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so depósito. S. Sa. Illma. i el Sor. Cambiaso llegaron instantes despues, i en presencia de todos se amplió mas la boca. del hoyo, i entónces se pudo ver distintamente que lo que habia en la bóveda era una caja de metal, colocada sobre dos ladrillos. El polvo i los fragmentos de cascajo que durante tantos siglos se habian desprendido de las hendiduras del techo cubrian la tapa de la caja. Se pudo no obstante, despues de un rato de penoso exámen, descubrir que habia una. inscripcion en la parte superior de ella, i aun se creyó ver escrito Primer Almirante. Todo se dejó entónces en el mismo estado en que se encontraba; se cerraron las puertas del templo, i se confiaron las llaves al Canónico Billini. La autoridad civil hizo poner poco despues guardias en las puertas de la Catedral, i por toda la ciudad circulaba la noticia del hallazgo, pero desfigurada; pues uno de los peones al oir esclamar al Sor. Obispo i a los demas: ¡Oh qué tesoro! creyó que la caja contenia centenares de onzas, i así lo dijo al salir del templo a muchos, llegando despues hasta el estremo de afirmar que habia visto el oro por sus propios ojos.

El acta del 10 de Setiembre dice estensamente lo que pasó despues. La bóveda fué abierta, no quitándole la piedra que le servia de boca, sino la que primeramente se habia roto al hacer el hoyo, i que quedaba en uno de los costados de la bóveda, el mas próximo al fondo del Presbiterio. Se estrajo la caja en presencia de las autoridades civiles, eclesiásticas i militares residentes en la Capital, del uerpo consular, i de un gran número de nacionales i extranjeros. Hasta se hizo a la lijera un examen de los huesos, probablemente imperfecto (28),* pues no era posible que hubiese

(28) Hemos oido decir a uno de los Licenciados que hicieron el exámen que no era difícil que en el acta estuvieran equivocados los nombres que ellos dieron a los huesos que habia er la caja de plomo, pues en esa noche (el exámen principiaria como a las siete) habia mucho jentio i mucha confusion en la Catedral. Por el pronto haremos notar que el acta nombra los huesos i fragmentos que habia, i dice: constituyendo el todo 13 fragmentos pequeños i 28 grandes, es decir 41, cuando en realidad no son sino 34, segun su misma enumeracion.

* Fue mui imperfecto. Los Licenciados en medicina no eran los que tomaban nota de los huesos que hallaban, sino otro individuo que ni siquiera sabia escribir el nombre de los huesos. Tampoco se confrontó la lista hecha con los huesos que se habian visto. Resultado: que se pusieron en la lista muchos huesos que no habia i que sólo se habian nombrado durante el exámen. Hoi no se puede comprobar bien esto porque casi todos los huesos se han reducido a fragmentos o polvo.

exactitud en aquellos momentos, ni en la clasificación de las partes del esqueleto, ni en asentar el nombre que les daban los dos jóvenes Licenciados que allí se encontraron, i a quienes se encargó a la carrera ese exámen. Para todos era evidente el hecho. Colon estaba en Santo Domingo. No hubo quien dudase de ello. El entusiasmo rayó en delirio; i si a los que han abandonado esta mansion de pesares les es permitido gozar con lo que aquí acontece, Colon debió sentir una satisfaccion inmensa, igual por lo ménos a la que esperimentó cuando divisaron sus ojos las playas de América, al ver que el hallazgo de sus restos, tras siglos de olvido, conmovia tan profundamente a tantos millares de personas. El cañon despertaba los lejanos ecos, las campanas resonaban alegremente, i los víctores a Colon i a la grande Isabel llenaban el espacio. Es seguro que nunca recibió Colon un homenaje tan puro, tan desinteresado, tan sincero, como el que le tributaron en la noche del 10 de Setiembre los habitantes de Santo Domingo.

