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CAPÍTULO V

ALFONSO III (EL FRANCO) EN ARAGÓN

De 1285 á 1291

Opónense los aragoneses á que se intitule rey de Aragón hasta que reciba la corona y les confirme sus fueros.-Razón que dió el monarca para haber usado aquel título. -Pretenden los de la Unión que el consejo y casa real se ordenen á gusto y acuerdo de las cortes: respuesta de Alfonso.-Proceden por sí los ricos-hombres á nombrar el consejo del rey.-Escisión entre los ricos-hombres.-Exageradas pretensiones de los de la Unión: su empeño en cercenar las atribuciones de la corona: firme y severa conducta del rey.- Insistencia de los ricos-hombres; cede el monarca y les otorga el famoso Privilegio de la Unión: explícase lo que era éste.-Renuncia el príncipe de Salerno sus derechos á la corona de Sicilia en don Jaime, hermano de Alfonso de Aragón: toma posesión del reino.-Relaciones del monarca aragonés con Roma, Sicilia, Francia, Inglaterra, Mallorca, Navarra y Castilla.-Tregua con Francia por mediación del rey de Inglaterra.-Tratado de Olorón entre el aragonés y el inglés. -Reclamaciones y dificultades por Francia y Roma.-Negociaciones, embajadas y conferencias entre príncipes.-Vistas de tres reyes y tratado de Canfranc.-Reto entre el de Mallorca y el de Aragón.-Corona el papa al príncipe de Salerno como rey de Sicilia.-Conflictos.-Negociaciones para la paz general.—Capitulaciones de la paz de Tarascón, humillantes para el aragonés.-Justas quejas del de Sicilia.Muerte de Alfonso III de Aragón: su carácter.-Jaime II, rey de Aragón y de Sicilia.

Causa admiración en verdad ver cuán someramente han tratado nuestros historiadores generales las cosas de Aragón en estos siglos, siendo como era la monarquía aragonesa en la época que vamos recorriendo el más importante de los Estados españoles, así por lo que se extendía fuera de la Península, como por el respeto que inspiraba en las naciones extranjeras su poder, así por la fama del esfuerzo y brío de sus habitantes y de su pujanza naval, como por la singular organización de su gobierno, que, aun con los defectos de que adoleciera, ha sido siempre y será todavía objeto de admiración para los políticos y para los hombres pensadores de todos los tiempos. En el breve pero fecundo reinado de Alfonso III vamos á ver hasta qué punto eran ya avanzadas las ideas de libertad y sus teorías de gobierno en aquel insigne pueblo, y hasta dónde rayó la arrogancia de los ricos-hombres y caballeros aragoneses y su altivez, hija del sentimiento de su dignidad.

A la muerte del gran rey Pedro III y en conformidad á la orden que en los últimos momentos de su vida había dado á su primogénito y heredero Alfonso, había éste llevado á cabo su expedición á Mallorca en unión con el célebre almirante Roger de Lauria, y sometido á la obediencia del rey de Aragón aquella isla; empresa fácil por la disposición de los ánimos de los mallorquines, que ofendidos de los malos tratamientos que recibían del rey don Jaime, y teniendo presente su desleal comportamiento con el rey de Aragón su hermano, sin gran dificultad se sometieron á la corona aragonesa y prestaron juramento de homenaje y fidelidad en ma

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TORRE DE GUZMÁN EL BUENO, EN TARIFA (COPIA DIRECTA DE UNA FOTOGRAFÍA)

nos del príncipe. Y como llegase allí á tal tiempo la noticia del fallecimiento de don Pedro de Aragón su padre (1285), tomó el infante don Alfonso título de rey de Aragón, de Mallorca y de Valencia, y conde de Barcelona, según que su padre lo dejaba ordenado en el testamento, y según que en las cortes del reino había sido ya reconocido y jurado como príncipe heredero y sucesor inmediato; con nombre, pues, de rey escribió ya á las cortes aragonesas reunidas en Zaragoza, avisando la reducción de la isla. Ofendió á los ricos-hombres, mesnaderos y caballeros de la Unión que se intitulase rey y procediese á hacer donaciones y mercedes antes de haber prestado el juramento de guardar los fueros, privilegios y franquicias del reino, y acordaron (enero, 1286) enviarle un mensaje requiriéndole que viniese luego á Zaragoza á otorgar y jurar los fueros, usos y costumbres de Aragón, y á recibir la corona y la espada de caballero, y que entretanto y hasta que esto se cumpliese se abstuviera de llamarse rey de Aragón y de obrar como tal. Mas para que no tuviese por desacato el no darle por escrito el título de rey, tomaron el partido de que los mensajeros fuesen sin cartas y le explicasen sólo de palabra el objeto de su misión.

