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1824.

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franceses usaban una especie de gorras que tomaron el nombre de cachuchas, y el 14 de Octubre, dia destinado en Santander para la bendicion de la bandera de los realistas, presentáronse en las calles varios paisanos con cachuchas. Al momento arrojáronse sobre ellos los voluntarios, despedazaron las gorras, hirieron y apalearon á los indefensos, y la fiesta se convirtió en una pelea, donde los verdugos saciaron su rabia en los indefensos ciudadanos; y el ministerio, en vez de castigar á los apaleadores, aprobó su conducta tácitamente prohibiendo en 2 de Enero siguiente el uso de las caProhibicion chuchas en todo el reino.

de gorras.

Valíanse los frailes del púlpito y del confesonario, no solo para enconar y dirigir las rencorosas pasiones del vulgo, sino tambien para aterrar á los liberales tímidos, á quienes perseguian con el anatema divino. Entre cien casos que recordamos con amargura, daremos la preferencia al energúmeno ecónomo de la villa de Blanes en Cataluña, que estando moribundo un vecino que habia sido El diablo en miliciano voluntario se disfrazó de demonio, y

Blanes.

presentándose al desgraciado en las agonías de la muerte, emponzoñó sus últimos instantes anunciándole que iba á tragárselo el infierno. Divulgado el caso por todo el Principado, el ecónomo dió á luz un escrito en los papeles públicos de Barcelona vindicándose y desmintiendo el hecho; mas sabemos por personas dignas de fé la verdad de nuestro relato.

En medio de su omnipotencia, Fernando no era feliz; porque el cielo es justo, y cuando la virtud no presta al alma su tranquilidad, su dulce contentamiento, nacen las espinas del desasosiego, de los recelos, del hastío, y muertos el amor y los suaves sentimientos que embalsaman la existencia, desaparece poco á poco la ventura. Sembró

Dios en el corazon del hombre un grano de felicidad que solo crece con el rocío de la virtud, se marchita con el calor de ardientes pasiones, y se seca abrasado por el vicio. Fernando, aislado, sin cariño á su familia, y reconcentrando sus pensamientos en el frio egoismo de vivir y mandar, no gozaba las dulzuras de la sociedad. Sus males fisicos se agravaban; un nuevo ataque de gota en pies y manos le atormentó á mediados de Noviembre; y su vida, trabajada por los padecimientos y por la imaginacion, no debia ser larga.

1824.

Maximiliano de Sajonia en

El príncipe Maximiliano de Sajonia, padre de la reina, y su hija Amalia, llegaron el 3 de Di- Madrid. ciembre à San Lorenzo, siendo recibidos por los reyes: el 13 entraron en Madrid todos juntos en medio del estruendo de los realistas y de las inanolas, que los saludaron con sus panderos. Al otro dia las tropas y los voluntarios desfilaron por delante del palacio, en cuyos balcones se descubria á los reyes, á sus augustos huéspedes, y á los infantes. Acompañado de SS. MM. visitó el de Sajonia los establecimientos públicos de Madrid, la Academia de San Fernando, las pinturas, esculturas, Historia Natural, y cuanto hay digno de examen en la capital de la monarquía, distinguiéndose principalmente en los templos, y dando pruebas repetidas de su exaltado celo por la religion y por el despotismo. Asi acabó entre las lágrimas del esclavizado pueblo y los regocijos de la familia real el año 1824, en el que tan funesto signo lució para España, y cuya fúnebre memoria conservará la posteridad, compadecida de los que entonces presenciamos sus tragedias.

Las tropas francesas que ocupaban España quedaron reducidas desde 1.o de Enero de 1825, en virtud de un nuevo convenio, á veinte y dos mil hombres, que guarnecian las plazas de Cádiz,

1825.

isla de Leon, Barcelona, San Sebastian, Pamplona, Jaca, la Seo de Urgél y Figueras: por una adicion al tratado recibieron todavía mayor aumento. El nuevo monarca de Francia, Carlos X, abrió por vez primera las Cámaras, ofreciendo solemnemente el cumplimiento de los deberes que le imponia el código de las leyes políticas cuya observancia habia jurado: sin duda presentía desde entonces su corazon que al quebrantarlas se despeñaria del alto asiento que ocupaba. En Nápoles descendió al sepulcro en 4 de Enero Fernando I, que en los pasados disturbios habia sembrado el terror y las proscripciones por todo el reino; no apareció su hijo mas humano en su advenimiento al trono.