Hase hablado despues por algunos de superchería, i se han lanzado acusaciones que no por ser vagas, dejan de lastimar profundamente. Abrigamos la esperanza de que en el dia en que se examinen los hechos con calma i desapasionadamente, se sustituirá esa ofensiva palabra con las de olvido i equivocacion mucho mas aplicables al caso. ¿Quién pudo cometer esa superchería? Cuándo? Qué interes habia en ello? Digamos algo respecto de todo esto.

La superchería debió cometerse despues de 1795; pues no creemos sea aceptada la fábula del canónigo; i si se acepta, debe creerse que los restos que se ocultaron aquí serian los verdaderos, i en ese caso habria inculpaciones que hacer al autor de la criminal sustitucion; pero no derecho a hablar ahora de superchería.

¿Seria cometida esta por los españoles que estuvieron en Santo Domingo hasta que vino Toussaint a posesionarse de la colonia en nombre de los franceses, es decir de 1795 a 1801? No es de suponerse cosa semejante. Cedido el pais a Francia desde el 22 de Julio de 1795, i debiendo salir de él canónigos i Prelados, para fijarse en otras colonias españolas, no puede ni imajinarse por un momento que fuesen a realizar un hecho que perjudicaba a la nacion que ama

ban, i solo podria ser útil a la que los obligaba a salir del pais. Lo natural fué lo que se hizo: trasladar esos restos que consideraban preciosos al lugar en que los arrojaban las convulsiones políticas, i en el que pensaban vivir para siem

pre.

¿Serian los franceses en el tiempo de su dominacion, inclusa la breve de Toussaint, es decir del 27 de Enero de 1801 al 11 de Julio de 1809? No hai ningun fundamento para creerlo. Ni entónces, ni despues ha dicho ningun individuo de esa nacion que los restos del Almirante estuviesen aun en Santo Domingo, lo que no habria dejado de suceder, si ellos hubiesen llevado a cabo el hecho de que nos ocupamos. No iban a realizarlo por el solo placer de ocultar en una bóveda su falso Colon.

¿Serian los españoles despues de la reconquista, es decir de Julio de 1809 al 1o de Diciembre de 1821? A mas de lo difícil que es creer que españoles realizasen obra semejante, existe tambien en este caso la misma razon aducida respecto de los franceses. Nadie iba a fabricar una caja, ponerle inscripciones, i enterrarla en el lugar en que habia estado Colon, para dejarla allí abandonada para siempre, sin haber nunca blasonado por la posesion de ese tesoro, ni haber tratado de que se descubriese. Cometer una superchería por el gusto de cometerla puede tal vez ser posible; pero tiene mas de demencia que de acto de un ser racional.

Nada diremos respecto de la época del efímero gobierno de Colombia, es decir del 19 de Diciembre de 1821 al 9 de Febrero de 1822. Tiempos de temor eran aquellos, i del todo impropios para no diremos realizar, pero ni aun para pensar en operaciones de igual naturaleza. Harto que hacer tenian los dominicanos recojiendo a la carrera lo mas que les era posible de sus haberes, para alejarse del pais huyendo de la dominacion haitiana que se les venia encima como nube preñada de males.

De 1822 a 1844, es decir, durante la dominacion de Haiti en la parte ántes española, no es posible que ninguno que conozca medianamente la historia de Santo Domingo, suponga que pudo pensarse en la falsificacion de los restos del gran marino. Durante esos 22 años de triste recuerdo para los hijos de la Española, todo lo grande de ella desapare

ció. Cabildos, universidades, institutos de educacion, monasterios, templos, todo fué destruyéndose rápidamente. Hasta el idioma mismo iba resintiéndose con el estraño dominio. I seria entónces, cuando la obra de tres siglos de gobierno español se desmoronaba velozmente, que los haitianos o sus secuaces iban a forjar un hecho que aceptado, debia reflejar inmensa gloria sobre la tierra que estaban aniquilando?

