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1823.

el primer distrito militar.-Segundo ejército de reserva bajo las órdenes del teniente general conde de Cartagena, con las tropas del segundo y tercer distritos militares, y el aumento que S. M. se dignase señalar á las mismas. Estraño parecia el nombramiento de Morillo despues que las Cortes habian resuelto en 22 de Enero á propuesta de la comision nombrada para examinar los sucesos del 7 de Julio que se exigiese la responsabilidad al ministerio, comandante general, gefe político y Consejo de Estado de aquella época.

Varias veces en el curso de esta historia nos hemos parado á enseñar al lector el cuadro de los desórdenes de aquella época sin atinar el nombre que debiamos darle. Aquellas escenas no eran las de una revolucion, ni siempre pueden llamarse hijas de la anarquía: dóminaban á veces en ellas tal arrobamiento, tanta buena fé en los jóvenes, esperanzas tan inocentes al lado de viejas ambiciones y solapados vicios, que nunca llegarán á calificarlas los que no las presenciaron. Creíase que asi se salvaria la patria, y se destrozaba su seno. Tambien nosotros los que esto escribimos despues de tanto tiempo, entusiastas é inespertos, con el fusil al hombro á los quince años, veíamos con placer los esfuerzos de los que tendiendo los brazos para sostener la estátua de la libertad conmovian su pedestal.

Pero detras de los bastidores de aquel teatro de gente crédula y acalorada ocultábanse las sociedades secretas, origen de tantos escándalos, y cuyos individuos ni aun destreza para encubrirse tenian. Cual si les aguijára el deseo de sacar á plaza sus misterios, hacíanse la guerra masones y comuneros en sus períodicos con las armas de la ridiculez y de la sátira, comprando con el suyo propio el ageno descrédito. Los unos publicaban

los estatutos de los otros, estos imprimian las listas de aquellos, y todos daban de este modo pie á las futuras proscripciones de sus encarnizados enemigos.

El ministerio cometió la imprudencia de abrir otra vez en Madrid la sociedad patriótica ahora landaburiana, de la que fue nombrado presidente con el título de Moderador del orden el panegirista de la guerra civil Romero Alpuente. Y en una de las noches en que mas numeroso era el concurso, dieron el increible espectáculo de encaramarse á la tribuna alternativamente masones y comuneros, y se acusaron y denigraron con una vehemencia en los ademanes y en las palabras que todos temian las obras. El grande oriente y la asamblea intentaron despues de este dia reunirse, y nombrando una comision central, compuesta de los magnates de una y otra bandera, dirigir hermanados los asuntos públicos é influir en su rumbo. Mas nunca lograron entenderse los comisionados, porque la joya apetecida por griegos y troyanos eran las sillas de las secretarías del despacho. El gabinete San Miguel, despues de haber tentado varios medios de moderar el ardor de la sociedad landaburiana, tuvo por fin que cerrarla bajo pretesto de amenazar ruina el edificio donde se congregaba: el edificio que venia abajo era el de la patria.

Los ministros propusieron á las Cortes que en vista de las notas de la Santa Alianza, y del discurso del rey de los franceses, debia el congreso adoptar las medidas de seguridad que juzgase convenientes. Nombróse una comision especial, cuyo dictámen abrazaba dos artículos. 1.° "Si desde que las Cortes estraordinarias cierran sus sesiones, las circunstancias exigieran que el gobierno mudase su residencia, las Cortes decretan su traslacion 8

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al punto que aquel señale de acuerdo con la diputacion permanente; y si esta hubiese cesado en sus funciones lo hará de acuerdo con el presidente y secretarios nombrados por las Cortes ordinarias. 2. En este caso el gobierno consultará acerca del parage que crea conveniente la traslacion, á una junta de militares acreditados por su ciencia, conocimientos y adhesion al sistema." El 14 de Febrero se abrió la discusion sobre este dictámen, y admira oir de boca de un ilustre diputado la facilidad con que una columna francesa podria sorprender la corte, confesando de este modo la falta de medios defensivos, y por consiguiente la criminal imprudencia con que habian entregado la nacion á los horrores de la guerra. Desmanteladas y desprovistas las plazas fuertes, insurreccionados los pueblos á favor de la causa en cuyo apoyo venia el estrangero, precedido este de las numerosas bandas de españoles que seguian el estandarte de la fé, necesitábanse huestes muy aguerridas y numerosas para hacer rostro á la tormenta. Todos los oradores hablaron de un golpe de mano, de lo peligroso de la crisis, de la dificultad de la defensa; y faltó un varon entero y valeroso que alzase la voz y dijese: "Si tan perdida os parece nuestra causa, ¿para qué empeorarla con una inútil resistencia? ¿Para qué derramar sangre infructífera? Sacrifiquemos nuestros mas caros sentimientos: tratemos con la Francia, y aunque perezcamos nosotros, salvemos las vidas de los que morirán en la pelea." Aprobó la asamblea el dictámen por una inmensa mayoría, no obstante que desde la clausura de las Cortes estraordinarias á la apertura de las ordinarias solo mediaban diez dias, y que tanto recelo en los padres de la patria debia desalentar á los mas osados.

