre europeos y americanos, la libertad de la imprenta y otros derechos del pueblo, nada mas nos quedaba que desear sino verlo todo realizado; y ceducidos con unas ideas tan alhagueñas, creimos que empezaba ya á rayar la aurora de una feliz regeneracion. Reconocimos pues las cortes, pero hechos mas cautos con las lecciones de lo pasado, y convencidos por nuestra propia esperiencia de que un gobierno distante, no puede hacer la felicidad de sus pueblos, las reconocimos solo como una soberanía interina, mientras que se constituyan legalınente conforme á los principios que proclamaban, reservándonos siempre la administracion interior, y gobierno económico de la provincia. Mas, presto conocimos que las mismas cortes no estaban exentas del carácter falaz que ha distinguido á los gobiernos revolucionarios de

España. La libertad, la igualdad de derechos que nos ofrecian en discursos, solo eran con el objeto de seducirnos y lograr nuestro reconocimiento. En nada se pensó ménos que en cumplir aquellas promesas: los hechos eran enteramente contrarios y mientras que la España nombraba un representante por cada cincuenta mil habitantes aun de los paises ocupados constantemente por el enemigo, para la América se adoptaba otra base calculada de intento, para que su voz quedase ahogada por una mayoria escandalosamente considerable, o mas bien dirémos que las inconcecuencias que se cometieron en este particular, asignando unas veces un diputado por cada provincia y despues veintiocho por toda la América, indicaban un refinamiento de mala fe respecto de nosotros. Siendo la nacion soberana de sí misma, y debiendo egercer esta soberanía por medio de sus representantes, no podiamos concebir con que fundamentos una parte de la nacion, queria ser mas soberana y dictar leyes á la otra parte mucho mayor en poblacion y en importancia política; y como siendo iguales

en derechos no lo eran tambien en el influjo y los medios de sostenerlos.

Nosotros debimos someternos á tan degradante desigualdad. Reclamamos, representamos nuestros derechos con energía y con vigor, los apoyamos con razones emanadas de las mismas declaratorias del Congreso Nacional pedimos nuestra administracion interior fundándola en la razon, en la justicia, en el egemplo que dieron otras naciones sabias, concediéndola á sus pocesiones distantes aun en el concepto de colonias que estaba ya desterrado de entre nosotros; y últimamente ofrecíamos de nuevo, bajo estas bases la mas perfecta union y para mostrar que no eran vanas palabras, enviamos los auxilios pecuniarios que nos permitian las circunstancias. Los que llamaban diputados de la América, sostuvieron en las cortes con bastante dignidad la causa de los americanos; pero la obstinacion no cedió : la razon gritaba en vano á los ánimos obcecados con las preocupaciones y la ambicion de dominar: sordos siempre á los clamores de nuestra justicia, dieron el último fallo á nuestras

esperanzas, negándonos la igualdad de representantes y fué un espectáculo verdaderamente singular é inconcevible ver que al paso que la España europea con la una mano derribaba el trono del despotismo, y derramaba su sangre por defender su libertad; con la otra, echase nuevas cadenas á la España americana, y amenazase con el látigo levantado á los que no quisieren soportarlas.

Colocados en tan dolorosa alternativa, hemos sufrido toda clase de insultos de parte de los agentes del gobierno español, que obrarian' sin duda de acuerdo con los sentimientos de este; se nos hostiliza, se nos desacredita, se corta toda comunicacion con nosotros, y porque reclamamos sumisamente los derechos que la naturaleza antes que la España nos habia concedido, nos llaman reveldes, insurgentes y traidores, no dignándose contestar nuestras solicitudes el gobierno mismo de la nacion.

Agotados ya todos los medios de una decorosa conciliacion, y no teniendo nada que esperar de la nacion española, supuesto que el gobierno mas ilustrado que puede tener des

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