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él, amenazóle de muerte, y él para salvar la vida resignó el mando en don Teodoro Reding, cuyo nombre representaba el hecho mas glorioso de aquella guerra, y el cual se dedicó con ahinco á reorganizar el desconcertado ejército, que bien lo habia menester. La junta del Principado se trasladó á Tortosa. Por de pronto el general Saint-Cyr con las victorias de Cardedeu y de Molins de Rey quedó como dueño de Cataluña, pudiendo recorrerla libremente, derramando por todas partes el espanto, y en aptitud de emprender los sitios de las plazas fuertes. De modo que al finar el año 1808 los franceses dominaban en Cataluña; se enseñoreaban de Galicia, Asturias, las dos Castillas y las provincias del Norte; eran dueños de la ca pital; corrian las llanuras de la Mancha y amenazaban invadir el Mediodía.

Solo en un punto de la Península se hallaba empeñada una lucha heróica, lucha que habia de producir tal resplandor que disipara la negra oscuridad que encapotaba el horizonte de España. Sosteníase esta lucha en Zaragoza, ya célebre por su primer sitio, y que habia de inmortalizarse por el segundo que ahora sufria.

Despues de la derrota de nuestro ejército del centro en Tudela, el mariscal Moncey se situó en Aragon con su tercer cuerpo compuesto de diez y seis mil hombres. El 17 de diciembre (1808) se le incorporó allí el quinto cuerpo, que constaba de diez y ocho mil combatientes mandados por el mariscal Mortier, recien entrado en España. Hiciéronse venir de Pamplona sesenta bocas de fuego, y el general Lacoste llegó con todos los útiles de sitio, y con ocho compañías de zapadores y dos de minadores. Todas estas fuerzas reunidas se presentaron el 20 delante de Zaragoza. Palafox por su parte habia procurado fortificar del mejor modo posible aquella descubierta y vasta poblacion, que nunca podia ser plaza respetable. Habia sido recompuesto el castillo de la Aljafería, comunicándole con la ciudad por un foso revestido, y con el Portillo por una doble caponera. Se fortificaron los conventos intermedios de Huerva: se hicieron terraplenes, fosos y reductos, y se construyeron varias baterías hasta el Ebro. Un doble atrincheramiento se extendia desde allí hasta el monasterio de Santa Engracia. Levantóse otro en Monte Torrero. Reductos y flechas resguardaban el arrabal. Se hicieron cortaduras en las calles, se tapiaron los pisos bajos, se aspilleraron los altos de las casas, y se abrieron comunicaciones interiores de unas á otras. Se talaron y arrasaron las quintas, árboles y huertas que pudieran servir de abrigo al enemigo. Todos los habitantes ayudaban á estas obras con solicitud y á porfía, como la vez primera, y cada vecino habia cuidado de proveer de víveres su propia casa. Llegaron á reunirse en la ciudad veinte y ocho mil hombres con sesenta piezas; mandaba en jefe Palafox; era su segundo Saint-March; estaba la artillería al mando de Villalba, los ingenieros al de San Genís y la caballería al de Butron. Animo, energía y decision habia en todos, militares y paisanos.

Comenzaron el 21 los franceses sus ataques por las obras exteriores. Perdióse el Monte Torrero, dejando en poder del enemigo cien prisioneros y tres piezas. Saint-March, que le defendia con cinco ó seis mil hombres, al replegarse á la ciudad despues de pegar fuego al puente de América, se hubiera visto mal sin la proteccion especial de Palafox. Este funesto golpe tuvo alguna compensacion en la tarde de aquel mismo dia. El general Gazan, que habia arrollado y deshecho completamente un batallon de quinientos suizos al servicio de España, se creyó bastante fuerte para embestir tres de las baterías del arrabal. Mandaba allí don José Manso; dirigió acertadísimamente el coronel Velasco los fuegos de la artillería; el general Palafox ayudaba á todos, acudiendo donde era mayor el peligro: el resultado fué tener que retirarse Gazan con pérdida de mas de quinientos muertos, aunque otros la elevan á cifra mayor. Ello es que al dia siguiente, convencido sin duda el mariscal Moncey de que no era cosa llana apoderarse de Zaragoza, apeló á la negociacion y dirigió á Palafox una carta y despachó un parlamentario en este sentido. Contestóle el general español con mas entereza y arrogancia que elocuencia, si bien no faltaban en las respuestas frases vigorosas y conceptos que revelaban magnanimidad de cora

