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(Ap. lib. 1. núm. 10.)

to y aprobacion positiva del monarca estrangero, de
quien únicamente recibiria esposa, no obstante el
derecho de intervencion que las leyes dan al padre
cuando el hijo no ha salido de menor edad, en cu-
yo caso se hallaba el de Asturias, y el que con mayor
motivo ejerce el soberano con los príncipes de su ca-
sa, y que los mismos gobiernos representativos con-
ceden á las asambleas legislativas en sus constituciones.

El marques de Beauharnais en medio de sus
amaños é intrigas se presentaba en la corte con to-
da la dulzura y amable cortesanía que distinguió
un tiempo á los antiguos palaciegos de Versalles.
Si sobre el partido de Fernando apoyaba con una
mano la palanca para socavar el trono y sacarlo
de sus cimientos, con la otra arrullaba al genera-
lísimo Godoy, y le daba avisos sobre los escritos
que contra su valimiento enviaban algunos españo-
les á Napoleon (*). De este modo no solo ador-
mecía toda clase de sospechas si algun indiscreto
las escitaba, sino que conseguia que todos le tuvie-
sen por amigo y afecto á su parcialidad. Tres dias
despues de haberse encargado de dar curso á la
carta del heredero del trono, felicitó á Carlos IV
en nombre de su amo por los triunfos de las armas
españolas en América, y entregó una afectuosa car-
ta del de Francia en que participaba á su aliado
el casamiento de su hermano Gerónimo con la prin-
cesa real de Wutemberg Federica Catalina. Y vió-
se á Fernando, cuyo cumpleaños celebraba la corte
en aquel dia, festejar con tanto agrado al embaja-
dor que sus padres se llenaron de regocijo, creyén-
dole reconciliado de buena fé con la causa de los
franceses, á quienes tan hostil se habia mostrado
por medio del gabinete de Nápoles. Mas su com-
placencia, su agasajo no se concretó al enviado;
los labios que respiraban aun el aliento que empa-
ñó su pluma acariciaron á su madre, besaron la

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diestra del anciano monarca; y todos al observar su alegría, su halagueño y jovial semblante, pensaron que los dulces afectos de la naturaleza habian triunfado de aquel carácter desabrido y adusto que mostraba en su juventud.

Nuevas exigencias de Bonaparte, que se aprovechaba de la irresolucion y falta de nervio de nuestra política débil y rastrera en tan terribles momentos, arrancaron de España una division destinada al norte, bajo el mando del marques de la Romana; cuyas tropas unidas á las que teniamos en Toscana, ascendian á cerca de diez y seis mil hombres entre infantería y caballería. Asi mientras la discordia por una parte cerraba las puertas al remedio, empeoraba el mal por otra la astucia, despojándonos de los medios de resistencia con la desmembracion de nuestras fuerzas.

sit.

Paz de Til

La paz de Tilsit, desembarazando á Bonaparte de los cuidados del norte, le dió tiempo para fijar sus ojos decididamente en el mediodia. Resuelto allá en su idea á cambiar la faz de nuestra nacion, titubeaba en los medios y esperaba tomar consejo de las circunstancias y de los sucesos que originarian los odios del dividido palacio. En las conferencias de los dos emperadores de Francia y de Rusia tratóse secretamente de los asuntos de la península española; y aunque solo descubrió á Alejandro algunas de sus intenciones, debióle sin embargo enseñar buena parte del cuadro que habia de desdoblar el tiempo, para que no le sorprendiesen despues, como dice Savary (*), nuestros (*Ap. lib. 1. acontecimientos. La fama exagerando las ideas del núm. 11.) conquistador publicaba ya por todas partes el próximo destronamiento de la dinastía reinante en España; y al ver lo abatido y aletargado que yacía este desgobernado pais, nadie anteveía á la raza de Pelayo sacudiendo sus cadenas.

Asuntos de Vuelto el vencedor á París pasó una nota al Portugal. gabinete de Madrid, cuando ya el ejército francés se reunia en Bayona, invitándole á prestar ayuda y tomar parte en la grande empresa que iba á acometer contra los ingleses despojándolos de la influencia que ejercian en Portugal. Producíase en ella en tono templado y conciliador, pintando la necesidad de obligar á la Gran Bretaña á un acomodamiento cerrándole los puertos del continente. Referia sus quejas contra el gobierno de Lisboa que fiel aliado en todas las ocasiones de los britanos, habia asentido á sus caprichos, desoyendo los consejos de la Francia, y suscribiendo á cuantos planes habian aquellos imaginado contra sus intereses. Y concluía asegurando que llevado del deseo de la paz y queriendo proceder de acuerdo con su augusto aliado, le convidaba á interponer su mediacion y atraer á sus miras la casa de Braganza, ó á desnudar con él la espada y abatir con la fuerza la soberbia de tan incorregible enemigo.

