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Felipe, despues de haber dado gracias a Dios por su feliz arribo en el templo de Nuestra Señora de Atocha, pasó á aposentarse en el palacio del Buen Retiro que se le tenia destinado, hasta que se concluyeran los preparativos que se hacian para su entrada pública y solemne, la cual habia de verificarse con suntuosa ceremonia y con magnificencia grande. El primer acto del nuevo monarca, despues del besamanos de aquel dia, fué nombrar al cardenal Portocarrero, al gobernador del Consejo de Castilla don Manuel Arias, y al embajador francés conde de Harcourt, para que asistiesen al despacho con S. M., y dar órden á don Antonio de Ubilla para que continuara desempeñando la secretaría del despacho universal. Anticipadamente la habia dado ya á la reina viuda para que saliera de la córte. Una disputa que esta princesa habia tenido con los individuos de la junta de gobierno, y sobre la cual habia elevado sus quejas al rey, sirvió á éste de pretesto para enviarle antes de llegar á Madrid la siguiente sucinta pero significativa respuesta: «Señora; toda vez que algunas personas >>intentan por diferentes medios turbar la buena ar>>monía que debe haber entre nosotros, parece con>>veniente, á fin de asegurar nuestra mútua felicidad, » que os alejeis de la córte hasta que yo pueda exa>>minar por mí mismo las causas de vuestro resenti>miento. He dado las órdenes necesarias para que >>seais tratada con todas las consideraciones que os

>son debidas; recibiréis puntualmente la viudedad » que os señaló el rey vuestro esposo, y os autorizo á >escoger para vuestra residencia la ciudad de Espa»ña que pueda seros mas agradable. Con esta carta, y con algunas mortificaciones que Portocarrero la hizo todavía sufrir, decidióse la reina viuda doña Mariana de Neuburg á trasladarse á Toledo, donde tambien la madre de Cárlos II. estuvo en otro tiempo desterrada.

Inmediatamente dieron principio Portocarrero y Arias á proponer al rey su sistema de reformas, comenzando por la supresion de muchos empleos en la servidumbre de palacio; los gentiles-hombres quedaron reducidos á seis de cuarenta y dos que eran: reforma á que Felipe accedió en consideracion á lo disminuidas y empeñadas que encontró las rentas reales, pero con la cual disgustaron aquellos ministros á muchas familias de la córte, quedando como quedaban los reformados sin sueldo, gage, ni emolumento de ninguna especie. Por consejo de Portocarrero, que se proponia consolidar su influjo deshaciéndose de todos los que no le eran devotos, so pretesto de parcialidad á favor de la casa de Austria, fué privado el almirante don Juan Tomás Enriquez de su cargo de mayordomo mayor: confirmado el destierro de Oropesa; mandado retirar á su obispado de Segovia el inquisidor general; proscritos y alejados de la córte varios otros grandes, y colocados en los gobiernos de las provin cias y en los empleos de la administracion los parcia

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les y hechuras del cardenal; lo cual, aunque se hizo con sosiego y sin resistencia, dió ocasion á que empezára á manifestarse en la córte cierto espíritu de oposicion al nuevo gobierno.

En estas medidas, y señaladamente en la deferencia á los consejos de Portocarrero, no hacia Felipe sino seguir las instrucciones que de Luis XIV., su abuelo, habia recibido, y en que le decia: «Tened gran confianza en el cardenal Portocarrero, y mostradle la buena voluntad que le teneis por la conducta que ha observado (1).»

(4) Primeras instrucciones de Luis XIV. á su nieto:

«No falteis jamás á vuestros deberes, en especial con respecto á Dios; conservad la pureza de las costumbres en que habeis sido educado; honrad al Señor siempre que podais, dando vos mismo ejemplo; haced cuanto sea posible para ensalzar su gloria; lo cual es uno de los primeros bienes que pueden hacer los reyes.

>>Declaraos en todas las ocasiones defensor de la virtud, y enemigo del vicio.

»No tengais jamás afecto decidido á nadie.

» Amad á los españoles y á to dos los súbditosque amen vuestro trono y vuestra persona: no deis la preferencia á los que mas os adulen; estimad á aquellos que no teman desagradaros á fin de inclinaros al bien, pues que estos son vuestros amigos verdaderos.

Haced la felicidad de vuestros súbditos, y con este intento no emprendereis guerra alguna

sino cuando os veais obligado á ello, y que hayais considerado bien y pesado en vuestro consejo los motivos.

>>Procurad poner concierto en la hacienda; cuidad de las Indias y de vuestras flotas, y pensad en el comercio.

»Vivid en estrecha union con Francia, no siendo nada tan úti! para ambas potencias como esta union, á la cual nada podrá resistir.

>> Si os veis obligado á emprender una guerra cualquiera ponéos al frente de vuestros ejércitos, com cuyo fin procurad regularizar vuestras tropas, empezando por las de Flandes.

»Jamás abandoneis los negocios para entregaros al placer, pero estableced un método tal que os dé tiempo para el recreo la diversion.

«Nada bay mas inocente que la caza y la aficcion á las cosas del campo, con tal que no os ocasione esto gastos excesivos.

