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CRONICA LITERARIA.

Charlemagne et sa cour (Carlo-Magno y su córte) por B. Hauréau. París, 1854.

Al leer este título y saber que es el de una de las infinitas obras que componen ya la Bibliothèque des chemins de Fer, destinada esclusivamente al entretenimiento de los viajeros: uno de esos librillos que como ha dicho con mucha gracia un escritor moderno, «se compran, se hojean y despues se tiran,» esperábamos hallar en él una reproduccion mas o menos ingeniosa de la célebre y nunca bien ponderada historia del emperador Carlo-Magno, y sus valientes paladines los caballeros de la Tabla Redonda: ya tomada en la misma fuente, es decir, en la relacion fabulosa del buen arzobispo Turpino, ya recogida de la vulgar tradicion conservada en nuestros bellísimos romances, ó en los brillantes episodios del Ariosto y del Boyardo. Pero no era asi, y confesamos haber sido agradablemente sorprendidos al encontrarnos con un libro de muy diferente especie, que en lugar de pintarnos la corte de Carlo-Magno como los poetas y copleros de los pasados tiempos, nos hace una pintura fiel y animada de aquel gran monarca y de sus principales cortesanos, basada enteramente en documentos históricos y fe-hacientes de la época. El autor, sin embargo, parece haber comprendido que no era esta la clase de libros que los viageros apetecen de ordinario, y asi se disculpa para con el público, diciendo:

«Conviene advertir al lector que en esta mi obra no hallará al Carlo-Magno de la leyenda, no porque yo desprecie este linage de literatura, al contrario, sé estimarla en lo que vale y admirar los bellísimos trozos de poesía que ha

engendrado. No se trata, pués, aqui de ficciones mas ó menos ingeniosas; el tono y estilo que me conviene adoptar es el de la historia, y aun así habré necesariamente de establecer una distincion muy marcada entre las tradiciones históricas que han llegado hasta nosotros por conductos fieles y fidedignos, y las que se han conservado embellecidas y trasformadas por la imaginacion de los cronistas. Sea esto dicho de paso y por via de advertencia á los lectores que fijen acaso la vista en este pequeño volúmen, en él hallarán reunido lo que acerca de la vida de Carlo-Magno y de sus parientes, de sus familiares, favoritos y rudos compañeros de armas se encuentra en las crónicas y documentos mas autorizados de su época.»

El autor se ha valido principalmente de los autores cuyos escritos recogió y publicó en 1636 el erudito Andrés Duchesne en su importante obra intitulada: Historia francorum scriptores coetanei ab ipsius gentis origine ad nostra usque tempora, entre los cuales se halla la Vida de Carlo-Magno por el monje Eghinardo, los Anales bertinianos, asi llamados por proceder de la abadía de San Bertin, los Fuldenses, el cronicon llamado Moyssiacense ó de Moyssac y otros. Con estos materiales y ayudado ademas de la crítica histórica, sola y única antorcha en aquellos remotos y oscuros tiempos, Mr. Hauréau ha logrado hacer una pintura fidedigna del grande emperador y de su córte, que si bien difiere esencialmente de las brillantes escenas representadas en los romances, forma con todo un cuadro muy interesante al par que agradable.

Empieza el autor por hacernos el retrato del emperador, y describir su trage habitual segun nos le ha conservado Eghinardo. En las fiestas solemnes Carlo-Magno se vestia con esplendidez, mas en la vida privada usaba trages modestos, y era enemigo de toda pompa. Si bien no prohibia que sus cortesanos ostentasen galas y llevasen costosos arreos, no perdia nunca la ocasion de darles á entender que la ropa se hizo para cubrir el cuerpo mas bien que para adornarle. La misma moderacion desplegaba en sus comidas, no haciendo en palacio salas y convites sino en ocasiones solemnes y en épocas determinn das del año. Algo mas aficionado era al noble ejercicio de la caza, en el cual no conocia rival alguno. Dotado de grande inteligencia, buscaba con ansiedad la recreacion del ánimo por medio de la lectura. Contra la opinion bastante acreditada de que Carlo-Magno no sabia leer, como la mayor parte de los príncipes. de una época ruda y guerrera, en que las ciencias parecen haber tomado e. claustro por asilo, Mr. Hauréau pretende que Carlo-Magno sabia leer y escribir, hablaba el latin y el griego, tenia nociones de teología y astronomía, y compuso ó al menos mandó fazer (como tres siglos despues don Alonso el Sabio) una gramática de la lengua que á la sazon se hablaba; cultivando ademas la poesía y ordenando que se buscasen y recogiesen en todas partes los antiguos cantares de los germanos. No solo fundó en su imperio numerosas escuelas, sino que recogió cuantos libros pudo hallar, y remuneró con mano pródiga á los amantes de las ciencias, lamentándose á menudo de no tener en sus estados hombres tan instruidos como san Gerónimo y san Agustin. Tambien amó las artes: mandó construir la catedral de Aix la Chapelle, haciéndola decorar con toda magnificencia. Su mayor obra, sin embargo, fué la coleccion de sus leyes que Mr. Hauréau califica de superior al código de Justiniano, si no ya por el mérito de la creacion original, al menos por el método y órden en que están dispuestas.

