Imágenes de páginas
PDF
EPUB
[graphic][merged small]

A Sociedad "Sánchez Oropesa," cumpliendo una de las obligaciones que

se impuso en sus estatutos, y realizando uno de sus más vivos deseos, inaugura en esta noche sus trabajos literarios. No estando aún definitivamente organizada la sección que debe tomar á su cargo estas tareas, no ha hecho la elección de Presidente, y por este motivo, siéndolo yo de la Sociedad, me ha tocado dar principio á nuestros estudios, leyendo este discurso. ¡Empeño doblemente satisfactorio para mí, porque me proporciona la oportunidad de dar un testimonio público de agradecimiento á las personas que han organizado esta modesta fiesta de familia, y de decir algo en elogio de las letras á cuyo culto he consagrado los

breves ratos de solaz que he robado á ocupaciones de otro género!

¡Grato es para nosotros, señores, vernos tras largos años de apartamiento y de des. vío, reunidos de nuevo en esta casa, que fué el abrigo de nuestra infancia, y el limitado teatro donde se desarrollaron las variadas é interesantes escenas de nuestra primera juventud! El amor puro y desinteresado de las ciencias y de las letras tiene para nosotros dobles atractivos, cuando viene unido al recuerdo de nuestros pesares comunes y de nuestras comunes alegrías. Al través de los años nos reconocemos todos como miembros de una sola familia, y alimenta. dos por la misma doctrina, conservando las mismas tradiciones, hemos puesto nuestra asociación bajo el amparo de un nombre por todos venerado, consagrando así la me. moria de un sacerdote respetable, cuyos beneficios han llegado hasta nosotros.

Pero si han sido grandes y sinceros mis deseos de obsequiar la invitación que se me ha hecho de hablar en esta ocasión no han sido menores las dificultades que he experimentado cuando me he detenido á meditar por un momento, en el asunto que debiera elegir como tema de este discurso Se trata, señores, de un discurso inaugural, y éste debiera ser una obra pulida y acabada, mo

delo en el arte del bien decir, producción digna de vuestra cultura y del renombre de nuestra sociedad; debiera ser un cuadro compendiado sí, pero brillante, lleno de mo. vimiento y de calor, de las bellezas sin cuento de la literatura general. La persona á quien hubieseis encomendado este discurso debería someter à vuestra consideración algunas apreciaciones nuevas sobre la lite ratura contemporánea, debería hacer la exposición clara y completa de sus ideas literarias; ó cuando menos, presentaros algo que fuese como el programa de nuestros estudios subsecuentes.

Pero nada de esto he podido hacer yo: diré más, nada de esto convenía que hiciese. La índole de esta reunión, repugnaría todo estudio dilatado y prolijo, y cualquiera de los asuntos que he indicado, exigiría para ser tratado con mediano acierto, un ámplio desarrollo.

He preferido pues, aun á riesgo de infrin gir aquella conocidísima regla de oratoria que nos prohibe hablar de nosotros mismos en nuestros discursos, evocar mis recuer. dos personales. Me ha parecido que de esta manera podría tal vez llegar á descubrir cual es el origen de ese secreto atractivo que tiene para nosotros el cultivo de la bella literatura, en cuyo elogio nos legó la

antigüedad clásica por boca de Cicerón aquellas magníficas frases tan frecuentemente repetidas; aquellas palabras tan hermosas, sobre la utilidad y el deleite que proporciona el cultivo de las letras. ¡Tal vez de esta manera logremos formarnos una idea clara del fin que nos proponemos en nuestros estudios!

Os he dicho que para explicar mi pen. samiento tendría que evocar mis recuerdos personales.

Me encontraba yo en la adolescencia, Los pesares que turbaron la tranquilidad de los primeros años de mi vida, habían modificado notablemente mi caracter, ántes festivo y bullicioso. Natural era que después de haber visto á la muerte visitar aquella humilde morada asilo de paz y de ventura, y á la miseria llamar á las puertas de aque. lla casa, donde reinaba antes un modesto bienestar, y se albergaban tan gratas ilusiones al abrigo de un padre cariñoso; era natural, repito, que mi alma se encontrase atormentada por profundos dolores, y que como todos los desgraciados buscase en la soledad y en el comercio con los libros, aquellos consuelos que no se encuentran en el trato de los hombres y en el bullicio de las ciudades.

Dominado por estos sentimientos me di

rigí un día á uno de esos poéticos lugares que tanto abundan en las cercanías de nuestra hermosa ciudad.

Un sol canicular agostaba las plantas y hacía que se doblasen como desfallecidos sus delicados tallos. Los frondosos árboles, más comunes entonces que ahora, en los lugares inmediatos á los sitios poblados de la ciudad, apénas si prestaban algún abrigo á los pájaros, que silenciosos buscaban en su tupido follaje un lugar en que librarse de los ardores del sol. Escuchábase apénas el zumbido de los insectos, y allá á lo lejos, de tiempo en tiempo, el de alguna oveja descarriada, el ronco crujir de las ruedas de algún carro, ó el cantar agudo y melancólico del humilde labrador, dirigiendo el tardo paso de sus bueyes.

Llevaba yo un libro bajo el brazo. Era uno de tantos que la casualidad había hecho caer en mis manos, y que devoraba con verdadera ansiedad.

Le abrí al acaso, y encontré un artículo firmado Aimé Martin, nombre para mí, en aquel entonces, enteramente desconocido Comencé á leerle: se intitulaba "Los Mun. dos imaginarios." Se explicaba en él con en cantadora sencillez la insuficiencia de la vida real para satisfacer las necesidades del espíritu, dar cumplido lleno á las inextin

« AnteriorContinuar »