>>Prestad grande atencion á los

Una vez lanzados los dos ministros Portocarrero y
Arias en el camino de las reformas, no perdonaron
ni á los establecimientos de beneficencia, ni á las mi-
serables viudas, y, lo que fué peor para ellos y les

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>>Dad entero crédito al duque
de Harcourt, pues es hombre há-
bil, que os dará consejos desinte-
resados, no teniendo en cuenta
mas que vuestro interés.

>> Procurad que los franceses no
salgan jamás de los límites del
respeto, y que no falten á lo que
os deben.

>> Tratad bien á vuestros servi-
dores, pero no useis con ellos de
familiaridad estremada; que no
sean confidentes vuestros, pero
servíos de ellos mientras sean
prudentes, y despedidlos á la me-
nor falta, no apoyándolos jamás
contra los españoles.

»No tengais mas trato con la
reina viuda que aquel de que no
podais dispensaros: haced de mo-
do que salga de Madrid, pero pro-
curad que no salga de España.
Observad su conducta, y no con-
sintais que se mezcla en negocio
alguno: mirad con recelo á los que
tengan con ella trato demasiado
frecuente.

»Amad siempre à vuestros deu-
dos, recordando el dolor que han

tenido al separarse de vos. Con-
servad con ellos contínuas rela-
ciones, sobre todo en los negocios
importantes; en cuanto á los pe-
queños, pedidnos todoaquello que
necesiteis y no se halle en vues-
tro reino, que lo mismo haremos
nosotros.

» No olvideis jamás que sois
francés por lo que pueda aconte-
cer. Cuando tengais asegurada la
sucesion de España en hijos que
os conceda el cielo, id á Nápoles,
á Sicilia, á Milan y á Flandes, lo
cual nos dará ocasion de volver á
vernos: mientras tanto visitad la
Cataluña, Aragon y otras provin-
cias; no descuidando lo que con-
venga hacer en Ceuta.

»Arrojad algun dinero al pue-
blo cuando os halleis en España,
y especialmente al entrar en Ma-
drid.

»Evitad cuanto podais el con-
ceder gracias á los que dan dinero
para alcanzarlas.

» Dad oportuna y liberalmente,
y no acepteis regalos, á menos
que no sean bagatelas; y cuando
no pudiéreis evitarlos, haced otros
de mas valor que los que recibié-
reis, pero con intérvalo de algu-
nos dias.

Tened una caja en que con-
serveis lo que merezca estar mas
reservado, y cuya llave guarda-
reis vos mismo.

» Concluyo dándoos un consejo
de los mas importantes: no os de-
jeis gobernar: sed siempre amo,
no tengais favorito ni primer mi-
nistro. Escuchad y consultad á los

atrajo mas enemigos, ni á los militares, cuyos sueldos se rebajaron, en ocasion que ellos esperaban iban á llover las gracias, como suele ser costumbre al advenimiento de un nuevo soberano. A estos motivos de descontento para una gran parte del pueblo y de familias respetables se agregó una medida que hirió en lo mas vivo el orgullo nacional, á saber, la de dar á los pares de Francia los mismos honores y consideracion que á los grandes de España ("). Sucedió

de vuestro consejo, pero decidid. Dios que os hace rey os dará todas las luces necesarias, mientras abrigueis buenas intenciones.»William Coxe, España bajo el reinado de la casa de Borbon, cap. 1.

(4) El duque de Arcos, como grande de España, elevó al rey una enérgica y sentida representacion en queja de esta providencia, haciéndole ver por la historia que ningun monarca se habia atrevido á conceder tales honores y prerogativas á los estrangeros, por elevada que fuese su calidad, como no fuesen príncipes de la sangre. Al final de ella se lee el siguiente curioso párrafo, que nos da idea de los privilegios que entonces gozaban los grandes de España.

Y si V. M. fuese servido de mandar examinar todos los archivos, y consultar nuestras verdaderas historias, hallará en ellas lo que fuimos y lo que somos. Y que las mismas casas y familias, extintas muchas ya, las cuales se decian ricos-hombres entonces, son las que hoy se llaman grandes, con los mismos derechos y los mismos privilegios de cubrirse, de sentarse, de ser tratados cen gra

do de primos, de presidir en las Córtes á todos los del gremio de nuestra nobleza, de tomarse las armas cuando entran por la posesion de grandeza á besar la mano, ponérseles guardas en los ejércitos donde residen ó por donde pasan; y cuando entren en las metrópolis de Aragon, Navarra y Cataluña, visitarlos las ciudades y los reinos, y si iban á los de Italia, los vireyes, como en Nápoles, Milan, etc., dándoles preferencía en su casa y en la calle que no estilan con otro alguno; no pueden sin cédula especial rendirse à prision, que es lo mismo que no estar sujetos á la justicia ordinaria, con los mas privilegios que sonnotorios: demostraciones todas que en cualquier estado monárquico arguyen ser los primeros y mas cercanos al príncipe, y que no manteniéndolos éste, se sigue un grave perjuicio al mas autorizado brazo de la nacion española, etc.>>

Poco debió agradar al rey esta representacion, hecha en julio de 4704, cuando el 19 de agosto le pasó el real decreto siguiente.«Excmo. Señor.-El rey N. S. »>(Dlos le guarde) me manda decir »á V. E. será muy conforme á las

grandes obligaciones de V. E. y

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