En una obra destinada exclusivamente á dar á conocer la persona de Carlo-Magno y de sus cortesanos, no quedaba naturalmente lugar para apreciar sus conquistas, y asi es que ninguna mencion hace de ellas el autor. Esto es tanto mas de sentir cuanto era de esperar que quien tan detenido estudio ha

bia hecho de los libros y monumentos de la época, nos hubiera dicho algo nuevo acerca de la célebre espedicion de aquel monarca aquende el Pirineo, punto que aunque tratado incidentalmente por distinguidos y apreciables escritores, está aun á nuestro modo de ver en la mas completa oscuridad.

Pero si nada nos enseña Mr. Hauréau en tan grave asunto, preciso es confesar que su gráfica descripcion de la córte de Carlo-Magno con su completa hierarquía de altos funcionarios y su rigurosa etiqueta, nada deja que desear. El autor nos hace visitar los diferentes palacios y sitios de recreo del Empera— dor, asi como sus muchos estados y señoríos patrimoniales, que él mismo administraba con una economía bien entendida. Dános en seguida á conocer sus varias mugeres, de las cuales tan solo una ha dejado en la historia un nombre aborrecible; sus hijos y sus hijas que los romances y la Gesta han poetizado, aunque la historia imparcial nos los representa como poco dignas del aprecio y estimacion de sus contemporéneos; y concluye pasando en revista los altos funcionarios de palacio con sus varias y diversas atribuciones perfectamente definidas y deslindadas, hasta llegar á los oficiales inferiores. Tampoco olvida la célebre escuela establecida por Carlo-Magno dentro del mismo palacio, y que constituye una de sus mayores glorias. Al tratar este punto, se ve que el autor ha reunido con mucha diligencia lo poco que acerca de aquel establecimiento y de sus directores y maestros, se encuentra diseminado en documentos de la época. Desgraciadamente, todo ello es muy poco, y no pasa de ciertas generalidades; y asi es que nada nos dice acerca de Eghinardo, quien a pesar de su celebridad casi romanesca, es aun hoy dia considerado como el mas verídico de los historiadores y panegiristas de Carlo-Magno.

Geschichte des Deutschen Volkes (Historia de los pueblos germánicos), por Jacobo Venedey, 1854.

El autor de esta obra, cuyo primer tomo acaba de darse á luz en Berlin, es uno de aquellos infatigables escritores que tanto abundan en la docta Alemania, y para quienes la confeccion de una obra atestada de citas y erizada de clásica erudicion, es tarea fácil y aun agradable. Asi es que sin meditar bastante en aquel popular axioma de Ars longa, vita brevis, sin reparar que cuenta ya cerca de sesenta años segun él mismo da á entender en su prólogo, Mr. Venedey no ha dudado en acometer la formidable empresa de escribir la historia de las razas germánicas desde la época mas remota hasta nuestros dias, abrazando asi un periodo de mas de dos mil años. En los tiempos que corren cuando ciertos libros clásicos de consulta abundan y se reproducen á cada instante bajo nuevas formas, y el escribir se ha hecho por decirlo así, una ocupacion vulgar, no mereceria el nombre de literato quien no pudiese dentro de un tiempo dado componer la historia de cualquier reino ó nacion en dos ó mas volúmenes. La compilacion parece estar á la órden del dia, y el escribir se ha hecho un trabajo tan material, que el «hacer» un libro es por lo comun mas bien obra de tiempo que de larga y madura reflexion.

