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tían algunos el honor de la provincia y el de la nación. Á la sombra de la paz concertada, varios mercaderes ingleses cargaron en Londres un navío con paños, joyas y efectos de gran valor para venderlos en Guipúzcoa. Fatigada la tripulación por lo que trabajó en una recia tormenta de dos días, se echó á descansar, menos tres guipuzcoanos y dos vizcaínos, quienes hallando la ocasión propicia á su depravado propósito, degollaron á todos los ingleses, echando los cadáveres al mar, y dueños del buque y su valioso cargamento lo vendieron todo en un puerto de Galicia. Dos de los asesinos, Necola y Larrea, fueron á poco á Orio y á Asteasu, sus pueblos natales, á gozar del fruto de su maldad; aparecieron por entonces en la costa de la Bretaña los cadáveres de los degollados; gestionó Inglaterra la captura y castigo de los delincuentes; el mismo embajador español, el bachiller Sasiola, que era guipuzcoano, vino á esta provincia, interesó á la Diputación para apresar á los asesinos, prendió á uno en Orio; pero los alcaldes del pueblo y los vecinos le quitaron á la fuerza, so pretexto de que carecía de jurisdicción para semejante procedimiento. Arrancado de esta manera el preso de poder del alcalde de la hermandad, entregáronle al lugarteniente del preboste carcelero de la misma villa, erigiéndose éste en juez de la causa, y por sí y ante sí puso en libertad al reo, como inocente. Alarmó, como es natural, tan escandaloso hecho, que era un baldón para la provincia y un sarcasmo de sus privilegios; tomó parte más activa la Diputación, y á sus resultas, Necola y Larrea y el teniente de preboste de Orio, fueron condenados á la pena de muerte, que no pudo ejecutarse en los dos primeros por haberse fugado, y sí en el tercero por real mandato.

Profundamente impresionados los ingleses, concluyeron sus relaciones políticas y comerciales con los vascongados; por lo que uno y otro país sufrían con esto grandes perjuicios. Envió Guipúzcoa comisionados al rey, que se interesó con el de Inglaterra, y comisionados ingleses y guipuzcoanos, previo el regio

permiso, concluyeron un tratado firmado en Londres á 9 de Marzo de 1482, en el que se concertaba entre los súbditos de Inglaterra y Guipúzcoa amistad, buena inteligencia y abstinencia de hostilidades por mar y tierra y aguas dulces, por diez años; á no declarar los reyes de ambos países, con seis meses de anticipación que no querían se observase: se restablecía la compra, venta y tráfico de cualquier modo en mercaderías salvo los derechos é impuestos establecidos de antiguo; se garantizaba la seguridad de las tripulaciones y efectos de los buques, y se establecían indemnizaciones y represalias á los contraventores.

Tal fué el tratado que de potencia á potencia ajustó la que ya entonces comenzaba á ser poderosa Albión con la pequeña y humilde provincia de Guipúzcoa; pobre en productos, rica en actividad y audacia. Su escasa agricultura la sustituía surtiéndose de la Bretaña, Normandía y otros puertos de Francia y de los Países Bajos, del trigo y comestibles que le faltaban, á cambio de los cortos productos de su propia industria. Y en aquel continuo batallar por mar y tierra, infestados los mares de corsarios, se distinguieron admirablemente los marinos vascongados. En la conquista de Sevilla, en el cerco de Algeciras, en la expedición contra Inglaterra y contra la Rochela, en el puerto de Lisboa, en las islas Canarias (1) ocuparon las naves vascongadas lugar eminente, y merecida importancia adquirie ron. Numerosa y fuerte marina de guerra poseía Guipúzcoa en los siglos XIII y XIV, que debió aumentarse después, como se fué aumentando la importancia de Pasajes, San Sebastián, Aguinaga, Zarauz, Deva y otros puertos; no de otra manera hubiera estado en lucha como con Inglaterra estuvo, atrevién dose á ir á atacarle en sus mismas aguas, en unión unas veces con las escuadras castellanas y atreviéndose otras á aventuradas correrías.

(1) Henao al que sigue Lainza en su Historia de Irunzazu, dice que Irlanda fue colonia de españoles vascongados; pero ni uno ni otro presentan pruebas.

La misma importancia que adquirieron los puertos, fué causa de discordias y litigios como los producidos por Renteria á San Sebastián sobre el puerto y canal de Pasajes, los cuales pusieron en una terrible conmoción á Guipúzcoa y á los turbu lentos parientes mayores. Hubo peleas, muertes, robos, talas de viñas, de manzanales y de toda clase de árboles, por una y otra parte. Se sometieron de nuevo las disidencias al rey, cuya sentencia mandó ejecutar bajo ciertas penas (1377); ocurrieron sin embargo nuevas diferencias; declaróse en 1455 que la jurisdicción de Pasajes y sus aguas desde las puntas hasta la iglesia de Lezo, en pleamar, pertenecía á San Sebastián; varióse á poco este límite; no se conformaba Renteria con ninguna decisión, en su contra todas; pretendió después el Pasajes de San Juan segregarse de la jurisdicción de Fuenterrabía, constituyéndose en villa, y consiguiólo al fin y su autonomía, no sin tener que hacer frente á las pretensiones de San Sebastián de que se reincorpo. rase, sosteniéndose por una y otra parte pretensiones aún no terminadas.

