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pocos soldados de línea (14 de junio), sucedióle lo que á Cuesta en Cabezon, que no pudiendo los mal disciplinados paisanos resistir la acometida de los veteranos franceses, arrollados y dispersos volviéronse á sus casas, teniendo él que retirarse á Zaragoza con su escasa tropa y algunos de los voluntarios mas decididos y resueltos. Aproximóse entonces Lefebvre á aquella ciudad, á la cual estaba reservado tan gran papel en esta guerra.

Valladolid, orilla izquierda del Pisuerga, con cinco mil paisa- | y por buen espacio la entrada de la villa con sus dos piezas y nos mal armados, entre los que se distinguia por su mejor continente y actitud el batallon de estudiantes, cien guardias de Corps y doscientos caballos de línea, con cuatro piezas de artillería salvadas del colegio de Segovia. La colocacion que Cuesta dió á su gente á uno y otro lado del puente fué tan desacertada que no podia esperarse ni se acertaba á explicar en un general veterano, y así fué que el éxito desgraciado de la accion fué atribuido por algunos á despique de haberle comprometido á ponerse á la cabeza de la insurreccion, y aun se citaban palabras suyas en este sentido; pero vióse despues que no anduvo mas acertado ni mas estratégico en otros ataques en que peleó con decision y expuso mucho su persona. El ataque por parte de los franceses comenzó en la madrugada del 12 de junio. Desordenóse á las primeras descargas la caballería española que estaba en campo raso y al descubierto, perturbando á la infantería y agolpándose al puente, en que se mantenia firme el cuerpo de escolares. Mas no tardaron en ser todos arrollados, y en su atropellada huida, los unos se ahogaban al querer vadear el rio, los otros eran alcanzados y acuchillados ó presos por los franceses, siendo cortísima la pérdida por parte de estos, tanto como lo fué grande por la nuestra. Cuesta se retiró á Rioseco, donde se le incorporaron muchos insurgentes que huian por tierra de Campos: los franceses cañonearon la villa de Cabezon antes de entrar en ella por si habia alguna emboscada, ahuyentaron los vecinos, la saquearon, y siguiendo su marcha entraron sin obstáculo á las cinco de la tarde en Valladolid, donde permanecieron hasta el 16, sin hacer otro daño que desarmar á los habitantes, tomar algunos rehenes, é imponer á la ciudad una fuerte contribucion.

Acordaron entonces los dos generales efectuar la suspendida expedicion á Santander. Lassalle se situó en Palencia, y Merle volvió á las montañas de Reinosa de donde habia retrocedido. Guardaba el paso de Lantueno don Juan Manuel Velarde con tres mil paisanos y dos gruesas piezas: pero gente sin experiencia ni disciplina, desbandóse á los primeros ataques, salvándose unos por las fraguras, y fortificándose otros en una segunda línea de defensa, obstruyendo la garganta de un desfiladero con peñascos, ramas y troncos de árboles, y colocando detrás los dos cañones. Inútil fué tambien la resistencia; Merle forzó el desfiladero, los paisanos se dieron á huir despavoridos, y el general francés entró en Santander el 23. Con él se incorporó el general de brigada Ducos, que partiendo de Miranda de Ebro en direccion á aquella misma ciudad, habia forzado con insignificante pérdida la fuerte posicion del Escudo ocupada por el hijo de Velarde con otros mil paisanos. El prelado de aquella diócesi, de cuya singular conducta durante el alzamiento hablamos en su lugar correspondiente, al saber la aproximacion de los franceses á la montaña, habia montado en una mula, y pertrechado de todas armas y lleno de entusiasmo, salió á incorporarse al ejército, mas como encontrase á este de huida y desbandado, no paró hasta ganar las Asturias, yendo delante de los fugitivos, y dando con esto ocasion á que se dijera que los habia servido de guia.

Habiendo sido general y casi simultáneo el alzamiento, fué igualmente, como no podia menos de suceder, general y casi simultáneo el movimiento de las tropas francesas para ver de reprimirle y ahogarle. Al tiempo que en Castilla acontecia lo que acabamos de contar, encaminábase á Aragon desde Pamplona el general de brigada Lefebvre Desnouettes con cinco mil hombres y ochocientos caballos: pasó en barcas el Ebro por haber cortado el puente los vecinos de Tudela, arcabuceó á algunos de estos, como si fuera un crímen defender sus hogares, batió primeramente en Mallen y despues en Gallur (12 y 13 de junio) al marqués de Lazan, hermano de Palafox, que con tropa colecticia habia salido á detener su marcha, y avanzó Lefebvre hasta encontrar junto á la villa de Alagon al mismo capitan general Palafox, que con noticia de la derrota de los de su hermano, se habia ido al encuentro del enemigo llevando dos piezas de artillería, unos ochenta dragones del Rey, varios oficiales y soldados sueltos, y sobre cinco mil paisanos mal armados. Aunque Palafox defendió valerosamente

