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los dioses- que fue Benito Pina. Su fenecimiento, lamentable i por todos lamentado, afectó dolorosamente a cuantos lo conocíamos i lo estimábamos por sus virtudes afectivas i mentales; pero a nadie tánto como a Meriño i a quien había sido para él compañero i hermano. Mas el dolor educa.

Emiliano Tejera redobló el esfuerzo i perseveró en los estudios iniciados en unión de su amigo i condiscípulo i en comunión de ideas i aspiraciones con el malogrado jóven que, a la manera de un raudo meteoro luminoso, cruzó por la vida i se extinguió como un astro efímero en el seno de la muerte.

II.

La anexión inconsulta no había nacido viable. Erale adversa la opinión consciente o nó de la universalidad de los dominicanos. Con sangre de héroes, vertida en el cadalso, se quiso alimentarla i darle vida. Crimen i absurdo fué. La revolución sobrevino, a poco, i culminó en epopeya. Santiago i Puerto Plata, en gesto heróico, se

dieron en holocausto. Sublime ejemplo el suyo!

Duarte i Mella -los supervivientes de la egregia trilogía- acudieron puntuales a la cita de aquella hora magna. El uno estuvo en el Cibao i salió luego, como Embajador de pleno derecho, con credenciales para todo Sur-América; el otro permaneció allí i, presa de mortal dolencia, le rindió su vida a la muerte mientras se agotaba en el servicio de la causa nacionalista como estratega organizador de le victoria.

Dos años apenas desde el 16 de Agosto de 1863 hasta el 11 de Julio de 1865- duró la contienda restauradora de la independencia. Emiliano Tejera -discípulo de Meriño fue de los primeros en blandir la pluma acusadora. Escribió en varias hojas periódicas, fuera del país, para denunciar el abuso de fuerza realizado en mal hora por el tirano nativo i el error político cometido en día nefasto por el gobierno español intruso.

En Caracas estuvo algún tiempo, con ese motivo, i en el solar de Bolívar conoció personalmente al prócer eximio que era ya para él -lo mismo que para quienes, como él, comulgan en el ara augusta de la patria la más noble i la más pura encarnación del alma dominicana: el Fundador de la República.

No se le cayó de la mano la acusadora péndola que él templara, como toledana espada de acero, al sacro fuego del patriotismo. Cuando en el Baluarte de Febrero i en la Torre del Homenaje ondeó otra vez la bandera nacional al cálido beso de la brisa del Caribe, como símbolo de la soberanía rescatada en lid gloriosa, la prensa dominicana crugió de nuevo, ya libre, i varios periódicos aparecieron en el estadio del periodismo.

La Regeneración i El Patriota, emulándose, ocuparon la vanguardia. Era la voz de la juventud generosa i sus ritmos viriles poblaban el ambiente con ideas de libertad i de civismo. En ambos voceros hubo plaza, merecida, para quien era un patriota acrisolado i ansiaba la regeneración de su pueblo el mirerando!— maculado por toda suerte de vicios i errores de la política sin alma; i tanto en esa jornada cívica, cuanto en la otra de índole nacionalista, puso él de manifiesto las características de un prócer del estilo i del civismo.

Empero él no fue periodista militante, sino en esas dos jornadas de su vida pública, i jamás hizo profesión del periodismo. En lo sucesivo durante media centuria- el escritor se destacaría de cuerpo entero, merced a su pluma austera i pulcra, en una doble serie de artículos i de monografías a cual más valiosos por su contenido.

No ejerció el magisterio, como solía en aquel bienio de la enseñanza cívica del Seminario, no obstante haber convivido en espíritu i verdad con el malogrado Benito Pina i con el sujestivo Padre Meriño. (3)

Ni lo atrajo tampoco el partidarismo político, entonces en ciernes, amasado por lo común con odio i egoismo por los vendimiadores que recojían la cosecha de los sembradores. Jamás se afilió a ese o esotro bando de tipo i nombre caudillesco. Huía siempre del contac. to palaciego. Negábase de continuo a integrar, como uno de tantos, el Consejo Ejecutivo, Declinó ese honor i en aquel momento lo - cuando el ilustre prócer civilista que fue Ulises F. Espaillat lo llamó al desempeño de una cartera en su gabinete. Otro prócer, amigo suyo i su maestro, Fernando Arturo de Meriño, hubo de pasarse sin su concurso en su consejo de gobierno por la rotunda negativa que le opuso.

era

En una ocasión se avino a aceptar, por breve lapso, el nombramiento que se le ofreció para el ejercicio de la Procuraduría General de la Nación. Otros servicios suyos lo fueron ad-honorem. Así figuró en varias comisiones consultivas. Así fue cuando llevó la alta representación del Gobierno Dominicano conjuntamente con el doctor Alejandro Llenas- ante la Santa Sede, para obtener justicia con el laudo arbitral que León XIII pronunciaría sobre el diferendo fronterizo, aun irresoluto.