Durante la primera República Dominicana, es decir, del 27 de Febrero de 1844 al 18 de Marzo de 1861, no estaban los dominicanos en posicion de pensar en un hecho de la naturaleza del que nos ocupamos. En guerras constantes con los haitianos de 1844 a 1856; en luchas civiles perennes del 56 al 61, no tenian ni espacio, ni disposicion para pensar en una cosa que pide, como cualquiera puede juzgarlo fácilmente, tranquilidad de ánimo, i algo distinto del clamor de los combates, i del encono i desunion que enjendran las guerras entre hermanos. Ademas si álguien hubiera realizado semejante hecho, habria tratado de que se propagase la vaga tradicion que desde tiempo atras existia, i nadie puede presentar, no diremos pruebas, pero ni aun indicios de que en la época a que nos referimos, ni despues, se hiciera ningun esfuerzo en ese sentido. Al contrario, la tradicion iba apagándose de dia en dia, como que el apoyo que le daban no resistia el menor empuje de los sólidos argumentos que se le ocurrian a quienquiera que la examinase por un solo instante (29).

Es absurdo suponer que de Marzo de 1861 al 11 de Julio de 1865, en que tremoló de nuevo en el pais el pabellón de Castilla, se realizase la criminal superchería de que tanto hemos hablado. Español el Arzobispo; españoles en su jeneralidad los canónigos; español el que tenia la cura de

(29) Mr. J. Warrens Fabens, que habia estado en la República Dominicana varias ocasiones, decia en 1862, en un Discurso pronunciado en New York: "Cierta cosa hai, empero, inesplicablemente triste i patética, i fué cuando en 1795 cedió España la isla a Francia; a la salida de los restos de esa altiva raza, recojieron los despojos mortales de su grande Almirante, i dieron un adios postrero a la tierra que este habia querido tanto". (Páj. 8 de la version del Sor. D. Antonio Martínez del Romero). Nadie suponia entónces que los restos de Colon estuviesen en Santo Domingo, pues no se daba crédito a lo dicho por la antigua i por entónces bastante apagada tradicion.

almas de la Parroquia Catedral; españoles las autoridades principales, no es concebible que fueran a inventar unos restos de Colon, cuando creian poseerlos en Cuba desde 1795. I que otros lo hicieran en esa época es cosa punto ménos que imposible.

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Queda por examinar el período transcurrido desde la desocupacion de la Capital por los españoles, en Julio de 1865, hasta el descubrimiento de los restos en Setiembre de 1877. En esos doce años en vez de encontrar pruebas de que aquí se creyese que las reliquias del Descubridor del Nuevo Mundo estaban en Santo Domingo, hallamos las contrarias. El jeneral Luperon entabló no hace mucho tiempo una gran polémica con un periódico cubano, sosteniendo que los restos de Colon debian ser devueltos a Santo Domingo, pues la voluntad del Almirante habia sido que sus cenizas reposasen aquí, fuese esto o no español. El Sor. D. José Gabriel García, en el tomo primero de sus Memorias para la historia de Quisqueya, publicado en 1876, se queja amargagamente (páj. 29) de la exhumacion verificada en 1795, i la considera como un acto de injusticia hacia Santo Domingo. Ahora bien habrian hablado de ese modo esos dos dominicanos, sobre todo el segundo, que ha estudiado con interes i prolijidad todo lo relativo a la historia patria, si hubieran tenido el menor asomo de duda respecto de la exhumacion de los verdaderos restos? ¿No habrian citado la tradicion, si hubieran creido su testimonio de alguno valor? ¿I por que no la citaron? Porque la tradicion se iba apagando cada vez mas segun se apartaba de los tiempos que la vieron nacer; porque la jeneralidad la consideraba como una fábula, tan pronto oida como olvidada. I habria sucedido esto si el supuesto autor de la superchería hubiera tenido interes, como debia tenerlo, si no era un demente, en que esa tradicion se estendiese i jeneralizase? ¿No la habria despojado de lo inverosímil, i fortalecido con razones aceptables en el dia de la prueba? ¿No habria hecho resaltar los vicios del acta del 95, para que las dudas nacieran en el espíritu de los hombres de buen criterio? I pasó algo de esto? No hai quien pueda decirlo. I no pasó, porque nadie habia pensado en inferir la última i mas grande ofensa a Colon, negando a sus verdaderos restos el testimonio

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