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Así un monarca anciano y débil, atormentado por la enfer-, por parte de Napoleon el mismo mariscal Duroc, por la de medad, apenado por el infortunio y mortificado por la discor- Fernando su consejero el canónigo Escoiquiz. De este modo, dia doméstica, hallándose en tierra extraña, bajo la presion como observa un escritor español, los dos hombres, Godoy y del hombre que habia trastornado y dominado la Europa, Escoiquiz, cuyo desgobierno y errada conducta, y cuyo resocupado por las armas extranjeras su reino, hacia cesion de pectivo valimiento con los dos reyes padre é hijo les imponia una corona que su propio hijo le disputaba, de unos derechos la estrecha obligacion de sacrificarse por la conservacion de que ya su propio pueblo no le reconocia, y de un cetro cuya sus derechos, fueron los mismos que autorizaron los tratados posesion era por lo menos problemática; y hacíala en un prín- que acababan en España con la estirpe de los Borbones. Así, cipe extranjero, sin contar con sus hijos ni con persona algu- dice otro, ambos jefes de los dos encarnizados bandos, Godoy na de la régia estirpe, sin el consentimiento de la nacion y Escoiquiz, sancionaron con sus firmas el destronamiento de española, sin consideracion á sus leyes y tradiciones, sin una sus valedores, y la abolicion de la dinastía que por tantos señal siquiera de respeto á las facultades de las córtes de que años habia empuñado el cetro en su patria, para ponerlo en por lo menos se habia hecho mencion en otras renuncias aun las manos de un extraño, cual si estuviera á ellos reservada en los tiempos mas infelices de la monarquía, sin una condi- la ruina del trono. cion, en fin, que pudiera ni justificar el acto á los ojos de la razon, ni menos acreditar su validez ante el derecho público de las naciones. Ultima y bochornosa página de su reinado, que si en debilidad y flaqueza fué funestamente fecundo, al menos no fué tiránico, ni se sacrificaron víctimas al furor del fanatismo, ni se desmembró el territorio de los dominios hispanos en medio del trastorno general de Europa, se mantuvo el espíritu religioso, se preservó la nacion del contagio revolucionario, se iniciaron reformas útiles, y si Cárlos fué un monarca indolente y flojo, fué tambien un rey piadoso y honrado.

Faltaba á Napoleon dar la última mano y poner el sello á su pérfida trama. Fernando habia renunciado ya la corona como rey, y era menester que renunciase tambien á sus derechos como príncipe de Asturias. Así se realizó por desgracia, ya por la actitud amenazadora del emperador, ya por flaqueza del príncipe, igual por lo menos á la de su padre, y el 10 de mayo se firmó un tratado entre Napoleon y Fernando, por el cual hizo este cesion de todos sus derechos como príncipe de Asturias y heredero de la corona de España, y aquel le señalaba una pension en su imperio, como á los demás infantes que suscribieran el tratado, lo cual hicieron don Antonio y don Cárlos, no firmándole don Francisco por ser todavía menor de edad (1). Autorizaron como plenipotenciarios este convenio,

A la muerte del rey Cárlos, dos millones de renta formarán la viudedad de la reina.

Art. 6. El emperador Napoleon se obliga á conceder á todos los infantes de España una renta anual de cuatrocientos mil francos, para gozar de ella perpetuamente, así ellos como sus descendientes, y en caso de extinguirse una rama, recaerá dicha renta en la existente á quien corresponda segun las leyes civiles.

Art. 7. S. M. el emperador hará con el futuro rey de España el convenio que tenga por acertado para el pago de la lista civil y rentas comprendidas en los artículos antecedentes; pero S. M. el rey Cárlos no se entenderá directamente para este objeto sino con el tesoro de Francia. Art. 8. S. M. el emperador Napoleon da en cambio á S. M. el rey Cárlos el sitio de Chambord, con los cotos, bosques y haciendas de que se compone, para gozar de él en toda propiedad, y disponer de él como le parezca.

Art. 9. En consecuencia S. M. el rey Cárlos renuncia en favor de Su Majestad el emperador Napoleon todos los bienes alodiales y particulares no pertenecientes á la corona de España, de su propiedad privada en aquel reino.

Los infantes de España seguirán gozando de las rentas de las encomiendas que tuviesen en España.

Art. 10. El presente convenio será ratificado, y las ratificaciones se canjearán dentro de ocho dias, ó lo mas pronto posible. Fecho en Bayona á 5 de mayo de 1808.-EL PRÍNCIPE DE LA PAZ.

DUROC.