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zon (1). Determinaron entonces los franceses circundar la po blacion y establecer un bloqueo general, inundando Gazan el terreno de la izquierda del Ebro. Por la derecha dispuso el general Lacoste tres ataques simultáneos, contra la Aljafería, contra el puente del Huerva y contra el convento de San José. En la noche del 29 al 30 (diciembre, 1808) se comenzó á abrir trinchera, en vista de lo cual resolvieron los sitiados hacer el 31 una salida al mando del brigadier Butron, que revolviendo sobre una columna francesa y dando una intrépida carga de caballería, hizo doscientos prisioneros; accion que recompensó Palafox decorando á aquellos valerosos soldados con una cruz encarnada. A este tiempo partió Mortier con la division Suchet para Calatayud, dicen que para establecer la comunicacion entre el ejército sitiador y Madrid, y Moncey fué reemnplazado en el mando por Junot, duque de Abrantes; la causa de este cambio no la expresan; acaso les parecia Moncey hombre de carácter demasiado conciliador. Las fuerzas de Mortier fueron pronto suplidas con refuerzos llegados de Navarra. Las obras de ataque prosiguieron: el 6 de enero (1809) llegaba la segunda paralela á cuarenta toesas del convento de San José; contra este edificio y el sobrepuente del Huerva se montaron treinta cañones en diferentes baterías, que empezaron á jugar la mañana del 10. Tampoco las nuestras estuvieron ociosas; bien que débiles las paredes del convento. y cayendo al suelo lienzos y cortinas enteras, nuestros fuegos se apagaron aquella misma tarde, y una columna que salia atrevidamente á las diez de la noche del camino cubierto contra una batería enemiga fué tambien rechazada.

A las cuatro de la tarde del 11 asaltaron los franceses el convento; la descripcion que del asalto hacen sus historiadores, y el mérito que dan á la ocupacion de aquel viejo y ya desmantelado edificio, es el mejor testimonio de la porfiada resistencia de los defensores. Tambien aquí, como en el primer sitio, se hizo notable por su heroismo, al modo de la célebre Agustina Zaragoza, una jóven de veinticuatro años, llamada Manuela Sancho, nacida en la serranía. Dueños los franceses del convento, dirigieron sus ataques al reducto del Pilar y al antepuente del Huerva El primero fué arrasado el 15, reducido á escombros, y muertos la mayor parte de los oficiales que le defendian Asaltado despues el antepuente, pasaron los nuestros el rio volando el puente entre ocho y nueve de la noche. Los escritores franceses hacen elogios del valor y pericia de algunos de sus jefes en estas jornadas, especialmente de los coroneles Haxo y Sethal: distinguiéronse por nuestra parte y merecieron bien de la patria, aunque vencidos, Renovales, Limonó, La Ripa y Betbezé. Con la pérdida de aquellos dos importantes puntos quedaba casi reducida la defensa de los sitiados á las débiles tapias de la poblacion y á las paredes de las casas. A esto se decidieron sin vacilar; y en tanto que los franceses terminaban una tercera paralela y construian nuevas baterías y contra-baterías con sesenta bocas de fuego, y apoyados en los conventos de Agustinos y Santa Engracia se disponian á batir en brecha el recinto de la plaza, y á pasar el Huerva con puentes cubiertos de espaldones (del 16 al 21 de enero), los nuestros hacian salidas impetuosas; los moradores se apiñaban en los barrios de la poblacion mas lejanos del ataque; el incesante bombardeo los obligaba á guarecerse en los sótanos, y aquel agrupamiento de gentes en sitios faltos de ventilacion, y la acumulacion de enfermos y heridos, y los muertos insepultos, y la escasa y malsana alimentacion de los vivos, y la angustia y la zozobra produjeron enfermedades que á poco se convirtieron en horrorosa epidemia. Firmes sin embargo, animosos é inquebrantables se mantenian los zaragozanos.