Nuestro ministerio acorde con el embajador de las Tullerías cerca del rey fidelísimo pidió á la corte de Braganza que suscribiese á los deseos de Napoleon; y espirado el primer plazo, obtuvo aun otros dos para estorbar el rompimiento. Pero asustada aquella con las injustas y exaltadas pretensiones del guerrero del Sena y estimulada por los avisos del inglés, respondió que consentia en cerrar sus puertos á los insulares sus antiguos aliados y en romper con ellos las relaciones de comercio; pero que repugnaba al derecho de gentes y á todos los principios de justicia universal, el prender, como exigia la Francia, á los subditos de la Gran Bretaña, y confiscar desapiadadamente sus mercancías en plena paz y sin poder alegar un motivo razonable que dorase al menos tales tropelías. Llegado el dia en que habia espirado el término con

cedido, los embajadores de ambas potencias aliadas, Mr. de Rayneval y el conde de Campo-Alange, se retiraron de Lisboa.

(*Ap. lib. 1. núm. 12.)

Mientras esto sucedia el consejero Izquierdo habia recibido el asentimiento de la corte castellana á las proposiciones contenidas en la nota pasada por el emperador sobre la parte que habiamos de tomar en la guerra contra Portugal, y encargábasele que todo se arreglase por medio de un tratado definitivo que tranquilizase los ánimos de los aterrados cortesanos. Asi lo prometió el árbitro de Europa (*): mas antes de que estuviera concluido, las tropas francesas reunidas en Bayona pasaron el Vidasoa y dirigiéndose por Burgos y Valladolid llegaron á Salamanca á los veinte y cinco franceses en España. dias de haber entrado en España. En todos los pueblos fueron recibidas con la oliva en la mano, y agasajadas por sus habitantes, que no creían entonces abrigar en su seno las sierpes que los habian de devorar. Izquierdo luego que supo la entrada del ejército de Bayona, apremió á Bonaparte para que pusiera fin al tratado que últimamente se firmó en Fontainebleau en 27 de Octubre (*).

Entran los

(Ap. lib. 1.

Tratado de

En él se estipulaba que la provincia de Entre- num. 13.) Duero y Miño con la ciudad de Oporto se llama- Fontainebleau. ria Lusitania septentrional, y que sería nombrado soberano de ella el rey de Etruria. Concedíase al de la Paz la soberanía del Alentejo y reino de los Algarves; y quedaban en depósito y gobernadas por el general francés hasta el fin de la guerra las provincias de Beira, Tras-os-Montes y la Estremadura portuguesa. Por separado habian convenido ambas naciones en diferentes medidas relativas á la ocupacion del Portugal: tales eran la entrada de un cuerpo francés en España de veinte y ocho mil hombres entre infantes y caballos para hostilizar el reino de Lusitania, y la cooperacion

de once mil españoles con treinta piezas de artillería. El gobierno español cargaba igualmente conla obligacion de posesionarse con tropas suyas de las dos nuevas soberanías creadas para el rey de Etruria y para el príncipe de la Paz; y la Francia se comprometia á reunir en Bayona cuarenta mil hombres prontos á marchar, previo el acuerdo de ambas potencias aliadas, en el caso de que Inglaterra auxiliase á los portugueses.

Cualquiera que haya sido la opinion de algunos escritores respetables y el convencimiento que Intenciones nos asiste de que Napoleon ya tiempo que habia de Napoleon. resuelto mudanzas en el gobierno de nuestra patria, creemos no obstante despues de haber comparado las memorias de los que le rodeaban y sus palabras mismas, que irresoluto siempre en los medios de verificar el deseado cambio, firmó entonces de buena fé este tratado. Resaltan estremadamente á los ojos las ventajas que su cumplimiento debia proporcionarle. Se apoderaba de una parte de la Península accidentalmente separada de ella por las guerras, no por la naturaleza; lograba ocupar algunos de sus mejores puertos y tener un ejército pronto á penetrar en el corazon de la monarquía castellana, y distraía y diseminaba mayor número de tropas españolas de las que ya nos habia arrebatado. En tan amenazadora posicion podia dictar su voluntad á la recelosa corte de Carlos IV, irresoluto siempre, ó aguardar que la sorda fermentacion que minaba el trono estallase y abriese el volcan que bramaba bajo las plantas del anciano

monarca.

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A esta época pertenece la opinion divulgada de que se intentaban variaciones en la dinastía por la reina María Luisa y su valido el generalísimo Godoy, quien por medio de su hermano don Diego solicitó á don Tomás de Jáuregui, coronel de

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