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El mismo dia 10 fueron internadas en Francia todas las personas de la familia real española que habian ido acudiendo á Bayona del modo que diremos luego. Cárlos, María Luisa, la reina de Etruria y sus hijos, el infante don Francisco y el príncipe de la Paz, salieron para Fontainebleau, para trasladarse despues á Compiegne: Fernando, con su hermano Cárlos y su tio don Antonio, para el palacio de Valencey, propio del príncipe Talleyrand, que les estaba destinado. Estos últimos dirigieron desde Burdeos (12 de mayo), como si les faltara tiempo para ello, una proclama á los españoles, exhortándolos á mantenerse tranquilos, «esperando su felicidad de las sábias disposiciones y del poder de Napoleon (2). »

Art. 3. S. M. el emperador cede y otorga por las presentes en toda propiedad á S. A. R. y sus descendientes los palacios, cotos, haciendas de Navarre, y bosques de su dependencia hasta la concurrencia de cincuenta mil arpens, libres de toda hipoteca, para gozar de ellos en plena propiedad desde la fecha del presente tratado.

Art. 4. Dicha propiedad pasará á los hijos y herederos de S. A. R. el príncipe de Asturias; en defecto de este, á los del infante don Cárlos, y así progresivamente hasta extinguirse la rama. Se expedirán letras patentes y privadas del monarca al heredero en quien dicha propiedad viniese á recaer.

Art. 5. S. M. el emperador concede á S. A. R. cuatrocientos mil francos de renta sobre el tesoro de Francia, pagados por dozavas partes mensualmente, para gozar de ella, y trasmitirla á sus herederos en la misma forma que las propiedades expresadas en el art. 4.o

Art. 6. A mas de lo estipulado en los artículos antecedentes, Su Majestad el emperador concede á S. A. el príncipe una renta de seiscientos mil francos, igualmente sobre el tesoro de Francia, para gozar de ella mientras viviese. La mitad de dicha renta formará la viudedad de la princesa su esposa, si le sobreviviere.

Art. 7.o S. M. el emperador concede y afianza á los infantes don Antonio, don Cárlos y don Francisco: 1. el título de A. R. con todos los honores y prerogativas de que gozan los príncipes de su rango; sus descendientes conservarán el título de príncipes y el de A. S., y tendrán siempre en Francia el mismo rango que los príncipes dignatarios del imperio: 2.o el goce de las rentas de todas sus encomiendas en España mientras vivieren: 3.o una renta de cuatrocientos mil francos para gozar de ella y trasmitir á sus herederos perpétuamente, entendiendo S. M. I., que si dichos infantes muriesen sin dejar herederos, dichas rentas pertenecerán al príncipe de Asturias ó á sus descendientes, y herederos: todo esto bajo la condicion de que SS. AA. RR. adhieran al presente tratado. Art. 8. El presente tratado será ratificado y se canjearán las ratificaciones dentro de ocho dias, ó antes si se pudiere.—Bayona 10 de mayo de 1808.-DUROC.-ESCOIQUIZ.

(2) Hé aquí el texto de este documento, produccion tambien del canónigo Escoiquiz, y digna de su ingenio:

«Don Fernando, príncipe de Asturias, y los infantes don Cárlos y don Antonio, agradecidos al amor y á la fidelidad constante que les han ma nifestado todos los españoles, los ven con el mayor dolor en el dia sumergidos en la confusion, y amenazados de resultas de esta de las mayores calamidades; y conociendo que esto nace en la mayor parte de ellos de la ignorancia en que están, así de las causas de la conducta que SS. AA. han observado hasta ahora, como de los planes que para la felicidad de su patria están ya trazados, no pueden menos de procurar darles el saludable desengaño de que necesitan para no estorbar su ejecucion, y al mismo tiempo el mas claro testimonio del afecto que les profesan.

No pueden en consecuencia dejar de manifestarles, que las circunstancias en que el príncipe por la abdicacion del rey su padre tomó las riendas del gobierno, estando muchas provincias del reino y todas las plazas fronterizas ocupadas por un gran número de tropas francesas, y mas de setenta mil hombres de la misma nacion situados en la corte y sus inmediaciones, como muchos datos que otras personas no podrian tener, les persuadieron que rodeados de escollos no tenian mas arbitrio que el de

Terminaremos este capítulo con la observacion crítica que hace uno de nuestros mas ilustrados historiadores. «Tal fin tuvieron, dice, las célebres vistas de Bayona entre el emperador de los franceses y la malaventurada familia real de España. Solo con muy negra tinta puede trazarse tan tenebroso cuadro. En él se presenta Napoleon pérfido y artero; los reyes viejos, padres desnaturalizados; Fernando y los infantes, débiles y ciegos; sus consejeros, por la mayor parte ignorantes ó desacordados, dando todos juntos principio á un sangriento drama, que ha acabado con muchos de ellos, desgarrado á España, y conmovido hasta en sus cimientos la suerte de la Francia misma. En verdad tiempos eran estos ásperos y difíciles, mas los encargados del timon del Estado, ya en Bayona, ya en Madrid, parece que solo tuvieron tino en el desacierto (1). >>

escoger entre varios partidos el que produjese menos males, y eligieron como tal el de ir á Bayona.