Mr. Venedey, sin embargo, no es compilador vulgar como lo prueba el primer tomo de su historia, que abraza desde la derrota del cónsul Papirio Carbo en 113 A. C., hasta la ruina de la dinastía de los Carlovingios. Es verdad que no hallamos en su narracion nada que no hayan dicho antes los autores clásicos de las diferentes naciones, y aun escritores modernos, pero observamos con gusto que en lugar de hacer citas de citas, cosa harto frecuente en estos tiempos, aduce á cada paso los pasages originales de Tácito, Jornandés, Gregorio Turonense y otros. Asi como nuestro padre Mariana creyó deber em

pezar su historia con la llegada á España de Tubal, el nieto de Noé, asi el doc to aleman ha juzgado conveniente dar principio á la suya con una poética descripcion de los venerables bosques de la antigua Germania, no asi como se quiera en una breve introduccion, sino con todo el detenimiento y escrupulosidad de un historiador que se recrea en narrar los orígenes de su raza.

Aparte de la erudicion, cualidad casi inseparable de todo libro aleman, solo nos ha llamado la atencion el empeño con que en este se pretende exaltar el elemento germánico como parte de la historia universal. El patriotismo del autor se revela en efecto á cada paso, y le hace incurrir en errores que no tienen disculpa. Sirva de ejemplo el siguiente pasaje:

Mario (dice) desterrado y prófugo, cayó por fin en manos de sus enemigos, fué condenado á muerte, y un esclavo cimbrio designado para ejecutar la sentencia, á fin de que pudiese vengar las injurias que el romano hiciera á los de su nacion. Pero aunque esclavo, el cimbrio pertenecia á una raza de gente generosa y valiente que sabia apreciar las cualidades de sus enemigos, gente que habiendo derrotado á los romanos junto al rio Etsch, habian permitido á los valientes defensores del puente retirarse con todos los honores de la guerra; ya en la cárcel, con espada en mano, y frente al héroe caido, el cimbrio se sintió desarmado al pensar en el valor y grandeza de Mario. Dió, pues, un paso atrás, esclamando: ¡No me es posible matar á ese hombre! >>

Ahora bien; entre las muchas anécdotas que Plutarco refiere en sus Vidas de varones ilustres, ninguna hay tan conocida como esta de Mario con el cimbro. Pero el señor Venedey al trasladarla á su libro, ha omitido una pequeña. circunstancia que cambia enteramente la interpretacion dada por él á los sentimientos del cimbrio; tal es la pregunta hecha por el caudillo romano al esclavo armado: ¿Te atreves á matar á Mario? Al añadir estar palabras Plutarco quiso poner en contraste la audacia del héroe y la timidez del esclavo, indicando que era tal el terror inspirado por su nombre aun despues de vencido, que un bárbaro deseoso de vengar los ultrages hechos á su raza, no se atrevió á descargar el golpe fatal. El autor, segun queda visto, atribuye á pura generosidad la accion que Plutarco interpreta de muy distinta manera.

La obra en general peca por demasiado germanismo,» defecto que atendidas las condiciones presentes del arte histórico, y la facilidad con que cada escritor procura vestirla del barniz de sus preocupaciones políticas y religiosas, nos parece el mas disculpable de todos. Está escrita con conciencia, y pudiéramos añadir con fruicion; pero no alcanzamos cómo al paso que va el autor y segun el gran número de páginas que ha consagrado á sucesos remotos y poco conocidos, puede lisongearse de encerrar en otros tres tomos la historia completa de las razas germánicas durante el agitado período de la edad media, y la no menos difícil é intrincada de los diferentes reinos y estados de Alemania desde el emperador Maximiliano, abuelo de Carlos V, hasta nuestros dias.

