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CRONICA LITERARIA.

Velazques and his Works. (Velazquez y sus obras) Londres 1855. 8." Los ingleses han sido siempre entusiastas de Velazquez, y le consideran como nuestro mejor pintor. A la admiracion de sus obras ha seguido naturalmente el deseo de conocer su vida. No bien hubo el diligente y concienzudo Cean Bermudez publicado en 1800 su Diccionario de los profesores de las bellas artes en España, cuando se hizo en Londres un extracto de su obra, como ya antes se habia hecho de la de Palomino. Fué entre tanto creciendo en Inglaterra la aficion á Velazquez, esparciéronse por Europa «gracias á la rapacidad francesa» algunos de sus mejores cuadros, y no satisfaciendo ya las pobres biografias que de él se conocian, se sintió la necesidad de nuevos datos que ilustrasen la carrera de tan distinguido artista. En 1848 Mr. Stirling, escritor de quien ya mas de una vez nos hemos ocupado al examinar su escelente trabajo de la retirada de Carlos V. al monasterio de Yuste, publicó sus Annals of the Artists of Spain ó Anales de los artistas españoles, en cuyo segundo tomo se halla una estensa noticia de Don Luis Velazquez de Silva: con los datos alli reunidos y con otros nuevos posteriormente adquiridos el autor inglés publica ahora una escelente vida de nuestro célebre pintor, y un catálogo razonado de sus mejores obras, de las que una parte no despreciable, por cierto se halla hoy dia en los museos de Inglaterra.

Mr. Stirling, pues, sin perdonar trabajo ni diligencia alguna, consultando á un tiempo fuentes españolas, y recogiendo con esmero las noticias contenidas en obras italianas y francesas de aquel tiempo, ha logrado formar un conjunto muy agradable y un libro en extremo entretenido que no puede menos de interesar á nuestros artistas. Veamos, pues, lo que dice á la pág. 57.

«Fué Felipe IV mas afortunado con sus pintores que con sus biógrafos y asi es que su cara nos es mas conocida que sus hechos. Su rostro pálido, cabello

laso y rubio, y complexion flamenca; el labio bezo, ojos cenicientos y medio dormidos: sus bigotes largos y levantados en figura de media luna, su vestido negro y sin mas adorno que el collar del toison de oro, están, gracias á los magníficos retratos de Rubens y Velazquez, grabados en la memoria de todos cuantos frecuentan nuestras galerías y museos públicos. Ciertamente que el mismo Cárlos I de Inglaterra con su triste y melancólico semblante y barba punteaguda, con la cruz de brillantes al pecho segun le pintó el flamenco Vandyck; que Luis XIV con su continente benigno, al par que pomposo; ya con el rostro medio envuelto en una enorme peluca, y con todos aquellos arrequibes de seda y encaje que tan del gusto eran de Mignard y Rigaud; ya cabalgando en un hermoso caballo pio, con el lucido uniforme de general, y en el primer término de una batalla por Vandermeule, son menos familiares á nuestra vista que la figura del monarca de ambos mundos. En todos tiempos y paises los reyes han tenido singular aficion à perpetuar en lienzo su persona, pero para cada retrato de Cárlos o de Luis hay diez de Felipe IV, quien se hizo representar en todos los trages y posturas y en todas las épocas de su vida. Ora armado y montado en un brioso corcel andaluz, resplandeciente de grana y oro; ora vestido de terciopelo negro y con el modesto trage que solia llevar al Consejo; otras veces con el ancho coleto de ante propio del ejercicio de la caza á que tan aficionado era; Felipe se sometió muchas veces à la penetrante mirada y diestra mano de su pintor de cámara, y no contento con hacer multiplicar su figura en estas varias posturas y ocupaciones, se hizo tambien pintar orando, y de rodillas sobre los recamados almohadones de su capilla. En todos estos retratos hallamos la misma expresion fria y flemática que da á su rostro la apariencia de una máscara, y que tan bien concuerda con la pintura que de él nos hacen los escritores de su época, los cuales encomian y ensalzan como si fuera un mérito la completa inmovilidad de sus facciones, cualidad que parece haber heredado de su padre y abuelo, y que él mismo supo llevar hasta el punto, de poder segun dicen, asistir sin moverse à la representacion de una comedia, presidir su consejo, deliberar sobre los negocios mas graves y urgentes, firmar una sentencia de muerte y aun asistir á un auto de fé sin que se notase la mas leve alteracion en su fisonomía. Montaba á caballo, manejaba el arcabuz, apuraba su copa de agua y canela y decia sus oraciones con la misma imperturbable solemnidad que presidia á los demas act os de su vida.»