Las comisiones militares, imitando á los tribunales de salud pública de la sangrienta revolucion de Francia, no dejaban enfriar el suelo de los calabozos, pues aun conservaba el calor del desgraciado que salia para los presidios africanos ó para el suplicio, cuando nuevos presos ocupaban el lugar del condenado. Despues de muchos meses de carcel, y cediendo las mas veces al esplendor del oro, solian declarar la inocencia de los presos, que brillaba tan pura, que ni una leve mancha encontraban para empañarla; y al observar el inmenso nú inero de los que en las sentencias dadas á luz en los papeles públicos son pregonados inocentes, gime el corazon compadecido de sus no merecidos martirios. Para muestra de lo puro que debian considerar aquellos verdugos la conciencia del acusado para proclainarle libre de la delacion citaremos á Manuel Escalera, sargento indefinido, á quien la Sentencias de comision ejecutiva de Murcia sentenció á dos años de presidio por espresiones ambiguas, dice la Gaceta. El jóven José Rodriguez, que frisaba en los 19 años, granadero del regimiento de Borbon, por haber elogiado simplemente el código de 1812,

las comisiones militares.

arrastró diez años las cadenas en el presidio de Céuta; y á Andrés Negrete, acusado vagamente de desafecto al rey, sin espresar los hechos ó palabras en que se fundaba la calificacion, le impuso el castigo de dos años de trabajos públicos la comision de Cádiz. Por haber cantado Felipe Calderon unos versos en que hablaba con impiedad de Jesucristo, del Sumo Pontífice y del rey, le condenó la comision ejecutiva de Madrid, cual si fuese tribunal del santo oficio, á la horca, donde espiró el 25 de Enero; el mismo consejo mandó arcabucear en 12 de Febrero á Vicente Oroz, á quien imputaban haber gritado mueran los reyes y viva Riego, presenciando su muerte Saturnino Espinosa, destinado ademas á diez años de presidio, por acompañar al reo en el acto del delito, no obstante que guardó silencio. Tregua á tanta sangre: fatiga y angustia su penosa narracion, y fuérzanos el dolor á suspenderla, aunque no debamos tardar en anudarla otra vez para oprobio de los tiranos.

El general de los Mercedarios, fray Gabriel Miró, cubrióse de grande de España de primera clase en presencia de SS. MM. en 25 de Enero para ensalzar en su persona el humilde sayal; y al paso que se violentaba al sabio y virtuoso don Antonio Posada á renunciar la mitra de Cartagena por su amor á los fueros patrios, el ministro Calomarde presentaba el obispado de Málaga al demagogo fray Manuel Martinez, en premio de las inmundas doctrinas que habia vertido en el Restaurador, desdorando la religion cristiana, manantial de la libertad de Europa y cimiento de la union de los hombres. Los halagos de Fernando á los voluntarios de Madrid rayaban ya en viles adulaciones: si el ministro de la Guerra les pasaba revista, honrábalos con su presencia, recorria las filas y mandábalos desfilar por delante de su coche: si 32

T. III.

1825.

1825.

convidados por sus compañeros de Fuencarral, iban al pueblo de este nombre á comer los ranchos, corria á su encuentro, y buscaba la popularidad entre aquellas heces del fanatismo y de la ignorancia.

Mas el incienso del monarca y sus obsequios no contentaban los deseos de los proletarios, que deseaban una revolucion para enriquecerse, y que pretendian encender las hogueras de la inquisicion para repartirse el oro y los bienes de los reos. Sus ojos se fijazan en don Carlos, entregado enteramente á los Jesuitas y á los gefes de la junta apostólica. En el cuarto del infante, taller de las conspiraciones, crecia de momento en inomento la osadía: habíase urdido una nueva trama,, en la que se hallaba empeñado el clero, y que con el auxilio de los conventos corria y se dilataba por toda la monarquía. Queríase á toda costa el reinado del terror y la resurreccion del santo oficio, separando de palacio á las personas que tratasen de dar oidos á los consejos de Francia, ó que no pensasen que los partidos se acababan con el dogal y las llamas. El ministro Zea, que anteveía el triunfo de los terroristas, en cuyo descuello iba envuelta la ruina de la patria, trabajó con todas sus fuerzas para oponerse al torrente, y logró que el favorito del rey en aquella época, que inclinaba su ánimo á las ideas del bando iracundo, saliese del reino. Era éste don Antonio Ugarte, que como desempeñaba los destinos de secretario del Consejo de ministros y del Consejo de Estado, y andaba iniciado en todos los secretos del gobierno, participaba á la infanta doña Francisca, y á los conciliábulos apostólicos, cuanto interesaba al buen éxito de los fraguados planes, al misino tiempo que si algun varon prudente ha blaba de moderacion, desviaba al monarca de sus consejos ó se los pintaba como sospechosos. Consintió Fernando el 17 de Marzo en enviarle de mi

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