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RECUERDO DE NÁPOLES Y POMPEYA.

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JONSAGRADAS estas breves líneas á avivar uno de los más agrada

bles recuerdos de nuestra vida, no intentamos describir en ellas toda las bellezas que encierra la antigua Parthenope, ni dar á nuestros lectores noticias estadísticas que á mano encontrarán en cualquier diccionario geográfico ó guía del viajero; y menos todavía, detenernos en consideraciones políticas acerca del estado actual del nuevo Reino de Italia; que á tanto no llegan ni nuestros alientos ni nuestras pretensiones. Queremos solamente hacer participar. á nuestros lectores de las impresiones gratísimas que experimentamos al desembar

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car en Nápoles el 7 de Mayo de 1888, consignando aquí nuestros recuerdos personales.

Fué para nosotros un doble motivo de placer el llegar á la ciudad por la parte del mar, pues si bien todos los viajeros pueden embarcarse y se embarcan de ordinario, para contemplar desde la bahía el hermoso espectáculo que la ciudad ofrece á sus miradas, las impresiones que entonces reciben, vienen ya debilitadas por todas las anteriores; mientras que para el que descubre por primera vez la ciudad de Nápoles, desde la cubierta de un navío, que le ha servido de morada durante los días tediosos de la navegación, todo es sorprendente, todo es admirable. Al placer que causa siempre el saltar á tierra, sobre todo si la navegación ha sido larga y penosa, se une el de admirar uno de los más hermosos espectáculos que es dado contemplar. Es opinión común de los viajeros, que la bahía de Nápoles, sólo puede compararse en hermosura á la bahía de Constantinopla.

Habiendo tenido á la vista todo el día seis las costas de Cerdeña, en las cuales descubríamos una cordillera de montañas más ó menos elevadas, pero desnudas de vegetación, el día siete pasamos cerca de la poética Ischia y más tarde llegamos á percibir la

célebre Capri, presentándose poco después á nuestra vista la majestuosa mole del Vesubio.

Es esta como todos saben, una montaña de forma cónica, desnuda de vegetación, de color sombrío, que se eleva á una altura de 1,20) á 1,300 metros sobre el nivel del mar Cuando la contemplamos por primera vez, al llegar á Nápoles en una hermosa tarde de Mayo, sirviendo de límite por el S. E al arco que la ciudad describe, un tenue penacho de humo salía de su cráter, semejando á la lige. ra nubecilla que se escapa de un inmenso vaso funerario. En la noche la vimos arrojar algunas llamaradas cárdenas y azuladas.

No es fácil describir la impresión que causa en el ánimo la contemplación de aquel magnífico panorama La ciudad, que se extiende en forma de anfiteatro tendida en la falda de hermosas y verdes colinas, en un espacio de veinticuatro kilómetros, comprendiendo los pueblos que la rodean y que casi han llegado á confundirse con ella, desde Pozzilipo hasta Castellamare, presentáse á la vista asombrada del viajero, como uno de esos cuadros encantadores que difícil. mente se borran de la memoria. Jardines, preciosas arboledas, colinas cubiertas de verdura, á cuyos pies se miran agrupadas formando una extensa línea y en vasta gra

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