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Creyendo Napoleon que tenia dominada la Cataluña, siendo, como era, dueño de Barcelona y de Figueras, y pareciéndole que podia sin peligro desprenderse de algunas fuerzas del Principado, ordenó á Duhesme que enviara á Valencia una division de mas de cuatro mil hombres al mando de Chabran, y otra de poca menos gente á Zaragoza á las órdenes de Schwartz. Mas como esta última se detuviese un dia en Martorell á causa de un aguacero, dió lugar á que avisados y apercibidos los de Igualada y Manresa tocaran el terrible somaten, llamamiento bélico propio de aquellos naturales, y con quien sin duda el emperador y sus huestes no contaban. Respondiendo á él como acostumbraban los del país, esperaron la columna francesa escondidos entre los matorrales y árboles que atravesaron en las escabrosidades del Bruch. Confiada, y con el poco órden que permitia lo quebrado del terreno, marchaba la gente de Schwartz, cuando un tiroteo nutrido que salia de entre las matas y breñas le advirtió del peligro en que su imprevision la habia empeñado. Ordenando no obstante el caudillo atacar primero en masa y despues en pelotones, logró, aunque sufriendo muchas bajas, desalojar y dispersar los paisanos. Mas tan luego como estos dejaron de ser perseguidos, y acudiendo en su socorro el somaten de San Pedor, el cual ofrecia la singular circunstancia de que un tambor era el que hacia de jefe, volvieron en Casa-Masana sobre la vanguardia enemiga. Viendo Schwartz la retirada de esta y oyendo el ruido de la caja, persuadióse de que venia tropa de línea con los somatenes, y determinó retroceder á Barcelona, llegando sin gran dificultad hasta Esparraguera, si bien molestado siempre por la retaguardia y flanco.

Constituyen esta poblacion unas seiscientas casas, que forman una larguísima calle por donde pasa la carretera. Los vecinos la habian atajado con muebles y todo género de estorbos, y cuando al anochecer entraron en ella los franceses, arrojaron sobre ellos de todas partes tejas, piedras y toda especie de proyectiles, inclusas vasijas de agua y de aceite hirviendo. Schwartz para salvar su gente tuvo que dividirla en dos trozos y hacerla marchar á derecha é izquierda para buscar el camino por fuera de la poblacion. Todavía perdieron dos cañones al pasar un puentecillo que habian falseado los somatenes, teniendo que vadear el Llobregat, y así con muchos trabajos pudieron regresar á Barcelona (8 de junio) destrozados y abatidos: primer ensayo de triunfo de los mal armados paisanos españoles sobre las disciplinadas tropas imperiales, que excitó entusiasmo grande y dió maravilloso impulso á la insurreccion en el Principado. Comprendió entonces Duhesme que no solo no podia desprenderse de mas tropas, sino de que necesitaba de las que habia enviado á Valencia, y así llamó á Chabran que se encontraba ya en Tarragona: este á su regreso halló ya sublevado el país, tuvo diferentes encuentros con los somatenes de Vendrell y de Arbós, en venganza de lo cual acuchilló hombres y saqueó é incendió pueblos, y cuando llegó á Barcelona (12 de junio), habia perdido mil de los suyos, no obstante haber salido el mismo Duhesme á proteger su retirada.

Viéndose reunidos en aquella capital, y picados de la humillacion que acababan de recibir las armas francesas, queriendo vengarse del paisanaje y volver por su honra, acordaron que salieran las dos divisiones juntas por el mismo camino que antes la primera habia llevado. Saquearon y quemaron en el tránsito muchas casas de Martorell y Esparraguera, mas al llegar al Bruch encontráronle fortificado por los paisanos, y defendido además por algunos soldados escapados de Barcelona, y por cuatro compañías de voluntarios de Lérida capitaneados por el coronel Berguez, con cuatro piezas de artillería. No sirvió á los franceses venir ahora preve

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nidos y en doble número que la vez primera; estrelláronse Moncey con una division de ocho mil hombres, á la cual se sus ataques y su orgullo contra el indomable valor de los ca- incorporaron tambien por órden suya guardias españolas, talanes, y no pudiendo forzar la posicion (14 de junio) vol- walonas y de corps, mas de tan mala gana y por tan poco vieron atrás, y perseguidos por los paisanos entraron aver- tiempo que todos desertaron en la primera ocasion yendo á gonzados en Barcelona con pérdida de quinientos hombres. reunirse á sus compatriotas. Era sin duda el mariscal Moncey Este segundo triunfo del Bruch acabó de entusiasmar y de un hombre prudente y humano, y que hasta habia simpatizaenvanecer á los catalanes (1). do con el carácter español; pero en aquella ocasion, y mas los que no le conocian, solo veian en él un general francés. Así es que á su paso encontró los pueblos desiertos, y sin dificultad llegó á Cuenca donde se detuvo unos dias, preparándose acaso para la resistencia que preveia habia de encontrar mas adelante. En efecto, la junta de Valencia habia tomado las medidas de defensa que en otra parte apuntamos. En el desfiladero de las Cabrillas se habia situado el general don Pedro Adorno con ocho mil hombres, la mayor parte paisanos, de los cuales colocó sobre tres mil en el puente Pajazo, con una mala batería de cuatro cañones defendida por algunos centenares de suizos. Moncey llegó allí el 20 de junio, y rompiendo el fuego y vadeando algunas de sus tropas el rio, apoderóse de la batería, pasándosele unos doscientos suizos, que fué de un funesto efecto para los paisanos, los cuales á la vista de aquela desercion se dispersaron, aunque para replegarse á los desfiladeros de la montaña.

Ya no pensó mas Duhesme en enviar refuerzos á Aragon y Valencia, como Napoleon le habia ordenado, sino en cuidar de que á él mismo no le cortaran la comunicacion con Francia. Con este propósito salió de Barcelona (17 de junio) en direccion de Gerona por el camino de la marina, llevando siete batallones, cinco escuadrones y ocho piezas de artillería. En las cercanías de Mongat encontróse con nueve mil paisanos del Vallés, que con mas ánimo que experiencia en las armas fueron fácilmente envueltos y atropellados, ensangrentándose el enemigo con los que aprehendió como si le hubiera costado trabajo vencerlos. Esta desgracia no bastó á desalentar á los vecinos de Mataró que estaban resueltos á defender su ciudad con barricadas y con alguna artillería; pero las columnas francesas las deshicieron tambien y arrollaron sin grande esfuerzo, y penetrando en aquella industrial y rica poblacion, no solo la dieron al pillaje, sino que cometieron tales excesos, crueldades y violaciones de mujeres, revueltos y confundidos jefes y soldados en el crímen, que por mucho tiempo recordaron aquellos habitantes con lágrimas tan funesto y aciago dia. Por su parte los vencedores continuaron desplegando en su marcha el mismo furor y la misma inhumanidad, dejando regada con sangre la tierra que iban pisando, hasta que en la mañana del 20 se presentaron en las alturas de Palau Sacosta que dan vista á Gerona.