Tampoco por fuera estaban ociosos los aragoneses. Gruesas partidas recorrian las comarcas de Tortosa y Alcañiz, molestando las columnas francesas que se destacaban en busca de carnes y víveres de que carecian los sitiadores, reducidos tambien á una racion incompleta de pan. Mientras en Alcañiz

(1) Tales como los siguientes: «Esta hermosa ciudad no sabe rendirse... Nada le importa un sitio á quien sabe morir con honor... El señor mariscal del imperio sabrá que el entusiasmo de once millones de habitantes no se apaga con opresion, y que el que quiere ser libre lo es... etc.»>

nuestros paisanos sostenían un choque sangriento con la columna del general Berthier, por la parte de Villafranca y Zuera corria el país y divertia á los franceses don Felipe Perena con cuatro ó cinco mil hombres que habia reunido. Pero en favor de los franceses ocurrió la llegada del mariscal Lannes, nombrado general en jefe del ejército sitiador, y detenido por indisposicion hasta entonces Con su presencia tomaron las operaciones mas unidad y celeridad. A Mortier le mandó volver inmediatamente de Calatayud con la division Suchet, y á Gazan que persiguiera y ahuyentara como lo hizo, la gente que andaba alrededor de Zaragoza, ordenándole que apretara el cerco por el lado del arrabal.

El 26 de enero dió Lannes á todo el ejército la órden de asaltar la ciudad por las tres brechas practicables, una frente á San José, otra cerca de un molino de aceite, y la del centro por la parte de Santa Engracia. El tañido de la campana de la Torre Nueva avisó á los aragoneses del peligro que corrian, y todos se lanzaron principalmente á las brechas. En todas se empeñó un fuego horrible de balas, de granadas y metralla, se hacian minas, reventaban hornillos, se daban combates personales encarnizados, se avanzaba y retrocedia, disputándose con la muerte y por pulgadas el terreno. El enemigo llegó á apoderarse del convento de las Descalzas y del de Capuchinos; entraron otra vez los nuestros, faltando poco para recobrarle, y habríanlo hecho sin el refuerzo que llevó á los contrarios el general Morlot que los rechazó á la bayoneta. Una parte de nuestra artillería fué tomada, pero desde las casas contiguas eran los enemigos acribillados. Sobre sciscientos españoles murieron en estos ataques; ochocientos hombres tuvieron fuera de combate los franceses, entre ellos muchos oficiales de ingenieros (1): tambien nosotros perdimos, con llanto de todo el ejército, al valiente, entendido y experimentado comandante de ingenieros San Genís, que tan importantes servicios habia prestado. Lannes tuvo que prohibir á sus oficiales avanzar á cuerpo descubierto, y para economizar sangre les mandó que solo hiciesen uso de la zapa y la mina para ir volando edificios. Oigamos cómo se expresaba este insigne mariscal en su despacho del 28 al emperador: «Jamás he visto, señor, un encarnizamiento igual al que muestran nuestros enemigos en la defensa de esta plaza. He visto á las mujeres dejarse matar delante de la brecha. Cada casa requiere un nuevo asalto.....» Y despues: «El sitio de Zaragoza en nada se parece á nuestras anteriores guerras. Para tomar las casas nos vemos precisados á hacer uso del asalto ó mina. Estos desgraciados se defienden con un encarnizamiento de que no es fácil formarse idea. En una palabra, señor, esta es una guerra que horroriza. La ciudad arde en estos momentos por cuatro puntos distintos, y llueven sobre ella centenares de bombas; pero nada basta para intimidar á sus defensores. Al presente trato de apoderarme del arrabal, que es un punto importantísimo... etc.>>