>> Llegados SS. AA. á dicha ciudad se encontró impensadamente el príncipe (entonces rey) con la novedad de que el rey su padre habia protestado contra su abdicacion, pretendiendo no haber sido voluntaria. No habiendo admitido la corona sino en la buena fe de que lo hubiese sido, apenas se aseguró de la existencia de dicha protesta cuando su respeto filial le hizo devolverla, y poco despues el rey su padre la renunció en su nombre, y en el de toda su dinastía, á favor del emperador de los franceses, para que este, atendiendo al bien de la nacion, eligiese la persona dinastía que hubiese de ocuparla en adelante.

>>En este estado de cosas, considerando SS. AA. la situacion en que se hallan, las críticas circunstancias en que se ve la España, y que en ellas todo esfuerzo de sus habitantes en favor de sus derechos parece seria no solo inútil, sino funesto, y que solo serviria para derramar rios de sangre, asegurar la pérdida cuando menos de una gran parte de sus provincias y la de todas sus colonias ultramarinas, haciéndose cargo tambien de que será un remedio eficacísimo para evitar estos males el adherir cada uno de SS. AA. de por sí en cuanto esté de su parte á la cesion de sus derechos á aquel trono, hecha ya por el rey su padre, reflexionando igualmente que el expresado emperador de los franceses se obliga en este supuesto á conservar la absoluta independencia y la integridad de la monarquía española, como de todas sus colonias ultramarinas, sin reservarse ni desmembrar la menor parte de sus dominios, á mantener la unidad de la religion católica, las propiedades, las leyes y usos, lo que asegura para muchos tiempos y de un modo incontrastable el poder y la prosperidad de la nacion española; creen SS. AA. darla la mayor muestra de su generosidad, del amor que la profesan, y del agradecimiento con que corresponden al afecto que la han debido, sacrificando en cuanto está de su parte sus intereses propios y personales en beneficio suyo, y adhiriendo para esto, como han adherido por un convenio particular, á la cesion de sus derechos al trono absolviendo á los españoles de sus obligaciones en esta parte, y exhortándoles, como lo hacen, á que miren por los intereses comunes de la patria, manteniéndose tranquilos, esperando su

CAPITULO XXIII

El dos de Mayo en Madrid

1808

Recelo y desconfianza pública.-Exigencias de Murat.-Flojedad y vacilacion de la Junta de gobierno.-Sus consultas al rey.-Se le agregan nuevos vocales.-Se crea otra junta para el caso de que aquella carezca de libertad.-Llamamiento á Bayona de la reina de Etruria y del in fante don Francisco.-El 2 de mayo.-Síntomas de enojo en el pueblo. -Intenta impedir la salida del infante.-Conmuévese la multitud al grito de una mujer, y se arroja sobre un ayudante de Murat.-Patrulla francesa.--Hace armas contra la muchedumbre.-Propágase la insurreccion por todos los barrios de la corte.-Heróica y desesperada lucha entre los habitantes y las tropas francesas.-Crueldad de la guardia imperial.-Forzada inaccion de las tropas españolas.—Rudo y sangriento combate en el cuartel de artillería.-Patriótica resolucion y muerte de Velarde y Daoiz.-Oficios y esfuerzos de la Junta para hacer cesar la lucha y restablecer el sosiego.-Ofrecimiento de perdon no cumplido.-Nuevo espanto en la poblacion.-Bando monstruoso de Murat.-Prisiones arbitrarias.-Horribles ejecuciones.-Noche espantosa.-Carácter de los sucesos de este memorable dia.-Proclama del gran duque de Berg.-Salida del infante don Francisco.- Marcha y extraña despedida del infante don Antonio.-Murat presidente de la Junta suprema.-Es nombrado lugarteniente general del reino.-Son comunicadas á la Junta las renuncias de los reyes en Bayona.-Errada conducta de la Junta de gobierno.-Elige Napoleon para rey de España á su hermano José.-Manéjase de modo que aparezca como propuesto y pedido por los españoles.-Determina dar una constitucion política á la nacion española.-Alocucion imperial.-Convocatoria para un congreso español en Bayona.-Designanse las clases y perso nas que habian de concurrir á aquella asamblea.