Gobernaba interinamente esta plaza, sublevada desde el 5, el teniente rey don Julian de Bolivar; y si bien se habian armado, como en todas partes, cuerpos de paisanos, y estaban decididos á defender la ciudad todos los vecinos, sin exceptuar los clérigos, como igualmente la gente de mar de la vecina costa, de tropa de línea solo contaba algunos artilleros y unos trescientos hombres del regimiento de Ultonia. Sin embargo, esta escasa guarnicion rechazó vigorosamente los primeros ataques de los franceses á la puerta del Cármen y fuerte de Capuchinos, aunque no pudo impedir que colocada en otra parte una batería causase daño en algunos edificios de la poblacion. Sobrevino en esto una noche oscurísima, y á favor de la lobreguez y muy á las calladas aproximóse al muro una fuerte columna, que no fué sentida hasta que estuvo muy cerca. Empeñóse entonces un horrible combate, alumbrado solo por el fuego de los disparos. Escalaron los franceses el baluarte de Santa Clara, mas un piquete de Ultonia arremetiendo á la bayoneta arrojó al foso á los que se habian encaramado al muro, y la metralla del fuerte de San Narciso obligó á retirarse á los acometedores, á excepcion de los que por quedar sin vida no pudieron hacerlo. Cuando alumbró la luz del dia, ya no se vieron enemigos; Duhesme habia hecho levantar el campo durante la noche, y tomado la vuelta de Barcelona (21 de junio), donde llegó con setecientos hombres de menos, molestado sin cesar por los somatenes. Púsose al frente de estos en Granollers el teniente coronel don Francisco Milans, que hizo á la division de Chabran perder su artillería. Y mientras esto pasaba por la costa, á la márgen derecha del Llobregat bullian los somatenes, movidos por el capitan de voluntarios de Lérida Baguet, hasta que enviado contra ellos por Duhesme el general Lecchi logró ahuyentarlos por algun tiempo, pero no impedir que en breve volvieran á aparecer.

Vimos por qué episodios tan sangrientos y por qué trances tan terribles pasó la revolucion de Valencia, hasta que con la prision del canónigo Calvo pudo la junta reprimir las feroces turbas por él concitadas, y dar al movimiento patriótico la regularidad y el ordenado impulso de que necesitaba. A sofocar aquella insurreccion envió Murat desde Madrid al mariscal

(1) Púsose en aquellas alturas una lápida de piedra en conmemoracion de aquellas dos gloriosas defensas.-En el dia han desaparecido la mayor parte de las espesuras y matorrales que entonces habia, y con el cultivo ha perdido aquel sitio mucho de su antigua aspereza.

Luego que llegó á Valencia la noticia de este descalabro, la junta comisionó á su vocal el P. Rico para que fuese á activar y esforzar la defensa del paso de las Cabrillas. Presentóse allí el 23; conferenció con el capitan Gamindez y con el brigadier Marimon: no se sabia el paradero del general don Pedro Adorno. Acordó el sistema de defensa, y colocados los nuestros entre el pueblo de Siete Aguas y la venta de Buñol, no dejaron de molestar á Moncey, que se presentó con su division al siguiente dia: pero destacado el general Harispe con los vascos franceses, gente acostumbrada á trepar por asperezas y escabrosidades, facilitó el ataque de frente, con lo cual se dió á huir á la desbandada toda la gente bisoña, abandonando artillería y bagajes, y dejando solos para disputar el paso á los franceses los soldados de Saboya, los cuales se portaron tan valerosamente que murieron los mas, quedando los restantes prisioneros con su comandante Gamindez. Perdiéronse aquel dia seiscientos hombres: Moncey avanzó hasta Buñol, desde donde ofició al capitan general de Valencia, aconsejándole le recibiese en la ciudad como amigo, y no diera lugar á que tratara con el rigor de la guerra. Pero el P. Rico, que á costa de mil riesgos habia logrado ganar con anticipacion la entrada en la ciudad, reunió inmediatamente la junta, y animó al pueblo á la defensa, á la cual se aprestó con entusiasmo toda la poblacion.

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Hízoselo saber así la junta al general francés, por conducto del comandante prisionero Gamindez, que aquel envió con el pliego, y cumplió su palabra de volver con la respuesta al cuartel general. En efecto, en tanto que Moncey avanzaba hacia la ciudad, todos los moradores, sin distincion de edad ni sexo, inclusas las comunidades religiosas, acudian á trabajar en las fortificaciones que á toda prisa se levantaban. Reparábanse las murallas, construíanse baterías, colocábanse cañones, obstruíanse las puertas con sacos de tierra, abríanse zanjas, atajábanse las calles con coches, tartanas, carros y vigas, tapábanse las ventanas y balcones de las casas con mesas, sillas y colchones, coronábanse las azoteas y terrados de gente dispuesta á arrojar proyectiles. Y entre tanto se formaba en las afueras y se situaba en la ermita de San Onofre un campo avanzado con la gente de Saint-March, y á ella se unió don José Caro, que con la suya acudió desde Almansa luego que supo la derrota de las Cabrillas, colocándose los mejores tiradores entre los algarrobales, viñedos y olivares que pueblan aquellos alrededores: formóse además otra segunda línea en el pueblo de Cuarte. A pesar de estos preparativos y de la decision de que todos estaban animados, ni una ni otra línea pudieron resistir el impetuoso ataque de las tropas francesas; una tras otra fueron forzadas, retirándose Saint-March y Caro y refugiándose los paisanos al amparo de las acequias y moreras, dejando la artillería en poder de los franceses, y situándose Moncey á media legua de Valencia (27 de junio), desde donde intimó la rendicion al capitan general conde de la Conquista.

