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ron las calles desde la Magdalena hasta el convento de Santa Clara, batiendo los pañuelos en señal de amistad, y verdaderamente la practicaron, correspondiendo el vecindario con su conducta. Á todos decían los franceses que amaban á Felipe V y á España, querellándose sólo del ministerio, suponiendo que con su mala conducta y con sus irreverencias con todo un duque de Orleans, regente de Francia, había obligado á la ro tura. Lilli preguntó por el príncipe Pío y censuró el que sin más tropas hacía aquel aparato fútil de defensa solamente para engañar y destruir los pueblos.

Á las cuatro de la tarde abandonaron los franceses á Tololamentando muchos caseríos la rapacidad de insubordinados soldados que ni aun respetaron las campanas de Santa Lucía y de San Juan, que las robaron también.

Era de todos modos devastadora la guerra que se hacía en Guipúzcoa; pero no temía tanto la provincia verse ocupada por los franceses, como por los ingleses los puertos. Así suplicó al rey no la desatendiese, porque era la comun opinion de que rendidas las plazas de Fuenterrabía y San Sebastian se guarnecerian por los ingleses, que no enteramente asegurados de la Francia, decian que habian de ser depositarios ó dueños de estas plazas.› Acudió de nuevo la Diputación al rey, quien otra vez más demostró la triste y vergonzosa situación á que estaba reducido, y lo consignó así el cardenal Alberoni en la respuesta que dió á la representación de Guipúzcoa, fechada en el Campo Real de Asiain, 24 Julio 1719.

Durante el sitio de Fuenterrabía comenzaron los enemigos á bloquear á San Sebastián. Cerraron el puerto atravesando fragatas de guerra y pinazas armadas, que se ponían en cordón desde el anochecer enfrente de la barra. Las chalupas españolas hábilmente dirigidas, sabían eludir la vigilancia enemiga y pasar por entre sus buques; lo cual hacían con frecuencia los barcos de Lequeitio que se esmeraban en surtir á San Sebastián de provisiones.

SAN SEBASTIÁN.ISLA DE SANTA CLARA

Sin terminar sus obras de defensa tuvo que resistir San Sebastián el vigoroso ataque de los fran

ceses, quienes no sólo acometieron á la plaza, sino que en combinación por mar con los ingleses atacaron el 4 de Julio la isla de Santa Clara, asestándola más de 150 cañones, que disparaban desde los navíos, á la vez que desde la batería de la Antigua y desde el Arenal hacían fuego los franceses con sus cañones y carabinas rayadas.

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En once barcazas, dirigieron los ingleses al asalto nueve compañías de granaderos; pero los azpeitianos que defendían la isla, montaron dos piecezuelas que tenian solamente, señalándoles por artilleros dos de sus soldados, y con los demás, bien colocados por su mayor Alcibar, resistieron valerosamente á los enemigos, á los cuales rechazaron después de hora y media de combate. Alentada la guarnición de la isla con tan lisonjero éxito, la defendió no menos gallardamente de muy repetidos ataques.

Avanzando los sitiadores de la plaza, llegaron á establecer una línea á tiro de pistola de la empalizada por la parte de la Concha; quedó completada la circunvalación de mar á mar; derribáronse el hospital de la Caridad, la parroquia de Santa Catalina y va

rias casas, que se estimaron en 20,000 ducados, y cortada el agua hubo de surtirse con la de las balsas de los pozos, que

ocasionó una especie de contagio y gran mortandad: lamentable desgracia que aumentó las que se experimentaban, y de las que nadie se libraba, si bien nadie lo pretendía, porque hasta las más tímidas mujeres, de varonil aliento inspiradas, tomaban parte en las más rudas y peligrosas faenas.