Nos acercamos á uno de esos momentos críticos, supremos y solemnes de las naciones, en que el exceso del mal inspira y aconseja el remedio, en que la indignacion por la perfidia que se observa en unos, el dolor de las humillaciones y de la degradacion que se advierte en otros, producen en un pueblo una reaccion viva y saludable hacia el sentimiento de su dignidad ultrajada, le hacen volver en sí mismo, le sugieren ideas grandes y nobles, le dan el valor de la ira y de la desesperacion, le hacen prorumpir en impetuosos y heróicos arranques que admiran y asombran, y recobra al fin su honra. mancillada, y recupera su empañado brillo. Pero no anticipemos mas reflexiones.

Mas prevenido esta vez y mas avisado que gobernantes y consejeros el instinto popular, tan receloso y desconfiado ya de los franceses como habia sido inocente y cándido al principio, veia con pena y con enojo el tortuoso giro que los ne

felicidad de las sábias disposiciones del emperador Napoleon, y que pron-gocios públicos llevaban. Mortificaba especialmente á la po

tos á conformarse con ellas crean que darán á su príncipe y ambos infantes el testimonio mayor de su lealtad, así como SS. AA. se lo dan de su paternal cariño cediendo todos sus derechos, y olvidando sus propios intereses para hacerla dichosa, que es el único objeto de sus deseos.Burdeos 12 de mayo de 1808.>>

(1) Toreno, Historia de la revolucion de España, lib. II.

Este breve extracto de las conferencias y de los sucesos de Bayona le hemos hecho con presencia y cotejo de las Memorias que dejaron escritas

algunos personajes de los que fueron parte activa en ellos, principalmente las Memorias del duque de Rovigo, ó sea el general Savary, las del obispo Pradt, las del príncipe de la Paz, los escritos de Cevallos y de Escoiquiz, las Memorias de Nollerte (Llorente) que son los datos sobre que están fundadas las relaciones que se leen en las historias. Todas aquellas publicaciones convienen en lo esencial de los acontecimientos, difieren en algunos incidentes y pormenores, especialmente tratándose de las pláticas y diálogos que mediaron entre aquellos personajes. De las reconven

ciones y las réplicas que se cruzaron, cada cual ha trasmitido y procurado

dar valor á aquellas palabras ó frases que pueden favorecer mas al partido ó persona á que estaba adherido. Nosotros hemos descartado de nuestra relacion estas variantes, ateniéndonos solo al fondo y sustancia de los hechos, en que casi todos están conformes.

Pero una cosa se ha escrito que no nos es posible dejar sin rectificacion y sin protesta por la importancia que le da el haber salido de los labios del mismo Napoleon, segun el conde de las Casas en su Diario de la isla de Santa Elena. Cuenta este escritor, que hablando de estos sucesos el augusto proscrito de la isla, que despues de confesar francamente que habia errado en su política para con la España, que habia dirigido muy mal este negocio, y que aquello era lo que le habia perdido, añadia: «Sin embargo, se me ha denigrado con injurias que yo no merecia... Se me acusa en este asunto de perfidia, de malos manejos y de peor fe, y no

blacion de Madrid el viaje y ausencia que con engaños y artificios se habia obligado á hacer á su querido Fernando, la libertad que por influjo del emperador y de sus agentes en España se habia dado al aborrecido Godoy, y el empeño de Murat por que se volviera á reconocer como rey á Cárlos IV. Dos franceses que fueron cogidos en una imprenta, tratando de imprimir aquella proclama del destronado monarca cuya publicacion habia sido suspendida por Murat á ruego de la Junta, solo se salvaron del furor popular por la maña de un alcalde de casa y corte, apresurándose tambien la Junta á cortar aquel incidente, aunque de un modo que satisfizo menos al pueblo que al gran duque de Berg. Fuera tambien de Madrid, en Toledo y en Burgos, hubo motines y alborotos, dos por la imprudencia y por la audacia de los franceses, en que se cometieron algunos excesos, que aunque provocaservian á Murat para quejarse imperiosa y altivamente á la

ha habido nada de esto. Jamás he delinquido contra la buena fe.... ni he faltado á mi palabra ni con Cárlos IV ni con Fernando VII... ni usé de ardid alguno para atraerlos á Bayona, sino que ambos á porfía se apresuraron á ir allí... yo desdené las vías tortuosas y comunes... etc.»-Tomo segundo, cap. Guerra y dinastía de España.

