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Furor del vul- conocidos sus deseos, diéronse prisa los pueblos á Bo en los pue- satisfacerlos, apurando hasta las heces de la ven

go

blos.

ganza. Las cárceles, un tanto desahogadas con el ordenamiento de Angulema en Andújar, rebosaron otra vez de presos, encerrados por el capricho de los voluntarios realistas ó de sus parciales. Los mismos que habian insultado en los dias de la revolucion á los ciudadanos pacíficos y cantado el trágala aclamaban ahora al rey absoluto, y atronaban los aires con sus furiosos gritos. Un pañuelo verde ó morado, un abanico del propio color bastaban para concitar á los revoltosos y arrastrar á su dueño, de cualquier sexo que fuese, á los calabozos. Hasta las mugeres de los realistas se creían autorizadas para deprimir á las infelices esposas de los inilicianos nacionales, y les prodigaban los nombres mas afrentosos y que mas lastiman los oidos de la virtud. Eclesiásticos ancianos é inocentes se veían arrebatados del lecho y sumidos en un encierro, donde pasaron años enteros sin tomarles declaracion, por haber obtenido el nombramiento de su curato en los maldecidos tres años, ó para colocar en lugar suyo algun corifeo furibundo de los que trocaron el breviario por el puñal. Con tan tristes obsequios celebraron las provincias la llamada libertad de Fernando, reproduciendo de este modo los aciagos tiempos de Tiberio. Y nezclando á la crueldad y á la injusticia la deslumbradora hipocresía entonaban himnos de alabanza en los templos al Autor soberano de la naturaleza, y con la mano misma con que perseguian al inocente elevaban el holocausto. Todo era confusion y alegría: Fiestas públi- las salvas, los repiques, las fachadas de los conventos iluminadas y entretejidas de vistosas telas, el contínuo clamoreo de la muchedumbre, todo parecia anunciar el dia de la ventura; y sin embargo no era sino un estruendo pasagero concitado

cas por la salıda del rey.

por el realismo para que no se oyesen los clamores y los sollozos de cien mil familias proscritas, de la flor del saber y del valor atropellados por el sacudimiento espantoso de las pasiones furibundas. A las once de la noche llegó á Zaragoza la apetecida nueva; y á las doce veíase ya la ciudad iluminada, y un pueblo inmenso habia corrido á la iglesia de nuestra Señora del Pilar á tributar el debido homenage al Dios de los cielos cantando con férvido entusiasmo el Te-Deum. No pertenecen al siglo en que vivimos las escenas de aquella época: los españoles en su delirio retrocedieron á inas remota edad por un portento de la naturaleza.

JJ

(*Ap. lib. 12. núm. 2.)

El duque de Angulema hubiera querido en la Península un despotismo ilustrado y conciliador, porque como notaremos mas adelante, estos eran los deseos de la Santa Alianza, recelosa de que la licencia y la anarquía prolongasen la lucha, ó de que á impulsos del despecho resucitase la libertad. Nosotros, dice Chateaubriand (*), no podiamos dar á España por fuerza un gobierno constitucional como el nuestro; deseábamos que lo adoptase resucitando sus antiguas Cortes, y usamos del derecho que teniamos de aconsejar." No concuerdan las palabras de Chateaubriand, ministro de Negocios estrangeros, con las de Martignac, comisario regio, cuando exagera las dificultades que habia para establecer las formas representativas en nuestra patria (*). Con este motivo cuenta, que hallán- (* Ap, lib. 12. dose en una de las mas brillantes reuniones de Ma- núm. 3.) drid donde figuraban altos personages, y combatiendo la señora de la casa el proyecto de dar á España la carta francesa, dijo aquella á Martignac: "Quisiera saber, por ejemplo, de qué elementos se compondria en ese caso la cámara de los Pares. De la grandeza, respondió el comisario regio. De la grandeza? replicó la dama: vuelva

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Carta de Luis á

nando.

usted los ojos á mi marido, y figelos usted en mi suegro, y si con esos materiales cimenta usted la cámara de los Pares, habrá construido un edificio sólido." Aludía el apóstrofe de la española á la Constitucion débil y raquítica de sus parientes y de algunos grandes; pero pasando por alto el desdoro y vileza de la que mancillaba á los suyos por solo defender el despotismo, cáusanos admiracion que el historiador francés quiera deducir de este hecho argumentos en favor del sistema seguido por su gobierno. Ni todos los grandes de España vivian entonces en Madrid, ni el espíritu se mide por las proporciones fisicas del individuo, ni los españoles de elevada esfera olvidaron sus deberes en la guerra de la independencia, ni en la que en estos momentos desgarra el seno de la patria. No obstante que el gabinete de las Tullerías desatendió su verdadera mision, que era desterrar para siempre del mando á los partidos estremos, y consolidar la union por medio de instituciones acomodadas á las suyas, no por eso echó en olvido los consejos de la prudencia y de la templanza. Luego que Luis XVIII se enteró del tortuoso rumbo que Fernando habia señalado á la nave del Estado ordenó que el embajador francés trabajase sin descanso para aplacar las vengativas miras del monarca hispano. Salido éste de Cádiz escribió al de Francia manifestándole su gratitud, y Luis XVIII, aprovechando la ocasion, le dirigió á últimos de Octubre la siguiente respuesta.