Decia esto último despues de haber enviado un parlamentario que trajo por respuesta estar resueltos á defender hasta la última tapia; despues de haber dado mortíferos é inútiles combates para tomar los conventos de San Agustin y Santa Mónica; despues de haberse disputado la posesion de una manzana de casas contigua á Santa Engracia, no solo casa por casa, sino piso por piso, y habitacion por habitacion. «Cuando se lograba entrar en una de ellas, dice un historiador francés, ora por las aberturas que habian practicado los españoles, ora por las que hacian nuestras tropas, lanzábanse sobre ellos á la bayoneta... Pero frecuentemente solian dejar tras de sí, ó en los desvanes, algunos tenaces enemigos... y nuestros soldados tenian bajo sus piés ó sobre su cabeza combatientes que disparaban á través de los pisos... A veces solian poner sacos de pólvora en las casas, cuyo primer piso habian conquistado, y hacian saltar los techos y á los defensores que los ocupaban. En otras hacian uso de la mina y volaba el edificio entero. Mas cuando la destruccion era muy grande, veíanse obligados á marchar á descubierto de los tiros de fusil, y la experiencia de algunos dias les enseñó á no cargar la mina con exceso...»

(1) Estas cifras están tomadas de los estados oficiales existentes en el archivo de la Guerra de Francia.

De este modo lograron irse apoderando de algunas casas y conventos, sufriendo dentro de cada edificio un sangriento combate, teniendo que marchar los franceses siempre por debajo de mina, y hallando de seguro la muerte los que tenian que andar al descubierto, aunque se resguardasen con tablones; los dueños de las casas las incendiaban si esperaban abrasar dentro de ellas á los enemigos; así llegaron estos hasta el Coso, habiendo empleado en estas sangrientas lides desde el 26 de enero hasta el 7 de febrero, habiendo perdido en ellas al general Rostoland, al bizarro y hábil Lacoste, y quedando mal heridos otros jefes.

Ansioso Lannes de avivar las operaciones de tan desastroso sitio, ordenó á Gazan que embistiera el arrabal, lo cual ejecutó atacando con veinte piezas de grueso calibre el convento de franciscanos de Jesus, abriendo ancha brecha y desalojando de él unos trescientos españoles. Mas al querer penetrar en el contiguo de San Lázaro situado á la orilla del Ebro, halló tal resistencia que se vió forzado á retroceder. Enviáronle toda la artillería de la derecha, merced á lo cual logró entrar en San Lázaro, en cuya magnífica escalera se empeñó tan sangrienta lucha entre franceses y españoles, que solo terminó con la muerte de casi todos estos.

Con la ocupacion de aquel edificio quedó cortada la retirada á nuestras tropas del arrabal, pues al querer repasar el puente, era tal el fuego que los enemigos hacian que parecia brotar llamas las aguas del Ebro; muy pocos consiguieron franquearle, y aquel dia se perdieron, entre muertos, heridos y prisioneros, mas de dos mil hombres. Cincuenta piezas colocaron los franceses para arruinar las casas situadas á la orilla derecha y en el pretil del rio. Y entre tanto, en el centro de la ciudad, franceses y españoles minaban y contraminaban el paso del hospital de los locos al convento de San Francisco: cargaron aquellos su mina con tres mil libras de pólvora, y fingiendo un ataque abierto, y apresurándose los españoles á ocupar todos los pisos del convento esperándolos allí á pié firme, oyóse una espantosa detonacion que estremeció toda la ciudad; una compañía del regimiento de Valencia voló toda entera por los aires juntamente con los escombros del convento. Al través de ellos se lanzaron los franceses á la bayoneta hasta desalojar á los españoles. Pero muchos de ellos se subieron al campanario, y sobre el tejado de la iglesia tuvieron serenidad para abrir un boquete en la bóveda, y por ella arrojaron tantas granadas de mano que ahuyentaron de allí á los franceses. Recobraron estos sin embargo al dia siguiente aquel punto. En todas partes los frailes habian exhortado con su palabra y animado con el ejemplo, manejando la espada ó la carabina. Las mujeres suministraban cartuchos, y peleaban tambien. Los franceses seguian minando el Coso para hacer saltar las casas de ambos lados.