Llevó la comunicacion, que era atenta y templada como todas las de Moncey, el coronel Solano. Asociáronse á la junta para deliberar el ayuntamiento, la nobleza y los gremios. Inclinábanse ya á la entrega el de la Conquista y otros, pero el pueblo que se apercibió de lo que se trataba se agolpó á las puertas del local gritando desaforadamente contra todo proyecto ó intento de transaccion. La junta entonces despachó á don Joaquin Salvador con la siguiente respuesta para el mariscal francés: El pueblo prefiere la muerte en su defensa á todo acomodamiento: así lo ha hecho entender á la junta, y esta lo traslada á V. E. para su gobierno. En su virtud á las once de la mañana del 28 rompieron los sitiadores el fuego contra la puerta de Cuarte y batería de Santa Catalina. Tres veces fué embestida con ímpetu la primera, y otras tantas fué el enemigo rechazado. Los certeros disparos de Santa Catalina y el fuego graneado que los defensores hacian desde la muralla le causaron no poco estrago. Faltando metralla á los de la ciudad, echóse mano de los hierros de los balcones y de las rejas de las ventanas, que partidas en menudos trozos y cosiendo las señoras mismas los sacos, daban alimento y juego á los cañones. No habia persona de dignidad, incluso el arzobispo, que no alentara con su presencia y exhortaciones á los que manejaban las armas. Los ataques á Santa Catalina fueron con igual vigor rechazados, sufriendo los franceses aun mas pérdida que en los de Cuarte, de que eran testimonio los cadáveres que iban dejando. A las cinco de la tarde mandó Moncey embestir la puerta de San Vicente, que se consideraba la mas flaca; inútil fué el empeño y la matanza grande. En los sitios de mas peligro se presentaba el popular P. Rico animando con su fogosa palabra á los defensores. Los paisanos rivalizaban en valor y arrojo con los jefes y soldados, y algunos, como el mesonero Miguel García, hicieron proezas admirables. Los cañones enemigos fueron desmontados, y á las ocho de la noche, despues de nueve horas de serio combate, retiráronse los franceses, con pérdida de dos mil hombres, al punto que ocupaban la víspera, entre Cuarte y Mislata.

Al amanecer del siguiente dia (29 de junio) avisó el vigía del Miguelete que el enemigo daba muestras de retirarse. No se habria creido tan fausto anuncio si á poco tiempo no se hubiera visto á la columna tomar el camino de Almansa. La alegría de los valencianos fué indecible, tanto como su defensa habia sido maravillosa. Esperaban que el conde de Cervellon que se hallaba en Alcira hostilizaria en su marcha á Moncey, y acaso acabaria de destruirle. Pero defraudó Cervellon las esperanzas de sus compatricios, permaneciendo en una inaccion injustificable. Otra habria sido la suerte de los que iban en retirada, si aquel general hubiere seguido siquiera el ejemplo de don Pedro Gonzalez de Llamas y de don José Caro, que con sus fuerzas los fueron hostigando hasta el Júcar, donde se detuvieron sorprendidos de no verse ayudados por el de Cervellon. Censuróse á este amargamente su comportamiento y costóle el mando, tanto como la conducta de los otros fué aplaudida y celebrada. Prosiguió pues Moncey su marcha, sin notable descalabro, hasta franquear el puerto de Almansa (2 de julio), llegando á Albacete, donde se detuvo á dar descanso á sus fatigadas tropas. Tal y tan glorioso remate tuvo la expedicion de Moncey contra Valencia (1).

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(1) En honor de la verdad, Moncey en esta expedicion condújose de otro modo y no se señaló por los actos de inhumanidad que afeaban la conducta de otros generales franceses. Al dia siguiente de su inútil tentativa contra Valencia escribió al capitan general mostrándose muy afligido por sangre que se habia derramado, y diciéndole que además de los prisioneros que antes habia enviado á sus casas sin canje alguno, le remitia los que le quedaban (que eran bastantes capitanes, oficiales, soldados y paisanos), pidiéndole en cambio al general Exelmens, coronel Lagrange, jefe de escuadron Rossetti y sargento mayor Tetart, que he chos por los paisanos de Saelices se hallaban en Valencia. La junta no accedió á esta proposicion de rescate, diciendo que era desigual, y que además no podia responder de que llegaran á él con seguridad; y por lo tanto los retenia en rehenes hasta que recobrara su libertad Fernando VII, á lo cual contestó Moncey con otra muy sentida carta.—Sobre la expedicion y defensa de Valencia pueden verse mas pormenores en la obra del P. Colomer, en la Historia de Boix y en la coleccion de documentos relativos á la guerra de la independencia.

Como durante este tiempo habian estado interrumpidas sus comunicaciones con Madrid, y se ignoraba por lo tanto su suerte, ordenóse al general Caulincourt, que estaba en Tarancon, que marchase con su brigada sobre Cuenca. Al dar vista á la ciudad, hízole fuego un peloton de paisanos (3 de julio), lo cual sirvió de pretexto para entregar la poblacion al pillaje, y al desenfreno mas brutal de la soldadesca, que no perdonó ni casa, ni templo, ni sexo, ni edad, atormentando y asesinando cruelmente á sacerdotes octogenarios, cometiendo las mas inícuas y horribles violencias en mujeres de todas clases, despues de recibir á cañonazos al ayuntamiento y cabildo que con bandera blanca iban á implorar su clemencia. Además del feroz Caulincourt, que así manchó el nombre francés en Cuenca, fué enviado tambien el general Frere en socorro de Moncey, mas luego que se supo la retirada de este del lado de Almansa, fueron aquellos dos generales llamados otra vez á la corte, de lo cual se resintió aquel pundonoroso caudillo, y replegándose sobre el Tajo renunció á toda ulterior empresa.