Omitiendo los principios de Velazquez, que como los de todos los célebres artistas fueron humildes y oscuros, por hallarse ya suficientemente consignados en la obra de Cean Bermudez, y ser conocidos de todo el mundo, seguiremos al autor en aquella parte de su interesante narracion que mas novedad presenta.

A los seis años de haber sido nombrado pintor de cámara, en 1629, Velazquez se embarcó para Italia protegido y amparado por Ambrosio Espinola, el vencedor de Breda. En Venecia copió á Ticiano, Tintoreto y Pablo Veronés y en Roma hizo conocimiento y trabó amistad con algunos de los principales artistas de un siglo que ha sido llamado «siglo de plata.» Hallábanse á la sazon empleados en sus mejores cuadros los dos pintores Dominichino y Guercino; Guido pintaba vírgenes ó jugaba á los dados; tambien residian alli Albano, el Anacreonte de la pintura, Pussino y Claudio; disfrutaba por fin Bernini del favor del Papa. En Roma, pues, fué donde Velazquez adquirió la perfeccion de su arte; alli pintó su fragua de Vulcano y la túnica de José, cuadros ambos de gran mérito y que pasan por sus mejores obras. En Nápoles retrató á la infanta que habia rehusado la mano del príncipe de Gales, mas conocida como reina de Hungría.

De vuelta á España en 1631 el rey Felipe IV que conocia el mérito de Ve

lazquez le nombró su pintor de Cámara, y le dió habitacion dentro de su palacio, visitándole diariamente en su estudio por una puerta excusada cuya llave llevaba siempre en el cinto. En 1639 concluyó su célebre cuadro de «Cristo en la Cruz, » cuadro que en sentir de los inteligentes bastaria por sí solo para in— mortalizar á un artista. En el mismo año pintó el retrato del almirante Pareja, tan parecido y perfecto que dió márgen á una anédocta muy curiosa que refieren Cean y otros y es la signiente.

Habia Velazquez dado la última mano al retrato de don Adrian Pulido Pareja á quien el rey habia conferido en aquellos dias el mando de la escuadra del Océano, encargándole muy particularmente, que saliera cuanto antes para su destino, por haberse recibido en Madrid la noticia de que el rebelde holandés se disponia á hacerse á la mar con una poderosa armada. El lienzo ya del todo concluido estaba arrimado á la pared del aposento de Velazquez en un sitio que la luz no bañaba por completo y frontero à la puerta de la habitacion. Entró el Rey y como viese el retrato de Pareja, creyó al pronto que era su misma persona, y le dijo: ¿Todavía aquí, Pareja? ¿Por qué no has marchado á tu destino, sabiendo que tal es mi voluntad por hacer allí falta y estar ya despachado? Viendo Felipe que la respuesta tardaba, cayó en la cuenta de su error, y volviéndose á su pintor, le dijo: ¡me has engañado!

Por este tiempo pintó Velazquez el retrato de Felipe IV armado y á caballo que está en nuestro Museo. A peticion del mismo Velazquez estuvo algunos dias espuesto al público en la calle Mayor frente á San Felipe el Real, siendo muy elogiado de todos los inteligentes, y motivando el soneto que copia Cean y empieza:

Vuela joh jóven valiente! en la ventura.

En 1642 Velazquez siguió la córte primero á Aragon y despues á Aranjuez. Sucedió poco despues la caida del Conde Duque y el pintor agradecido á sus favores, fué uno de los pocos cortesanos que le visitaron en Loeches, donde aquel poderoso valido se retiró á ocultar su despecho y meditar sobre la instabilidad de las cosas mundanas. Algunos años despues Velazquez pintaba su célebre cuadro de la «Entrega de Breda,» perpetuando asi la memoria de un suceso que causó la muerte de su antiguo patrono y favorecedor Ambrosio Espínola.