Sucedia esto cuando la epidemia estaba arrebatando trescientas cincuenta víctimas por dia. Entraban diariamente en los hospitales sobre cuatrocientos enfermos; para los que en ellos cabian faltaban medicinas y no habia alimentos; costaba una gallina cinco pesos fuertes; los que no cabian morian abandonados en las casas ó en las calles; no habia tiempo ni espacio para enterrar los muertos; estaban los cadáveres hacinados delante de las iglesias y entre los escombros, infestando la atmósfera; muchos deshacian y desgarraban las bombas que caian, ofreciendo sus mutilados y esparcidos miembros un espectáculo horrible. Los vivos, flacos, macilentos, extenuados, parecian espectros errantes en medio de un vasto cementerio. El mismo Palafox, atacado de la enfermedad reinante, se hallaba á las puertas de la muerte; en la noche del 18 al 19 tomó el mando una junta que presidia el regente de la audiencia don Pedro María Rie; y todavía no faltaba quien propusiera se ahorcase á todo el que hablara de rendicion ó diera indicios de desfallecimiento.

Por su parte los soldados franceses, cansados de lucha tan obstinada y terrible, y viendo que en mas de cuarenta dias solo habian logrado conquistar las ruinas de dos ó tres calles, murmuraban y se preguntaban unos á otros: «¿Se nos ha traido á perecer todos aquí? ¿Se ha visto nunca semejante modo de hacer la guerra? ¿En qué piensan nuestros jefes? ¿Han olvidado su oficio? ¿Por qué no se aguardan nuevos re

sido arruinados ó destrozados por las bombas y balas, perdiéndose entre otras preciosidades la rica biblioteca de la universidad y la preciosa coleccion de veinte mil manuscritos del convento de San Ildefonso. La pérdida de los franceses fué tambien grande: su mejor oficialidad sucumbió allí.

fuerzos y nuevo material para enterrar á estos furiosos bajo, cido cerca de cincuenta mil. Los mas de los edificios habian las bombas, en vez de hacer que nos vayan matando uno á uno por la triste gloria de apoderarse de algunos sótanos y de unos cuantos desvanes?» Procuraba Lannes reanimarlos, diciendo que era imposible que los enemigos defendieran todas las calles con el mismo teson; que la energía tenia su término; «un esfuerzo mas, les decia, y pronto sereis dueños de la ciudad en que la nacion española tiene cifradas todas sus esperanzas, y pronto recogereis el fruto de todos nuestros trabajos y penalidades.» Siguió la lucha, y siguieron los estragos.

No ponderemos nosotros el mérito de los españoles en este memorable sitio. Oigamos á un historiador francés, dado por lo comun á rebajar las cosas de España: «Ningun otro sitio, dice, podria presentar la historia moderna que se pareciese al cerco de Zaragoza: para encontrar en la antigua escenas semejantes á las que allí ocurrieron era preciso remontarse á tres ejemplos, Numancia, Sagunto ó Jerusalen. Y á decir ver dad, aun sobrepujaba el horror del acontecimiento al de los acontecimientos antiguos, á causa del poder de los medios de destruccion inventados por la ciencia..... La resistencia de los españoles fué prodigiosa..... etc. » Y otro. «La alteza de ánimo que mostraron aquellos moradores fué uno de los mas admirables espectáculos que ofrecen los anales de las naciones despues de los sitios de Sagunto y Numancia (1). »

Tal fué el término de esta segunda campaña en nuestra lucha de independencia; campaña que nos fué funesta en Espinosa, en Burgos, en Tudela, en la Coruña, en Uclés, fatal y gloriosa en Zaragoza; que fué notable por la presencia de Na

