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mientos de enseñanza. A esta época pertenece la definitiva constitucion de las universidades de Zaragoza y Valencia; la de Alcalá queda completamente organizada por el gran Jimenez de Cisneros; créanse ó se reforman tambien las de Barcelona, Sevilla, Granada y Toledo; mas tarde las de Oviedo y Santiago; y finalmente, es tan profuso en esto el siglo XVI, que como en su lugar veremos, pasan de treinta las universidades que solo en la Península llegaron á contarse. Reyes, prelados y magnates rivalizan en este punto, construyendo edificios magníficos para toda clase de escuelas, dotándolas espléndidamente, y atrayendo con brillantes recompensas á los maestros de mas nombradía. Aquellos cuyos recursos no alcanzan á tanto, fundan cátedras de latinidad ó dejan legados á conventos, con la obligacion de abrir aulas para ciertas materias, principalmente humanidades, lógica y teología. Jamás hubo na. cion donde los medios de aprender se halláran en tanta abundancia, pues no solo estaba generalmente adoptado el sistema de enseñanza gratuita, sino que ademas multitud de colegios brindaban con su asilo à la numerosa juventud que se apresuraba á disfrutar de tan altos beneficios.

La masa general del pueblo permanecia, no obstante, en la ignorancia; porque como mas adelante veremos, la instruccion primaria yacia en completo abandono, dándose precio únicamente á los estudios superiores. Pero el mismo pueblo, merced á la profusion con que estos estudios se promovian, hallaba camino para que gran número de sus hijos saliese de su humilde condicion, pudiéndose elevar hasta las mas altas dignidades. A nadie se le preguntaba su origen: se atendia solo á su saber; y cada estudiante, por pobre que fuese, veia en perspectiva, como premio de su aplicacion y talento, una mitra, una toga, un asiento en los consejos del Estado. Asi los claustros, la Iglesia, los tribunales se llenaban de una inmensa multitud que contribuia poderosamente á aumentar el caudal intelectual de España; pero que por una triste consecuencia, dejaba despoblados los campos y los talleres, que fueron visiblemente decayendo.

¿Cuál era entonces el sistema de enseñanza que prevalecia en tan considerable número de establecimientos literarios? Sistema general, ninguno; pues no habia llegado la época en que, asi en este como en los demas ramos de la administracion, los gobiernos han creido necesario sujetarlo todo á un pensamiento uniforme, á una pauta comun, estableciendo por donde quiera unidad y simetría. Era por el contrario el tiempo de la diversidad, del privilegio. La misma autoridad suprema se

creia exenta del cuidado de dirigir las escuelas, dejándolas á merced de sus patronos, ó entregadas á sí propias, y contentándose cuando mas con algunas lejanas visitas. Cada universidad tenia los estudios que le permitian sus recursos, sin mas regla que la voluntad del fundador ó las prescripciones de la Santa Sede, y gobernándose por sus particulares estatutos. Ni aun dentro de cada universidad se conocia un órden fijo, un método invariable, un cuerpo de doctrina para cada facultad, sino que establecidas cátedras para varios autores, tratados ó sistemas, el escolar seguia las que mas le acomodaban, sujeto solo á la asistencia mal probada de cierto número de años, y á la sustentacion de los actos que cada grado exigia. La diversidad en esto era grande, y puede decirse que existia entonces casi en su mayor latitud la libertad de enseñanza; pero libertad limitada por el espíritu de la época en que predominaba sobre todas las ciencias y estudios el respeto á la autoridad de los grandes maestros, el apego á ciertos libros considerados como el último esfuerzo del entendimiento humano, y la influencia de doctrinas arraigadas que se tenia por locura ó profanacion poner en duda. Epoca de erudicion mas bien que de exámen, necesitábase que aquella se agotara y no ofreciera ya pábulo á la ansiosa inquietud de la razon, para que esta recobrase sus fueros, conociese la insuficienoia del saber antiguo, y se lanzase en los campos desconocidos de nuevas investigaciones, á fin de presentar á los unos verdades ignoradas, y despertar en los otros el recelo de alteraciones peligrosas.

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Pudo este sistema producir buenos resultados, excitando entre las varias universidades una provechosa emulacion; pero tambien, andando el tiempo, esta emulacion se convirtió, á impulsos del amor propio, en apego á las doctrinas que cada cual sustentaba y en rivalidad engendradora de ódios implacables. A los esfuerzos para mejorar, siguiéronse las disputas para deprimirse: en vez de hacer nuevos descubrimientos, se agotaban todos los recursos del ingenio para probar que no se podia saber mas; y el error llegó a ser un ídolo que se adoraba con entusiasmo, y se defendia con toda la pertinacia del orgullo ofendido.

En aquel tiempo, sin embargo, y hasta la época fatal de nuestra decadencia, se hallaban las universidades españolas al nivel de las mas adelantadas de Europa, enseñándose en ellas, tal vez con mayor perfeccion que en ninguna, todas las ciencias conocidas. Las humanidades, las lenguas orientales, la filosofía, la jurisprudencia, las ciencias sagradas, no eran los únicos estudios honrados y protegidos: cultivában-se tambien la medicina, las matemáticas, las ciencias físicas que á tan

ia postracion llegaron en años posteriores; siendo tal el adelanto, que mientras el gran Galileo, era perseguido en Italia por enseñar el sistema copernicano, como contrario á los dogmas religiosos, la universidad de Salamanca sostenia con teson ese mismo sistema, por mas conforme á la observacion y nada opuesto á la verdadera doctrina de la Iglesia.