Mientras esto se trataba, don Alfonso, sometida también la isla de Ibiza y después de haber, enviado al almirante Roger de Lauria á Sicilia para asegurar á su hermano don Jaime que le sostendría y valdría con todas sus fuerzas en la posesión de aquel reino. habíase embarcado ya para el suyo de Valencia. Encontráronle en Murviedro los mensajeros de la Unión, y expuesto allí el objeto de su viaje. respondió don Alfonso con gran mansedumbre, que si él se había intitulado rey era porque los prelados. condes, barones y ciudades de Cataluña le habían nombrado así en cartas que le dirigieron á Mallorca, y no le pareció conforme á razón que cuando ellos le titulaban rey de Aragón, y cuando podía llamarse rey de Mallorca, que acababa él mismo de conquistar, se intitulase infante de Aragón y rey de Mallorca; mas que de todos modos tan pronto como hiciese las exequias á su padre en el monasterio de Santas Creus, iría á Zaragoza y cumpliría lo que la Unión deseaba. Así lo ejecutó tan luego como hizo las honras fúnebres á su padre, recibiendo en Zaragoza la corona de rey (9 de abril) de mano del obispo de Huesca en ausencia del arzobispo de Tarragona, y protestando como su padre, «que no era su intención recibirla en nombre de la Iglesia, ni por ella, ni menos contra ella; y que se entendiese también que no reconocía el censo y tributo que su bisabuelo el rey don Pedro II había concedido al papa:» declaración importante siempre, pero mucho más en aquellas circunstancias, en que pesaban todavía sobre el reino las terribles censuras de Roma. Seguidamente juró ante las cortes guardar y mantener los fueros, usos, costumbres, franquicias, libertades y privilegios de Aragón en todas sus partes y en todos tiempos.

Pero esto no bastaba ya á los hombres de la Unión, y pretendieron muchos de ellos con ahinco que la casa y el consejo del rey se hubiera de reformar y ordenar á gusto de las cortes y con acuerdo y deliberación suya Respondió el rey á esta demanda que semejante cosa ni había sido usada nunca con sus antecesores, ni era obligado á ella por fuero ni por

el Privilegio general; pero que arreglaría su casa y consejo de tal modo, que los hombres de la Unión y el reino todo se tendrían por contentos. Tampoco satisfizo esta contestación, aunque prudente, á los exigentes ricos-hombres, pero en este punto pusiéronse muchos de ellos, acaso los más, del lado del rey, teniendo la pretensión por exagerada, y no apoyada en los fueros, lo cual produjo escisiones y discordias entre los mismos de la Unión. Vióse, no obstante, el rey tan importunado por los primeros, que se salió de Zaragoza, enviando á decir que ni consentía en hacer tal ordenanza ni por entonces volvería á Zaragoza, porque le llamaban á Cataluña atenciones graves y urgentes. Los mismos ricos-hombres y mesnaderos, divididos entre sí, acordaron someter la cuestión al juicio y decisión de árbitros que se nombraron por ambas partes; pero los árbitros se desavinieron también, y no hicieron sino agriar más la querella. Congrega

Barcelona

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ALFONSO HII DE ARAGÓN Y II DE BARCELONA

dos otra vez más adelante (junio, 1286) los de la Unión en Zaragoza, teniéndose por agraviados de la manera como había salido el rey de la ciudad, intimáronle, so pretexto de ser necesaria su presencia para tratar asuntos graves del reino, que volviese á Zaragoza, donde habría de revocar también algunas donaciones y enajenaciones que había hecho sin consejo de los ricos-hombres y contra el Privilegio general. Procedieron en seguida á nombrar por sí y entre sí los que habían de componer el consejo del rey, que fueron cuatro ricos-hombres, cuatro mesnaderos, cuatro caballeros y dos representantes de cada una de las ciudades. Renovaron la jura de la Unión, obligándose á ayudarse y valerse todos entre sí con sus personas y haciendas; y por último enviaron á decir al rey, que si no cumplía todas sus demandas, no solamente se apartarían de su servicio, sino que le embargarían todas las rentas y derechos que tenía en el reino. A tan atrevida intimación contestó el rey que habría su acuerdo, y que enviaría á los de la Unión sus mensajeros con la respuesta de lo que

deliberase.

Alfonso III, después de haber celebrado cortes en Valencia, en que confirmó á los valencianos sus respectivos fueros y privilegios, convocó las de aragoneses en Huesca para tratar los asuntos de los de la Unión. Expuso allí el rey con mucha firmeza que las peticiones que le hacían eran de calidad de no deberse otorgar ni cumplir, máxime no concurriendo en ellas todos los de la Unión y no estando contenidas en el Privilegio general. La inesperada entereza del monarca desconcertó á los peticionarios, y acabó de dividir á los ricos-hombres, ya harto discordes entre sí,

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