Al tiempo que Gazan hacia jugar sus cincuenta cañones para destruir las casas del arrabal, pegóse fuego á dos hornillos en una mina que se habia practicado debajo de la Universidad, cargados con mil quinientas libras de pólvora cada uno; voló aquel gran edificio con horroroso estrépito, abriéndose dos anchas brechas, por donde penetraron al instante á la bayoneta dos batallones, y se apoderaron de la cabeza del Coso y de los dos costados. Todavía los nuestros hicieron esfuerzos increibles de valor en otros edificios y en otras calles. Pero apenas quedaba ya en pié la tercera parte de los combatientes, y estos escuálidos y demacrados. Situacion tan angustiosa era insostenible. Los jefes militares convocados por la junta trazaron un tristísimo cuadro de los medios de defensa; algunos vocales opinaron por seguir resis-poleon en España, por la retirada de los ingleses, por el setiendo hasta perecer todos; la mayoría se inclinó á capitular, y un parlamento fué enviado á Lannes á nombre de Palafox, aceptando con alguna variacion las ofertas que este habia hecho dias antes. Despachada la propuesta por el mariscal francés, pidió la junta una suspension de hostilidades, y envió al cuartel general algunos de sus individuos con el presidente Ric. Agrias y poco conciliadoras contestaciones mediaron todavía entre este magistrado y el general enemigo. Por último, despues de algunas réplicas convinieron los comisionados en la siguiente capitulacion, dictada por Lannes:

Artículo primero. La guarnicion de Zaragoza saldrá mañana 21 al medio dia de la ciudad con sus armas por la Puerta del Portillo, y las dejará á cien pasos de la puerta mencionada.

Art. 2. Todos los oficiales y soldados de las tropas españolas prestarán juramento de fidelidad á S. M. Católica el rey Napoleon I.

Art. 3. Todos los oficiales y soldados españoles que hayan prestado juramento de fidelidad, podrán, si quieren, entrar al servicio para la defensa de S. M. Católica.

Art. 4. Los que no quieran tomar servicio irán prisioneros de guerra á Francia.

Art. 5. Todos los habitantes de Zaragoza y los extranjeros, si los hubiere, serán desarmados por los alcaldes, y las armas se entregarán en la Puerta del Portillo al medio dia del 21.

Art. 6. Las personas y las propiedades serán respetadas por las tropas de S. M. el emperador y rey.

Art. 7. La religion y sus ministros serán respetados: se pondrán guardias en las puertas de los principales edificios. Art. 8. Mañana al medio dia las tropas francesas ocuparán todas las puertas de la ciudad y el palacio del Coso.

Art. 9. Mañana al medio dia se entregarán á las tropas de S. M. el emperador y rey toda la artillería y las municiones de toda especie.

Art. 10. Las cajas militares y civiles todas se pondrán á disposicion de S. M. Católica.

Art. 11. Todas las administraciones civiles y toda clase de empleados prestarán juramento de fidelidad á S. M. Católica.

La justicia se ejercerá como hasta aquí y se hará en nombre de S. M. Católica José Napoleon I-Cuartel general delante de Zaragoza, 20 de febrero de 1809.-Firmado.-Lannes. En su virtud el 21 de febrero (1809) desfilaron fuera de la ciudad diez mil infantes y dos mil jinetes, pálidos y desencajados, por delante de los soldados franceses, los cuales, depuestas por aquellos las armas, entraron en la infortunada ciudad, en que solo se veian ruinas y cadáveres en estado de putrefaccion. Sesenta y dos dias habia durado el sitio. De cien mil habitantes, entre vecinos y refugiados, habian pere

gundo reconocimiento del rey José en Madrid; campaña que habria desalentado otros espíritus y desarmado otros brazos que no fuesen los de los españoles peleando por la independencia de su patria, por su religion y por su libertad (2).