Babilonia y su rey Sesostris. Grande es la curiosidad que han causado en el mundo literario los últimos descubrimientos hechos en las llanuras de Baal bek por el conde de Rougé, quien á su vuelta á París ha leido á la Academia de Inscripciones y Bellas Letras una interesante memoria acerca del rey Sesostris. Sabido es que, á pesar de los grandes descubrimientos históricos hechos por Champollion y su escuela, ningun monumento se habia hallado hasta ahora en que se leyera clara y distintamente el nombre de Sesostris, célebre conquistador del Asia central y el mas nombrado entre los reyes de Egipto. Hallábase siempre designado en inscripciones con el nombre de Ramsés Meyamún,

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y asi en los bajos relieves de batallas que cubren las paredes de templos edificados en su tiempo en Tebas y en la Nubia, como en las estelas ó columnas triunfales de la Syria que Herodoto atribuye á aquel gran conquistador, constantemente aparecia con el nombre de Ramasés ó Ramsés, y nunca con el de Sesostris. Tan notable divergencia llenaba de desesperacion á los sabios, y á no haber mediado la circunstancia de que Tácito dice espresamente que los sacerdotes de Tebas llamaban á Sesostris Ramsés, hubieran llegado a su colmo la duda y la incertidumbre, puesto que por mas acostumbrados que estemos á la corrupcion de nombres propios por los griegos, no se concebia cómo Ramsés hubiera podido ser trasformado en Sesostris. Aumentaba esta duda el estado en que han llegado hasta nosotros las listas de reyes egipcios sacadas de Manethon. En la XIX por ejemplo no se hallaba el nombre de Sesostris y si el de Ramsés; y como una dinastía en que no se hallase el nombre del gran conquistador de la Siria, hubiera parecido á todas luces defectuosa y tan imperfecta como una historia de Grecia de la que se hubiese borrado á Alejandro, de aqui el empeño de los historiadores y cronólogos griegos de introducir y colocar en alguna parte á Sesostris, haciendo de él un rey distinto de Ramsés. Hallaron, pues, en Manethon, en la XII dinastía un rey llamado Sesortesin ó Sortosis, cuyo nombre presentaba bastante analogia con el de Sesostris, vieron que se habia hecho tambien célebre por sus conquistas, y que en monumentos existentes aun hoy dia se leia que habia estendido las fronteras de su imperio hasta la Nubia; sien do tan venerada su memoria, que sus sucesores muchos siglos despues erigiesen templos en honor suyo; y esto bastó para que se le confundiera con el gran conquistador.

El autor ha probado con argumentos convincentes, y sobre todo con una inscripcion del Museo imperial de Viena, que Ramsés Meyamún y Sesostris. son una misma cosa. Que Ses es una abreviatura popular de Ramsés, nombre que tambien se encuentra en algunos monumentos escrito Ramesesu, y en la forma abreviada Ra-Sesesu, y Sesesu ó Seseso, de donde los griegos hicieron Sesostris; ó como escribe Diodoro Siculo, Sesoosis. El monosílabo Ra ó Ri significaba en la lengua de los egipcios sol, y se halla empleado al fin de muchos nombres de sus reyes: añadido, pues, á Seseso y pronunciado en presencia de Herodoto, fué facilmente convertido por este histariador en Sesostris. Asi, pues, las dinastías egipcias tendrán de aqui en adelante un rey menos, puesto que Ramsés y Sesostris resultan ser un mismo individuo.

Tambien ha sido leida á dicha Academia una interesante memoria sobre la topografía de Babilonia. Mr. Oppert, entendido orientalista y uno de los individuos nombrados por el gobierno francés para esplorar el sitio de aquella metrópoli, ha logrado á fuerza de estudio y perseverancia levantar un plano de la antigua Babilonia. Los resultados que ha obtenido concuerdan maravillosamente con las relaciones de los historiadores griegos, asi como con los textos de inscripciones cuneiformes. Estas, contenidas en su mayor parte en ladrillos cilindricos, pertenecen al género de escritura denominado babilónico; abundan mucho sobre el terreno, y recogidas con esmero por los arqueólogos y viageros, han ido sucesivamente enriqueciendo los museos europeos. Con su ayuda y con los datos que le ha suministrado el conocimiento práctico del terreno, Mr. Oppert ha logrado determinar todos y cada uno de los seis muros ó cercas de que habla Beroso Caldeo. Componíanse desde luego de las tres cercas concéntricas descritas por Abydenes; la de Borsippa, arrabal de Babilonia; la parte de la ciudad que caia al Nordeste, y la residencia real. Mr. Oppert opina que la ciudad entera cubria una superficie de quinientos quilómetros cuadrados, y la Babilonia, propiamente dicha, comprendida dentro del tercer muro, catorce quilómetros.

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