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peccion general, permitióles por un año la libre introduccion por las provincias exentas del armamento que necesitasen, abriendo asi una puerta mas al contrabando: tambien se les eximió del pago de las llamadas cartas de seguridad. Engreidos con el alto favor que les dispensaba el trono y con tantos privilegios, eran los genízaros de los pueblos, donde despreciando las leyes y hollándolas impunemente, atentaban á los objetos mas sagrados. Un voluntario realista en aquel tiempo equi- Orgullo de los valia á un semidios: convencido de que el cielo bendecia sus empresas porque sostenia el altar, y de que el príncipe reinaba por él y le debia el cetro, creíase autorizado para cometer los mayores atentados; y mirando á sus conciudadanos como impíos y rebeldes, dábase á sí mismo el nombre del elegido del olimpo y del palacio para gozar los dones de la fortuna.

Por otra parte el descaro y la osadía de los obispos que dirigian las reuniones apostólicas no podian llegar á mas. El gobierno de una nacion culta osó anunciar en la Gaceta oficial de 23 de Marzo (*), que en Murcia se habia visto un horrible torbellino que dejó consternado al concurso al espirar, sin querer confesarse, el reo Antonio Caro, alias Jaramalla, que fue ahorcado despues de haber sido arrastrado atraillado á la cola de un caballo, y llevado mordazas por decir viva mi secta. Queríase entronizar la teocracia y cubrir el horizonte español con las espesas nieblas del fanatismo.

Y el cuadro que representaba la nacion heróica en cuyos dominios nunca se ponia el sol en tiempos mas felices," no era ya el de una monarquía templada y religiosa, sino el de un pueblo ébrio de supersticion y gobernado por la hipocresía, que invocaba en los labios un culto sagrado de que su gangrenado corazon se mofaba.

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voluntarios.

1826.

(Ap. lib. 13. núm. 1.)

Fernando, libre en sus opiniones, y de quien podiamos citar repetidos rasgos en prueba de que no era fanático, asistió el lunes de Pascua con su familia á la comunion de los enfermos del hospital de la corte llevando en la procesion las llaves del Sagrario, y los infantes don Carlos y don Francisco los corporales. Aqui no brillaba la religion que inspira la virtud á los príncipes, sino la política, que se apoya en el ara para sostenerse y ocultar sus delitos. A imitacion del monarca, los voluntarios realistas de Cien-Pozuelos, de Murcia, de Cerezo de la Rioja, del Quintanar y de otros pueblos, Rasgos de hi- juntos y uniformados confesábanse y comulgaban públicamente con suma pompa y ostentacion, no estimulados por el ardor religioso, que cuando es puro se eleva en silencio admirando al Autor soberano de los cielos, sino cual gárrulos histriones que traficaban con las apariencias y salian del templo á repetir sus escesos.

pocresía.

Año Santo.

Corria el año de 1826, llamado Año Santo á causa del Jubileo concedido por el Sumo Pontífice á los que visitasen las iglesias; y no era de perder ocasion tan propicia de representar la farsa con que se queria deslumbrar al pueblo. Gozaban entonces los reyes en los deliciosos jardines de Aranjuez el suave ambiente de la primavera, y el 1.o de Mayo visitaron los templos, presentándose la reina y las infantas vestidas á la usanza española con basquiñas y mantillas negras, y rodeadas de su lucidísima corte. Dada la señal por el palacio, convirtióse España en una procesion continuada que se cruzaba en todas direcciones, y que se estendia desde la capital de la monarquía hasta el mas despreciable lugarejo. Vióse en Madrid al nuncio del Papa marchando al frente de la cofadría de San Pedro y San Pablo; al patriarca de las Indias á la cabeza del ministerio de la Guerra y de las