A reprimir el levantamiento de Andalucía habia sido destinado por Murat el mariscal Dupont, que llevó consigo una division de seis mil infantes y cinco mil caballos, con mas dos regimientos suizos al servicio de España y quinientos marinos de la guardia imperial. Sin resistencia atravesó Dupont las llanuras de la Mancha, franqueó las gargantas de Sierra-Morena, y avanzó por territorio andaluz hasta llegar al puente de Alcolea (7 de junio), dos leguas de Córdoba. Allí se habia situado con objeto de impedir á los enemigos el paso del Guadalquivir don Pedro Agustin de Echavarri, con tres mil hombres de tropa y mayor número de paisanos, habiendo colocado doce cañones á la cabeza del puente. La primera acometida de los franceses fué vigorosamente rechazada, pero mas empeñado el combate, sucedió lo que en todas partes en este primer ensayo de guerra acontecia, que el paisanaje, todavía no fogueado, se desbandó abandonando la tropa de línea, con lo cual pudieron los franceses escalar y forzar la posicion, apresuradamente y no con el mayor arte construida, bien que sin perder los nuestros sino un solo cañon, y conduciéndose nuestra caballería de modo que deteniendo á la francesa permitió á Echavarri hacer ordenadamente su retirada. La pérdida de este ataque fué poco mas ó menos igual por parte de unos y otros combatientes.

La ciudad de Córdoba fué la que sufrió todos los estragos y todos los horrores de que el furor de la guerra puede ser capaz. A su vista se presentó Dupont en la tarde del mismo dia 7. Las puertas se habian cerrado á fin de dar lugar á hacer alguna capitulacion con el enemigo; mas estando en las pláticas disparáronse contra él imprudentemente algunos tiros, irritóse con esto el general francés, y deshaciendo á cañonazos la Puerta Nueva penetraron las tropas en la ciudad, matando y degollando habitantes sin distincion, saqueando templos y casas ricas y pobres. Todo fué objeto de la rapacidad de la soldadesca, inclusa la famosa catedral, antes célebre y magnífica mezquita de los árabes, depósito en todos tiempos y dominaciones de preciosidades y riquezas. Lo menos horrible era la rapaz codicia con que los invasores se apoderaban de las cajas particulares y públicas, los muchos millones que arrancaron de las arcas de tesorería, las imposiciones con que gravaron á una poblacion que no les habia opuesto séria resistencia. Lo sacrilego, lo repugnante, lo que apenas se concibe en soldados de una nacion culta fué la manera de profanar las iglesias llevando á ellas para brutales fines las hijas y esposas de aquellos desgraciados moradores (2). Tan abominable conducta dió tambien lugar y ocasion

(2) Por si alguno creyera que exageramos los excesos cometidos por los franceses, vea lo que dice un historiador de su propia nacion, que por punto general procura contar muy de pasada todo lo que puede desfavorecerle. «El combate, dice, tardó muy poco en convertirse en perpetracion de los mas horribles excesos, y aquella infortunada ciudad, una de las mas antiguas y mas importantes de España, fué entregada al pillaje. Los soldados franceses, despues de conquistar á precio de su sangre cierto número de casas, y dar muerte á los que las defendian, no tuvieron escrúpulo en ocuparlas y en usar de todos los derechos de la guerra, saqueándolas Ꭹ cebándose mas principalmente en artículos de consumo

á represalias dolorosas. El país insurrecto sacrificaba cuantos franceses podia, como si todo le fuera lícito en desagravio de los estragos de Córdoba. Ensañábase el paisanaje con los que cogia prisioneros, y acabábalos con refinada crueldad, como lo hizo con el general de brigada René. Los vecinos de Santa Cruz de Mudela, donde Dupont habia dejado sus almacenes, acometieron á los cuatrocientos soldados que los guardaban y acuchillaron muchos de ellos.

Distinguiéronse los de Valdepeñas por el diabólico artificio que emplearon para destruir á seiscientos jinetes que llevaba el general Ligier-Belair y habian de pasar por aquella villa y su larguísima calle, continuacion de la calzada de Castilla á Andalucía. Cubriéronla toda de barro y arena, colocando debajo agudos clavos y puntas de hierro, y de reja á reja de las casas ataron disimuladamente maromas, cerrando las entradas de las callejuelas. Al llegar la columna francesa á la poblacion, penetró aceleradamente una descubierta por la calle así preparada. Los caballos comenzaron luego á clavarse y caer unos sobre otros arrojando á los jinetes, y sobre estos llovian desde las casas piedras, balas, ladrillos, y vasijas de agua hirviendo. Cupo igual suerte á los que en socorro de los primeros sucesivamente acudian, hasta que apercibido LigierBelair determinó penetrar en la villa por los costados, quemando casas, de que destruyó el fuego mas de ochenta, y degollando cuantos moradores encontraba. A vista de tal calamidad los vecinos principales, llevando al alcalde á su cabeza, presentáronse al general francés pidiendo tregua y capitulacion. Unos y otros lo necesitaban, y así de comun acuerdo presentándose con enseñas blancos pusieron término á aquel estrago. No atreviéndose ya Belair á seguir adelante por temor de encontrar obstáculos parecidos, retrocedió á Madridejos. Ya los franceses comprendieron que no podian andar en pequeñas partidas, y procuraban no moverse sino en gruesas columnas.