"Hermano inio. Uno de los momentos mas feXVIII & Fer- lices de mi vida fue aquel en que supe que el cielo habia bendecido mis armas, y que por los esfuerzos del digno gefe colocado á la cabeza de mis valientes soldados, de ese hijo de mi eleccion, honor de mi corona y gloria de la Francia, habia V, M, recobrado el amor de los pueblos. La mano

de la Providencia ha sido visible en estos acontecimientos; y á aquel que protege á los reyes es á quien debemos atribuir con el mas vivo reconocimiento un éxito tan pronto y tan brillante.

"Desde hoy mi mision concluye, y comienza la vuestra: debeis dar el reposo y la felicidad á vuestros vasallos. Sino tuviera como gefe de mi casa el derecho de hablar á V. M. sinceramente, mis años, mi esperiencia y mis dilatados infortunios me impondrian este deber. Como V. M. he recobrado mi poder real despues de una revolucion; á ejemplo de nuestro abuelo Henrique IV, he perdonado á aquellos que se habian estraviado en tiempos dificiles, y que confiados en la indulgencia de su soberano, se apresurasen á reparar sus errores. V. M. conocerá cuán peligroso es convencer á clases enteras de hombres á quienes no hay medio de borrar el recuerdo de su debilidad. Los príncipes cristianos no deben reinar por medio de proscripciones; ellas deshonran las revoluciones, y por ellas los súbditos perseguidos vuelven pronto ó tarde á buscar un abrigo en la autoridad paternal de sus soberanos legítimos. Creo pues que un decreto de amnistía sería tan útil á los intereses de V. M. como á los de su reino.

» V. M. juzgó que las dilatadas conmociones políticas y la anarquía de las guerras civiles debilitan las instituciones relajando los lazos de la sociedad; me pareció que estabais penetrado de esta verdad al escribirme vuestra carta particular de 23 de Julio de 1822; desechábais los sistemas peligrosos, las teorías democráticas, esas funestas innovaciones que tanto han trabajado la Europa; pero queríais buscar en las antiguas instituciones de España el medio de contener á los pueblos, y de asegurar la corona en vuestra cabeza. Si persistis en tan noble preyecto, no tardareis en ver fijas en 22

T. II.

el trono todas las esperanzas de vuestros súbditos.

» Sobre este punto nadie está autorizado para dar consejos á V. M. Os conviene deliberar con prudencia, y en la plenitud de vuestros derechos; pero os lo debo decir: un despotismo ciego lejos de aumentar el poder de los reyes lo debilita; porque si su poderío no tiene reglas, si no reconoce ley alguna, pronto sucumbe bajo el peso de sus propios caprichos; la administracion se destruye, la confianza se retira, el crédito se pierde, y los pueblos, inquietos y atormentados, se precipitan en las revoluciones. Los soberanos de Europa que se han visto amenazados en su trono por la insurreccion militar de España, se creerian nuevamente en peligro en el caso en que la anarquía triunfase segunda vez en los estados de V. M.

"Si dando al olvido dolorosos recuerdos V. M. llama á su Consejo hombres prudentes y sabios, á una nobleza que es el apoyo natural de su autoridad, á un clero cuya piedad y adhesion tantos sacrificios prometen al bien público; si todas las clases de una nacion grande y fiel bendicen igualmente la autoridad del soberano legítimo, la Europa verá en el reinado de V. M. la garantía de su reposo, y yo me alabaré de haber conseguido con (* Ap. lib. 12. mis sacrificios un resultado tan glorioso.—Luis.” (*) núm. 4.)

Natural parecia que el duque de Angulema abrigase los propios sentimientos que Luis XVIII, gobernándose por las instrucciones que recibia de París. Asi es que desaprobando la conducta observada por el rey desde los primeros momentos, se atrevió á manifestar sin embozo el desacuerdo que habia presidido á la sancion del sanguinario decreto de 1.o de Octubre. Y cuando al dia siguiente acompañó en el Puerto á la familia real al solemne Te-Deum que alli se cantó, traslucióse la frialdad que reinaba entre los augustos personages y el

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