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mas altas dignidades de la milicia; á los capitanes generales seguidos de sus estados mayores; á las audiencias, universidades, oficinas, ayuntamientos, batallones y escuadrones con sus oficiales y gefes, todos entonando la letanía y haciendo del culto divino, cuyo mas hermoso altar es el corazon humano, un vil comercio, una irrision escandalosa. La enseñanza de la juventud hallábase confiada á los frailes, que en vez del grano benéfico de la ilustracion sembraban la ignorancia para perpetuar su reinado. Los Jesuitas dirigian los colegios de la nobleza, no solo en la corte, sino tambien en las principales ciudades. La direccion general de estudios señalaba las obras mas atrasadas de todas las ciencias para texto de los alumnos: las juntas de purificacion separaban por sus opiniones políticas á los catedráticos de talento, pues hasta las maestras de niñas sufrian aquel juicio; y los obispos prohibian los libros nas inocentes, y que mas honran la literatura española, como la Teoría y Ensayo del erudito Marina, el Informe sobre la ley agraria del inmortal Jovellanos, la Historia crítica de España de Masdeu, y hasta las novelas mas oscuras. Cada obispo, con mengua de las leyes del reino, obraba por su capricho; un mismo libro prohibido en una provincia, no lo estaba en las otras, segun las ideas ó los conocimientos del que empuñaba el báculo; y la ignorancia solia ser tanta, que los escritos que tenian dos títulos se vieron prohibidos cual si fuesen dos producciones distintas. Los eclesiásticos ascendian en este año á ciento veinte y siete mil trescientos cuarenta y cinco individuos, segun el cálculo de Miñano formado con exactitud (*); número estraordinario y (Ap. lib. 13. escesivo que privaba á la agricultura y á las ar- núm. 2.) tes de robustos y numerosos brazos.

Fernando apenas residia en Madrid: instituía

Prohibicion de libros.

1826.

se en 21 de Mayo coronel de su guardia, y parecia que se ocultaba en los Sitios reales, cuya residencia variaba segun las estaciones, y donde ni el solaz ni las delicias con que en ellos brinda la naturaleza alcanzaban á aquietar su tormentoso pecho, despedazado por las pasiones. Habíale abandonado el amor, que es la antorcha de la felicidad: un egoismo frio helaba su corazon, que solo volvia á enardecerse á la vista de los peligros: el afecto fraterno que un tiempo habia endulzado sus penas, el cariño conyugal que las habia disminuido, no tenia ya entrada en su alma sombría, presa de la desconfianza y los recelos. En vano Aranjuez ostentaba sus galas en el dia de San Fernando y sus límpidas fuentes serpenteaban en bullicioso laberinto; el príncipe, embarcándose en los cristales del Tajo, ó paseándose por sus doradas arenas, y saludando con forzada sonrisa á la muchedumbre, llevaba impreso en su frente el sello del infortunio. La salud de la reina Amalia se debilitaba: los reyes corrieron á los baños de Sacedon y de Salan de Cabras, pasaron por Cuenca, alojándose en el palacio del obispo, y regresaron á mediados de Agosto á Madrid sin haber encontrado alivio la augusta enferma. Algun tiempo despues la atacó la fiebre; restablecióse á beneficio de la ciencia, pero su delicada constitucion fisica no prometia larga vida.

El conde de España habia desde la muerte de Bessieres redoblado su prestigio, y daba banquetes en los dias del rey, que lo condecoraba con la grandeza de primera clase y con el mando en gefe de la guardia real de infantería. Colmado de honores, y distinguiéndose por su hipócrita adulacion á la reina, en cuya presencia mostraba el celo religioso mas exaltado, aguardaba la ocasion de arrancar la sangrienta palma con que no

tardó en ufanarse en la desventurada Cataluña. Otro cortesano que le igualaba en las lisonjas, pero de prendas distintas, comenzaba á llamar la atencion en la corte por su asiático lujo y profusa magnificencia: era éste el comisario de la Santa Cruzada Varela, amigo por otra parte de los literatos, como hemos apuntado, y estimulador de las artes.

Entre tanto la política rodaba por el mismo carril: mandábase en 27 de Junio recoger los despachos, quedando sujetos á la justicia ordinaria, á los militares que no se hubiesen purificado en tiempo hábil. Las sociedades realistas tejian para acalorar los ánimos de sus afiliados contínuas patrañas: á principios del año habian circulado una falsa real orden, que suponian comunicada á la superintendencia general de policía sobre las consultas de los Consejos de Estado y de Castilla, en el espediente abierto para modificar la forma del gobierno. Llevaban el fin de desacreditar al superintendente Recacho, que descubria sus tramas y tenia el hilo en su mano; y no tardaron sus enemigos en envolverle en la desgracia, logrando con sus calumnias hacerlo sospechoso al monarca. Tambien tendian sus miras al restablecimiento del santo oficio: en Cataluña saltaban llamaradas de insurreccion: los facciosos del disuelto ejército de la fé que no habian sido colocados en los regimientos se da ban á sí mismos el título de agraviados, y acumulábanse elementos para un incendio. En tales circunstancias los negocios estrangeros vinieron á complicar la situacion interior.

En Inglaterra, paralizadas las fábricas por el acumulamiento de los géneros, reinaba la agitacion, y los jornaleros recorrian tumultuosamente las ciudades pidiendo pan y entregándose al desorden. En Francia Carlos X, que imitando á los

1826.

A graviados.

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