Si en efecto se explicó así, es admirable audacia (que á falta de memoria no podemos atribuirlo) la de producirse de este modo, contra lo que arrojan y evidencian tantos datos y testimonios como hemos citado y otros que son de todos conocidos, y que han llegado á formar una conviccion universal.

Junta, ponderando agravios y tomando pié para importunarla con exigencias y peticiones.

a

La Junta suprema, presidida por un príncipe de tan escasa capacidad como luego nos lo demostrará él mismo, si bien al principio un tanto limitada en sus atribuciones, las recibió despues amplias, en real órden comunicada por el ministro Cevallos desde Bayona, «para ejecutar cuanto conviniera al servicio del rey y del reino, y para usar al efecto de todas las facultades que S. M. desplegaria si se hallase dentro de sus Estados. Y sin embargo, no salió de su anterior irresolucion y flojedad. Lo que hizo fué enviar dos comisionados á Bayona, don Evaristo Perez de Castro y don José de Zayas, pidiendo instrucciones explícitas sobre las preguntas siguientes: <1. Si convenia autorizar á la Junta á sustituirse en caso necesario en otras personas, las que S. M. designase, para que se trasladasen á paraje en que pudieran obrar con mas libertad, siempre que la Junta llegase á carecer de ella: 2.a Si era la voluntad de S. M. que empezasen las hostilidades, el modo y tiempo de ponerlo en ejecucion: 3. Si debia ya impedirse la entrada de nuevas tropas francesas en España, cerrando los pasos de la frontera: 4.a Si S. M. juzgaba conducente que se convocaran las córtes, dirigiendo su real decreto al Consejo, y en defecto de este (por ser posible que al llegar la respuesta de S. M. no estuviera ya en libertad de obrar), á cualquiera chancillería ó audiencia del reino.» Preguntas en que se descubria mas desánimo y perplejidad que aliento y decision. Pero tampoco mostraban mayor firmeza ni el soberano ni sus consejeros de Bayona, puesto que despues de aquella real órden autorizando á la Junta para todo, enviaron á Madrid al magistrado de Pamplona don José Ibarnavarro, que llegó la noche del 29 de abril, con encargo de decirle, «que no se hiciese novedad en la conducta tenida con los franceses, para evitar funestas consecuencias contra el rey y cuantos españoles acompañaban á S. M.» Y para poner el sello á las contradicciones, á reglon seguido declaró el regio emisario, despues de referir lo que pasaba en Bayona, «que el rey estaba resuelto á perder la vida antes que acceder á una renuncia inicua... y que bajo este supuesto y con esta seguridad procediese la Junta.» De modo que no es maravilla que los gobernantes de Madrid anduvieran fluctuantes y perplejos, viendo en el Consejo de Bayona tal contradiccion y tal incertidumbre.

Inerte y floja la Junta, altivo y osado Murat, haciendo diariamente alarde de su fuerza, ocupada la capital con la brillante guardia imperial de á pié y de á caballo y con la infantería que mandaba Musnier, colocada la artillería en el Retiro, rodeando las inmediaciones de Madrid el cuerpo del mariscal Moncey, y en otra línea mas atrás, en el Escorial, Aranjuez y Toledo, las divisiones de Dupont, formando entre todos un ejército de veinticinco mil hombres, mientras que apenas pasaba de tres mil la guarnicion española, el pueblo comprimido se agitaba sordamente, los mismos franceses observaban hasta en las miradas de los habitantes cierto aire de animadversion, y notaban en sus rostros algo de sombrío que indicaba encerrar en sus pechos un enojo concentrado y contenido por el temor, pero que un ligero soplo podia bastar á hacerle estallar en impetuosa explosion. Agregábase á esto el rumor que cundia, y la idea que se hacia formar al pueblo de la heróica resistencia que se decia estar oponiendo Fernando en Bayona á la renuncia de la corona que pugnaba por arrancarle Napoleon, siendo á sus ojos víctima indefensa de la violencia imperial.