Nada sabia Dupont de lo que á su espalda estaba pasando, é incomunicado con Madrid, y receloso de lo que á las inmediaciones de Córdoba observaba, y sobre todo de las fuerzas que la junta de Sevilla estaba activamente preparando, resolvió replegarse sobre Andújar (19 de junio). Desde allí destacó una parte de sus fuerzas á Jaen, donde un comandante francés habia sido asesinado. Ninguna resistencia opuso á aquella tropa la ciudad, y sin embargo fué saqueada y horrorosamente maltratada (20 de junio), no perdonando en su crueldad ni aun á los ancianos y enfermos religiosos de los conventos, que fué como una reproduccion de las ferocidades ejecutadas en Córdoba.

Tal era el aspecto que presentaba la guerra cuando adoleció en Madrid el lugarteniente Murat, complicándosele con los cólicos unas récias y pertinaces intermitentes, de cuyas resultas quedó tan decaido que por expreso dictámen de los médicos tuvo que resignarse á pasar á Francia á tomar baños termales. La enfermedad de Murat, junto con las que se observaban en muchos soldados franceses, infundió en los de su nacion recelos de envenenamiento, y se hizo analizar detenidamente por profesores el vino de los despachos públicos á que principalmente se sospechaba poder atribuirse. Pero hecho el análisis, se encontró que las sustancias que entraban

que en objetos de valor para llenar sus mochilas...»-En esto último falta á la exactitud el historiador francés, puesto que registradas mas adelante en Cádiz las mochilas de aquellos soldados cuando estaban prisioneros, se hallaron en ellas multitud de alhajas cogidas en las casas, así como de vasos sagrados arrebatados de los templos.

«Bajaron (continúa) á las bodegas abundantemente provistas de los mejores vinos de España, destaparon á culatazos las cubas é hicieron tal destrozo, que algunos de ellos se ahogaron en el vino vertido de los toneles. Otros se embriagaban en tales términos que mancillaron el brillo del ejército francés, arrojándose sobre las mujeres, y haciéndolas sufrir todo género de ultrajes... Lo que allí ocurrió fué verdaderamente un espectáculo doloroso, el cual produjo las mas tristes consecuencias por el eco hizo en España y en toda Europa..... Si una columna de tropas enemigas hubiera retrocedido en aquel instante á la ciudad, hubiera cogido á toda nuestra infantería dispersa, sumida en la embriaguez, y entregada al sueño ó á los excesos mas desenfrenados, etc.»-Thiers, Historia del imperio, libro XXXI.

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en su composicion no eran nocivas, y que lo que podia dañar á los franceses era el uso inmoderado que hacian de los vinos fuertes y licorosos á que no estaban habituados; con lo cual se desvaneció una prevencion que en todo caso tenia que ser infundada como opuesta á la nobleza del carácter español. Para reemplazar al gran duque de Berg nombró y envió Napoleon al general Savary, que llegó á Madrid el 15 de junio; nombramiento que disgustó á los franceses, y no satisfizo á los españoles. Las facultades con que vino eran bien irregulares y extrañas: aunque iguales á las del lugarteniente su antecesor, no le dió su título, y los decretos y despachos seguia firmándolos el general Belliard á nombre del gran duque de Berg como si se hallara presente. Esto no obstante, Savary se alojó en palacio haciendo ostentacion de autoridad, y acabó de fortificar el Retiro convirtiéndole en una verdadera ciudadela. No ocultó á Napoleon la verdad en cuanto á la situacion de España, anunciándole que no era ya cuestion de reprimir descontentos y castigar revoltosos, sino de sostener una guerra formal con los ejércitos y otra de guerrillas con los paisanos. Y considerando comprometidos á Dupont y Moncey, pues que, incomunicados con la corte el uno en Andalucía y el otro en Valencia, se ignoraba su suerte, fué el primer cuidado de Savary enviar refuerzos á aquellos dos generales.

De los que fueron enviados á Moncey hablamos ya mas arriba; en socorro de Dupont partió de Toledo (19 de junio) el general Vedel con seis mil infantes, setecientos caballos y doce cañones. En el camino se le incorporaron los generales Roize y Ligier-Belair que estaban en la Mancha, con sus destacamentos. Sin contratiempo particular llegaron estas fuerzas á las estrechuras de Despeñaperros (20 de junio). Allí, en el sitio en que mas se angosta el camino formando una verdadera garganta las rocas, se habia situado el teniente coronel don Pedro Valdecañas con buen número de paisanos y alguna tropa: habia atajado la vía con peñas, ramas y troncos de árboles, y colocado detrás seis cañones: terrible parapeto si hubiera habido resolucion y concierto para defenderle. Pero atacado en regla y con ímpetu por los franceses y asustados nuestros paisanos, forzáronle aquellos y abandonaron estos toda la artillería, pudiendo así continuar Vedel su marcha hasta unirse con Dupont, y hasta dejar atrás destacamentos que mantuvieran la comunicacion con Madrid. Aunque Napoleon deseaba que Dupont permaneciera en Andalucía, Savary, mas cerca del teatro de la guerra y con mas conocimiento de la situacion en que se encontraban los generales en cada punto, le aconsejaba que retrocediera, á cuyo fin y para apoyar su movimiento de retroceso hizo marchar sobre Manzanares la division de Gobert. Pero Dupont no quiso tampoco abandonar la Andalucía, y ordenó á Gobert que se le incorporase. Pronto veremos el resultado, glorioso para España, de aquella insistencia y de esta disposicion, que por ahora nos llama ya la atencion lo que estaba sucediendo en otra parte.