Actuó, sin embargo, en la función legislativa del Estado. No como legislador, en una u otra Cámara del Congreso, sino con la investidura de Delegado del pueblo a la Asamblea Constituyente. Eso fue en dos momentos históricos de alto relieve en los anales del régimen político. Fue el primero a raíz del triunfo de la revolución restauradora, en 1865, i entonces figuró en la falanje evolucionista,

(3) Concurrió, sin embargo, a las faenas iniciales del colegio de niñas El Dominicano, fundado en 1867 bajo la amable dirección de María Nicolasa Billini, que fue la primera escuela de enseñanza primaria, con asignaturas correspondientes a la secundaria, establecida en la República.

renovadora, la cual decía la última palabra de la democracia i de la soberanía. Fue el segundo, en 1874, cuando el movimiento fusionista deshizo el orden mecánico de "los seis años" i del continuismo, para establecer el orden jurídico con los derechos absolutos como base única i necesaria de la Constitución del Estado.

E. Tejera fue, en la una i la otra asamblea, mantenedor bizarro de las aspiraciones de la juventud adscrita al liberalismo, con las orientaciones nacionalistas de Duarte, ganoso de vivir la verdadera vida del Derecho i la Libertad i la Justicia.

Esa su cívica actitud de abstención i de retraimiento la cual había influido tánto en el prestigio de que él gozaba, en todo el país, como escritor i repúblico- hubo de ceder al cabo al empuje de las corrientes contrarias de la política, desviada en mal hora de su cauce jurídico, cuando se dividió en dos opuestos bandos la gran mayoría de ciudadanos conscientes que, poco antes, concurrieran al desalojo de la asoladora tiranía de la bancarrota i de la muerte para establecer de nuevo un gobierno civil i responsable.

Doloroso fue para sus mejores amigos, dolorosísimo, que él no perseverase en su alejamiento -en cuanto a su no participación en la función ejecutiva- pues esa actitud suya había llegado a ser lauro para sus sienes al frisar en edad sexagenaria.

En dos ocasiones estuvo en Palacio como miembro del Ejecutivo. Dos veces fue Secretario de Estado: de Hacienda en el gobierno de facto, que actuó de 1902 a 1903; i de Relaciones Exteriores, bajo el régimen constitucional en 1906 hasta 1908. En ambas, claro es, asumió una parte de las responsabilidades, inherentes a esas situaciones invenidas en aquel período de convulsiones intestinas.

No era ya su hora. Aquello, para él, constituía un sacrificio. Por eso i disgustado del curso de las cosas, dentro i fuera de Palacio, despojóse de la ardida túnica, entregó la cartera i abandonó el árido escenario de la política militante. Iba a recluirse de nuevo en el remanso de su apacible hogar i entre sus libros predilectos. Ai! Allí lo sorprendería, en un aciago día de un mes invernizo, la impiedad acérrima de un gran dolor inmisericorde. Triste factum!

III.

Antes dije i lo reproduzco ahora por ilación i asociación de las ideas en torno del mismo tema que el periodista revolucionario al servicio de la causa restauradora, luego heraldo de civismo en pro de las instituciones democráticas, en breve le cedió el paso al escritor prestantísimo, i que, con ese carácter, se destacó de cuerpo entero en páginas selectas i en opúsculos medulosos. En todos ellos elucidó temas de índole histórica i de edificación del alma dominicana.

Prescindo ahora para no salvar los límites propios de este mero ensayo biográfico de las aludidas páginas suyas, con las cuales solía discurrir sobre puntos conexos con los temas civiles e históricos

de sus monografías, -i contráigome a una somera apreciación de la labor benedictina, digna de perenne loa, realizada por Emiliano Tejera en el cabal estudio de los tres tópicos, a cual más interesante i noble, que informan los opúsculos del prócer escritor dominicano.

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La edición de dos de esos folletos se hizo como ofrenda al apóstol i maestro de nacionalismo. Homenaje a Duarte se denomina el uno i contiene la abundante i valiosa documentación relativa a la erección de un monumento en honra suya, Monumento a Duarte se intitula el otro i contiene la exposición dirigida al Congreso Nacional por la Junta Central Electora de la estatua representativa del Fundador de la República.

Esa exposición fue redactada por Emiliano Tejera -niiembro distinguido de la Junta Erectora i pone en alto relieve la figura prócer del patricio. En ella se iluminan los rasgos biológicos i biográficos del insigne sembrador i cultivador insustituible de la idea separatista. En ella, como en una penumbra de montañas, el áureo estilo del patriota evoca la postrera visión espiritual del héroe sin mancilla.