II

Reconocidos y aclamados por los guipuzcoanos los Reyes Católicos, con motivo de la guerra contra Portugal, formaron parte del ejército muchos individuos de las tres provincias, distinguiéndose los de Guipúzcoa por su acrisolada fidelidad al monarca (1).

(1) Hase dicho que estando guipuzcoanos en el cerco del castillo de Burgos, echando de menos al rey, temieron por él, y amotinados prorrumpieron en las frases de daca rey, daca rey, sin sosegarse hasta que supieron su paradero; pero no creemos que esto sucediera en Burgos, sino en el cerco de Zamora, que al tener que abandonarle produjo tal disgusto y murmuración, que una compañía de vizcaínos ó vascongados, oyendo decir, y acaso pensando ellos también, que había traición de parte de los nobles, pronunciaría aquellas frases y penetró tumultuariamente en un templo donde el rey conferenciaba con sus oficiales, y en brazos le arrancó de entre aquella gente.

Auxiliado el portugués por Luís XI de Francia, envió éste contra Guipúzcoa poderoso ejército que penetró en la provincia; la cual para evitar la toma de Fuenterrabía por el francés, salió á su encuentro, introduciendo mucha gente en aquella plaza y en Irún: quemaron los invasores algunas casas de este pueblo, de Renteria y de Oyarzun; fueron desde la corte en auxilio de los guipuzcoanos Juan López de Lazcano y Sancho del Campo, con gente de á caballo, se introdujeron en Fuenterrabía, en una salida derrotaron á un destacamento francés de unos 1000 hombres; guareciéronse los fugitivos en la torre de Urdanivia, se quemaron en ella unos 120, y muchos de los franceses no queriendo perecer abrasados se arrojaban encima de las picas, prefiriendo esta muerte.

Doña Isabel, que se hallaba en Burgos, envió ayuda á Guipúzcoa; se defendió valerosamente Fuenterrabía, y convencido el francés de la imposibilidad de conquistarla, levantó el campo, bastante hostigado además por los guipuzcoanos que escaramuceaban por aquellos contornos, aunque no pudieron impedir la quema de la iglesia y torre de Oyarzun (20 de Abril de 1476) donde perecieron cincuenta hombres. Avanzaba el francés quemando caseríos, hacia Renteria; acudió á defenderla el merino mayor de Guipúzcoa Pérez de Sarmiento; no pudo evitar que la incendiasen, y se retiró á San Sebastián, aprovechando los franceses esta retirada para volver sobre Fuenterrabía. Sitiáronla; las esforzadas acometidas fueron rechazadas con no menor esfuerzo, hasta que socorrida la plaza por mar, levantaron el sitio, con gran pérdida de gente.

No se retiraron sin embargo de la provincia, donde no podía menos de ser excesivamente molesto un ejército de 40,000 hombres, exasperados con la tenaz resistencia que por dos veces les opuso Fuenterrabía, y la insistencia de los guipuzcoanos en molestar de continuo su campamento. Para obligarles pasar el Bidasoa, juntaron los Reyes Católicos (Junio 1476) un ejército de 50,000 hombres, compuesto de vascongados y

á

castellanos, se dirigieron con él á Guipúzcoa, y bastó para que los franceses se retiraran á Bayona, quedando sin embargo algunas fuerzas merodeando en España (1).

Como si no fueran bastantes para ocupar á los guipuzcoanos los franceses que en su territorio quedaban, aún se presentó en el mismo año el famoso pirata Colora con nueve navíos, en el cabo de Higuer, saltó á tierra alguna de su gente; pero les rechazaron los guipuzcoanos matándoles 100 hombres.

De nuevo sitiada Fuenterrabía, se pactaron treguas por unos tres meses; mas sólo por tierra, pues por la mar continuaba la guerra, hasta que en 1478 se ajustó la paz.

Continuaba en tanto la guerra contra Inglaterra y Portugal, ayudando algo á esta nación los gallegos, por lo que ordenó el rey de España una expedición marítima á las costas de Galicia, se aprestó en San Sebastián, tomando en ella parte algunos otros pueblos de la provincia, y regresó victoriosa (2).

Para hacer frente á los turcos que combatían en los estados de Nápoles, se acudió á Guipúzcoa y Vizcaya, las cuales congregadas, si en un principio se negáron, consideraron al fin ser causa urgente y del servicio de Dios el aprieto en que se hallaba la cristiandad por medio de estos infieles y acordaron el socorro como se pedía. Este fué de cincuenta navíos con buena tripulación y municiones, mandados por el capitán general Don Francisco Henríquez, primo del Rey Católico. Juntóse la escuadra vascongada en Laredo, donde se celebró misa y se bendijeron las banderas y estandartes.

Iban llenos los buques de caballeros é hijosdalgo, bien ar

(1) En esta guerra, dice la Crónica de los Reyes Católicos por Pulgar, los guipuzcoanos se mostraron leales á su Rey, esforzados en las peleas y liberales de sus bienes porque mantuvieron la guerra á sus propias expensas todo el tiempo que duro; y añade la Crónica m. s.: «Este merecido elogio del ilustre autor coetáneo acredita y realza muy bien el singular mérito de Guipúzcoa.>>

(2) Entre los trofeos con que volvieron, llamaron la atención dos piezas de artillería, de hierro, una tomada en Bayona de Minor que tiraba bala de piedra de ciento setenta y cuatro libras, y la otra Basa volante tomado en Vivero, que la arrojaba de 30 libras.

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