Aún tiraron los enemigos otro ramal hacia la brecha por debajo del camino cubierto que salía á Santa Catalina; una línea desde su tercera paralela por la orilla del río hasta el puerto en que se amontonaba la vena; levantaron nuevas baterías, sustituyendo prontamente los cañones desmontados é inutilizados por el fuego de la plaza; no había vagar en el ataque y la defensa; rechazóse valerosamente la embestida á que se lanzaron los sitiadores en la noche del 29 al 30 (Julio); pero estando practicable la brecha se consideró temeraria la defensa. El comandante de la plaza D. Alejandro de la Mota, manifestó al vecindario la necesidad de capitular, para lo cual le invitó á que nombrara sus representantes. Aún quisieron resistir, acudiendo á defender la brecha practicable en baja mar; les engañaba su buen deseo. El jefe militar no quería exponer al vecindario á las consecuencias de un asalto, y para más obligar á aquél, se retiró con la guarnición al castillo.

El mariscal Berwick, que deseaba la benevolencia mejor que la enemistad de los guipuzcoanos, asintió á cuánto le pidieron y ocupó la población, asegurando la vida y los intereses de todos los vecinos.

Sólo quedó por ocupar el castillo, cuya guarnición apuró su defensa, capitulando al fin el 17 de Agosto en los términos más honrosos; así como los bizarros defensores de la isla de Santa Clara.

III

Rendida San Sebastián, podían considerarse los franceses dueños de toda la provincia; pero querían la sumisión volunta

ria. Al efecto escribió el de Berwik á la Diputación mostrando su extrañeza de que no hubiera acudido á prestarle obediencia hacía un mes, lo disculpaba; mas no podía menos de manifestar, que ya no era tiempo de diferirla, no sólo por el honor de las armas francesas, sino también para no exponer á los pueblos á desdichas inexcusables, por lo que citaba á los diputados para la mañana siguiente á prestar obediencia en nombre de la provincia y convenir con él en lo que fuere del mayor servicio del rey y ventaja de los pueblos.

De acuerdo la Diputación con los generales Alarcón y Loza, y obedeciendo las órdenes del rey, accedieron á los deseos del mariscal francés (1), que asintió por su parte á las proposiciones que le presentaron, expositivas de la conservación de sus fueros, privilegios, usos y costumbres, del comercio franco y libre empleo de los pocos frutos del país, de la introducción y abasto de los extraños; y que la pesca del vacallao en los puertos de Plasencia y Terranova descubierta y enseñada por los naturales de este país, se les franquee absoluta y libremente por el Rey Británico como es justo y se capituló últimamente por las paces de Utreq. Á esta proposición contestó: Haré mis oficios con el Sr. Stanop, Ministro y plenipotenciario de Inglaterra, en lo que toca al libre comercio y pesca de vacallao en Plasencia y en los demás puertos de Terranova » (2).

En unos tres meses perdió España dos provincias, Álava y Guipúzcoa, y experimentó daños que importaron más de tres millones de pesos: todo por la soberbia del cardenal y la incuria del rey que sostenía en el poder á tan funesto ministro.

Á virtud de la paz celebrada en 1721 se nos devolvieron San Sebastián, Fuenterrabía, Pasajes y cuánto habían ocupado los franceses. San Sebastián fué guarnecido por las tropas del rey mandadas por el brigadier D. Fermín de Veraiz.

(1) Véase el Apéndice n.o 3.

(2) Durante el anterior sitio experimentó la ciudad la pérdida de uno 4 millones de reales de plata.

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Compañía de Caracas.- - Presas. Peñaflorida y la Sociedad Vascongada de Amigos del País.-Disturbios.- Comercio con Marruecos

I

ERCED á la paz prosperó Guipúzcoa, que llegó á constituir la Real compañía guipuzcoana de Caracas, de floreciente

vida, uniéndose después á la compañía de Filipinas.

Más tarde (1735) por estar ocupado el ejército en las guerras de Italia, hubieron de armarse los guipuzcoanos, á los que se encomendó la guarnicion de las plazas de San Sebastián y de Fuenterrabía.

No permanecía en tanto ociosa la gente de mar, y muy especialmente cuando por cuestiones mercantiles, ó más bien

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