Murat habia manifestado ya á la Junta en nombre del emperador que deseaba concurriese á Bayona cierto número de personas notables del reino, para consultar allí la opinion de todas las clases, y fijar del modo mas conveniente la suerte de la nacion. Y como la Junta esquivase el compromiso de esta medida y de este nombramiento, procedió él á señalarlas de propia autoridad, pidiendo para ellas los pasaportes. Accedió aquella corporacion á mandarlos extender, ciñéndose á prevenir á los nombrados que esperasen en la frontera las órdenes de S. M., á quien daba cuenta de aquella nueva vejacion. Así iba marchando la Junta de condescendencia en condescendencia y de debilidad en debilidad. Pronto se vió

TOMO V

en nuevo conflicto. El 30 de abril se presentó á ella el gran duque de Berg con una carta de Cárlos IV al infante presidente, en que llamaba á Bayona á sus dos hijos la reina de Etruria y el infante don Francisco. En cuanto á la primera, no habia cómo estorbar su viaje, porque era dueña de sus acciones y podia obrar segun su deseo, además que no sentian su ida los españoles. Hubo oposicion respecto al segundo, y le fué necesario á Murat insistir en su demanda al dia siguiente (1.° de mayo). Anduvieron en esto los pareceres divididos, hasta haber quien opinara por resistir con la fuerza, mas por otro lado Murat amenazaba tambien emplearla si se trataba de impedir la salida de un príncipe que por su menor edad estaba sujeto á la autoridad paterna, y mas siendo Cárlos IV el único rey legítimo que él reconocia: y por otro el vocal O'Farril, como ministro de la Guerra, trazó tan triste cuadro de la situacion de Madrid militarmente considerada para mostrar lo temerario de una resistencia, que al fin la Junta hubo de otorgar su consentimiento para la partida del infante don Francisco, señalándola para el día siguiente.

Ya en aquel mismo dia 1.o comprendió la Junta la gravedad de su situacion, y como si contase con que iba á acabar de espirar la independencia de que gozaba, tomó dos providencias, una encaminada á aliviar su carga y su responsabilidad compartiéndola con otros, otra para prevenir la orfandad del reino y la consiguiente anarquía. Por la primera asoció á sus trabajos los presidentes ó decanos de los Consejos supremos de Castilla, Indias, Guerra, Marina, Hacienda y Ordenes; á los fiscales, don Nicolás Sierra, don Manuel Vicente Torres Cónsul, don Pablo Arribas, y don Joaquin María Sotelo: los consejeros, don Arias Mon, don José de Vilches, don García Gomez Xara, don Pedro Mendinueta, y don Pedro de Mora y Lomas, nombrando secretario al conde de Casa-Valencia. Por la segunda, y á propuesta de don Francisco Gil y Lemus, se nombró otra junta para el caso en que esta quedase inhabilitada por falta de libertad, siendo elegidos para la nueva, con facultades para fijar su residencia donde tuviera por conveniente, el conde de Ezpeleta, capitan general de Cataluña; don Gregorio de la Cuesta, que lo era de Castilla la Vieja; don Antonio Escaño, teniente general de la Armada; don Manuel Lardizabal, del Consejo de Castilla; don Gaspar Melchor de Jovellanos, y en su lugar, hasta tanto que llegase de Mallorca, don Juan Perez Villamil, del almirantazgo, y don Felipe Gil de Taboada, de las Ordenes. Don Damian de la Santa habia de ser secretario, y el punto designado para su reunion Zaragoza (1).

Amaneció al fin el que habia de ser para siempre memorable 2 de mayo. Desde muy temprano se empezaron á notar aquellos síntomas que por lo regular preceden á los sacudimientos populares. Grupos numerosos de hombres y mujeres, entre los cuales muchos paisanos de las cercanías de Madrid que se habian quedado la víspera, fueron llenando la plaza de palacio, punto de donde habian de partir los infantes. A las nueve salió el carruaje que conducia á la reina de Etruria y sus hijos, sin oposicion y sin sentimiento de nadie, ya por mirársela como una princesa casi extranjera, ya por ser del partido contrario á Fernando. Difundieron los criados de palacio la voz de que el infante don Francisco, niño todavía, lloraba porque no queria salir de Madrid. Enterneció esto á las mujeres, y excitó la ira de los hombres. A tal tiempo se presentó en la plazuela el ayudante de Murat Lagrange, y calculando el pueblo que iba á apresurar la retrasada partida, levantóse un general murmullo. Cuando el combustible está muy preparado, una chispa basta para producir un incendio. Al grito de una mujer anciana: ¡Válgame Dios, que se llevan á Francia todas las personas reales! lanzóse la multitud sobre el ayudante del gran duque, que habria sido víctima del furor popular, á no haberle escudado con su cuerpo un oficial

(1) «En atencion, decia el decreto, á las críticas circunstancias en que actualmente se halla esta corte, y para en caso que faltando la voluntad expresa del rey N. S., quedase la Junta de gobierno inhabilitada por la violencia para ejercer sus funciones, he venido, con acuerdo de la Junta misma, en nombrar otra compuesta, etc..... Palacio 1.o de mayo de 1808. —Antonio Pascual.»>