Dejamos en Castilla al general Cuesta refugiándose en Rioseco con los fugitivos de la derrota de Cabezon, recogiendo dispersos y reclutas, en cuya instruccion se ocupaba don José de Zayas. El ejército de Cuesta era demasiado endeble para batirse solo con el enemigo, y así pidió aquel general tropas á Astúrias y Galicia. La junta de Astúrias habia querido que Cuesta abandonara las llanuras de Castilla y se pusiera al abrigo de las montañas de Leon; sentia por lo tanto desprengimiento de Covadonga al mando de don Pedro Mendez de derse de sus fuerzas, mas no pudiendo desoirle envióle el reVigo, y dispuso que otro cuerpo de mil hombres á las órdenes del mariscal de campo conde de Toreno pasara á Leon. La junta de Galicia temia tambien exponer sus medios de defensa al azar de una batalla fuera y léjos del país, y del mismo modo pensaba el general Blake, oriundo de Irlanda, que mandaba aquel ejército desde que reemplazó, de la manera que referimos en otra parte, al desgraciado Filangieri. Era don Joaquin Blake apreciado por su reputacion de honradez, de talento y de conocimientos militares. Acreditábalo la posicion que con su ejército habia tomado, la distribucion que de él habia hecho, situándose en el puerto y sierra de Manzanal y Fuencebadon, extendiendo su derecha hasta el Monte

Teleno que mira á Sanabria, y su izquierda por la Cepeda hácia Leon, cubriendo así el Vierzo y defendiendo las entradas principales de Galicia, y ocupándose activamente en instruir y adiestrar sus tropas antes de comprometerlas en un combate con los aguerridos ejércitos franceses. Aunque tenia Blake por muy inconveniente abandonar aquellas posiciones para avanzar á los llanos de Castilla como deseaba Cuesta, trazó no obstante su plan, por si la junta de Galicia accedia á las instancias de aquel. La junta, ya por no desairar al general castellano, ya por satisfacer la impaciencia de la multitud ignorante, que orgullosa con el número de las fuerzas ansiaba verlas venir á las manos con el enemigo, condescendió á sus deseos, aprobó el plan de Blake, y le dió la órden (1.o de julio) para emprender la marcha á Castilla, no sin hacerle en oficio reservado prevenciones importantes sobre la conducta que habria de seguir (1).

1) Vamos á ilustrar este interesantísimo período de la guerra de la independencia con documentos hasta hoy desconocidos, de cuya impor tancia juzgarán nuestros lectores.

La órden primera de la junta decia: «El Reino instruido del oficio que Vuecencia le ha pasado por conducto del teniente coronel don José de Zayas con fecha 22 del pasado, conviene en que V. E. ejecute el plan que

propone, cuidando siempre de cubrir el Reino y de replegarse á él en cualquier descalabro, y tambien de dejar alguna division en dicho Reino para atender à la quietud pública, recoger los alistados de las respectivas capitales que faltan, y ocurrir á algun accidente de enemigos que pueda acaecer. V. E. no necesita instrucciones militares por sus acreditados conocimientos, y solo el Reino le advierte: 1.° Que V. E. ha de mandar siempre con independencia el ejército de Galicia de que es jefe, aun cuando haga sus combinaciones con el general don Gregorio de la Cuesta, y lo 2.° que V. E. tenga particular cuidado con los traidores, porque habrá algunos que haciéndose en apariencia vasallos nobles de Fernando VII

Componian el ejército de Blake, la vanguardia, mandada por el conde de Maceda, y cuatro divisiones á las órdenes del mariscal de campo don Felipe Jado Cagigal, de don Rafael Martinengo, del marqués de Portago, y del brigadier de la real armada don Francisco Riquelme, cuyas fuerzas ascendian á unos veintisiete mil infantes, treinta piezas de campaña, y solo ciento cincuenta caballos de distintos cuerpos. Dejó la segunda division en Manzanal, y con las otras tres tomó la direccion de Castilla, adelantándose él á Benavente para conferenciar con Cuesta y combinar las operaciones. Constaba el llamado ejército de Castilla de siete cuerpos ó batallones, de á mil hombres cada uno, casi todos de nueva leva, con mil setecientos carabineros, unos cien caballos útiles del regimiento de la Reina y algunos guardias de corps. Hallábase este cuerpo en Rioseco, y á este punto se dirigió, en virtud de lo acordado, el ejército de Galicia, en número de quince mil hombres, por haber quedado en Benavente la tercera division, que constaba de cinco mil. No obstante ser mayores y mas que dobles en número las fuerzas que llevaba Blake, á pesar de las prevenciones de la junta de Galicia para que obrara con independencia sin desprenderse del mando en jefe de su ejército, y aunque no le agradaban ni el plan ni muchas de las ideas de Cuesta, tomó este el mando superior como general mas antiguo y de mas años, siendo la arrogancia y tenacidad del uno y la condescendencia del otro orígen de la desgracia que veremos pronto sobrevenir.

