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diatos, teatro de sangrientas batallas y de hecatombes no menos feroces que las de aquellos siglos llamados bárbaros, porque ahora peleaban hermanos contra hermanos en civil contienda.

Si los primitivos iberos ó aborígenes se distinguían por sus pacíficas y patriarcales costumbres, la necesidad de rechazar á los invasores, que jamás suelen presentarse en són de paz, ó su trato con belicosos pueblos, si no variaron sus hábitos, despertaron en ellos ese instinto guerrero, ya tuvieran que emplearle para la propia defensa, ó ya para limpiar el país de enemigos: de todos modos, aquellos pacíficos pobladores de las montañas y de los valles, mostraron que sabían ser guerreros; que si la civilización ha convertido en ciencia el arte de la guerra, la naturaleza dotó al hombre de agilidad, astucia, fuerza y valor, y que no se necesitaba más para pelear. De cualidades tan sobresalientes no carecen los alaveses, por lo que puede fundadamente juzgarse que tampoco carecerían de ellas sus más remotos antepasados.

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diente, á su mayor apogeo; sigue la oscuridad respecto al país de los caristos, autrígones y várdulos, cuyo nombre conserva

ban sin embargo á principios de este mismo siglo los guipuzcoanos, vizcaínos y alaveses, denominándose vascones á los

navarros.

y

Dueños los godos de todo el país desde el Duranzo, el mar los Alpes Ligurios, en la Galia desde el Ródano y el Loira hasta el Océano, abarcaba, según Lafuente, de este lado de los Pirineos la España entera, excepto las montañas de Galicia. Esta absoluta afirmación parece comprender todo el país vasco; pero si aun cuando era la mayor monarquía que se fundó sobre las ruinas del imperio de Occidente, dejó de dominar en las montañas de Galicia, ¿no puede suponerse que también estuvieran exentos los cántabros, los autrígones, los caristos y los várdulos? Si lo estaban en el reinado de Eurico, continuarían estándolo después, porque ya no fueron tan poderosos los siguientes reyes. De todos modos no pudo ser muy duradera esta sumisión, porque vemos á los guipuzcoanos unidos con los vascones levantarse contra Recaredo, y obligar á Leovigildo á terminar sus diferencias con su hijo y volar á su socorro, entrando como un torrente en Álava, devastándolo todo á su paso (1); también debieron tomar parte los alaveses ó antiguos várdulos en aquella guerra, en la que fueron los que más sufrieron; porque Leovigildo se detuvo ante los montes de Navarra y Guipúzcoa, pactando con estos montañeses.

Ya porque temiera que estos bajaran á los llanos de Álava, en ayuda de sus habitantes, y no muy seguro Leovigildo de la tranquilidad de éstos, para contenerlos y elevar un trofeo que perpetuara el triunfo que había obtenido, construyó una fortaleza á la cual dió el nombre de Victoriaco. Podía vanagloriarse del dominio de un campo de batalla, ó más bien de un vasto desierto, humeando aún los incendios que él mismo había producido, y enrojecido el suelo con la sangre de los suyos y la de los alaveses; pero no tuvo la satisfacción de que quedara uno

(1) Moret cree efecto de esta guerra la ruina de Iruña.

siquiera en aquella tierra desolada, para conseguir Leovigildo imponer los hierros que llevaba preparados.

Este heróico pueblo, dice un escritor francés (1), atraviesa los Pirineos y se hace dueño, á despecho de todas las resistencias, y con el concurso de sus hermanos pirenaicos, de una porción de la Nuevapopulania que toma de ellos su nombre, comprendiendo la Gascuña de nuestros días. Añade que el descendiente de Leovigildo, Recaredo, que había demostrado en sus brillantes campañas contra los francos, que sabía manejar dignamente la espada de su padre, y á pesar de que no se distinguieron sus armas en sus vengativos propósitos contra los visigodos ó pobladores de la Nuevapopulania, ajustó la paz con los francos y llevó la guerra contra los vascones de la Cantabria, á los que pretendía someter. Aunque este párrafo esté algo oscuro, nos importa especialmente consignar que en la Nuevapopulania había vascongados ó procedentes de España y que los vascones contra quienes se dirigía Recaredo no podían ser otros entonces que los navarros, y quizá los guipuzcoanos; de todos los cuales dice que, fuertes en su posición, orgullosos de su libertad virgen, aquellos hijos de las montañas se entendieron; y Álava y Vizcaya opusieron tal resistencia á los visigodos, que se vieron éstos obligados á retirarse, sin haber obtenido otro resultado que el incendio de algunas poblaciones de la llanura.

En el reinado de Suintila se sublevaron los montañeses de la Cantabria, á los cuales se llama indóciles, y los vascones; nada se dice de los vascongados, que si no se les considera como cántabros, seguramente que residiendo en medio de éstos y los vascones, no dejarían de tomar parte en esta nueva guerra, como la habían tomado en la anterior. El triunfo que obtuvo el rey visigodo, lo sería en la llanura, porque sobre no decirse que fuera larga su expedición, no era empresa de poco tiempo vencer á aquellos montañeses á cuyo esforzado valor ayudaba

(1) En la Histoire primitive des Euskariens-Basques.

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lo abrupto del país; así que, si envueltos por todas partes los sublevados vascones, rindieron las armas y se le sometieron (1), sobre no referirse en tal laconismo nada más que á los vascones, cuando el historiador había manifestado antes que también se sublevaron los montañeses de la Cantabria, sería á nuestro parecer violento deducir que fué la sumisión general y en absoluto.

Ayuda á tal juicio, ó más bien afirmación, el ver que en el reinado de Recesvinto, los vascones de España ayudaron á los de Aquitania, que guiados por el noble Troya perturbaron aquel pacífico reinado; haciendo lo mismo en el siguiente de Wamba, quien con grande ejército entró á sangre y fuego por la Bureba y Álava, y conseguida la paz á los 7 días se dirigió por Calahorra y Huesca á Cataluña, contra el griego Paulo que le disputaba el trono, olvidando mercedes recibidas. Derrotadas sus huestes, vencido en Nimes y condenado á muerte, le concedió Wamba generosamente la vida.

II

Ocupándose ya en el siglo VIII más concretamente de las provincias vascongadas nuestras antiguas crónicas, aunque siempre de una manera deficiente, vemos que por este tiempo Álava era Álava y alaveses los alaveses, no caristos, ni vár. dulos: de aquella manera los nombra ya el obispo D. Sebastián

y

el monje de Albelda, y al tratar de la irrupción mahometana el arzobispo D. Rodrigo, dice que los sarracenos se apoderaron de toda España, á excepción de algunas pocas reliquias que se conservaron en las montañas de Asturias, Vizcaya, Álava, Guipúzcoa, Ruconia y Aragón. Vense también desde entonces

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(1) LAFUENTE: Historia de España.

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