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de guardias walonas; y aun los dos corrian peligro de ser despedazados, y solo debieron el quedar con vida á la aparicion de una patrulla francesa en aquellos críticos momentos. Murat, que no vivia léjos, y pudo saber lo que cerca del palacio pasaba, envió un batallon con dos piezas de artillería. El modo que tuvo esta tropa de contener el alboroto, fué hacer una descarga sin prévia intimacion sobre la indefensa muchedumbre, que irritada mas que aterrada se dispersó derramándose por toda la poblacion, gritando y excitando á la venganza. Instantáneamente se vió á los moradores de la capital lanzarse á las calles, armados de escopetas, carabinas, espadas, chuzos y cuantos instrumentos ofensivos pudo cada uno haber á las manos, y arrojarse con ímpetu y denuedo sobre cuantos franceses encontraban, especialmente contra los que hacian fuego ó intentaban unirse á sus cuerpos, si bien á los que imploraban clemencia los encerraban ellos mismos en sitio seguro, y los que permanecian en sus alojamientos fueron con cortas excepciones respetados. En el centro de la poblacion el gentío era inmenso, y los inexpertos habitantes creyeron por un momento asegurado su triunfo. Poco les duró aquella ilusion. Murat, que estaba acostumbrado á pelear, así en los campos de batalla como en las calles y plazas de las grandes poblaciones, y que tenia sus tropas estratégicamente acantonadas y preparadas para un caso que no le era imprevisto, ordenó los movimientos de sus huestes de modo que penetrando por los diferentes extremos de la capital y confluyendo por las principales calles al centro, fueron arrollando la muchedumbre, en tanto que la guardia imperial mandada por Daumesnil acuchillaba los grupos, y que los lanceros polacos y los mamelucos, que se señalaron por su crueldad, forzaban las casas de donde les hacian ó suponian ellos hacerles fuego, y las entraban á saco y degollaban á sus habitantes (1). A pesar de la desigualdad de las fuerzas y de la superioridad que da el armamento, la instruccion y la disciplina militar, batíase el paisanaje con arrojo extraordinario, muchos vendian caras sus vidas, á veces hacian retroceder masas de jinetes, otros asestaban un tiro certero desde una esquina, mientras desde los balcones, ventanas y tejados, hombres y mujeres arrojaban sobre las tropas imperiales cuantos objetos podian ofenderlas. Mas aunque sobraba ardor y corazon, y se repetian y menudeaban aisladas proezas y hechos de individual heroísmo, la lucha era insostenible por parte de un pueblo desprovisto de jefes y desgobernado.

Encerrada en sus cuarteles la tropa española por órden de la Junta y del capitan general don Francisco Javier Negrete, estaba inactiva por obediencia, aunque rebosando en disgusto y enojo. Grupos de paisanos se dirigieron en tropel al parque de artillería con objeto de apoderarse de los cañones y prolongar así su desesperada resistencia. La voz de haber asaltado los franceses uno de los otros cuarteles, movió á los artilleros, ya fluctuantes, á decidirse á tomar parte con el pueblo: y puestos al frente los valerosos oficiales don Pedro Velarde y don Luis Daoiz, y haciendo sacar tres cañones, y sostenidos por los paisanos y por un piquete de infantería mandado por

(1) Hé aquí el órden con que penetraron las tropas francesas por las calles de Madrid, segun la relacion de un historiador francés.

«Al primer ruido, dice, montó Murat á caballo y dió sus órdenes con la resolucion de un general habituado á todas las ocurrencias de la guerra. Mandó á las tropas que estaban acampadas que se pusiesen en movimiento y entrasen á un mismo tiempo por todas las puertas de Madrid. Las mas próximas, que eran las del general Grouchy, situadas cerca del Buen Retiro, debian subir por las espaciosas calles de Alcalá y Carrera de San Jerónimo, y dirigirse á la Puerta del Sol, mientras que el coronel Frederichs con los fusileros de la Guardia emprendia su movimiento desde Palacio, situado en el extremo opuesto, y se dirigia por la calle Mayor á reunirse con el general Grouchy en la Puerta del Sol, á donde debian acudir todas las columnas. El general Lefranc, establecido en el convento de San Bernardino, debia marchar concéntricamente desde la Puerta de Fuencarral. Los coraceros y la caballería que llegaba por el camino de Caravanchel, recibieron órden de avanzar por la Puerta de Toledo. Murat con la caballería de la Guardia se situó á espaldas del Palacio junto á la Puerta de San Vicente, por la cual debian entrar las tropas que se hallaban en la Casa de Campo. Colocado de este modo fuera de los barrios populosos y en una posicion dominante, se hallaba desembarazado para acudir á donde fuese necesario.....>>