¡Qué espectáculo tan magnífico el de aquellos siglos en que debelando España á toda Europa con el poder de sus armas, la aventajaba tambien, como mas ilustrada, en los dominios de la inteligencia, siendo á la par famosa por sus guerreros, sábios literatos, y artistas! Entonces Antonio de Nebrija, Alvarez y el Brocense restauran el estudio de la verdadera lengua latina tan barbarizada en el transcurso de los tiempos medios. Cisneros, congregando á los varones mas versados en las lenguas sábias, imprime en Alcalá la primera biblia poliglota, trabajo colosal que se repitió luego en Amberes, bajo la direccion de Arias Montano, célebre por su vasta erudicion. Luis Vives, indicando los medios de llegar á la verdadera filosofía, precede á Bacon, y tal vez le hubiera arrebatado su gloria, á no vivir en un pais que ya empezaba á sentir el yugo de la Inquisicion sobre el pensamiento. Antonio Agustin restablece el estudio de la jurisprudencia civil y eclesiástica; y el maestro Cano aclara las fuentes de donde dimanan las verdades divinas, brillando en los mismos trabajos los Victorias, los Maldonados, los Sepúlvedas, los Covarrubias y otros mil, lumbreras todos de ambos derechos y de la teología. Pedro Monzon introduce la loable costumbre de enseñar la aritmética y geometría antes de entrar en los estudios filosóficos. Pedro Ciruelo es llamado desde la universidad de Salamanca à la de París para ser alli primer catedrático de matemáticas, honor que cupo tambien á otros muchos españoles que enseñaron con brillantez en las mas célebres escuelas estrangeras. De la misma universidad de Salamanca, salen maestros para la correccion del decreto de Graciano y para concluir y perfeccionar la del cómputo eclesiástico gregoriano. Nuestros obispos son los que mas brillan en los concilios de Basilea y de Trento. Pedro Ponce inventa el arte de hacer hablar á los mudos. Blasco de Garay hace el primer ensayo de mover los buques sin el impulso del viento y de las velas. Fernan Perez de Oliva, fray Luis de Leon, Avila y Granada, se inmortalizan en los anales de la elocuencia. La poesía produce tantos y tan insignes varones, que por demasiado conocidos no es menester nombrarlos. Lope de Vega y su escuela abren al teatro el camino que le conviene seguir en los tiempos modernos. Florian de Ocampo, Garibay, Mariana, Zurita, Hurtado de Mendoza son de los primeros

ΤΟΜΟ ΙΙΙ.

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que en Europa escriben verdaderas historias, abandonando el terreno de las crónicas, donde tambien los nuestros habian sobresalido. Ni tampoco falta quien, como los mismos Mariana y Zurita, como Rivadeneyra, Sepúlveda y Valera, presente en sus obras doctrinas atrevidas sobre la organizacion de los pueblos, sus derechos, esencia y forma del poder supremo. Entre nuestros literatos, se encuentran negociadores tan hábiles como Mendoza, Quevedo, Saavedra. Honran las artes, cuya gloria se prolonga por mas tiempo porque no asustan á la Inquisicion ni al despotismo, arquitectos tan insignes como Toledo y Herrera, juntamente con Berruguete, Cano, Murillo, Velazquez, Zurbarán y otros mil que elevan la escultura y la pintura à un punto tal, que la Italia misma nos lo envidia. No hay en fin, ramo alguno de los conocimientos humanos, que en España no sobresalga, dejando en todos insignes muestras de su ilustracion y de su ingenio.

¿Cómo despues de haber llegado á tanta altura, caimos en tal postracion que da vergüenza el pensarlo? ¿Cómo hallándonos al frente de la civilizacion europea, vinimos á quedar tan rezagados, que nos tomaron larga delantera pueblos tenidos por bárbaros en aquella época brillante? ¿Cómo nos vimos arrojados ignominiosamente del templo de las ciencias, donde ocupáramos un dia el mas eminente puesto? Triste es recordar tan dolorosa historia: ni seré yo quien me atreva á recorrerlas, y mucho menos á señalar todas las causas que contribuyeron á nuestro abatimiento iutelectual. Sin embargo, no puedo prescindir de señalar algunas y de presentar varias consideraciones que han de servir á la inteligencia de lo que tengo que decir en el curso de esta obra.

ANTONIO GIL DE ZARATE.

LAS BELLAS ARTES EN ESPAÑA

DURANTE EL SIGLO XVIII.

ARTICULO PRIMERO.

Sobre lo que es bueno y lo que es malo ha habido, hay y habrá disonancia de pareceres entre los hombres; disonancia que se comprende relativamente á muchas cosas, y que se explica mal respecto de las que tienen su tipo en la naturaleza y han sido reconocidas y aprobadas como excelentes por los entendimientos superiores de todos los siglos. A esta categoría pertenecen las bellas artes, y sin embargo, profesores no vulgares las corrompieron por el prurito de singularizarse, y sus ex travagancias lograron aplausos y se hicieron de moda, gracias al amor à la novedad que agita al corazon humano.

Italia, que fué la primera de las naciones en sacar las artes de la barbarie, tuvo la triste y poco envidiable gloria de reducirlas á la postracion mas funesta. Desde el siglo XIV inauguraron su renacimiento Guido de Sena, Cimabue y Gioto en Toscana, y adelantadas progresivamente de año en año, eleváronlas á su perfeccion á fines del siglo XV y principios del XVI y las propagaron por toda Europa los celebrados artistas, cuyos nombres no ignora nadie, siendo universal su grande fama. Pero durante el siglo XVII eclipsaron en un instante aque

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