CAPITULO VI

El rey José y la Junta Central.-Medellin.-Portugal.-
Galicia. Cataluña
(De marzo á junio)

1809

Triste situacion de España y sus ejércitos á principios de este año.-Felicitaciones de españoles al rey José. Decreto de la Central contra ellas.-Esfuerzos del rey intruso para hacerse partido en España: sus providencias.-Creacion de una Junta criminal extraordinaria.-Reglamento de Policía.-Tiranías y arbitrariedades que se ejecutaron.— Medidas análogas tomadas por la Central.-Cambia el nombre y la indole de las juntas.-El grito de insurreccion resuena en todos los dominios españoles de ambos mundos.-Las colonias de América suministran cuantiosos donativos á España.-La Central declara que deben tener representacion nacional en la metrópoli.-Simpatías y auxilios de Inglaterra.-Peligro de romperse esta amistad.-Operaciones milires.-Fuerzas francesas en España.-Confianza y planes de Napoleon, -Operaciones de la Mancha.-Cartaojal y Alburquerque.-Descalabro de Ciudad-Real.-Mal resultado de sus rivalidades.-Extremadura: Víctor y Cuesta-Lamentable derrota de Medellin.- Retirada de Cuesta. Conducta de la Central con este general y su ejército.- Tratos del rey José con la Central.-Firmeza de la junta: dignidad de Jovellanos.-Empresa de Soult sobre Portugal.-Marcha difícil.-Penetra en Braga.-Toma á Oporto.-Indiscreta conducta y permanencia en aquella plaza.-Extraña conspiracion.-Es descubierta y castigada.-Nuevo ejército inglés en Portugal.-Arroja á Soult de Oporto. -Desastrosa retirada del general francés á Galicia.—Sucesos de esta provincia.- Expedicion del marqués de la Romana á Asturias-Insurreccion del paisanaje gallego. Partidas y guerrillas.-Importantes servicios que hacen.-Reconquista de Vigo.-La division del Miño.Conducta de Romana en Asturias. Sucesos del Principado.-Vuelve Romana á Galicia huyendo de Ney y de Kellermann.-Entrevista de Soult y Ney en Lugo; se dividen.-Accion del Puente de San Payo: Morillo.-Retirada de Soult á Castilla.-Idem de Ney.-Entra Ballesteros en Santander.-Peligro que corre.-Se embarca.-Viene Romana hácia Astorga.-Portugal, Galicia y Asturias libres de franceses.Castilla.—Guerrillas y guerrilleros célebres.-Cataluña.—Saint-Cyr y Reding.-Derrota del ejército español en Valls.-Saint-Cyr en Barcelona.-Digno y patriótico comportamiento de las autoridades civiles. -Muerte de Reding.-Sucédele Coupigny.—Salida del rey José á la Mancha, y su regreso á la corte.-Situacion militar de España en junio de 1809.-Reflexiones.

Victoriosas por todas partes las armas francesas á fines

(1) Thiers, y Rogniat.

(2) Para esta sumaria relacion del segundo sitio de Zaragoza (porque

TROFEO CONMEMORATIVO DE LOS SITIOS DE ZARAGOZA

(1808 Y 1809)

REFERENCIAS

1-1. Medallas de distincion que llevaba en las bocamangas la heróica Agustina Zaragoza. 2-2. Cintas con las cruces de los dos sitios, que llevaba la misma pendientes del cuello. 3-3. Las expresadas cruces.

4-4. Espada y baston del general Palafox, defensor de Zaragoza.

5-5. Sable y rodela del célebre Mariano Cerezo.

6-6. Charreteras de Agustina Zaragoza.

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Los objetos señalados con los números 1, 2, 3 y 6, los conserva en Madrid la hija de Agustina Zaragoza; los marcados con el 4, se guardan en el Museo de Artillería de Madrid; los 5 y 7 en el Museo arqueológico de Zaragoza, y los 8 y 9 en la Basílica de la Vírgen del Pilar de la propia ciudad.

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