un oficial llamado Ruiz, se propusieron rechazar al enemigo, logrando al pronto rendir un destacamento de cien franceses. Mas luego cargó sobre ellos la columna de Lefranc, y empeñóse un rudo combate, hiciéronse mortíferas descargas, perecieron muchos de uno y otro lado, cayendo desde el principio mortalmente herido el oficial Ruiz, murió gloriosamente el intrépido Velarde atravesado de un balazo, los medios de defensa escaseaban, y los franceses cargaron á la bayoneta. No valió á los nuestros hacer demostracion de rendirse, el enemigo se arrojó sobre las piezas, dió muerte á algunos soldados, y desapiadado acabó á bayonetazos á don Luis Daoiz. Tal fué la defensa del parque, la que mas sangre costó á los franceses, y tal el ejemplo de patriotismo que dieron los beneméritos Daoiz y Velarde, gloria y honra de España, que desde entonces han sido y serán eternamente para ella objetos de justa veneracion y de culto patrio.

La Junta de gobierno, ya que no dió pruebas de energía, quiso darlas de humanidad, comisionando á dos de sus miembros, O'Farril y Azanza, para decir al príncipe Murat que si mandaba cesar el fuego y les daba un general que los acompañase, ellos se ofrecian á restablecer el sosiego en la poblacion. Murat, que se hallaba en la cuesta de San Vicente con el mariscal Moncey y otros jefes principales, accedió á la demanda de los comisionados; y partieron estos, llevando en su compañía al general Harispe, y varios consejeros que se les incorporaron, recorriendo calles y plazas, agitando pañuelos blancos, y gritando ¡paz! ¡paz! La multitud se fué aplacando con la oferta de que habria reconciliacion y olvido de lo pasado. Muchos infelices debieron á este paso la vida. Los paisanos se fueron retirando, y los franceses ocuparon las bocascalles, colocando en ciertos puntos cañones con la mecha encendida, para acabar de amedrentar la poblacion, y como signo fatal de que la reconciliacion y el indulto se iban á convertir en desolacion y en venganza. Y así fué. Comenzaron á difundir nuevo espanto voces siniestras de que algunos inofensivos y descuidados habitantes habian sido arcabuceados junto á la fuente de la Puerta del Sol, so pretexto de llevar armas. Y era que se habia publicado, casi sin que nadie le oyese, el siguiente horrible bando ú órden del dia: «Soldados: mal aconsejado el populacho de Madrid, se ha levantado y ha cometido asesinatos: bien sé que los españoles que merecen el nombre de tales han lamentado tamaños desórdenes, y estoy muy distante de confundir con ellos á unos miserables que solo respiran robos y delitos. Pero la sangre francesa vertida clama venganza. Por tanto, mando lo siguiente:

Artículo 1. Esta noche convocará el general Grouchy la comision militar.

Art. 2. Serán arcabuceados todos cuantos durante la rebelion han sido presos con armas.

Art. 3. La Junta de gobierno va á mandar desarmar á los vecinos de Madrid. Todos los moradores de la corte que pasado el tiempo preciso para la ejecucion de esta resolucion anden con armas, ó las conserven en su casa sin licencia especial, serán arcabuceados.

Art. 4. Todo corrillo que pase de ocho personas se reputará reunion de sediciosos, y se disipará á fusilazos. Art. 5. Toda villa ó aldea donde sea asesinado un francés será incendiada.

Art. 6. Los amos responderán de sus criados, los empresarios de fábricas, de sus oficiales; los padres, de sus hijos; y los prelados de conventos, de sus religiosos.

Art. 7. Los autores de libelos impresos ó manuscritos, que provoquen á la sedicion, los que los distribuyeren ó vendieren, se reputarán agentes de la Inglaterra, y como tales serán pasados por las armas.

Dado en nuestro cuartel general de Madrid á 2 de mayo de 1808.-Firmado, Joaquin.-Por mandado de S. A. I. y R., el jefe de Estado mayor general, Belliard.»

dian los franceses á todo el que llevara alguna arma, bien que Con arreglo á este bando draconiano, reconocian y prenfuese una navaja, ó unas tijeras de su uso, y á unos fusilaban en el acto, y á otros encerraban en los cuarteles, ó en la casa de Correos, donde se habia establecido la comision militar.

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