En 1648 recibió el encargo de comprar en Italia pinturas para la coleccion que á la sazon formaba Felipe IV, con el fin de adornar los salones de sus regios alcázares, Velazquez desempeñó su encargo como era de esperar de un artista de su mérito y conocimientos prácticos. En Nápoles, aun no repuesta del todo del tumulto de Masaniello, el comisionado régio tuvo proporcion de adquirir algunos de los mejores cuadros del Spagnoletto que hoy adornan nuestro museo. En Roma Velazquez retrató al Papa Inocencio Xé hizo tambien adquisiciones importantes. Por el mismo tiempo parece fué consultando acerca de los cuadros que habian de comprarse procedentes de la venta de los efectos de Cárlos I de Inglaterra; y por último obedeciendo á una órden perentoria de su rey y señor no podia pasarse sin él, volvió á la córte, y fué luego nombrado aposentador mayor de los reales alcázares. En 1659 siguió al rey á las vistas, verificadas en la isla de los Faisanes en el Bidasoa, y hubo de tratar con mucha familiaridad á Mazarino y á Turena. En 1656 pintó el cuadro de las Meninas y cuatro años despues en 1660 murió despues de una corta y aguda enfermedad.

que

Pasa despues el autor á tratar de los cuadros de Velazquez que se conservan en el museo nacional de Londres y da los siguientes pormenores acerca de

uno que representa una cacería real, y ha sido tan repintado que apen as conserva un perfil de su autor.

«Este cuadro, que en el catálogo de 1828 se halla marcado con el número 20, dió márgen y lugar en 1853 á un interrogatorio sumamente minu ciosa por parte de una comision de la cámara de los Comunes nombrada para informar acerca de la administracion y estado del Museo nacional. El presidente de la Academia real de pintura declaró como prueba de las libertades que los restauradores de cuadros antiguos suelen de ordinario tomarse, que el cuadro de Velazquez á que nos referimos habia quedado tan estropeado en manos de un mal restaurador que fué preciso dárselo á un artista llamado Lance, el cual lo volvió á pintar casi por entero. Citado este á presencia de la comision declaró sin rebozo que el hecho era cierto, y que cuando el cuadro llegó á su poder, estaba tan estropeado que apenas se distinguia el perfil de los jabalíes y perros, y que tuvo ademas que pintar en el primer término un coche con mulas para llenar un grande espacio del que la pintura habia desaparecido casi por completo. Mr. Stirling termina su biografía de nuestro célebre pintor con las siguientes notables palabras:

«Ningun artista copió nunca la naturaleza con tanta fidelidad como Velazquez: sus caballeros y sus aldeanos son lo que representan y ni poetizó lo vulgar, ni ménos vulgarizó lo poético. En la pintura de un retrato no conocía rival. Asi lo declaraba é menudo nuestro gran pintor Wilkie, añadiendo que las figuras de Velazquez viven y respiran, y parecen quererse salir de sus dorados marcos. Asi es, que las personas de Felipe IV y de ministro Olivares nos son hoy dia tan familiares como si nos estuviéramos paseando del brazo con Digby y Howell, nuestros embajadores en aquella córte, por las frondosas alamedas de Aranjuez y del Pardo. Al ver sus caballos se nos figura hallarnos en las riberas del Bétis, ó entre los cartujos de Jerez. Y nótese que este pintor de reyes y de caballos ha sido comparado por algunos á Claudio de Lorena en el paisage, y en las bambochadas á Teniers; que sus fruteros son tan buenos como los de Sanchez Colan y Van Kessel; que pintaba gallinas tan bien ó mejor que Honde Koeter, y que sus perros en nada ceden á los de Sneyders. »

A catalogue of the Arabic, Persian, and Hindostany M.S.S. of the Libraries of the King of Oude. (Catálogo de los manuscritos arábigos, persas y en lengua del Hindostan pertenecientes á las varias bibliotecas del rey de Oude) por A. Sprenger M. D. tomo 1.° Calcuta, 1855.

El último rey mahometano de Oude fué mny aficionado á las letras que cultivó con esmero durante su largo reinado. Hace algunos años vió la luz pública en Calcuta un diccionario de la lengua persa é hindostani compilado por él, y que no deja nada que desear en punto a ejecucion y método. Este monarca ilustrado formó durante su vida una rica coleccion de libros en todas las lenguas y dialectos de la India, coleccion que con la pérdida de sus estados pasó. como era consiguiente, á manos de la Compañía inglesa de la India. Almacenados los libros en Lucknow, capital un tiempo del reino de Oude, y en el mismo palacio que antes fué morada de dicho sultan, nadie tenia la menor noticia de lo que dichos libros contenian, ni cual era su número é importancia. Por fin, aunque tarde, el gobierno supremo de la India ha sentido la necesidad de inventariar tanta riqueza literaria, comisionando para el efecto al doctor Sprenger, orientalista aleman, al servicio de la Compañía, cuya «Vida de Mahoma tuvimos ya ocasion de elogiar en la crónica pasada.