Continuaron las Cortes sus trabajos legislativos discutiendo el estado de la fuerza armada nacional, y la amnistía concedida por consejo de la Inglaterra á los facciosos que se presentasen antes del 15 de Abril en los momentos en que iban á cumplirse sus esperanzas, y á obtener el triunfo para que tanto habian trabajado. El 19 de Febrero cerráronse las puertas del congreso sin la asis- Cortes estraortencia del monarca, que doliente todavía del último ataque de gota abultaba sus males para huir la vista del congreso, á quien tanto aborrecimiento profesaba.

Los ministros, que veían de cerca las tramas en que andaba enzarzado el príncipe, no podian amarle, ni tratarle con aquella dulzura y miramiento debido al solio. De aqui resultaba que al odio natural en un rey despótico de suyo, y criado y acostumbrado á las formas de la tiranía, amalgamábase el resentimiento del hombre privado, que oía de los labios de sus secretarios tal vez justas reconvenciones. Fernando pues sembraba en su corazon la indigna semilla de venganza, que creciendo oculta y sin ser vista habia de dar despues cuando saliese al aire libre aquella cosecha abundante de proscripciones y asesinatos jurídicos que escandalizaron la Europa.

El príncipe ansiaba separar de su lado á los ministros de hierro que no querian doblarse al estruendo de los rayos que ya se veían brillar sobre la cumbre de los Pirineos; y complicándose ahora la nueva cuestion con sus antecedentes, resolvió usar de la facultad que la Constitucion le concedia. La víspera del dia en que se cerraron las Cortes, los secretarios del despacho presentaron al rey una esposicion en que pintando los peligros del reino, concluían manifestando la necesidad de que el gobierno se trasladase á un punto

1823. Ciérranse las

dinarias.

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Madrid.

mas seguro. Fernando pasó el escrito al Consejo de Estado, que opinó debia procederse en este asunto con el mayor tino y detenimiento; y el rey firmó la destitucion del ministerio. Sus individuos, segun pública voz y fama, pertenecian á la sociedad secreta de los masones, y S. M., lince en tales manejos, quiso transigir con sus rivales los comuneros por medio de su agente secreto don José Manuel de Regato, de quien hemos hablado otras veces.

Al cerrarse el congreso andaba ya la destitucion de boca en boca, y los sectarios mas furibundos proferian públicos denuestos y vilipendios contra Fernando, amenazando cielos y tierra con su venganza. En la tarde del mismo 19 de Febrero agrupáronse los revoltosos en la Puerta del Sol y en la Plaza de Palacio: en todas partes se Asonada en oyeron gritos pidiendo una regencia, y el restablecimiento de los ministros caidos; y mezclóse con estas peticiones la voz de muera el rey. Poseidos los alborotadores por el furor, colocaron una mesa en la Plaza de la Constitucion, para recoger firmas á la representacion en que solicitaban el destronamiento del monarca y la creacion de la regencia: el ayuntamiento quitó á la fuerza la mesa y dispersó á los sediciosos. Veíanse al frente de los grupos acalorando á la muchedumbre hombres osados; y un diputado, cuyo nombre no queremos recordar porque en 1814 fue el encarcelador de sus compañeros, y desde entonces ha figurado en opuestas banderías, se presentó en medio de los amotinados ostentando una cuerda, con la que, decia, debian arrastrar al rey. Figuraban alli gentes de rostro siniestro conocidas por sus delitos, y que á manera de las aves de rapiña únicamente salen de sus madrigueras al olor de las revueltas, cualquiera que sea la causa que las impulse.

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