La emoción cívica i estética que vibra en esa página selecta conserva i conservará su ritmo, permanentemente, en el alma de quienes crean en Duarte i amen i honren su ideal nacionalista.

Dos años después, en el 1896, apareció un tercer opúsculo calzado con la firma de Emiliano Tejera. Era un documento de efectivo interés público i contenía, in extenso, la memoria relativa al diferendo domínico-haitiano o sea la aún no resuelta cuestión fronterizaque la Delegación Dominicana produjo, ante la Santa Sede, para con currir como parte en el juicio atribuídole al docto Pontífice que fue Su Santidad León XIII en la egregia calidad de árbitro supremo.

Esa memoria la redactó el distinguido escritor dominicano, como ponente, en su carácter de delegado de aquella comisión diplomática. Como nadie, hasta entonces cuando menos, conocía él en sus varios i distintos aspectos ese problema internacional de límites arcifinios. El memorial es, en su género, una obra maestra por su fondo i por su forma. Son concluyentes, a la luz de la verdad i a la luz del derecho, los alegatos de índole histórica i de índole jurídica que abonan la tesis dominicana. La forma literaria corresponde a la alteza del fondo. Diáfana i sobria, cual ella es, la forma es un estuche, rico i bello, en que se encierra i luce el fondo a la manera de una preciosa alhaja de oro. (4)

(4) Con el epígrafe Ante el Arbitro escribí yo, entonces, un artículo en el cual hice un análisis crítico de la ponderada memoria. Ese trabajo mío fue reinserto, en 1918, en el fascículo subtitulado Páginas Electas con que se inició en la Vega -por la devoción de Emilio García Godoy a las bellas letras la edición de una colección de obras nacionales.

Antes de los opúsculos i monografías a que hago referencia en los párrafos anteriores consagrados por el autor, como se ha visto, a sendos tópicos de educación cívica i nacionalista- había Emiliano Tejera publicado otros dos folletos de carácter histórico, el segundo complemento crítico del primero, con los cuales puso a plena luz solar, no sólo la autenticidad de los restos venerandos del Descubridor del Nuevo Mundo, sino también la verdad del hallazgo de los mismos. el fausto día 10 de Septiembre de 1877, en la histórica Catedral Primada de América.

El primero de ambos folletos edición del año 1878- denominábase como sigue: Los Restos de Colón en Santo Domingo. El segundo edición del año 1879- lucía en la portada, como título de aparente paradoja, esta expresiva leyenda: Los dos Restos de C. Colón exhumados de la Catedral de Santo Domingo en 1795 i 1877.

Ambos son exponentes fidelísimos, fidedignos, de la evidente autenticidad de los despojos mortales del héroe de la mar océana, el ligur eximio, i de la verdad documentada del feliz hallazgo de la caja de plomo, que los guarda i conserva como una sagrada reliquia, i de la urna de piedra, labrada en el piso del presbiterio, en donde, por error inprevisto, permaneció la dicha caja con sus restos los del Almirante viejo cuando la inconsulta exhumación hecha en diciembre de 1795 i hasta el 10 de Septiembre de 1877 en que fue extraida, ciertamente, de la cripta de piedra que le sirviera de tumba.

Ambos son meritísimos. Ambos son la última palabra en la controversia promovida por un errado concepto de los contados impugnadores del hallazgo. Porque aquel claro suceso inesperado e imprevisto para la universalidad de la gente culta i hasta para quienes, en número escaso, sabían algo de una vaga tradición acerca del error cometido por los exhumadores de los restos del hijo, don Diego, por los de su insigne padre- aunque simple rectificación de un hecho de no difícil comprobación, suscitó una actitud de prejuicios en contra, favorecida por el falaz informe de un cubano al servicio de la política incondicional española en Cuba.

La discusión se mantuvo en torno de tal acontecimiento histórico para culminar con el reconocimiento del mismo por no escaso número de academias i sociedades históricas. La tesis falsa asumió carácter oficial con el informe de Colmeiro, calcado en el efímero de López Prieto, adoptado por la Academia Española de la Historia bajo la presidencia del estadista Cánovas del Castillo. La tesis cierta se mantuvo erguida, frente a su adversaria, en dos brillantes libros de Fr. Rocco Cochia, Delegado de la Santa Sede, i en los dos decisivos folletos de Emiliano Tejera.

IV.

Tales fueron, en síntesis armoniosa, la vida i la obra meritísimas de Emiliano Tejera.

Así las evoco, en esta hora propicia a la justiciera valoración de las ideas, los actos i los hombres i a la proceridad cívica i nacionalis

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