El Doctor Sprenger llegó á Luknow el 3 de Marzo de 1848, y dió luego principio á su árdua tarea, reconociendo uno por uno los edificios donde los

libros habian sido almacenados. Es tan curiosa la descripcion que hace del estado en que estos se hallaban que no podemos resistir á la tentacion de copiar sus palabras. Despues de tratar de unos 4000 volúmenes de obras selectas que al tiempo de su llegada estaban colocados en tablas á la usanza oriental, y en tal cual órden, pero que posteriormente y durante su ausencia han sido saqueados, gracias á la poca fidelidad de los encargados de su custodia y conservacion, pasa á describir otra porcion de libros almacenados en un edificio aparte.

«Otra parte (la tercera) de la célebre biblioteca formada por el rey de Oude es la que se halla en la Fopjanah ó atarazanas próximas al palacio que hoy dia es morada del residente inglés. Son las atarazanas un vasto edificio con un gran patio en medio, lleno todo de artillería. Tres costados de él están ocupados por almacenes de municiones y pertrechos; en el cuarto y ultimo que mira al Norte, está la biblioteca. Los libros están metidos en unos grandes cofres ó cajas que son al propio tiempo guarida de infinitas ratas, de tal manera que cualquier orientalista que visite esta llamada biblioteca, y quiera saber lo que aquellas contienen, deberá ir provisto de una buena tranca y dar muchos golpes antes de meter las manos en las cajas, á no ser que à su profesion de orientalista reuna tambien la de zoólogo. En un rincon de la sala hay amontonados muchos sacos tambien llenos de fragmentos de libros que han sido ya pasto de la polilla ó del roedor insecto conocido con el nombre de hormiga blanca que tanto abunda en toda la India. Hasta los libros impresos han sido devorados; la edicion entera del Tách al-logát (la Corona de la lengua) ha sido presa de su voracidad, y la misma suerte han tenido la mayor parte de los ejemplares restantes del Haft Colzum ó los Siete mares.

«El número de volúmenes asi hacinados en esta habitacion es muy considerable: entre ellos hay no pocos en dialecto paxtú, escritos con suma elegancia y esmero para el último rey de Oude. Por desgracia de las letras la clase de intervencion á que los bibliotecarios de otro tiempo estaban sujetos, ha contribuido en gran manera al saqueo de esta célebre coleccion. Al tomar posesion de su empleo un bibliotecario nuevo, se le bacia entrega de los libros no por un indice ó catálogo que nunca existió, sino por el número de volúmenes que recibia; de aqui resultaba que muchas obras apreciables eran luego sustraidas y otras comparativamente modernas y de poco ó ningun valor puestas en su lugar. Asi es que se encuentran mas de cien ejemplares del Gulistan ó jardin de rosas, de Saadi, y otros tantos del poema de Yusuf y Suleija, que segun todas las apariencias ocupan hoy dia el lugar de obras mas antiguas y apreciables. He oido decir que un bibliotecario de este establecimiento vendió en una sola semana por valor de mil y cien rupias de libros, á fin de procurarse un dote para su bija que se iba á casar.»

El doctor Sprenger permaneció año y medio en Lucknow, y durante este tiempo reconoció y examinó al pie de diez mil volúmenes. Si hemos de juzgar por el tomo ya publicado, que es en cuarto mayor y da razon de setecientas y treinta y dos obras, el catálogo completo constará cuando menos de siete ú ocho. Divídese éste en tres secciones, de las cuales la primera comprende las Tadzquiras ó Biografías de poetas; la segunda las obras de poetas persas y la tercera la de los que escribieron en lengua del Hindostan. Extraño parecerá á los que creen haber reconocido el insondable mar de la literatura oriental el hallar en solo este libro los nombres de mas de tres mil poetas, la mayor parte de ellos enteramente desconocidos en Europa. Entre las obras importantes mencionaremos solo dos enteramente desconocidas que son el Diwán ó coleccion de poesías de Gazzali, poeta que floreció en tiempo de Akbar hijo de Humayun el gran Mogol de Delhi, cuyos escritos, segun parece, arrojan mucha luz sobre

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