Al encuentro de los generales españoles habia salido de Burgos el mariscal Bessieres (12 de julio), con la division Merle completa, con la mitad de la de Mouton, y con la division Lassalle, que componian un total de mas de diez y seis mil infantes y mas de mil y quinientos caballos, soldados muchos no lo sean en la realidad, sino muy adictos á los franceses, y de un equi-litz y en Friedland. Sobre haber tenido Cuesta, no escarmende ellos veteranos, y de los que habian combatido en Auster

vocado concepto de las personas podrá resultar nuestra desgracia. En fin
el Reino de Galicia tiene fiada su suerte á V. E., su honor y su espíritu,
y espera que con el auxilio de la Providencia, que siempre protege las
causas justas, será feliz su empresa. Coruña, 1.o de julio de 1808.»>
Con la misma fecha pasó la Junta al general Cuesta el oficio siguiente:
«El Reino de Galicia ha convenido en que el general en jefe de su ejér-
cito ejecute el plan que le propuso para auxiliar las ideas de V. E., es-
perando que los castellanos agradecidos darán al ejército de Galicia pan
y vestido, quedando á cuenta de este Reino la paga de sus tropas. Sus
pueblos han pedido que su mando se cometiese á don Joaquin Blake,
por la confianza que les merece, el cual por lo mismo ha de mandarlas
con independencia, sin perjuicio de acordar con V. E. las combinaciones
que se consideren oportunas para el feliz éxito de las empresas, que es-
pera el Reino serán felices con los auxilios de la Providencia, que siem-
pre protege las causas justas.--Reino de Galicia, 1.o de julio de 1808. —
Excmo. Sr. don Gregorio de la Cuesta.»>

El oficio reservado que apuntamos en el texto decia: «El Reino con-
testa á los oficios de V. E. por si tal vez quiere examinarlos el general
don Gregorio de la Cuesta, pero en particular y con la precisa reserva
contempló preciso hacer á V. E. algunas reflexiones para que las tenga
presentes en los procedimientos militares.-El general don Gregorio de
la Cuesta será seguramente un buen español, y un hombre del mérito
que V. E. contempla; pero en la realidad pudieran hacérsele los mismos
cargos que á todos los que mandaron las provincias de España..... Los
mas de los generales que mandaban en las provincias de España fueron
sacrificados por los pueblos, y al general Cuesta pudieran hacérsele car-
gos muy graves: lo cierto es que este general no se ha decidido por Fer-
nando VII sin embargo de las órdenes que expone tenia, hasta que en
Valladolid le precisó á ejecutarlo amenazándole con la horca; y lo es
tambien que si este general y los demás de España, el Consejo de Casti-
lla y la Junta de Madrid hubieran desempeñado sus deberes, no nos ha-
llaríamos en el estado en que nos hallamos, porque pudieron por la de-
fensa de su patria y rey tratar con las ciudades y provincias, las que hoy
de nadie tienen satisfaccion sino de aquellos jefes que ellas propias han
elegido en nombre de su rey. El Reino solo confia en sus tropas y del ge-
neral que las manda, repite que el general Cuesta será militar y un ca-
ballero muy digno de elogio, y sin oponerse á sus virtudes quisiera que
las justificase con las experiencias... La proclama que V. E. ha dirigido
al Reino publicada por el general Cuesta será leida en las provincias de
España con mucho escrúpulo y mayor desconfianza: la Junta de cuatro
á cinco personas en quien quiere reunir toda la autoridad suprema de
España tendria los mismos frutos que la que se ha establecido en Ma-
drid. Entonces cuatro ó cinco hombres dispondrían á su arbitrio de la
suerte de la nacion toda, y faltando por soborno, esperanza de premio ú
otro motivo á sus obligaciones, quedaria la España esclava y entregada
al yugo extranjero. Cuatro ó cinco hombres son fáciles de ganar, ó pue-
den equivocarse en sus juicios. España no conoce mas autoridad gene-

tado con el desastre de Cabezon, el temerario empeño de desafiar las aguerridas huestes imperiales con tropas en su mayor parte nuevas é indisciplinadas en las planicies de Castilla, y con escasísima é insignificante caballería, y haber arrastrado á ello contra su dictámen y voluntad al honrado y entendido general Blake, sobre haberse engañado en creer que los enemigos venian á atacarle por el camino de Valladolid, cuando en la tarde del 13 recibió aviso de que los franceses se dirigian y aproximaban por el de Palencia, recibió con desden al mensajero, y poco faltó para que se mofara de él. Sin embargo hubo de inclinarse á creerle, y avisó á Blake, el cual inmediatamente movió sus tropas de Castromonte, Villabrájima, la Mudarra y otros pueblos en que las tenia acantonadas, y aquella misma noche las trasladó á Rioseco, donde no hallaron ni raciones, ni agua, ni prevencion ni disposicion alguna para su recibimiento. Partió no obstante aquella misma noche Blake á tomar las avenidas de Palacios, por donde en efecto venian los imperiales, subiendo varios cuerpos de aquel á las altas horas de la noche al páramo de Valdecuevas y tomando en él posicion: todo esto en tanto que

ral suprema que la de las Córtes ó Estados: estos se componen de representantes de todas sus provincias, que siempre son fieles á sus reyes, porque tienen mayorazgos propios y regularmente unos nacimientos distinguidos, con otras circunstancias que los ligan para mirar su patria y su rey como el primer objeto de sus atenciones. Los reinos formaron los ejércitos y eligieron los generales; cada uno representó y representa la soberanía por su parte, ínterin no se forman las córtes para establecer la soberanía unida... Todas estas especies y reflexiones quiere el Reino que V. E. las tenga presentes para proceder con el preciso conocimiento y con la cautela necesaria, sin confiarse demasiado del general Cuesta ni de otro alguno, á fin de evitar un peligro que nos destruya. V. E. es demasiado noble y caballero; el Reino lo tiene ya reconocido; pero V. E. debe acordarse que no conviene la mucha confianza, que nunca sobra la precaucion, y que los que piensan como hombres de bien son los engañados regularmente.-Del ejército de Galicia es V. E. jefe: sus operaciones, aun cuando sean combinadas con las del general Cuesta, han de ser siempre conservando V. E. su autoridad y el mando en jefe de sus tropas, sin sujecion ni dependencia, cuidando de replegarse hacia Galicia en caso de una desgracia...»

Noticias históricas de la vida del general Blake, recopiladas por su hijo político don José María Roman, coronel de ingenieros; manuscritas é

inéditas.

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